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¿A qué huele la sangre?
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NOVELAS SOBRE VIOLENCIA, DESARRAIGO, HISTORIA Y EXPLOTACIÓN

¿A qué huele la sangre?

¿Recuerdan el nacimiento de la gran novela hispanoamericana? Huasipungo, Don Segundo Sombra, El matadero, Doña Bárbara. La novela de la revolución, Tirano Banderas y la novela

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¿A qué huele la sangre?

¿Recuerdan el nacimiento de la gran novela hispanoamericana? Huasipungo, Don Segundo Sombra, El matadero, Doña Bárbara. La novela de la revolución, Tirano Banderas y la novela del dictador... ¿Recuerdan a esos escritores del boom que conjugaron su tradición literaria autóctona con la lectura de Faulkner? Vardaman dice que su madre es un pez mientras ella se corrompe escuchando cómo otro hijo clavetea su ataúd.

¿Escuchan la voz de los poor whites?, ¿y la del indio masacrado, el gaucho y el siervo, el grito de esas historias de pasión sin generosidad ni pajaritos piadores, el estertor del hombre colgado en el gancho del matadero por los esbirros de un caudillo? ¿Recuerdan a Andrés Rivera, Buenos Aires 1929, “alguna vez obrero textil”, autor de La revolución es un sueño eterno, o a Daniel Chavarría y El rojo en la pluma del loro?, ¿saben ustedes de ese reverso de la literatura del otro lado del Atlántico que está más lejos de lo mágico y lo sentimental, del acento dulce, que del desarraigo, la Historia y la explotación? 

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Ciertas retóricas literarias siguen vigentes porque el mundo no ha cambiado tanto como tuvimos la ilusión de que lo había hecho: aún existen los de arriba y los de abajo, norte y sur, ellos y nosotras y, tal vez, ésa es la razón de que ciertos estilos aún sirvan para retratar lo real. La amalgama de violencia y exuberancia, de exigencia con la realidad que es exigencia con el lenguaje, de Icaza, Azuela, Rulfo o García Márquez, es la misma que define dos textos actualísimos: El cielo árido de Emiliano Monge, último premio Jaén de narrativa, en Mondadori y Los estratos de Juan Cárdenas, en Periférica. Aristas de un cielo sin Dios y estratos de esa tierra donde se nos comerán los gusanos: la violencia enfoca hacia el cuerpo, la fisicidad de la palabra y el respeto por el cadáver. Como también sucede en La transmigración de los cuerpos (Periférica) del mexicano Yuri Herrera.

Literatura politizada

Emiliano Monge fue entrevistado por Roberto Valencia en la revista Quimera. Valencia publicó en 2010 unos interesantes relatos en torno a la idea de pornografía, tecnologización del sexo y sexualización de la tecnología. Se titulaban Sonría a cámara (Lengua de Trapo) y los recomiendo porque no voy a permitir que la actualidad me borre la memoria. Me lobotomice. Decía Monge en la entrevista: “Es complicado creer que existe la acción humana no política. Creo, pues, que todo acto (incluidos los actos creativos e incluidos también los que pretenden no serlo) es en mayor o en menor medida acción política pues en el fondo toda acción gira en torno al poder. Conscientemente, un texto puede pretender ser o no ser literatura politizada, inconscientemente, sin embargo, toda literatura está politizada”.

Discrepo ligeramente de Monge porque pienso, con Anselm Juppe, que si toda la literatura fuera política ninguna lo sería. Este pensamiento lejos de ser un trabalenguas marca la distancia entre las acepciones de lo ideológico y lo político. Subraya el valor de la literatura política que de verdad me interesa: más que la “inconsciente” la intencional. La entrevista de Monge me gustó sobre todo cuando habla de la oscuridad a la que debe aspirar la literatura frente al orden y la claridad inmanentes al lenguaje. En esta declaración de intenciones hay un zarpazo hacia los presupuestos de la mística, la inefabilidad, el lenguaje insuficiente y la crítica posmoderna. Todo eso me llevó a leer El cielo árido con unas expectativas que no se han visto defraudadas.   

Soy el que soy

El lenguaje de El cielo árido no es como el papel atrapamoscas. Ofrece una resistencia que los buenos lectores vencerán pronto: no hay mayor satisfacción, al leer un libro, que la de ajustar la pupila al peso de lo oscuro y ser capaz de sentir cómo de repente se distingue la luz. En El cielo árido el lector corta la zarza de un lenguaje, magnético y doloroso, que lo violenta y que es coherente con la violencia de lo narrado: un hilo biográfico se fractura temporalmente y nos araña con sus filos de cristal. 

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La biografía de Germán Alcántara Carnero es una sucesión de nudos terribles que el lector, consciente de estar dentro de un texto, va desanudando mientras se enfrenta a sus malas costumbres y a sus acomodos, a sus trucos y a sus atajitos. La vida se acaba donde termina el renglón y el hombre acaba siendo lo que está dentro y fuera del texto, el contexto, la historia, la sangre que impregna la página y la pajarita de papel a la que acaba reducido Germán Alcántara Carnero, hijo del gordo Félix Salvador Germán Alcántara Arreola y de la sorda Mª del Pilar y del Consuelo. 

Violencia de lo físico, lo histórico y lo social. Violencia de la carne, el parto, el cuerpo obeso, la enfermedad, la cópula y el asesinato, la crueldad, madres a quienes sus hijos les repelen, parricidas, los que meten los dedos en las heridas de bala para saber a qué huele la sangre. Violenta compasión hacia los débiles que marca el carácter del protagonista: los perros, el hijo enfermo, la hermana a la que no le cabe la lengua dentro de la boca… Toda violencia nace de la pobreza incurable: el mamífero instinto de protección familiar muta por efecto de la servidumbre y el feudalismo, de las formas espurias de la civilización.

La biografía de Germán Alcántara Carnero nos hace llegar a una desolada conclusión: como el único Dios, él es el que es. La metamorfosis resulta imposible. El subtexto bíblico de Saulo, mezclado con el del folletín, se utiliza para subrayar la imposibilidad de la conversión y las epifanías. En El cielo árido Monge no reproduce el tópico de la búsqueda de la identidad entre la bruma. Expresa la imposibilidad de escapar de lo que somos. De nuestro nombre en el mundo y de nuestros epítetos heroicos. Sólo tengo una duda: me pregunto cuándo aprendió a leer este personaje que vive una infancia y una juventud tan tremendas como las de Pascual Duarte. Por lo demás, El cielo árido pesa en la misma medida que deslumbra.

Deseo en el capitalismo tardío

Manos arriba: este libro habla de “las formas del deseo en el postcapitalismo tardío”. Lo dice la contraportada, pero no conviene que los lectores se asusten. Es mejor adentrarse en la exuberante propuesta del colombiano Juan Cárdenas que no por casualidad cita en su narración La vorágine de José Eustasio Rivera.

Es exuberante el músculo de la memoria, lo oculto, la violencia y el deseo. También el sueño que se confunde con el recuerdo y con la realidad: la realidad es ese lugar en el que se solapan los diferentes estratos de la conciencia. Yo a veces también sueño con ciudades cuyo mapa podría dibujar; sin embargo, dudo que existan. El pasado y el presente se superponen y se relacionan en forma de trauma.

Vivimos en sociedades donde la normalización de la violencia ha engendrado monstruos, individuos desquiciados y sensibles. Como el narrador de Los estratos que no puede liberarse del sentimiento de culpa de pertenecer a la clase dominante. En este libro la máxima de que la función hace al órgano no es una anécdota. Pero lo que más sobresale es la aplicación de un lema literario donde “vestirse mal es vestirse bien y vestirse bien es vestirse mal”

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En este principio sobre el gusto y la escritura, el autor opta por una voz que se interrumpe con monólogos interiores construidos con una especie de valentía antropológica y sociolingüística. Nada hay más contrario a esa lengua estándar de la literatura que se acerca cada día más a los registros del periodismo o la cursilería. El lirismo y las polifonías democráticas –vivos y muertos, ricos y pobres, negros y blancos, indios, la interferencia del discurso publicitario- que forman parte de la mejor literatura hispanoamericana también están aquí presentes. 

La búsqueda de la narración perdida se vincula con dos personajes de esta novela: la psiquiatra y el detective raro que, lejos de encasillar a Cárdenas entre los límites de un género previsible, lo coloca junto a autores tan intrépidos como el peruano Mirko Lauer (Secretos inútiles) o el chileno Carlos Labbé (Locuela), cuyas obras también han sido publicadas por Periférica.

Los estratos narra el desmoronamiento de un matrimonio mientras se busca un relato legendario, difuso pero estridente, que sirva de explicación fundacional. Todas sus páginas son buenas, pero la 96 y la 97 deberían ser leídas en voz alta. Después, se puede aplaudir.

¿Recuerdan el nacimiento de la gran novela hispanoamericana? Huasipungo, Don Segundo Sombra, El matadero, Doña Bárbara. La novela de la revolución, Tirano Banderas y la novela del dictador... ¿Recuerdan a esos escritores del boom que conjugaron su tradición literaria autóctona con la lectura de Faulkner? Vardaman dice que su madre es un pez mientras ella se corrompe escuchando cómo otro hijo clavetea su ataúd.