Es noticia
El declive del “macho man” ochentero
  1. Alma, Corazón, Vida

El declive del “macho man” ochentero

Han vuelto (por segunda vez): Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger y Dolph Lundgren, esta vez acompañados por otros ilustres de los porrazos cinematográficos como son Bruce Willis,

Foto: El declive del “macho man” ochentero
El declive del “macho man” ochentero

Han vuelto (por segunda vez): Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger y Dolph Lundgren, esta vez acompañados por otros ilustres de los porrazos cinematográficos como son Bruce Willis, Jean Claude Van Damme o Chuck Norris, que se reúnen de nuevo en Los mercenarios 2 (The Expendables 2, Simon West), después del éxito que conoció la primera parte durante el verano de 2010. Junto a ellos se encuentra Jason Statham, el hipotético heredero al trono del actioner ochentero, si es que tal cosa es posible hoy en día, claro está. La pregunta que la presente saga plantea, más allá de su discutida fidelidad a los referentes originales, es si la sociedad actual puede aceptar un tipo de héroe-macho y de desenfadada violencia de la misma manera que en el pasado, es decir, como una forma de entretenimiento más, sin encontrarse tamizada por el humor posmoderno (caso de, pongamos, Machete de Robert Rodriguez) o como parte de un discurso moralista (como en los Funny Games de Michael Haneke).

La primera película pareció responder de manera negativa a la pregunta, por muchas buenas intenciones que ofreciese. Aquella película dirigida por el propio Stallone demostraba que, al contrario que lo que se podía leer en El gran Gatsby de Francis Scott Fitzgerald, no se puede repetir el pasado. Lo que se proponía ser una relectura distendida de la acción de los años ochenta se quedaba en un impersonal medio camino entre la violencia naïf de aquellas y las formas actuales del cine contemporáneo. A pesar de sus torpezas, lograba despegarse en ocasiones del canon impuesto por la industria: se trata de uno de los pocos reductos que quedan en Hollywood capaces de reivindicar los valores de aquella camaradería masculina tan propia de géneros como el western (la única mujer que aparecía en el largometraje era despachada con bastante sorna al final del mismo por los protagonistas). Algo que resulta cada vez menos frecuente en un panorama, el del blockbuster, donde cada Bourne tiene a la Rachel Weisz de turno como contrapartida femenina.

Sobreviviendo a la decadencia

Stallone y sus compañeros no han dudado en recurrir a la nostálgica memoria de un público que se crió en los ochenta para reivindicar su legado, ante el peligro de caer en el ridículo o, peor aún, en el olvido. El tiempo no perdona a los cuerpos que en un pasado sirvieron de arma de destrucción. Las diversas instantáneas playeras que se han publicado durante los últimos años sobre Arnold Schwarzenegger muestran el inevitable declive físico del antiguo gobernador californiano. Y, en algunos casos, no se trata tan sólo del cuerpo: Mickey Rourke, el galán que en su día fue comparado con todo un James Dean y que en la primera parte de la saga era el encargado de protagonizar un extraño pero sentido monólogo, ha castigado tanto su cuerpo como su mente. A sus fallidos retoques faciales hay que sumarles sus problemas de adicciones y excesos para demostrar que, una vez las carteleras te han olvidado, la vida no es fácil para nadie.

La última entrega de Rambo fue acusada de ser muy violentaLa decadencia de la quinta de los mamporros no es tan sólo física. Las películas protagonizadas por las otrora estrellas, de Rambo a Comando (Mark L. Lester, 1985) han sido despreciadas por el mismo público que en su infancia las disfrutó, como olvidables muestras de una época gris, el final de la Guerra Fría y el reaganismo, más convulsa y necesitada de este tipo de figuras. Algo que también ocurrió a John Wayne y a los personajes que interpretaba durante los últimos estertores de su carrera.

¿Parodia o drama?

A pesar de que es tentador (y muy fácil) interpretar las nuevas andanzas de los héroes de antaño desde un prisma irónico y hedonista, un mero divertimento nostálgico, quizá se están pasando por alto demasiadas cosas. Las últimas entregas de estos héroes carecen de la inocencia que pudieron tener en su día, y en su lugar, ha sido sustituida por una violencia en muchos casos más despiadada y autoconsciente que las obras que les dieron fama: prueba inequívoca de ello es la última entrega de Rambo, John Rambo (Sylvester Stallone, 2008), que recibió la clasificación “R” por su “ultraviolencia”. Stallone salió al paso de las acusaciones recordando que la película era violenta “porque el mundo es violento”.

Quizá el ejemplo más claro, y dramático de todo ello sea la película dirigida por el belga Mabrouk El Mechri JCVD (2008), en la que el actor se interpreta a sí mismo en una falsa ficción que lo convierte en inesperado protagonista del atraco a una oficina de correos. El tema principal de la película, más allá de sus idas y venidas entre la realidad y la ficción, es lo difícil que resulta ser Jean-Claude Van Damme, es decir, un actor reconocido mundialmente por interpretar a hombres violentos, máquinas de matar que trasladan una fortaleza física, ganada a base de horas en el gimnasio, a la ficción de la gran pantalla, de manera que resulta complicado separar dónde termina la ficción y empieza el mundo real. Al igual que ocurría con Rourke en Los mercenarios, el belga era protagonista en JCVD de un monólogo casi shakespeariano en el que abordaba sin muchos ambages los diversos problemas que el actor ha tenido que afrontar durante las últimas décadas, como son su adicción a la cocaína, su divorcio, las acusaciones de maltrato de su mujer y su trastorno bipolar.

En dicha cinta, Van Damme es presentado como el factor desestabilizador que ocasiona, sin desearlo, una orgía de sangre. Los atracadores no se verían obligados a ejercer la violencia si el actor de acción no hubiese aparecido en el lugar equivocado en el momento equivocado y, en última instancia, es el propio Van Damme quien resulta víctima de su propia imagen. Al final de dicho largometraje, el actor belga termina en la cárcel; la última secuencia nos lo presenta enseñando a sus compañeros a combatir, emocionado ante una visita de su hija. La violencia del pasado ya sólo es posible como comedia, o entre rejas, al margen de la sociedad que la fomentó.

Han vuelto (por segunda vez): Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger y Dolph Lundgren, esta vez acompañados por otros ilustres de los porrazos cinematográficos como son Bruce Willis, Jean Claude Van Damme o Chuck Norris, que se reúnen de nuevo en Los mercenarios 2 (The Expendables 2, Simon West), después del éxito que conoció la primera parte durante el verano de 2010. Junto a ellos se encuentra Jason Statham, el hipotético heredero al trono del actioner ochentero, si es que tal cosa es posible hoy en día, claro está. La pregunta que la presente saga plantea, más allá de su discutida fidelidad a los referentes originales, es si la sociedad actual puede aceptar un tipo de héroe-macho y de desenfadada violencia de la misma manera que en el pasado, es decir, como una forma de entretenimiento más, sin encontrarse tamizada por el humor posmoderno (caso de, pongamos, Machete de Robert Rodriguez) o como parte de un discurso moralista (como en los Funny Games de Michael Haneke).