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La generación de economistas que va a cambiar el mundo
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SE EDITA 'THE ECONOCRACY'

La generación de economistas que va a cambiar el mundo

Un grupo de jóvenes está cambiando la manera en que se entiende el dinero en las Facultades. Acaban de editar un nuevo libro en el que explican en qué nos equivocamos

Foto: Cambiar la economía cambiando las universidades. (PCES)
Cambiar la economía cambiando las universidades. (PCES)

En 2011, tres jóvenes se matricularon en Economía en la Universidad de Manchester. La crisis económica había estallado tres años antes, y ese mismo verano, la deuda soberana de la zona euro había comenzado a dispararse. Los nombres de los estudiantes eran Joe Earle, Zach Ward-Perkins y Cahal Moran y, aunque por aquel entonces aún no lo sabían, en pocos años se convertirían en los estandartes de una nueva manera de estudiar la economía.

En apenas unas semanas en las aulas, los jóvenes se habían dado cuenta de que las respuestas que sus clases proporcionaban no servían para entender una realidad económica turbulenta, ni habían sido útiles para prever la crisis, ya que las alarmas sobre la burbuja inmobiliaria y los productos derivados se habían pasado por alto al no encajar con los modelos hegemónicos. Los mismos que seguían enseñándose en las aulas de la Universidad de Manchester.

La Economía empezó a ser dominada por la corriente neoclásica, dejando fuera otros enfoques

De ahí nació la Sociedad Económica Post-Crack (Post-Crash Economics Society, PCES por sus siglas), que organizó una serie de conferencias que daban un punto de vista alternativo y complementario al hegemónico. Se lanzaron al activismo: protestaron contra sus profesores, solicitaron nuevos cursos en la carrera y sus ecos llegaron a otras universidades, desde Glasgow hasta Estambul, formando una red global llamada “Rethinking Economy”.

Foto: Profesores y alumnos del colectivo Rethinking Economics de la Universidad de Manchester. (R.E.)

“Examinamos cómo el 'mainstream' empezó a ser dominado por una clase muy concreta de Economía, a menudo conocida como neoclásica, a costa de otros enfoques”, explican en su página web. A finales del pasado año se publicó 'The Econocracy: the Perils of Leaving Economics to the Experts' (Manchester Capitalism), en el que los tres antiguos estudiantes explican por qué la preponderancia de unas ideas económicas por encima de otras nos ha llevado a la ruina (literal). Esta es su historia.

Dándole la vuelta al currículo

Lo explica el propio Joe Earle en el libro, tal y como recoge una reseña publicada en 'The Guardian': los departamentos académicos de la Facultad de Economía estaban ignorando la crisis e ignorando voces disidentes como las de Keynes o la de Marx. La reseña, escrita por Aditya Chakabortty (que siguió al grupo desde sus inicios), recoge varias ideas impulsadas por el grupo.

La predicción económica convirtió la fragilidad humana en una ciencia aparentemente rigurosa

La primera, que la economía influye en todos los aspectos de nuestra vida, algo obvio (especialmente durante los últimos años), pero que los economistas académicos tienden a olvidar, más preocupados por lo conceptual y abstacto. En segundo lugar, que la visión económica predominante es “estrecha y se ha inventado recientemente”. Según señalan los economistas de Manchester, se trata de “un sistema que sigue una lógica mecánica y particular” y que, por lo tanto, se considera que “puede ser gestionado utilizando un criterio científico”.

La historia es la siguiente: entre los años 30 y los 50, las predicciones eran realizadas por los expertos del Tesoro (en este caos, británicos). A partir de 1961, comenzaron a utilizar ecuaciones y a manejar una mayor cantidad de datos, lo que provocó una especie de burbuja de los pronósticos económicos. “La predicción se había convertido en una alquimia numérica”, señala la reseña. “Convertía los principios y la fragilidad humana en el oro vendible de una ciencia aparentemente rigurosa”. Ello provocó que la economía se convirtiese en una disciplina opaca, tan solo para iniciados, lo que dejó fuera a la mayor parte de la población, que seguía sufriendo sus consecuencias: “Vivimos en un país dividido entre una minoría que cree que maneja la lengua económica y los que no”.

En último lugar se encuentra algo aún más importante: ¿quiénes son de verdad los economistas? El libro se detiene en el proceso de formación de los estudiantes, centrándose en sus currículos y exámenes. La mayor parte de ellos, explican, se llevan a cabo a través de tests de elección múltiple, o a través de definiciones de conceptos y modelos teóricos. Apenas hay crítica sobre los modelos en sí mismos por lo que, como indica Chakabortty, “se les pone a prueba para saber si han memorizado el catecismo y si son capaces de recitarlo”.

Son los mismos estudiantes que, pagando 9.000 libras al año por su matrícula, terminarán trabajando en la City, llevando los departamentos financieros de las grandes multinacionales o defendiendo las mismas ideas en las propias aulas de las universidad. Todos ellos tienen algo en común, según los autores del libro: no son capaces de criticar los modelos por los que se rigen y que, como hemos visto, nos pueden llevar al fracaso.

Los estudiantes nunca desarrollan las capacidades necesarias para cuestionar críticamente las teorías económicas

“A los estudiantes se les enseña a menudo que solo una forma de entender la economía es 'científica' y 'correcta'”, explican en PCES. “Por lo tanto, la complacencia se deriva de ello, y el fracaso de muchos economistas 'mainstream' a la hora de ver la crisis parece justificar esas preocupaciones”.

¿Qué hacemos ahora?

Los mancunianos proponen la adopción de otros modelos y estrategias para revertir la situación. Entre los primeros se encuentran los post-keynesianos, los marxistas y los economistas austriacos, tradicionalmente “marginalizados”. Otro camino es revisar los exámenes de matemáticas que predominan durante los dos primeros años de carrera, como proponía Earle en 'The Guardian', por módulos basados en la redacción de ensayos. “Los estudiantes nunca desarrollan las capacidades necesarias para cuestionar críticamente, evaluar y comparar teorías económicas, y llegan al mundo laboral con una creencia falsa sobre lo que es la economía y un conocimiento base limitado a la teoría neoclásica”, explicaba.

¿Y si simplemente cambiamos de arriba abajo la manera en que se organiza la carrera de Economía? Es lo que proponía en el año 2013 Mike Konczal, del instituto Roosevelt, en las páginas de 'The Washington Post' a partir del trabajo de los investigadores mancunianos. En él, el economista recordaba que “el lenguaje económico es el lenguaje de las élites” y que, por lo tanto, cambiar de idioma permitiría cambiar la manera en que entendemos el mundo. ¿La clave? Cambiar el orden.

Por lo general, explica Konczal, los primeros cursos están dedicados a la microeconomía y los últimos, a la macroeconomía. Es decir, se empieza desde el estudio de “los mercados abstractos, descontextualizados, en los que la oferta y la demanda encajan perfectamente, y los individuos existen aisladamente, comerciando sin ninguna clase de cortapisa con los demás al margen de la sociedad, la ley y la política”. Es una economía idealizada, pura y matemática, en la que no intervienen factores personales, políticos o sociales; es decir, aquellos que pueden provocar que los mercados no sean tan perfectos.

Empiezan estudiando un mercado perfecto que siempre funciona y solo al final quizá entiendan por qué hay tanto paro juvenil

Solo una vez entendidos estos modelos, los estudiantes se adentran en la macroeconomía. En primer lugar, explica Konczal, en el crecimiento a largo plazo. Únicamente si sobra tiempo al final del cuatrimestre se analizan cuestiones como los ciclos económicas, las recesiones y el keynesiano desempleo involuntario. “Empiezan con un mercado abstracto que siempre funciona”, explica el economista. “Entonces van al largo plazo, y solo después de todo eso puede que aprendan algo que les ayude a entender por qué el desempleo juvenil es tan alto”.

Una buena idea sería, por lo tanto, cambiar el orden de los factores, y estudiar primero macroeconomía, de forma que lo primero con lo que se encontrasen los estudiantes no fuesen teorías abstractas, “sino con la idea del desempleo involuntario y de que la economía puede funcionar por debajo de su potencial”. En lo referente a la microeconomía, empezarían por las instituciones, que son las que marcan el ritmo del mercado, las empresas privadas y, al final, la abstracción de los mercados perfectos.

Foto: Paul Krugman puede ser un ejemplo de economista heterodoxo. (Efe/Franck Robichon) Opinión

El orden de los factores sí altera el producto. De igual manera que la Historia suele enseñarse en los institutos de manera lineal (y tan solo en última instancia se llega al presente, siempre más ideológicamente espinoso), la manera en que la Economía se imparte presenta los modelos imperantes como un axioma infalible. Algo en lo que los estudiantes creen hasta que se dan de bruces con la realidad.

En 2011, tres jóvenes se matricularon en Economía en la Universidad de Manchester. La crisis económica había estallado tres años antes, y ese mismo verano, la deuda soberana de la zona euro había comenzado a dispararse. Los nombres de los estudiantes eran Joe Earle, Zach Ward-Perkins y Cahal Moran y, aunque por aquel entonces aún no lo sabían, en pocos años se convertirían en los estandartes de una nueva manera de estudiar la economía.

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