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La otra memoria histórica
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La otra memoria histórica

La memoria es arbitraria. A veces tramposa y siempre subjetiva. En ocasiones, fluye como un irrefrenable torrente. Como un alud de vida que espanta las telarañas

La memoria es arbitraria. A veces tramposa y siempre subjetiva. En ocasiones, fluye como un irrefrenable torrente. Como un alud de vida que espanta las telarañas del pasado. Este el caso de Historias de la Alcarama, monumento literario a esa España olvidada que el tiempo formal ha borrado, pero que como las tripas de un palimpsesto sigue ahí. Escondida. Tras los muros de ladrillo que sobreviven en el ancho del camino y que recuerdan que allí hubo un castillo, una iglesia o una escuela de grandes cristaleras que recogían el sol del invierno como un tesoro de los dioses.

No estamos ante una memoria traicionera. Utilitarista como una herramienta de adoctrinamiento social, que en última instancia es lo que se pretende cuando la historia se convierte en un arma arrojadiza. Memoria e historia, por lo tanto, no son la misma cosa. La memoria es individual. Y, por lo tanto, sutil. Llena de olores y sensaciones. De imágenes borrosas y de lucidez en el recuerdo. Mientras que la historia es fría. Pretendidamente objetiva y siempre sistemática. Como un rompecabezas inabarcable al que siempre le falta alguna pieza.

Lo que propone el veterano periodista Abel Hernández es, precisamente, recuperar la fertilidad de la memoria a través de un viaje a Sarnago transparente y sin ropajes. Un pueblo abandonado de la provincia de Soria –su pueblo-, perdido en el paisaje pero imborrable en el recuerdo.

En el libro se habla de lucernarios de iglesia, de partos a la luz del candil y de trasnochos, la vieja tertulia de los pueblos con la que la España mesetaria combatía los rigores del invierno. Ese sudario blanco, como dice el autor, que caía a plomo sin clemencia una vez al año.

Sarnago todavía existe. Está hoy abandonado y sólo unos pocos se resisten a que su llama se apague como esos viejos candiles de aceite que morían al calor de la noche.

El libro de Hernández, sin embargo, no es un panfleto reivindicativo sobre el fracaso que ha tenido este país a la hora de vertebrarlo territorialmente. Primorosamente escrito, retrata una época imprescindible para entender esos pequeños fracasos colectivos que se producen cada vez que un pueblo se muere.

Lo mejor: La riqueza de su lenguaje.

Lo peor: Nada destacable.

 

La memoria es arbitraria. A veces tramposa y siempre subjetiva. En ocasiones, fluye como un irrefrenable torrente. Como un alud de vida que espanta las telarañas del pasado. Este el caso de Historias de la Alcarama, monumento literario a esa España olvidada que el tiempo formal ha borrado, pero que como las tripas de un palimpsesto sigue ahí. Escondida. Tras los muros de ladrillo que sobreviven en el ancho del camino y que recuerdan que allí hubo un castillo, una iglesia o una escuela de grandes cristaleras que recogían el sol del invierno como un tesoro de los dioses.