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Raoul Wallemberg, cordura en medio de la locura hitleriana
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SILENCIOS DE LA HISTORIA

Raoul Wallemberg, cordura en medio de la locura hitleriana

Junto al arbol carcomido, mil flores reverdecen.  Tao te King En Jerusalén, hacia el año

Foto: Raoul Wallemberg, cordura en medio de la locura hitleriana
Raoul Wallemberg, cordura en medio de la locura hitleriana

Junto al arbol carcomido, mil flores reverdecen. 

Tao te King

En Jerusalén, hacia el año 1953, se erigió un monumento conmemorativo a los más de seis millones de judíos caídos durante la devastación a la que sometieron los nazis al resto de países europeos y por extensión a la condición humana.

Yad Vashem es el lugar donde el olvido no duerme. Una calle, llamada la Avenida de los Justos, flanqueada por seiscientos árboles, atraviesa este impresionante lugar donde el silencio recogido de los visitantes y la brisa suave que peina las copas de los olivos agita las hojas de manera perceptible, transportándonos en el tiempo al sótano donde yacen las miserias humanas.

Cada uno de esos árboles alberga una placa conmemorativa para con aquellos que se jugaron la vida (o la dieron) por defender a la colectividad judía en los momentos mas trágicos de toda su historia. Dos de ellas en particular, son las más visitadas. Una corresponde al extinto embajador de España en Hungría, Sanz Briz, y la otra a Raoul Wallemberg embajador plenipotenciario también durante las postrimerias de la guerra. A continuación sigue en preferencias la placa de Schindler.

Raoul Wallemberg tenía un compás infalible que, en las postrimerías de la guerra y cuando ya era evidente el holocausto, le indicó claramente el camino a seguir. Para él no era necesario un proceso de toma de decisiones ante la descarnada cara del mal. Había unos principios incuestionables que había que respetar ante todo. Puso en valor la idea de que cualquier ser humano puede afrontar cualquier desafío debidamente mentalizado. Su nombre estará siempre asociado al del coraje individual y a la superación del miedo.

Uno de los grandes héroes de la II Guerra Mundial

Wallemberg había nacido en el seno de una familia sueca de banqueros y diplomáticos. Se acercaría a Hungría en pleno default del “Reich de los mil años”, en el mes de julio del año 1944, cuando los rusos ya estaban a tiro de piedra de Budapest y muy enfadados.

Para entonces, ya había sido sustituido el almirante Miklos Horty (algo “tibio” a la hora de abordar el tema judío) por un gobierno títere que hacia denodados esfuerzos por ganarse el reconocimiento de sus amos en Berlín. Por méritos propios, este benefactor de la humanidad es uno de los grandes héroes de la II Guerra Mundial.

Armado de valor y coraje, Wallenberg salvó del Holocausto a docenas de miles de judíosDe personalidad abierta y excelente negociador, no dudaba en manifestar ocasionalmente su vehemencia con algún que otro golpe encima de la mesa, que aunque no eran muy del agrado de los altos mandos alemanes, con frecuencia apoyaban sus demandas con éxito. También sumaba su condición de diplomático sueco, algo que para los nazis era de lo poco que les quedaba por respetar.

Armado de valor y coraje, Wallenberg salvó del Holocausto a docenas de miles de judíos. Wallenberg se incorporó a la misión diplomática sueca en Budapest, a principios del verano de 1944. Su primera y más perentoria tarea fue la de alquilar en puntos estratégicos de la ciudad las famosas “casas suecas”, que eran territorios de asilo en medio de aquella brutal desolación. Proliferaron entonces estos refugios con denominaciones tan peculiares como la de “biblioteca popular sueca”, “instituto de investigación sueco” o residencias privadas del personal adjunto a la embajada. En fin, todo un alarde de imaginación.

El gobierno sueco le había encomendado salvar al máximo de ciudadanos judíos posible y a esa tarea se entregó en cuerpo y alma. Dotado de un profundo sentido del respeto por la dignidad humana, Wallenberg diseñó un original pasaporte llamado “Schutz-Pass”, o lo que es lo mismo, “Pasaporte Protector”. Sus hábiles relaciones con Eichman y las autoridades húngaras le permitieron extender 4.500 de dichos pasaportes que, con el correr del tiempo, llegarían a ser mas de 20.000.

Solía recorrer las estaciones de ferrocarril, y cuando llegaban los vagones, destinados al transporte de los judíos a los campos de concentración, los revisaba concienzudamente y arrancaba de las manos de sus verdugos a cualquiera que pudiera probar su identidad judía.

Demasiados enemigos

Huelga decir que esta actividad humanitaria le atrajo el odio de los nazis y su vida comenzó a correr serio peligro. En el periodo álgido de su actuación llegó a sobornar a multitud de funcionarios y militares, siendo esta conducta reprobada por sus ortodoxos y pulcros compañeros de la legación. Más tarde, viendo el éxito de estas artimañas, se unirían sin reparo a esta ingente tarea que llegó a albergar a más de dos centenares de metódicos suecos en esta tarea colosal.

Era el 20 de noviembre de 1944 cuando Adolph Eichmann (uno de los aplicados seguidores de la “solucion fina” aprobada en la reunión de Swansee) promovió una serie de marchas de la muerte, en las que miles de judíos fueron obligados a salir de Hungría a pie y en condiciones extremas. La providencial intervención de Wallenberg hizo que se distribuyeran profusamente pasaportes, medicinas, alimentos y ropa de invierno.

Con el apocalipsis a las puertas a este hombre de brillantes iniciativas no se le ocurre otra cosa que ir a visitar a los rusosDespués de salvar un número de vidas jamás concretado, pero que quizás rondará en torno a las cien mil, se le antojó que, ante la continua retirada alemana del frente del este, sólo los rusos podían ser los nuevos amos, y por lo tanto con ellos habría de negociar. En este punto las cosas empezaron a torcerse.

Por aquel entonces Budapest comenzaba a conocer los devastadores efectos de la guerra en el sentido más amplio de la palabra. La artillería soviética, que al parecer no tenia otra cosa que hacer, disparaba a un ritmo infernal miles de bombas sobre la castigada ciudad mientras se comenzaba a instalar en los suburbios.

Raoul Wallemberg tenía infinidad de amigos y era extremadamente respetado. Pero también tenía enemigos que, sobre el terreno y en la práctica, seguían controlando la ciudad. Los flechas gamadas, unos emuladores de las juventudes hitlerianas, le andaban buscando porque entendían que el diplomático sueco podría amilanar a sus jefes, pero a ellos no. En esta merienda de blancos y con el apocalipsis a las puertas, a este hombre de brillantes iniciativas no se le ocurre otra cosa que ir a visitar a los rusos, aun sabiendo como las gastaban. Ese fue el principio del fin.

Wallenberg nunca regresaría como un héroe a su Suecia natal. Numerosos testimonios bien documentados dan fe de que fue visto en instituciones mentales o en la Lubianka. A pesar  de los requerimientos hechos por las autoridades suecas, la Cruz Roja y otros organismos internacionales, nunca prosperaron las investigaciones. Por supuesto, los rusos afirmaron que ellos desconocían cualquier aspecto que les relacionara con el caso.

En la memoria colectiva quedará siempre el recuerdo de que la humanidad tendrá siempre dignos representantes, aunque estos sean difíciles de encontrar.

Junto al arbol carcomido, mil flores reverdecen.