Es noticia
"Lo más revolucionario hoy es ser casto o tener una vida sexual frustrante"
  1. Cultura
RAFAEL REIG: "TODO ES CUESTIÓN DE PODER, TAMBIÉN LA FAMILIA"

"Lo más revolucionario hoy es ser casto o tener una vida sexual frustrante"

En una escena de Lo que no está escrito (Ed. Tusquets), los secuestradores redactan una nota de rescate en la que no hacen alusión alguna a

Foto: "Lo más revolucionario hoy es ser casto o tener una vida sexual frustrante"
"Lo más revolucionario hoy es ser casto o tener una vida sexual frustrante"

En una escena de Lo que no está escrito (Ed. Tusquets), los secuestradores redactan una nota de rescate en la que no hacen alusión alguna a la cantidad que van a pedir. Esa omisión voluntaria, explica Rafael Reig,  escritor y periodista, tiene como objetivo hacer explícito quién tiene el poder. En la medida en que se oculte la única información que los familiares están demandando, quedará claro quien manda. Y ese es también el centro de su novela, que une dos historias, un drama familiar y una narración negra, para arrojarnos a un mundo incómodo, el de nuestra realidad cotidiana.

El Confidencial.- Has escrito una novela un tanto hostil.

Rafael Reig- Sí. Es sombría. Provoca poca empatía en el lector, ¿verdad?

E.C.- No, no diría yo eso. Quizá el desagrado que genera provenga de que el lector puede reconocerse en ella.

R.R. Puede ser que haya un reconocimiento, porque los personajes no son malos de película, no son caníbales. Son malos como lo puede ser cualquier de nosotros… Todos tenemos cerca un padre psicópata y despótico o una mujer que se cree buena, o un niño egoísta. Esta clase de personajes son de lo más sucio, porque no te dan la satisfacción de decir ‘Qué malvados son, pero menos mal que yo no soy así’ ni la complacencia de pensar que cometen errores pero en el fondo son buenos tipos. Yo me he sentido hasta las narices de todos ellos. En la primera versión los mataba a todos pero parecía una comedia bufa y preferí cambiarlo. Quizá tú veas como un defecto su tono sombrío…Yo no, porque no todas las novelas tienen que ser complacientes. Está bien que perturben un poco, que hagan que el lector se sienta incómodo.

Está escrito que el que manda, manda y se lleva todo lo que se ponga por delante E.C. Las historias que se contaban en el cine o en la literatura de mediados del siglo pasado solían tener protagonistas que nos caían bien y cuyas historias encontraban un final feliz. Hoy los personajes son más desagradables y los finales poco complacientes. Algo ha cambiado para que prefiramos escribir y leer esta clase de historias, no sé si porque las percibimos más reales o porque nos sirven para canalizar la agresividad que llevamos dentro.

R.R. Yo soy un poco aristotélico y creo que la novela, como el teatro, sirve para purgar emociones, y creo que también necesitamos que aparezcan esas emociones, librarnos de nuestra propia maldad y ver sus efectos. Por eso buscamos libros que acaban mal. Porque también la literatura clásica Madame Bovary acaba hecha un desastre, pero en el fondo es una purga. A través de ese personaje te das cuenta de que las cosas tienen consecuencias y de que si te montas una vida familiar tan desastrosa te pueden pasar cosas desagradables. Desde luego, en mi novela ningún personaje es heroico.

E.C. Algunos acaban encontrando lo que quieren.

R.R. Sí, los que ya no tienen ni conciencia, como el Letrado. Pero con esos no nos identificamos...

E.C. Sí, pero el Letrado eres un poco tú, tú en tanto autor. El que va llevando los personajes de acá para allá, el que mueve los hilos…

R.R. Como autor, creo que el autor manipula, que hay sublevarse contra él y que hay que leer también lo que no está escrito. Esto se puede entender como una mala lectura, como una forma de proyectar, pero también como un modo insurreccional de situarse frente al autor.

Todas las relaciones lo son de poder. En ese sentido, no hay ninguna diferencia entre una banda de criminales y una familiaE.C. Eso es algo con lo que juegas en la novela, que tiene una vertiente marcadamente metaliteraria, según la cual el lector siempre ve en lo escrito aquello que quiere ver y no tanto lo que el autor ha escrito o lo que figura en el texto. Pero esa visión, según la cual es el lector el que construye el texto, sitúa demasiada responsabilidad de su parte…

R.R. El lector tiene que pensar qué hacer con eso que ha leído. El lector tiene también una responsabilidad, está construyendo un sentido al leer, y puede construirlo interesadamente o puede encontrar cosas sobre él mismo que no sabía y que le obligan a  replantearse qué hacer con ese texto que acaba de leer.

E.C. Pero eso supone cargar en exceso las tintas sobre la acción del lector. Si llevamos esa misma reflexión al ámbito de la noticia periodística, es verdad que cada cual interpreta las noticias como quiere, pero también es verdad que las noticias que recibes te dan el marco desde el cual interpretas la realidad.

R.R. En realidad, aquí se trata del poder. Es como dice Humpty-Dumpty, el problema no es qué significan las palabras, sino quién manda aquí. Y eso es lo que yo creo que está en el fondo de la novela, que todas las relaciones lo son de poder. En ese sentido, no hay ninguna diferencia entre una banda de criminales y una familia. La  familia también son relaciones de poder, la pareja desde luego, y a veces con tanta comunicación y con tanto rollo en realidad lo que estamos haciendo es ver cómo nos repartimos el poder.

E.C. Pero si lo que no está escrito es precisamente que todo es una relación de poder, mala solución tenemos.

R.R. Hay en la novela un juego de palabras entre lo que no está escrito, en el sentido de lo que proyectas, lo que lees y no está en la novela y esa vieja y rancia expresión española ‘Lo que está escrito’, en el sentido de destino. Hay cosas que son trágicamente así, y acaban así, no hay otra solución. Porque está escrito que el que manda, manda y se impone y avasalla todo lo que se ponga por delante.

Es la ficción la que te permite armarte un poco y explicarte tu identidad de otra formaE.C. Pero esa perspectiva foucaultiana siempre ha dejado colgando la cuestión de cómo construir un contrapoder que no fuese una pura relación de fuerza. Si todo es poder, nuestro mundo no es más que Hobbes.

R.R. Soy también un poco foucaultiano, y por eso quiero creer que hay unos intersticios a través de los cuales se puede quebrar la lógica de un sistema, que se puede meter una especie de cuña en unas esquinas, en zonas débiles, y ahí abrirte un huequecito e incluso colocar un palo en la rueda. Quiero creerlo pero no me consta (ríe). Mi experiencia personal no ha corroborado esto.

E.C. La literatura, el ensayo e incluso el periodismo solían ser cuñas contra el poder. Pero no parece que hoy cumplan esa función…

R.R. No…

E.C. Quizá ayude en esa pérdida de peso social el hecho de que la cultura hoy es vista como cosa de perdedores. Incluso leer es percibido como algo inútil.

R.R. La gente presume de no leer. O  de leer pero no ficción, parece que es poco noble, como si la ficción fuese una sevicia inconfesable. Y creo que justamente es la ficción la que te permite armarte un poco, explicarte tu identidad de otra forma. Y entonces sí que se convierte en un punto de resistencia. Por eso no es interesante para el poder que la gente lea ficción, salvo que sea Walt Disney.

Parece que si no tienes una vida sexual activa eres un loser. Antes era normal fracasarE.C. En este sentido, no sé si autores como tú os estáis quedando sin opciones. Ha cambiado el signo de las historias que son contadas y la literatura se ha vuelto mucho más amable en sus obras más populares, que además venden mucho más, pero al mismo tiempo, cada vez hay menos espacios para cosas distintas.

R.R. Cada vez me veo con menos opciones, porque cada vez escribo mejor y me voy cerrando puertas. Mis historias son más duras y menos complacientes, son menos un relato con un final cerrado y feliz. Estoy escribiendo historias que producen incomodidad y desorden en quienes las leen y eso es lo que quiero hacer. La literatura hoy se ha vuelto mucho más docente, toda la literatura…Porque siempre ha habido literatura docente, el teatro clásico enseñaba a ponerse a cada uno en si sitio, era disciplina social, pero hoy lo que se llama novela y lo que tratan los suplementos literarios es ya pura docencia. Lo que antes era literatura indisciplinada, insurrecta, capaz de producir malestar, ya no existe. La posibilidad de Vallejo hoy es inconcebible. Con Luis García Montero vamos que ardemos. Y en novela pasa un poco lo mismo. No creo que novelas como Bajo el volcán tengan sitio hoy en día. Ahora goza del membrete de prestigio. Pero si se publicara ahora….

E.C. Estamos, pues, en un época muy conservadora.

R.R. Sí, porque el conservadurismo no está en usos y costumbres. Hoy lo más revolucionario es ser casto o tener una vida sexual frustrante. Antes la gente se podía escandalizar si eras bígamo, hoy está incluso bien visto. Se promueve una especie de libertad en usos y costumbres que en el fondo es consumo de sexualidad.

E.C. En el caso de los adolescentes se ve muy claro.

R.R. Parece que si no tienes una vida sexual activa eres un loser. Antes era normal fracasar. En mi cole ligaban uno o dos por clase, fracasar era algo que entraba dentro de tus expectativas. Hoy parece que el culto al éxito ha entrado hasta en ese terreno. Mientras, las cosas que te podían dar libertad interior, como la literatura, el arte, el conocimiento, han pasado a ser un lastre. Porque claro lleva mucho esfuerzo, porque madrugar todas las mañanas y ponerte a leer o a estudiar cuesta un montón.

En una escena de Lo que no está escrito (Ed. Tusquets), los secuestradores redactan una nota de rescate en la que no hacen alusión alguna a la cantidad que van a pedir. Esa omisión voluntaria, explica Rafael Reig,  escritor y periodista, tiene como objetivo hacer explícito quién tiene el poder. En la medida en que se oculte la única información que los familiares están demandando, quedará claro quien manda. Y ese es también el centro de su novela, que une dos historias, un drama familiar y una narración negra, para arrojarnos a un mundo incómodo, el de nuestra realidad cotidiana.