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Una Karenina monernizada y nostalgia 'pulp' en los estrenos del fin de semana
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'ANNA KARENINA', 'EL CHICO DEL PERIÓDICO' Y 'SPRING BREAKERS'

Una Karenina monernizada y nostalgia 'pulp' en los estrenos del fin de semana

El viaje a ninguna parte de 'Anna Karenina', por Rubén D. Caviedes Si algo no se le puede reprochar a Anna Karenina es que engañe al

Foto: Una Karenina monernizada y nostalgia 'pulp' en los estrenos del fin de semana
Una Karenina monernizada y nostalgia 'pulp' en los estrenos del fin de semana

El viaje a ninguna parte de 'Anna Karenina', por Rubén D. Caviedes

Si algo no se le puede reprochar a Anna Karenina es que engañe al espectador. El eslogan promocional prometió "una atrevida visión" de la obra de León Tolstói y es precisamente lo que el público encontrará en las salas: una atrevida visión de la obra de León Tolstoi.

Cosa distinta es el valor que se le quiera conceder a esta osadía y si se está dispuesto a poner su ambición por encima del acierto. Joe Wright –director de cintas como Orgullo y prejuicio, de 2005, y Expiación, de 2007– ha decidido abrir una novela solemne de 1877 que hizo cumbre en el realismo y hacer con ella una película teatral, muy musical y hasta bufa en algunos momentos. Asepsia técnica aparte –apartado en el que podríamos hablar fundamentalmente de la autoconsciencia de la cámara–, la nueva adaptación de Anna Karenina podría describirse como un Moulin Rouge! de Baz Luhrmann, pero sin canciones, que mezcla además la intentona escénica de Dogville de Lars Von Trier, ya que la historia transcurre en un teatro y los personajes a veces cambian de escenario, pero otras veces es el escenario quien cambia en torno a ellos. 

Pero, cuidado. La cinta no es un experimento narrativo, sino un recreo narrativo. La diferencia fundamental de esta Anna Karenina es que las transiciones o las elipsis no las activan en su caso los fundidos, los travellings y los zooms propios lenguaje cinematográfico, sino efectos teatralistas –que no teatrales– como la aparición de tramoyistas que cambian de repente los paneles del proscenio o el recortado de los personajes no contra el Moscú de finales del XIX, sino contra un patio de butacas. Por lo demás, la suya es una narración completamente normal.

Ni Wright ni su guionista, Tom Stoppard, parecen querer explotar así las posibilidades de lo metanarrativo más allá de su rendimiento plástico y visual, y de hecho ni lo intentan. Por eso hacen lo primero muy bien –el acabado fílmico de la cinta es impecable, desde la música al vestuario y los decorados– y de lo segundo no cabe decir, en propiedad, que lo hagan mal, sino sencillamente que no lo hacen. 

Como la novela original, la película no deja de ser fundamentalmente un romance entre miembros de la aristocracia zarista de finales del XIX centrada en las tribulaciones sentimentales de su protagonista. Lo que ha hecho Wright es contarla de forma espectacular, permitirse el capricho estético en el ejercicio –la recreación en Keira Knightley y Aaron Taylor-Johnson alcanza casi la obscenidad– y salpimentar el conjunto con pequeños toques de comedia, en los que brilla como ningún otro actor Matthew Macfadyen.

De ahí que la hendidura que la película amenaza practicar en el público para dividirlo en dos como por mitosis parta, en realidad, de una discusión muy vieja. Por un lado se alinearán los puristas, para quienes un filme como Anna Karenina no se puede entender si no es como adaptación, concluyendo seguidamente que, como adaptación, flaquea. Y por el otro lado estarán los estetas, más inclinados también a la innovación, que defenderán la condición independiente de la película y, por tanto, su carácter recreativo, reivindicando implícitamente –y seguramente con razón– que la transgresión tampoco es un pecado. A diferencia de en otras ocasiones, en esta ambos tendrán razón. Wright ha violado con descaro el espíritu formal de la obra original, amén de su categoría estilística, pero cabe considerar lo siguiente: ¿puede acaso hacerse película pertinente con esta novela 130 años y cinco adaptaciones cinematográficas después de escribirse si no es, de hecho, refundándola por los cimientos? Seguramente no.

Algo está claro: de tolstoiano a esta Karenina le queda solo la trama, que es decir bastante poco. Si de algo estamos hablando aquí es de un canto al teatro, una declaración de amor que no debe extrañar viniendo de quien viene pero sí hablando de quien habla. 

El director de la cinta, Joe Wright, comenzó su propia carrera en el escenario, aunque como actor, y en diversas ocasiones ha asegurado que esta relación intensa con el teatro le sirvió en su juventud como refugio donde olvidar sus problemas. El autor del texto adaptado, por su parte, es Tom Stoppard, dramaturgo más que guionista y caballero del Imperio Británico ganador, además, de un Oscar de la Academia por el guión de Shakespeare in love –1998–. En aquella película Stoppard ya puso en marcha algunos resortes metarretóricos para representar, a la vez que imitar, el teatro dentro del teatro. Técnica funcional o simple homenaje a la tradición isabelina, lo cierto es que en aquella ocasión la matrioska tuvo sentido: se trataba, a fin de cuentas, de hablar de William Shakespeare

Keira Knithley repite por tercera vez con Wright después de componer a sus protagonistas también en Orgullo y prejuicio y Expiación, acompañada de nuevo por Matthew Macfadyen aunque esta vez no como su partenaire romántico, sino como Stiva, el hermano de la protagonista.  Cierra el triángulo amoroso Aaron Taylor-Johnson como el conde Alexei y Jude Law como Alexei, el marido de Karenina, con Kelly Macdonald interpretando a Dolly y Domhnall Gleeson a Konstantin.

Ceremonia de la confusión, por Carlos Prieto

Florida profunda, años setenta. Dos periodistas llegados desde la capital investigan el caso de un hombre encarcelado por asesinar a un sheriff. Con la ayuda de una estrambótica mujer que se ha comprometido con el preso por carta… Tras conseguir un notable éxito con la histriónica Precious (2009), el director afroamericano Lee Daniels vuelve a la carga con una adaptación de la novela de Peter Dexter, con el que firma el guión.

En principio, se trata de un drama con tensiones raciales de fondo. Pero Daniels, como es habitual en él, huye de todo realismo, lo que no es necesariamente malo aunque aquí lo sea en parte. El tono bascula entre la comedia sexual, el melodrama racial y el 'thriller' periodístico/judicial. Mucha tela para mezclar si uno no pone en juego más recursos que una fotografía setentera de colores saturados. Daniels recurre pues al martillazo estético para ordenar la ceremonia de la confusión.

El resultado es una película deslavazada y efectista. Eso sí, cuando uno consigue dejar de tomársela en serio, empieza a disfrutar un poco, aunque sea por motivos ajenos a las intenciones del director. En otras palabras: aunque Daniels es un artista cargado de ínfulas, si uno vacía El chico del periódico de pretensiones, se encuentra algo así como una entretenida parodia de 'thriller' sureño y marciano de serie B. Por tanto, quizás tenga más sentido verla un sábado por la tarde en casita, que frente a la gran pantalla. Aunque para ese viaje no hacían falta tantas alforjas presupuestarias.

Las chicas no son tan guerreras, por Jose Madrid

Las películas que explotan la belleza adolescente por la vía escandalosa no son nada nuevo. Larry Clark ya demostró que, tras la poesía y el candor de esos cuerpos que no han llegado a los 20, había deseo y una predisposición a la mala vida. Sus películas van de la lubricidad al retrato en crudo de esa difícil edad y una de ellas, seguramente la mejor, Kids, estaba firmada en su guión por Harmony Korine. El director de Spring Breakers ha crecido en todos los sentidos y ahora es el responsable de convertir a dos chicas Disney como Selena Gómez y Vanessa Hudgens en parte de un cuarteto desmadrado. Las jóvenes viven unas ‘vacaciones primaverales’, que las conducen al desenfreno y la delincuencia con el mecenazgo de un traficante de drogas que tienen la sonrisa metalizada de un James Franco versión chunga.

Korine cuenta con el aliciente de ser autor de un personalísimo cine, como ya demostró, por ejemplo, aquel Gummo que acababa resultando una curiosa yesperpéntica radiografía de la América marginal. Aquí juega a la sobreexposición de cuerpos y formas, a la repetición de planos y frases y al derroche de belleza videoclipera acompañada de una estimulante música ambiental. Sin embargo, no se sabe hasta qué punto el resultado final, de efectos lisérgicos, es más una explotación injustificada de los cuerpos de las protagonistas que un retrato objetivo de la mala vida adolescente.

Cierto es que la ‘fumada’ de Korine posee la virtud de tener un estilo visual llamativo, provocador y envolvente, pero también que escenas como la que acompaña elEverytime de Britney Spears, con pasamontañas rosas y escopetas incluidas, rozan peligrosamente el ridículo. Además, parece haber una deliberada falta debackground en las protagonistas (ni siquiera llegamos a ponerle cara a sus, seguramente, ‘sufrientes’ padres) que acaba perjudicando el conjunto. Selena Gómez y Vanessa Hudgens no pasan de estar correctas en su reconversión a la maldad, aunque el riesgo de la transformación parece haber sido calculado para que no enseñen un centímetro más de carne. Queda como resultado la sensación de haber vivido una experiencia que, peor o mejor, tiene los colores y las formas de una droga dura. Quizá demasiado.

El viaje a ninguna parte de 'Anna Karenina', por Rubén D. Caviedes