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Trabajo y sexo: demasiada exigencia de resultados
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LA VIDA PRIVADA, PROLONGACIÓN DEL MERCADO

Trabajo y sexo: demasiada exigencia de resultados

En nuestro tiempo, la ansiedad se ha constituido en el más universal de los “virus”, capaz de instalarse en todos los estratos sociales, amargando la expresión

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Trabajo y sexo: demasiada exigencia de resultados

En nuestro tiempo, la ansiedad se ha constituido en el más universal de los “virus”, capaz de instalarse en todos los estratos sociales, amargando la expresión de la conducta humana y determinando más que ninguna otra sensación la vida de personas que por lo demás pueden congraciarse de no sufrir enfermedades, dolores o situaciones familiares especialmente adversas. Para quien tiene un trabajo, su puesto suele ser el caldo de cultivo donde la ansiedad nace y se reproduce con más facilidad.

La vida sexual no escapa a la capacidad patógena de esta forma de miedo que se expresa física o psicológicamente y a la que, cuando predominan los síntomas corporales, preferimos denominar angustia. De hecho, la mayor parte de las disfunciones y dificultades que atraviesan individuos y parejas involucran como causa una ansiedad generalizada nacida en el trabajo y que complica inenarrablemente sus experiencias vitales íntimas.

El terreno erótico, por ende, es bien propicio para el virus. Se sufre ansiedad por el acercamiento al otro o del otro. Se sufre ansiedad por la falta de acercamiento de los otros. Los síntomas ansiosos inundan la realización misma de la actividad amatoria: desde el adolescente que analiza si su cuerpo gustará al otro hasta cuando escondemos una imperfección o nos amparamos en la oscuridad obligada del cuarto. En ocasiones los nervios proceden del escenario: cualquiera puede sorprender a la pareja, una ráfaga de luces puede distraerlos, suena el teléfono. Otras veces la inseguridad viene dada por los métodos anticonceptivos: de su imposición, de no haberse empleado, de ser defectuosos.

El tortuoso camino de los miedos sexuales

Si nerviosos en su primera cita los amantes bebieron demasiado, luego les acongoja que el efecto del alcohol les impida cumplir “como es debido”. Empezando el acercamiento, cual ponentes inexpertos ambos contemplan el genital masculino tratando de conjurar mentalmente el fracaso, no vaya a no estarse quieto y erguido, sino que fláccido y tembloroso oscile de un lado a otro, como el puntero láser que hace palmaria a todo el auditorio la inseguridad.

Pasa lo peor y el miedo a la falta de erección se transforma en la congoja por no acabar demasiado pronto. Se utilizan las viejas tácticas de contar imaginariamente empezando a partir de 1000, o se piensa en cualquier distractor que produce aún más zozobra que la eyaculación precoz. Pero no funciona, y por mucho que el hombre de nuestra pareja heterosexual se está más quieto que un muerto, acaba terminando por las bravas. Y ella empieza a angustiarse por la posibilidad de que el método anticonceptivo falle, él por justificar lo casposo del encuentro, ambos porque pasado el efecto del alcohol la ansiedad que empaña sus otros muchos quehaceres se vuelve inaguantable.

El miedo a la falta de erección se transforma en la congoja por no acabar demasiado prontoComo al día siguiente tienen que levantarse pronto por trabajo, si no comparten cama se despiden apresurados; si la comparten, se dan media vuelta y echan a dormir, siempre enojados por la hora que según el reloj de mesilla se les ha echado encima. De no lograr dormir se toman una benzodiacepina que aliviará su ansiedad unas pocas horas, produciendo el rebote a la mañana siguiente. Si se quedan dormidos sin ayuda, tendrán pesadillas, sed y síntomas de microabstinencia que es la traducción de la completa desaparición del alcohol de su sangre y el augurio de la resaca matinal.

Buscando las causas de la ansiedad

Este cuadro de circunstancias que puede parecer extremista es frecuente en nuestro contexto. Las causas de nuestra ansiedad amatoria casi nunca pueden sustraerse del otro punto cardinal de nuestra existencia: el trabajo. Las sociedades occidentales se jactan de ser los exponentes de la productividad, de la previsión y de la optimización de recursos. Además, propalan la idea de que sus sistemas permiten anticipar riesgos y catástrofes, imponiendo así la necesidad constante de vigilancia y anticipación a sus miembros. Condicionan a sus individuos a “vivir dirigidos a resultados” y a “prever y considerar” todos los riesgos y obstáculos, diseñando un plan de acción que eventualmente permita salvarlos. Para conseguirlo el compromiso ha de ser total con los colores de la empresa. Y si mañana hay que trabajar, desatender todo lo demás (familia, encuentros o ternura) esta justificado.

Las estructuras laborales entienden como conciliación disolver lo laboral en lo personalEl contagio de este concepto del mundo empresarial a lo doméstico ha generado las conductas maximizadoras que creemos están detrás de los altos niveles de ansiedad y estrés que en relación con la vida afectiva padecemos. La idea de que si no conseguimos que un encuentro o una relación salga bien o sufrimos un revés es sólo culpa nuestra por no haberlo sabido prever, curar o conjurar, nos sume en una forma de terror constante que redobla la angustia existencial lógica a todo individuo que debe tomar decisiones. Pero además, la experiencia de los otros, el análisis punitivo de uno mismo o una encuesta ridícula en televisión, se convierten en juntas de accionistas que dirimen si se aceptan o no nuestras cuentas de resultados emocionales.

Ahí radica la máxima dificultad sexológica para ayudar al individuo concreto: en luchar contra un sistema pasado de revoluciones que pretende convertir la vida privada de los trabajadores en una prolongación del mercado. Y de ello resulta que con los modelos imperantes la conciliación de la vida laboral y personal-familiar-sexual sea una muestra de burda hipocresía. Las estructuras laborales entienden como conciliación disolver lo laboral en lo personal, haciendo así indistinguible una y otra cosa.

*Javier Sánchez es psiquiatra y sexólogo. Salud y Bienestar Sangrial.

En nuestro tiempo, la ansiedad se ha constituido en el más universal de los “virus”, capaz de instalarse en todos los estratos sociales, amargando la expresión de la conducta humana y determinando más que ninguna otra sensación la vida de personas que por lo demás pueden congraciarse de no sufrir enfermedades, dolores o situaciones familiares especialmente adversas. Para quien tiene un trabajo, su puesto suele ser el caldo de cultivo donde la ansiedad nace y se reproduce con más facilidad.