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La ciencia del flechazo: cómo enamorarte de otra persona, según un experimento
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LA CONFIANZA Y LA INTIMIDAD, LAS CLAVES

La ciencia del flechazo: cómo enamorarte de otra persona, según un experimento

¿Podemos enamorarnos de cualquier persona si se cumplen las condiciones necesarias? Una investigación realizada por Arthur Aron demuestra que así es

Foto: Dos personas. Una habitación. 36 preguntas. ¿Se necesita algo más para hacer surgir el amor? (iStock)
Dos personas. Una habitación. 36 preguntas. ¿Se necesita algo más para hacer surgir el amor? (iStock)

En «Aloneagainor», la célebre canción del grupo californiano Love escrita por Bryan MacLean, Arthur Lee cantaba “escuché algo curioso, alguien me dijo que podría enamorarme de casi cualquier persona”. Es una poética asunción emanada del verano del amor que se ha convertido, para la psicología, en una sugerente hipótesis de trabajo: ¿de verdad dos personas cualesquiera pueden enamorarse siempre y cuando se den las condiciones necesarias? ¿Cuáles son dichos condicionantes?

En 1997, el gran experto en relaciones personales de la Universidad de Nueva York Arthur Aron intentó responder a dicha cuestión en un experimento que tenía como objetivo primigenio averiguar de qué manera dos desconocidos pueden llegar a intimar en menos de una hora. Y, quizá sin pretenderlo, consiguió que dos personas se enamorasen en dicho proceso, como explicaba en la investigación, llamada «La generación experimental de cercanía interpersonal: un procedimiento y algunos hallazgos preliminares».

El experimento consistía en lo siguiente: un hombre y una mujer heterosexuales que no se habían visto con anterioridad entraban en una habitación a través de diferentes puertas. Allí, se sentaban cara a cara y se veían obligados a contestar a una serie de 36 preguntas. Justo después de ello, debían pasar cuatro minutos mirando fijamente a los ojos de su pareja en silencio. Aron consiguió su objetivo, y una de esas parejas se casó apenas seis meses después del experimento. Por supuesto, invitaron a su boda a los artífices de su amor, los psicólogos sociales que les habían ayudado a hallar su media naranja.

El trabajo de Aron se basaba en la máxima de que la creación de intimidad entre dos personas es el factor más importante para que surja una relación amistosa o incluso romántica entre ellas. Para ello, era de vital importancia el larguísimo cuestionario de preguntas que los participantes en el estudio debían responder cara a cara, y que se convierte en la gasolina que mueve el motor de las relaciones interpersonales.

¿Cuáles son las preguntas que se planteaban? Aunque en este enlace de The New York Times pueden consultarse todas, aquí reproducimos algunas de las más interesantes. Un factor a tener en cuenta es que estas se dividían en tres bloques diferentes que iban aumentando en intensidad emocional, lo que provocaba que también creciese la vulnerabilidad emocional de los implicados, así como su comprensión de la otra persona y de uno mismo.

Bloque 1

1. Si pudieses elegir a cualquier persona en el mundo para cenar con ella, ¿cuál seleccionarías?

4. ¿Cómo sería un día perfecto?

8. Nombra tres cosas que piensas que tu pareja y tú tenéis en común.

11. Cuenta en cuatro minutos la historia de tu vida con tanto detalle como puedas.

Bloque 2

13. Si una bola de cristal pudiese decirte la verdad sobre ti mismo, tu vida, el futuro u otra cosa, ¿qué querrías saber?

16. ¿Qué es lo que más valoras en una amistad?

19. Si supieras que en un año vas a morir de repente, ¿cambiarías algo de tu vida? ¿El qué?

21. ¿Qué papel juegan el amor y el afecto en tu vida?

24. ¿Cómo te sientes sobre tu relación con tu madre?

Bloque 3

25. Haz tres afirmaciones con la palabra “nosotros”. Por ejemplo, “nosotros en este momento nos sentimos…”

29. Comparte con tu pareja un momento vergonzoso de tu vida.

31. Dile a tu pareja algo que te gusta sobre ella.

32. ¿El qué, si es que hay algo, es demasiado serio como para bromear con ello?

33. Si fueses a morir esta noche sin tener la oportunidad de comunicarte con nadie, ¿qué es lo que más te arrepentirías de no haber dicho a alguien? ¿Por qué no se lo has dicho?

34. Tu casa, que contiene todo lo que posees, se incendia. Después de salvar a tus personas amadas y a tus mascotas, tienes tiempo para recuperar de forma segura algún objeto. ¿Cuál sería? ¿Por qué?

35. De todas las personas de tu familia, ¿la muerte de cuál de ellas te afectaría más? ¿Por qué?

36. Comparte un problema personal y pregúntale a tu pareja cómo lo solucionaría. Al mismo tiempo, pídele que reflexione sobre cómo parece que te sientes sobre el problema que has escogido.

La estrategia no funcionaba en todos los casos. Como señala el resumen del artículo, en aquellas ocasiones en las que las parejas habían sido seleccionadas previamente para que estuviesen de acuerdo sobre cuestiones esenciales, cuando se las dirigía para que se gustasen mutuamente o cuando se desvelaba el objetivo del experimento, no había ningún cambio en sus actitudes respecto a la otra persona. En otras palabras, no ser conscientes del proceso en el que habían sido atrapados era el factor esencial para dejarse enganchar.

A pesar de que la obra de Aron es reproducida con frecuencia en los medios de comunicación, este estudio había sido olvidado hasta que la columnista de The New York Times Mandy Len Catron ha decidido experimentarlo en primera persona y contarlo en un artículo. Aunque en un primer momento la autora parece enfrentarse al experimento con reservas, finalmente, reconoce los aciertos del mismo como una buena manera de entender “qué significa conocer a alguien y qué significa que te conoczan”.

El conejillo de indias fue un conocido de la universidad que había planteado a la autora la misma pregunta de la canción de Love, una buena oportunidad para poner a prueba el experimento de Aron. Es cierto que no eran ni desconocidos ni estaban en un laboratorio, sino en un bar, pero rápidamente Catron sacó su teléfono para descubrir la lista de 36 preguntas. Gracias a ella, explica, se dio cuenta cómo poco a poco no sólo sabía más cosas sobre su partenaire –que, al mismo tiempo, aprovechaba para lanzar cada vez más indirectas amorosas–, sino también sobre sí misma.

Las máscaras cayeron rápidamente. “Todos tenemos un relato sobre nosotros mismos que ofrecemos a los extraños y a los conocidos, pero las preguntas del doctor Aron hacen imposible que nos apoyemos en dicha narración”, explica la autora en el artículo. Pronto se sentía como una adolescente en un campamento, cuando se contaban intimidades a la luz de la hoguera. Los momentos más incómodos no eran aquellos en los que debían hablar de sí mismos, sino cuando tenían que interpretar las intenciones y opiniones de su pareja.

Lo que ocurría durante los tres cuartos de hora que duraba el encuentro era que incorporábamos a la otra persona la idea que tenemos de nosotros mismos, como si se tratase de un espejo. En otras palabras, escuchar a alguien opinando de forma positiva sobre ti provoca una complicidad ausente en la mayor parte de nuestras relaciones. “Lo que más me gusta sobre este estudio es que asume que el amor es acción”, concluye Catron, que reconoce que la confianza y la intimidad que disfrutaron en esos minutos les permitió enamorarse como la pareja del primer estudio. Pero no se trata de algo caído del cielo, recuerda: ellos eligieron estarlo. Simplemente, puede ser que no estemos dispuestos a abrirnos ante los demás de forma significativa, y por ello sentimos que nuestra vida carece de romanticismo.

En «Aloneagainor», la célebre canción del grupo californiano Love escrita por Bryan MacLean, Arthur Lee cantaba “escuché algo curioso, alguien me dijo que podría enamorarme de casi cualquier persona”. Es una poética asunción emanada del verano del amor que se ha convertido, para la psicología, en una sugerente hipótesis de trabajo: ¿de verdad dos personas cualesquiera pueden enamorarse siempre y cuando se den las condiciones necesarias? ¿Cuáles son dichos condicionantes?

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