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Los nuevos bárbaros: "¿Culta? No, es mucho mejor ser mona"
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A FONDO: ¿DE VERDAD SIRVE LA CULTURA PARA ALGO?

Los nuevos bárbaros: "¿Culta? No, es mucho mejor ser mona"

-Esto debe ser un país asiático. Y fíjate, aquí está en un yate. Y en esta otra, haciendo senderismo.

Foto: Los nuevos bárbaros: "¿Culta? No, es mucho mejor ser mona"
Los nuevos bárbaros: "¿Culta? No, es mucho mejor ser mona"

-Esto debe ser un país asiático. Y fíjate, aquí está en un yate. Y en esta otra, haciendo senderismo.

Alberto y Carlos, separados en la treintena, están ojeando los perfiles de una página web destinada a que adultos solteros puedan conocerse. Ante sus ojos, montones de perfiles de personas en actitud sonriente, tratando de ganar su mejor ángulo a la cámara, ofreciendo una versión favorecida de sí mismos. Abundan las imágenes en las que el fondo importa más que el primer plano, en las que la definición de sí se realiza a partir de los escenarios en que la fotografía ha sido tomada. Es una manera de decir, este/a soy yo, estos son mis gustos, estas son mis experiencias, este es mi nivel socioecónomico, y espero de los candidatos potenciales algo a la altura.

-¿Te das cuenta? Nadie se ha fotografiado a la entrada del Louvre o del Moma, en Broadway o ante el Royal Albert Hall.

Alberto explica entre risas a Carlos que la gente se hace fotos en el Taj Mahal, en el Empire State Building o en una playa desierta, pero nunca ante lugares que sean una referencia cultural y que en sus perfiles suelen reconocerse como buenos aficionados a la lectura o al teatro, pero siempre por detrás de otros como las compras (ellas), el deporte (ellos) y los restaurantes (ambos).

-Y eso es por una razón evidente: decir que te gusta la cultura es mal rollo para ligar.

No, la cultura ya no sirve para esos propósitos. También lo sabe Clara, una abogada de 30 años, que vive en Madrid, cerca de El Retiro, en un bonito apartamento donde tiene reservado un cuartito para sus cuadros, que recuerdan un poco a Magritte y a Rousseau. Quizá hubiese podido ganarse la vida con una afición que en algún momento fue casi vocación y que, sin embargo, en su entorno de clase alta es considerada poco más que un capricho. Su cultura está claramente por encima de la media, aunque muchos de los que la tratan lo ignoren. Ironiza: “Si hablamos de hombres, ya sabes, ’un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer’, y eso no es leer, sino hacer algo productivo. Caricaturizando un poco, en mi ambiente la gente divide a los culturetas masculinos en tres categorías ‘refinadísimas’: perdedores que leen porque creen que les servirá para ligar, los que se escudan en su diletantismo porque están resentidos al ganar menos que sus padres o amigos y los rojos”.Los culturetas se dividen en perdedores que leen para ligar, resentidos y ‘rojos’

Tampoco para las mujeres destacarse en ese plano resulta especialmente útil. En el ambiente en el que Clara se mueve, ‘culto’ se identifica con ‘friki’, con ratón de biblioteca o, en nuestro caso, con mujer sosa, apocada y con pocas habilidades sociales. En el mejor de los casos es un ‘plus’, un divertimento añadido, como podía ser antes bordar, cocinar o tocar el piano, pero no más”. Aunque probablemente lo que mejor define el pensamiento general de su entorno es la anécdota con la que cierra la conversación: “Hablaba con una amiga, que es diseñadora, sobre la necesidad o no de tener una cierta cultura para ‘estar’ en cierto ambiente. Yo le pregunté: ¿Tú crees que a las niñas pijas se les exige socialmente cierto barniz cultural? Ella respondió: Depende de lo guapas que sean”.

Fátima, amiga de Clara y también abogada, 35, casada y con dos hijos, es la otra cara de la moneda y explica en el fondo lo mismo, aunque en sus palabras no haya ni un resto de amargura. Ha leído exactamente 15 novelas en su vida, dice, y recuerda el número porque todas ellas las leyó en un lapso de seis meses, cuando tenía 17 años, como parte, casi, de un experimento. Lo explica con sencillez: “En un momento dado me di cuenta de que, aunque nadie de mi entorno leía, entre la gente un poco más mayor, no quedaba bien decir ‘no leo’, ni confesar que no tenías ni idea de quién era García Márquez o Henry Miller, así que me los leí. Me gustó hacerlo, no estuvo mal, era interesante”. Después, Fátima fue a la universidad, estudió Derecho, se colocó y no volvió a leer ni una línea que no fuese necesaria para su trabajo. “No me hace falta. Soy independiente, gano dinero, me he casado y, si quieres que te diga la verdad, las conversaciones en mi ambiente van sobre cualquier cosa menos sobre cultura. Alguna ‘peli’ de George Clooney y punto”.

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Por anecdóticas que resulten, las experiencias de Alberto, Carlos, Clara y Fátima reflejan un estado de cosas muy implantado socialmente. La formación, también la cultural, suponía un plus que justificaba la posición social para quienes se hallaban en los estratos superiores de la sociedad, o suponía un merecimiento para quien pretendía ascender algunos escalones de esa pirámide. La formación era un barniz indispensable, algo que también irradiaba hacia la cultura. Tener conocimientos sólidos de autores clásicos y compositores prestigiosos o estar al tanto de las tendencias artísticas era algo que delataba la pertenencia a un estrato social superior o una clara voluntad de mejorar. Pero no es hoy el caso.

“A las ‘señoritas’”, explica Clara, no sin cierto hastío, “se les sigue pidiendo lo que se les ha pedido siempre: que no desentonen, que no metan la pata de forma memorable. Pero, en un entorno en que las mayores diferencias adquisitivas y la movilidad social hacen que la cultura ya no sea un distintivo de estatus y en el que, por lo tanto, nadie se ocupa de tenerla, es difícil meter la pata con esos temas... No se habla de arte o de literatura y, si se hace, nadie sabe nada, con lo cual, no pueden pedirte que sepas. Si algo sabes... bueno, resulta vistoso y ‘mono’ siempre que sepas hacer comentarios leídos pero ligeros y no te marques speeches densos que aburran a la concurrencia, sino sólo apuntes ocasionales. Por otro lado, sí se exige que tengas cubiertos los aspectos relevantes para moverte en sociedad: tener una fuente de ingresos solvente, ser mona y estilosa, vestir bien…”.

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En ese contexto, cuando Clara y Fátima se reúnen con sus amigas, y las cosas se vuelven demasiado “densas”, la conversación suele zanjarse con un “¿por qué no hablamos de algo que yo entienda?”. Y acaban conversando sobre los dos niños de la una, que corretean por allí, o del nuevo vestido de la otra, que le sienta como un guante porque ha vuelto al gimnasio.Las mayores diferencias adquisitivas y la movilidad social hacen que la cultura ya no sea un distintivo de estatus

Esta situación ocurre, en gran medida, porque el capital simbólico que la cultura procuraba ha sido sustituido por nuevos signos de distinción. Eso es lo que explica que, a la hora de ofrecer una imagen de sí en la red, se prefieran imágenes relacionadas con la experiencia. Viajes, actividades exóticas, actitudes arriesgadas o aventureras, o el ocio distinguido llevan consigo características mucho más atractivas que las del conocimiento o la formación que la cultura prometía. Para Manuel Cruz, filósofo y premio Anagrama de Ensayo en 2005 y Espasa en 2010, hay una tendencia a la barbarización que suele encontrar sus argumentos (cuando los necesita, que no es siempre) en la obsolescencia de lo cultural”.

Estas experiencias ,que son lo realmente significativo a la hora de definir una vida como interesante, no están asociadas a lo refinado sino a lo intenso. “Los nuevos bárbaros dicen que disfrutan de la vida a través de los placeres más penetrantes, pero niegan que ese mismo goce pueda venir de la cultura. Pensar que uno puede disfrutar enormemente con una canción, con una sinfonía o con un libro es algo que les parece del todo ridículo”.

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Cuando la cultura entra en ese marco, que también lo hace, debe andar con pies ligeros, sin entrar en demasiadas profundidades, sin marcarse “speeches” que asusten a quien escucha. Las profundidades asustan, y parece que, cuando se cae en ellas, es porque quien la enuncia es pedante, aburrido o demasiado listo. Esa tendencia es la que ha provocado que la autoayuda se convierta en la primera moda de nuestra época, sustituyendo a disciplinas que requerían mayor dedicación y esfuerzo.

Como señala Cruz, “hay obras de autores como Séneca o Cioran que son fantásticos textos de autoayuda. Es evidente que la reflexión de un filósofo acerca de la muerte nos puede enseñar algo acerca de nosotros mismos. Lo que la autoayuda pretende hacer es sustituir de una forma banal y trivial lo que la mejor filosofía siempre ha hecho. Es como si alguien dijera que no interesa leer historia porque le basta con los documentales que ve por la televisión, cuando es claro que, si quieres conocer el pasado, con esas pildoritas sólo se tiene para empezar”.

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Victoria Camps, Premio Nacional de Ensayo en 2012, entiende que la autoayuda es la negación de la filosofía porque “quiere dar respuestas claras y fáciles a problemas complejos”. Ésta, sin embargo, “no pretende dar fórmulas que nos digan lo que hay que hacer, y que reduzcan todo a una serie de ideas simplistas sobre cómo ser feliz, cómo hablar en público o cómo manejar las depresiones, sino que pretende ir más allá y entender lo que ocurre en toda su extensión".El capital simbólico que la cultura procuraba ha sido sustituido por nuevos signos de distinción

Pero esto es exactamente lo que este mundo de experiencias bárbaras niega. Como señala en el escritor y periodista Vicente Verdú, “todo aquello que tenía que ver con el pensamiento y con los campos de conocimiento se desvanece. Grandes cadenas de librerías eliminan las secciones de filosofía o de ensayo, y un escritor como Savater, quizá el filósofo español más popular, afirma que a partir de ahora escribirá novela porque con el ensayo apenas le leen.  Umberto Eco asegura que con un ensayo vende 15.000 ejemplares y con una novela 500.000…”.

En este entorno, la cultura es percibida como un lastre, como algo que lleva a la profundidad, a la permanencia, a lo sólido, que es justo lo que la época desdeña. La gente que muestra sus fotografías en la página de contactos son un buen ejemplo de nuestro tiempo, coleccionistas de experiencias intensas, exóticas y breves, y ese es también el ropaje con el que se pretende vestir a las expresiones culturales.

* La segunda parte de este reportaje se puede leer aquí.

-Esto debe ser un país asiático. Y fíjate, aquí está en un yate. Y en esta otra, haciendo senderismo.