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El mayor pirata de la historia y otros relatos de la generación que 'liberó' la música
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en un libro de Stephen Witt

El mayor pirata de la historia y otros relatos de la generación que 'liberó' la música

Usuarios, inventores de formatos de sonido e incluso ejecutivos dan testimonio en un libro del periodista Stephen Witt de cómo comenzó la distribución masiva y gratuita de música por internet

Foto: (Foto: Gary Denham)
(Foto: Gary Denham)

Estados Unidos, 1997. El periodista Stephen Witt (New Hampshire, 1979) comienza sus estudios de matemáticas en la universidad. Por aquel entonces, aún no había oído hablar del MP3. Cuatro años después, cuando se estaba graduando, tenía seis discos duros de 20 GB repletos de canciones. En 2005 eran 1.500 GB, lo que significaban unos 15.000 álbumes, según sus datos (y no los había escuchado todos precisamente). Esa especie de síndrome de Diógenes digital le hizo plantearse que había una historia que contar: la de las personas que iniciaron la revoluciónde la piratería musical.

Fueron cinco años de investigación, de recopilación de documentos y entrevistas. Todo ello ha dado sus frutos en How Music Got Free: The End of an Industry, the Turn of the Century, and the Patient Zero of Piracy, un libro compuesto de varios reportajes protagonizados por las diferentes personas que, algunas sin pretenderlo y otras plenamente conscientes, han puesto rostro a los orígenes de la piratería musical.

En él están los ingenieros alemanes que inventaron el formato MP3 y que, desde luego, nunca pensaron que pudiera ser utilizado para despertar la ira de tantas discográficas; el trabajador de una planta de fabricación de cedés que robó miles de canciones y las difundió por internet o el creador de Oink, un sitio para compartir torrents bajo un aura de esnobismo elitista.

"Era adicto a las descargas"

“Yo mismo era un pirata musical en serie”, explica Stephen a Teknautas. “Y un día, mirando mi lista de álbumes robados, me pregunté: ¿De dónde vino toda esta música?Había asumido ingenuamente que la piratería era un fenómeno colaborativo abierto, pero resultó que la mayoría de la música filtrada en internet podía ser rastreada hasta a unas pocas personas”.

El periodista es alguien que descargó música de forma compulsiva (“dediqué mucho tiempo y pericia para aprender cómo hacerlo. Creo que era adicto”) pero que aplaude los servicios de pago, como Spotify (“creo que es un servicio genial”) o Netflix (“me suscribí, pero su oferta me pareció pobre y lo cancelé”), e incluso entiende el cierre de Grooveshark: “Nunca operaron dentro de los límites de la ley”.

Así, lo que iba a ser un libro técnico sobre los inventos que habían cambiado el mundo terminó convirtiéndose en “uno muy humano”, poniendo nombre e historia a los piratas y enfocándose en las motivaciones que llevaron a estas personas a actuar de una determinada manera. Es el caso de Bennie Glover, el trabajador de una fábrica de producción de CDs que robó más de 2.000 álbumes diferentes y se convirtió de la noche a la mañana en una de las primeras (y mayores) fuentes de música gratuita a través de internet.

Así llegaba la música a internet

En 1994, Bennie era un empleado temporal de la fábrica de CD que PolyGram tenía en Carolina del Norte (Estados Unidos). Compró una grabadora de discos, una de las primeras que se fabricó para el consumo doméstico, y comenzó elaborando recopilaciones de la música que ya tenía y vendiéndolas a sus amigos.

Pronto se le ocurrió que podría vender también la música que pasaba por sus manos en su lugar de trabajo. Los chats IRC y el aumento de la velocidad de descarga le permitieron contactar con más y más gente que compartía (nunca mejor dicho) su deseo de hacerse con música de manera gratuita.

Los capítulos filtrados de Juego de Tronos se quedan en agua de borrajas comparados con lo que Glover hizo en mayo de 2002, quizá su mayor éxito entre los 2.000 discos difundidos: filtrar The Eminem Show 25 días antes de su lanzamiento oficial, a pesar de que la planta de procesamiento de CDs había comenzado a implantar nuevos sistemas antirrobo y prohibía el acceso con ordenadores portátiles.

“¡Es difícil creer que existe alguien así!”, expresa Stephen acerca de Glover. “Que un trabajador de una fábrica pudiera tener tanto impacto aún me parece casi imposible”. Su historia no terminó bien, como tampoco la del británico Alan Ellis, un joven que desde el dormitorio de su casa comandaba Oink, un exitoso servicio para compartir torrents que presumía de exclusividad.

“El esnobismo de Oink era exactamente lo que este nuevo grupo estaba buscando: un lugar para jactarse de sus actitudes elitistas y despectivas sobre la tecnología y la música”, describe el periodista. La aventura acabó el 23 de octubre de 2007, cuando una docena de policías irrumpió en el cuarto de Ellis mientras su padre era detenido por presunto blanqueo de dinero.

'Que un trabajador de una fábrica de CDs pudiera tener tanto impacto aún me parece casi imposible'

Casi dos años y medio después, en enero de 2010, Alan se convirtió en el primer ciudadano británico juzgado por compartir archivos de manera ilegal, aunque fue declarado inocente. Cuando Stephen preparaba el libro y contactó con Alan para entrevistarlo, la única respuesta que recibió fue un escueto mensaje en el que mostraba su felicidad por haber dejado atrás esa etapa de su vida.

El ingeniero que ganó dinero (legítimo) con la piratería

Sus historias se cruzan con la de Karlheinz Brandenburg, el ingeniero de sonido que creó el formato MP3 y que prácticamente lo desechó porque no le veía ninguna utilidad. “Solo cuando los piratas comenzaron a usar su software tuvo éxito. La ironía es que él terminó ganando una fortuna en patentes con la ola más grande de infracción de derechos de autor que el mundo ha visto nunca”, recuerda Stephen.

Lo que narra el libro son solo los comienzos de la piratería musical, pero el fenómeno sigue vigente hoy en día. “La industria aún está en apuros”, valora Stephen. “Se maquilló de alguna manera por las tendencias en el mercado de música en directo (especialmente por la música dance) y por la alta demanda de permisos de anunciantes y películas”. Creativamente no parece irle mejor, según el periodista: si bien cree que “2015 está siendo un buen año para la música”, opina que es “muy comercial” y que el foco en los éxitos hace que “no tenga alma”.

Witt está al tanto de la situación en España, donde el debate se ha reavivado a raíz del bloqueo de páginas como The Pirate Bay. “Las demandas de copyright, interpretadas ampliamente, pueden ser usadas para denegar el acceso a una amplia variedad de webs. Algo como Wikileaks, por ejemplo, podría teóricamente ser bloqueado si Sony decidiera presentar una demanda de derechos de autor”, afirma. “Lo veo como una violación de nuestros derechos como usuarios de internet”.

Usuarios que, según Stephen, creen saber más sobre el pasado de la piratería de lo que en realidad conocen (“piensan que se saben la historia, ¡pero no!”) y se quedan a cuadros cuando acaban de leer su libro. “Alrededor del 80% es material original que no ha aparecido antes en algún otro sitio. Me gusta ver cómo la gente se sorprende al descubrir estas cosas nuevas”.

Estados Unidos, 1997. El periodista Stephen Witt (New Hampshire, 1979) comienza sus estudios de matemáticas en la universidad. Por aquel entonces, aún no había oído hablar del MP3. Cuatro años después, cuando se estaba graduando, tenía seis discos duros de 20 GB repletos de canciones. En 2005 eran 1.500 GB, lo que significaban unos 15.000 álbumes, según sus datos (y no los había escuchado todos precisamente). Esa especie de síndrome de Diógenes digital le hizo plantearse que había una historia que contar: la de las personas que iniciaron la revoluciónde la piratería musical.

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