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La ciencia del miedo: cómo lo procesa nuestro cerebro y por qué nos gusta sentirlo
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nos sirve como defensa ante las amenazas

La ciencia del miedo: cómo lo procesa nuestro cerebro y por qué nos gusta sentirlo

El corazón en la garganta, el estómago encogido y los pelos del cogote de punta. Cuando tenemos miedo, nuestro cuerpo responde más allá de nuestro control

Foto: (David Nunuk/All Canada Photos/Corbis)
(David Nunuk/All Canada Photos/Corbis)

El corazón en la garganta, el estómago encogido y los pelos del cogote de punta. Cuando tenemos miedo, nuestro cuerpo responde más allá de nuestro control. Si estamos muy asustados, se nos escapan los gritos y se nos crispan los músculos, llegando a clavarnos las uñas en las palmas de las manos al apretar los puños e, incluso, soltando un guantazo a quien tenemos cerca.

Como explicaba el guion de la película de Pixar "Del revés", el miedo es una emoción encargada de mantenernos con vida. Se trata de un poderoso instinto que nos mantiene lejos de situaciones peligrosas, y lo hace en muchos casos desencadenando una serie de reacciones que nos hacen actuar sin darnos cuenta.

Por eso la ciencia ha analizado en muchas ocasiones cómo nos afecta el miedo y por qué. Estas son algunas de las conclusiones que han surgido de esos análisis.

1. Pelea o huye

Fight or flight” es como se bautizó en inglés a la reacción fisiológica que tiene lugar en nuestro cuerpo cuando nos asustamos. Plantar cara o salir corriendo son las dos opciones que tenemos al percibir un posible daño, un ataque o cualquier otra amenaza a nuestra supervivencia.

Se trata de conseguir un 'subidón' en el nivel de energía disponible en caso de tener que reaccionar ante la amenaza

El mecanismo que desata el miedo se encuentra en el cerebro reptiliano, que regula acciones esenciales para la supervivencia, como comer o respirar, y en el sistema límbico, que regula las emociones y las funciones de conservación del individuo. La amígdala, incluida en este sistema, revisa continuamente la información recibida a través de los sentidos. Cuando detecta una fuente de peligro, desencadena los sentimientos de miedo y ansiedad.

La amígdala despierta la respuesta del hipotálamo y la pituitaria, que segrega hormona adrenocorticotropa. Casi al mismo tiempo se activa la glándula adrenal, que libera epinefrina, un neutrotransmisor. Ambas sustancias químicas causan la generación de cortisol, una hormona que aumenta la presión sanguínea y el azúcar en sangre y suprime el sistema inmunitario. Se trata de conseguir un subidón en el nivel de energía disponible en caso de tener que reaccionar ante la amenaza.

2. ¿Qué le pasa a tu cuerpo cuando te asustas?

Las hormonas que genera tu cerebro cuando te asustas tienen el objetivo de prepararte para una posible acción muscular violenta, necesaria para huir o pelear. Esto es lo que hace tu cuerpo como respuesta:

-La función pulmonar y cardiaca se aceleran para llevar el oxígeno a todos los músculos.

-Los vasos sanguíneos se contraen en muchas partes del cuerpo, por eso te pones pálido o muy colorado, o alternas entre ambos estados.

-La función estomacal y del intestino alto se inhibe, hasta el punto en que la digestión se ralentiza o incluso se detiene.

-Los esfínteres se ven afectados de forma general, causando en algunas ocasiones una pérdida de control. Además, la vejiga se relaja (empeorando el problema anterior). En cambio, la respuesta que causa las erecciones se inhibe.

-Se inhiben las glándulas lagrimales y las que producen saliva, así que se te seca la boca y rara vez lloras durante un gran susto.

-Dilatación de las pupilas, visión con efecto túnel y pérdida de audición. Por eso en momentos en que estás muy asustado no ves ni oyes prácticamente nada más que lo que te asusta.

3. ¿Por qué hace todo eso?

Todos esos fenómenos tienen cuatro objetivos concretos, necesarios en caso de enfrentarse a una amenaza. El primero, es aumentar el flujo sanguíneo hacia los músculos, motivo por el que se retira de otras funciones en ese momento secundarias; el segundo, proporcionar una aportación de energía extra al cuerpo, para lo que aumenta la presión sanguínea, el ritmo cardiaco y el azúcar en sangre; el tercero, prevenir una pérdida de sangre excesiva en caso de resultar herido, por lo que se potencia la función de coagulación, y el último es hacer al cuerpo lo más fuerte y rápido posible, para lo que se aumenta la tensión muscular.

4. Miedo y evolución

Que el miedo es una ventaja evolutiva es algo bastante obvio: una buena evaluación y estrategia en torno a las amenazas es imprescindible para la supervivencia, tanto del individuo como de su descendencia.

Pero algunas teorías aseguran que disfrutar del miedo también tiene su lógica evolutiva: ser capaz de hacer frente al riesgo e incluso disfrutarlo abre al individuo un mundo de nuevas posibilidades que de otra forma nunca se plantearía, explorando posibilidades y dándole la baza de acceder a nuevos y mejores recursos (territorios, alimentos o materias primas).

Claro que un excesivo gusto por el riesgo se torna en una desventaja evolutiva, ya que suele conllevar una muerte rápida y la extinción de tus genes.

5. ¿Por qué nos gusta pasar miedo?

Es seguramente la pregunta del millón: si el miedo está asociado al dolor y emparentado con el estrés, el pánico y la ansiedad, ¿por qué hay personas que disfrutan pasando miedo? Sin ellas no existirían las casas del terror de los parques de atracciones ni todo un género cinematográfico.

Por otra parte, cuando nos asustamos y cuando algo nos emociona o produce placer, nuestro cerebro produce las mismas sustancias

Según un estudio, no se trata del mismo miedo que hablábamos antes. Escaneando el cerebro de voluntarios mientras veían películas de terror, determinaron que las partes del cerebro activadas durante la observación eran otras distintas. En vez de la amígdala, vieron actuar al córtex visual (encargado de procesar la información visual), al córtex insular (donde reside la conciencia de nosotros mismos) y el córtex prefrontal (asociado a la atención y la resolución de problemas entre otras cosas).

Por otra parte, cuando nos asustamos y cuando algo nos emociona o produce placer, nuestro cerebro produce las mismas sustancias: adrenalina, dopamina y endorfinas. Es el contexto lo que nos hace disfrutar de ellas o no, y si el miedo lo estamos sintiendo, pero cómodamente sentados en nuestro sillón o en una butaca de cine, el contexto no es amenazador y la experiencia resulta más positiva que negativa.

6. Un análisis psicológico de las películas de terror

Si es cierto que el cerebro distingue entre el miedo de verdad y el que nos hace pasar una película, ¿cómo lo hace? Según un análisis del psicólogo Glenn D. Walters, el terror de las películas se basa en tres factores.

El primero es la tensión. El suspense, el misterio, los sobresaltos o el puro gore (llámenlo gore, llámenlo casquería). Es algo propio de la acción, que el director consigue más o menos según su habilidad.

El segundo es la relevancia, y tiene que ver tanto con los espectadores como con la propia película. Es la capacidad de empatizar directamente con la fuente del miedo. Habrá miedos universales, como las arañas o la muerte, y otros más específicos, como los que afectan a colectivos (piensen en películas de terror adolescentes que mezclan a un asesino con la dispersión de rumores en un instituto y piensen si eso les daría a ustedes miedo) o a individuos concretos (alguien que sienta cercanas determinadas experiencias tendrá más miedo a una película en la que las representa que alguien que las vea con absoluta distancia).

El tercero es el irrealismo. Por muy bien que esté hecha una película, una parte de nosotros sabe en todo momento que lo que está viendo no es verdad, que en un par de horas como mucho las luces se encenderán de nuevo y todo habrá terminado felizmente para nosotros y para todos los que aparecen en la cinta, porque eran actores maquillados fingiendo. Todos recordamos un mal rato viendo una película de miedo cuando éramos demasiado pequeños, porque los niños tienen más problemas para distinguir la realidad de la ficción, pero de adultos entendemos que es todo puro espectáculo.

7. Los miedos innatos

Los niños suelen ser asustadizos. Igual que ocurre con las películas, a medida que nos hacemos adultos aprendemos a manejar algunas situaciones que de pequeños nos resultaban amenazadoras y superamos esos miedos. Los bebés, en cambio, solo tienen miedo a dos cosas: a caerse y a los ruidos fuertes. Es una cuestión de supervivencia en su forma más instintiva que llevamos grabada desde que nacemos.

Ambos estímulos son los que producen en llamado reflejo de Moro, una reacción que se observa en bebés y que se suele perder al cuarto o quinto mes de edad. Cuando se asustan por un ruido muy fuerte o cuando sienten que se están cayendo, abren los ojos como asustados y extienden los brazos hacia delante, con las palmas de las manos hacia arriba y los pulgares flexionados, para después cerrar los puños y atraer de vuelta los brazos hacia el pecho.

Se cree que este reflejo tiene el objetivo de evitar las caídas del pecho materno, especialmente en una época en que los bebés eran transportados amarrados al pecho materno. Si un bebé no cuenta con este reflejo, suele ser señal de problemas neuronales.

8. Los miedos adquiridos

Todos los demás miedos son adquiridos a base de experiencias propias o ajenas: las arañas, la oscuridad, los payasos, los perros, la muerte. Son cosas que aprendemos a temer porque nos han mordido en sentido literal o figurado. Sin embargo, hay miedos que llevamos más dentro que otros.

Un estudio de la Universidad de Virgina observó que, cuando pedían tanto a adultos que detectasen las serpientes de una colección de fotografías, lo hacían mucho más rápido que cuando les pedían que hiciesen lo mismo con las flores. Después de toda una vida aprendiendo a tener más que respeto por estos animales, la reacción no es sorprendente, pero sí lo fue descubrir que al repetir la prueba con niños pequeños, el fenómeno se repetía.

Los investigadores concluyeron que existe un sesgo evolutivo en la detección de amenazas. Es decir, que a lo largo de los siglos hemos aprendido a identificar algunas amenazas potenciales y hemos ido pasando la advertencia de generación en generación.

Otros miedos adultos se desarrollan por asociación: los aviones, las multitudes, los lugares pequeños y cerrados... No son cosas que suelan asustarnos de niños, pero sí a muchos adultos, que suelen relacionarlos con contextos de alguna forma negativos.

9. Pasar miedo adelgaza

Ver una película de miedo adelgaza, más cuanto más miedo te haga pasar. Eso concluyó un estudio realizado por la Universidad de Westminster en 2012, que de media se pueden quemar unas 113 calorías viendo una película de terror de unos 90 minutos, lo mismo que caminando media hora y el equivalente a una chocolatina pequeña. La que más calorías quema (184 de media, aunque varía según cada individuo) es, según los investigadores El Resplandor, seguida por Tiburón (161) y El Exorcista (158).

Para hallar esos datos, los científicos midieron la frecuencia cardiaca de los voluntarios, el consumo de oxígeno y la expulsión de dióxido de carbono, y descubrieron que el número de calorías quemadas aumentaba de media un tercio si estaban viendo una película de miedo. Determinaron también que los filmes con más sustos eran los que más calorías consumidas causaban, ya que causan picos en la actividad cardiaca.

La adrenalina también tiene mucho que ver. "Cuando el pulso se dispara y la sangre circula más rápido, el cuerpo recibe un subidón de adrenalina. Estas liberaciones de adrenalina que ocurren en periodos muy cortos con picos de estrés muy alto (en este caso, producidos por el miedo) reducen el apetito, aumentan el metabolismo basal y como resultado, queman más calorías", explicaba al Telegraph Richard Mackenzie, especialista en metabolismo celular y fisiología de la Universidad de Westminster.

10. Fobias, el miedo absoluto

Una fobia es un miedo absoluto, un terror irracional hacia un objeto o situación. Aunque todavía hay mucho que no se sabe sobre esta condición, sí se sabe que son difíciles de solucionar: para una persona con fobia a las arañas es difícil interiorizar que no hay una consecuencia negativa que deba temer de estos animales, porque el miedo en sí mismo ya lo es.

Como sentimiento irracional que son, las fobias son tan variadas como las personas que las padecen, aunque muchas de ellas son habituales y tienen causas muy comunes. Por ejemplo, se llama ergofobia al miedo a trabajar o al lugar de trabajo. Según los psicólogos, este sentimiento es en realidad la conjunción del miedo a no desempeñar correctamente las tareas que se nos asignan, a hablar en público y a las relaciones sociales. La somnifobia, otro ejemplo, es el miedo a quedarse dormido, que estaría causado por el temor a perder el control y por las pesadillas recurrentes.

Otras fobias, en cambio, son claramente un invento en aras del humor. Por ejemplo la hippopotomonstrosesquipedaliofobia, que sería el miedo a las palabras muy largas; la aiboffobia, que implicaría el terror a los palíndromos, o la luposlipafobia, surgida en un cómic y que supondría tener miedo a ser perseguido por varios lobos en torno a la mesa de la cocina cuando corrieses solo con unos calcetines sobre un suelo recién encerado.

El corazón en la garganta, el estómago encogido y los pelos del cogote de punta. Cuando tenemos miedo, nuestro cuerpo responde más allá de nuestro control. Si estamos muy asustados, se nos escapan los gritos y se nos crispan los músculos, llegando a clavarnos las uñas en las palmas de las manos al apretar los puños e, incluso, soltando un guantazo a quien tenemos cerca.

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