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Adiós a la mano de obra barata: China da la espalda al 'todo a cien' por la tecnología
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Cómo China está invirtiendo en I+D para reinventarse

Adiós a la mano de obra barata: China da la espalda al 'todo a cien' por la tecnología

El aumento de los costes laborales y la aprobación de leyes medioambientales más estrictas propician una nueva revolución industrial. Y la está liderando la tecnología

Foto: Una mano robótica se muestra en la feria 'Electronica China' en Shanghái. (Foto: Reuters)
Una mano robótica se muestra en la feria 'Electronica China' en Shanghái. (Foto: Reuters)

Es muy difícil modificar el imaginario colectivo asociado a un país. Para generaciones anteriores, que crecieron con imágenes monocromas de la nefasta Revolución Cultural (1966-76), los chinos todavía son aquellos que vestían el ‘traje Mao’ y se morían de hambre. Para las generaciones más jóvenes, sin embargo, los chinos son resignados trabajadores explotados que viven en condiciones infrahumanas y se dejan las pestañas catorce horas al día para fabricar productos de mala calidad. Los que se compran en el ‘todo a cien’. Además, vienen a nuestro país para saltarse la legalidad y acabar con el comercio local sin pagar un céntimo a Hacienda. Y ahí nos hemos quedado.

La realidad, sin embargo, es bastante diferente. Lo saben bien los propietarios de hoteles y restaurantes en España, que se pelean por un cliente chino que poco tiene que ver con el prototipo del que la mayoría tiene en mente. Y, por otro lado, como reconocen los empresarios occidentales establecidos en China, la industria del gigante asiático está ya casi a la par de cualquier otra, y en muchos casos incluso ha tomado la delantera. Que se manufacturen productos baratos que duran dos días responde más a los requisitos del comprador -generalmente extranjero- que al interés de los fabricantes chinos.

Queremos dar sentido al lema del anterior primer ministro, Wen Jiabao, cuando dijo: "China tiene que crecer menos, pero crecer mejor"

Porque, en realidad, ahora que la mano de obra es mucho más cara y no puede competir ya con la de otros países que toman el relevo de la producción de bajo valor añadido -como Vietnam, India o Bangladesh-, la intención de China es plantar cara en el sector tecnológico. Y para ello se ha convertido ya en el segundo país del mundo que más invierte en I+D. También es el que más estudiantes envía al extranjero, muchos de los cuales se hacen con las mejores calificaciones en las universidades más prestigiosas. Una vez más, a diferencia de lo que piensan muchos, gran parte de esos estudiantes regresa a China para aprovechar unas oportunidades de negocio que se han esfumado en Europa o Norteamérica.

Buen reflejo de todo esto es la Zona para el Desarrollo Nacional de la Innovación (ZNIDZ, por sus siglas en inglés), situada en el barrio shanghainés de Zhangjiang. “El 18 Congreso del Partido Comunista dejó bien claro que es necesario un cambio de modelo económico, y decidió crear esta zona experimental para dar con la mejor forma de hacerlo”, explica Ma Wengang, director de la Oficina de Promoción de la Innovación de Shanghái y responsable de una zona que acoge ya a cientos de empresas de nuevas tecnologías, a las que ha atraído con exenciones fiscales y subsidios de todo tipo. “Debe servir para guiar a China en la creación de talento e innovación, razón por la que no sólo queremos que se instalen aquí las multinacionales. También queremos que sirva para dar apoyo a emprendedores con grandes ideas y para que atraiga al talento que se ha formado en el extranjero”, apostilla.

Así, las fábricas de la ZNIDZ se parecen poco a la que dibuja el embustero imaginario colectivo occidental. Sorprenden por la pulcritud y por la automatización de la mayoría de los procesos que se llevan a cabo en su interior. No hay grandes masas de trabajadores, sino robots de última generación. Aquí y allá se encuentra un supervisor frente a una pantalla táctil, pero sin duda hay más presencia humana en oficinas y laboratorios. Es el caso, por ejemplo, de la farmacéutica Green Valley. Lu Songtao, su presidente, sigue de cerca con gran esperanza los análisis que deberían culminar en el lanzamiento del 971, el tratamiento experimental que está proporcionando resultados muy positivos en la cura de la demencia senil. “Es un ejemplo de cómo China puede aportar grandes avances al mundo. Y de cómo las empresas chinas estamos haciendo grandes esfuerzos para crear valor añadido”, comenta Lu.

Si logra su objetivo y el medicamento pasa con éxito las pruebas clínicas, el directivo está convencido de que puede suponer tanto una revolución médica mundial -tiene intención de buscar la homologación en otros países- como un espaldarazo económico sin parangón para Green Valley. “Estimamos que el 971 puede reportarnos en torno a 60.000 millones de yuanes (8.450 millones de euros), y nuestro objetivo a largo plazo es lograr ingresos de 120.000 millones (17.000 millones de euros) en las próximas dos décadas”, avanza. Sería la situación perfecta para saltar a la bolsa, un proceso que quieren iniciar en 2018.

Innovación 'made in China'

“La innovación es algo que no se puede forzar. Claro que el Gobierno puede incentivarla, y más en un país como China, en el que muchas de las grandes empresas son de titularidad pública. Pero es una fase lógica en el desarrollo de cualquier país, porque las manufacturas baratas y la copia como base de la industria sólo funcionan durante un tiempo, hasta que la mano de obra se encarece y otro país más barato comienza a hacer la competencia”, opina Lu. “China ahora está en un momento de cambio muy interesante, y estamos convencidos de que saldrá reforzada a pesar de la inevitable ralentización del crecimiento actual”.

No muy lejos de donde Green Valley ha construido los gigantescos cubos grises que albergan la empresa, otra farmacéutica -pero esta vez fabricante de fórmulas del vademécum tradicional chino- ha saltado a la palestra gracias a la sintetización de la bilis del oso pardo, el componente principal de su medicamento estrella. Antes de lograrlo, Kaibao utilizaba 15 toneladas anuales de bilis, lo cual se traducía en un gran sufrimiento para los animales de los que se extraía en penosas condiciones. Ya no se daña a ninguno.

La ofensiva de las empresas chinas en su modernización se siente en todos los sectores: desde la máquina herramienta hasta la automoción

“Estamos tratando de dar sentido al lema que acuñó el anterior primer ministro, Wen Jiabao, cuando dijo que el objetivo de China tiene que ser ‘crecer menos, pero crecer mejor’”, comenta uno de los responsables de la planta, apellidado Chen. “Hasta ahora la mano de obra barata y el incremento ininterrumpido de las exportaciones hacían que muchas empresas no invirtiesen en automatización e innovación, pero ahora la situación ha cambiado porque los salarios han crecido mucho y es necesario ofrecer valor añadido para combatir un mercado en declive”, apostilla.

La ofensiva de las empresas chinas en su modernización se siente en todos los sectores industriales: desde la máquina herramienta hasta la automoción. Incluso en un campo tan complejo y de tecnología crítica como el de los ferrocarriles de alta velocidad, China es ya un competidor de altura. De hecho, después de haber desarrollado dentro de sus fronteras la red más extensa de TAV de mundo, los dos principales fabricantes -CSR y CNR- decidieron fusionarse el año pasado para ganar volumen y salir al mundo con más fuerza.

“En nuestro proceso de desarrollo tecnológico hemos cooperado con multitud de empresas de Alemania, Francia, Japón y Estados Unidos, entre otros. Ellas han hecho un buen negocio en China y a nosotros nos han proporcionado tecnología y nos han enseñado modelos de gestión diferentes. Ahora podemos caminar solos y nos vemos ya capacitados para competir”, apunta Shen Zhiyu, ingeniero de CSR. Ya han conseguido el contrato para construir el TAV de Indonesia, y tienen sus ojos puestos en Reino Unido e incluso en Estados Unidos.

No obstante, ahora el verdadero reto del país es ir un paso más allá. Alejarse del modelo de ‘copia y mejora’ para dar un salto cualitativo del ‘hecho en China’ al ‘creado en China’. Para eso, la segunda potencia mundial necesita invertir en ciencia, también fuera del ámbito de la empresa. Y es lo que ha hecho en el ZNIDZ con la construcción del espectacular Sincrotrón de Shanghái.

El acelerador de partículas chino

Este acelerador de partículas de 432 metros de circunferencia se utiliza para estudiar diferentes tipos de radiación y tiene aplicaciones en ámbitos tan variados como la medicina, la biología celular, o la física atómica. Es la infraestructura científica más cara del país -210 millones de euros-, y muchos consideran que demuestra la apuesta sin fisuras del país por un nuevo tipo de desarrollo. “Es una rotunda declaración de intenciones. China apuesta por la ciencia como motor económico, y por eso invierte ya un 2% de su PIB en I+D”, anuncia con orgullo indisimulado Huang Ye, uno de los responsables del centro.

Quizá lo que se investiga en el sincrotrón parezca excesivamente teórico, pero Huang asegura que allí se combaten virus como el ébola o el H5N1. Y que esos avances van permeando poco a poco diferentes sectores de la industria. El objetivo es preparar a China para que lidere la nueva revolución que se avecina: la del Internet de las cosas. “Hasta ahora hemos ido a remolque en cuanto a tecnología de telecomunicaciones se refiere. El 2G estuvo liderado por Nokia, el 3G por Apple, y en 4G vemos ya una competencia seria por parte de las empresas chinas. Y pronto se abrirá ante nosotros una nueva etapa en la que podemos ir por delante”, afirma el vicepresidente de Huawei, Shao Yang. “Ahora estamos trabajando en los estándares del 5G, que estará operativo para 2020, y estamos convencidos de que podemos aprovechar el salto para marcar el camino”. Así, la propia Huawei, líder mundial en tecnología de redes de telecomunicaciones, ya cuenta en Zhangjiang con un inmenso centro de I+D en el que trabajan más de 10.000 personas.

El 5G, que permitirá interconectar en torno a 100.000 millones de personas y cosas a través de Internet, puede propiciar una nueva revolución industrial en la que China quiere llevar la batuta. “Ante el aumento de los costos de fabricación y la apreciación del yuan -la divisa china-, nuestras empresas están obligadas a innovar para sobrevivir. Estamos convencidos de que el 5G y la inteligencia artificial desarrollada a través del ‘big data’ van a ser clave en esta nueva era, y creemos que China cuenta con el talento profesional y el músculo económico necesarios para liderarla”, apunta Zhu Jun, secretario general de la Asociación China de Fabricantes de Electrodomésticos (CHEAA). La pregunta es inevitable: ¿Terminarán los estudiantes chinos metiendo yuanes en una hucha con la figura de un torero para ayudar a los pobres españolitos?

Es muy difícil modificar el imaginario colectivo asociado a un país. Para generaciones anteriores, que crecieron con imágenes monocromas de la nefasta Revolución Cultural (1966-76), los chinos todavía son aquellos que vestían el ‘traje Mao’ y se morían de hambre. Para las generaciones más jóvenes, sin embargo, los chinos son resignados trabajadores explotados que viven en condiciones infrahumanas y se dejan las pestañas catorce horas al día para fabricar productos de mala calidad. Los que se compran en el ‘todo a cien’. Además, vienen a nuestro país para saltarse la legalidad y acabar con el comercio local sin pagar un céntimo a Hacienda. Y ahí nos hemos quedado.

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