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Cuando los algoritmos crean recuerdos que no existen
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¿EXISTE UN AUTÉNTICO PASADO EN INTERNET?

Cuando los algoritmos crean recuerdos que no existen

El cerebro modifica continuamente los recuerdos en función de las experiencias presentes, un comportamiento que ahora imita la inteligencia artificial. Pasado, presente y futuro tienen otro sentido

Foto: James Morley (Flickr)
James Morley (Flickr)

Cuando Robert Smith, investigador en informática del University College de Londres, revisaba el último álbum de fotos que había subido a Google+, se dio cuenta de que algo no cuadraba. Acababa de recibir un email de la red social comunicándole que su sistema de mejora fotográfica Auto-Awesome había realizado algunos cambios, aunque no especificaba cuáles. Él también lo había notado.

Una de las imágenes, en la que aparece sonriendo junto a su mujer, tenía un pequeño símbolo en su parte inferior. “¡Sonríe!”, indicaba. Lo cierto es que ambos salían muy bien y la instantánea estaba perfectamente integrada en la serie que había tomado durante sus vacaciones en Francia. Solo había una pega: ninguna cámara la había sacado nunca. Los algoritmos del softwarela habían creado artificialmente combinando otras dos, y el rótulo con exclamaciones era su forma de avisar al propietario.

El programa está activado por defecto en cualquier dispositivo Android, y aplica filtros y otras alteraciones de manera automática a las fotos que subes o se sincronizan con la plataforma. Después, tú decides si quieres hacerlas públicas o prefieres conservarlas en privado.

Si Smith se dio cuenta de la modificación fue en parte gracias a sus conocimientos en inteligencia artificial, pero pudo haber pasado desapercibida. “Podría haber visto la fotografía y pensado que formaba parte del álbum, convirtiéndose en una nueva manera de rememorar ese instante”, explica Smith a Teknautas. Google había creado un momento que jamás se había producido en la vida real.

¿Un segundo cerebro digital?

“Se ha demostrado que los recuerdos están basados en la experiencia y conocimiento presente más que en lo que realmente ha sucedido: fabricamos historias constantemente”, afirma Anders Sandverg, neurocientífico e investigador del departamento de filosofía de la Universidad de Oxford. El cerebro deforma las memorias según nuestra actual situación, influido también por el entorno, reconstruyendo continuamente el puzle de información que guarda del pasado.

El proceso ocurre de manera natural, pero el programa es un artificio desarrollado por los ingenieros de Google. “Hace décadas que las personas editan imágenes, incluso antes de la llegada de la fotografía digital”, aclara Smith. Más alarmante que la modificación en sí, según el investigador, es el hecho de que no tengamos control sobre los cambios. “Ningún humano hurgó en mis imágenes, lo hizo una máquina desde algún lugar del mundo ejecutando algoritmos que actúan automáticamente”.

Esto no pasa solamente con las fotos que se adentran en territorio Google. Si pensamos en las instantáneas que colgamos en Facebook o que compartimos a través de Dropbox, nos haremos una idea de la ingente cantidad de archivos que circulan por la Red y son susceptibles de sufrir alteraciones. “Si pasan por filtros aplicados por una inteligencia artificial sin que nos demos cuenta, no podríamos fiarnos de ellas para conocer la historia”, afirma el investigador del centro londinense. De hecho, no deberíamos. Confiar ciegamente en su objetividad resulta peligroso, apunta Sandverg.

Hemos puesto nuestros recuerdos en manos de terceros y, en el futuro, quizá no podamos fiarnos de ellos para comprender nuestra historia

La alternativa es tomar conciencia de que las fotografías, como cualquier otro tipo de información que se almacena en la Red, representan “una imagen selectiva y a veces engañosa del pasado”, explica el neurocientífico, y no ceder todo el material a una misma empresa. “La acumulación de contenido en una sola plataforma hace que se convierta en un monopolio y puedan hacer lo que quieran”, afirma Enrique Alonso, experto en filosofía de la ciencia y la tecnología de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM).

“Los algoritmos y datos de los que dispone Google le permitirían manipular la memoria humana a niveles inimaginables. Podría cambiar la historia simplemente modificando las búsquedas, y esto no es ciencia ficción”, prosigue. El gigante de Mountain View pretende incluso predecir el futuro: su buscador completa los términos que introduces y en 2013 intentó pronosticar los picos de gripe aviar en Estados Unidos (sin demasiado éxito). También ha escudriñado su bola de cristal para anticipar la recaudación de una película o el vencedor de un partido del Mundial de fútbol (aunque no pudo batir a Microsoft). Entonces, ¿el paso del tiempo en internet se ha convertido en algo maleable?

Un pasado cambiante y deslocalizado

“Antes almacenábamos nuestros recuerdos físicamente (fotografías en papel, cintas, cartas, etc.), ahora lo hacemos en formatos digitales que están sometidos a alteraciones constantes, así que los vamos perdiendo”, explica Alonso. Sin embargo, cuando tenemos un montón de imágenes colgadas en las redes sociales y documentos almacenados en la nube, el efecto parece el contrario: una sobredosis de información a preservar.

“Al principio se creía que ese era el peligro, guardar demasiado contenido, porque hay mucho espacio y no filtramos lo que queremos conservar, pero en realidad desaparece en la misma medida”, prosigue el investigador de la UAM. “Actualmente se pierden diariamente bytesde información equiparables a lo que se quemó en la biblioteca de Alejandría”. Una “crisis de la memoria” directamente ligada a la era digital.

Alonso duda incluso que se pueda preservar algo en la red. La inestabilidad se debe, por una parte, a los mismos cimientos de internet, a la manera en que se almacenan los archivos. ¿Dónde están realmente las imágenes que has subido a Facebook? ¿Y a Google? ¿En qué lugar del mundo ha instalado Dropbox sus servidores? Si tienes una web, ¿sabes en qué disco duro se guarda cada página que añades?

“Si esas grandes compañías quiebran, se tragarán todo el contenido, pertenezca a quien pertenezca, y será irrecuperable”, sostiene Alonso. La única manera, dice, es transformarlo en un formato físico: “Una nota de la compra sobrevivirá decenas de años, una conversación de Whatsapp, no”. Imprimir imágenes y documentos para que ninguna multinacional se los lleve consigo si algún día (nunca se sabe) desaparece.

Otro factor determinante es el formato. A finales de los 70, Sony apostó por un formato de vídeo analógico denominado Betamax, con cintas muy parecidas a las VHS que comercializaron un año después JVC y Matsushita (la actual Panasonic). Aunque las primeras tenían menor tamaño, mejor calidad de imagen y sonido que sus competidoras, la ambición de Sony, que no quiso abrir su estándar, hizo que desaparecieran del mapa y VHS se convirtiera en el estándar de vídeo. Hoy, ambas tecnologías se han convertido casi en reliquias.

“¿Qué te garantiza que el formato PDF sea legible dentro de 25 años?”, nos plantea Alonso. Como el VHS, se ha convertido en un estándar, pero “pertenece a Adobe, que tiene los derechos”. La compañía puede quebrar y llevarse consigo su producto o perder frente a un futuro competidor que proponga una alternativa. “Para conservar un documento habría que adaptarlo continuamente a los nuevos formatos”, dice el investigador de la UAM.

El proceso no tiene por qué verse como una catástrofe, sino que tiene una interpretación evolutiva. De manera similar a la selección de las especies darwiniana, “si un contenido es suficientemente importante sobrevivirá en nuevos formatos, pero todo lo que la sociedad no considere valioso se va a perder”. Alonso pone un ejemplo: “No dudo que El Quijote va a existir en el futuro”.

En internet solo hay lugar para una historia volátil, un pasado reescrito y un presente en parte determinado por los algoritmos de un buscador que intenta convertirse en vidente. “Cuando miramos al pasado, los historiadores somos conscientes de que es extraño, distante y que solo puede entenderse correctamente desde esa alteridad”, nos dice Anaclet Pons, autor de ‘El desorden digital: guía para historiadores y humanistas’. Una postura que cada vez es más aconsejable compartir.

Cuando Robert Smith, investigador en informática del University College de Londres, revisaba el último álbum de fotos que había subido a Google+, se dio cuenta de que algo no cuadraba. Acababa de recibir un email de la red social comunicándole que su sistema de mejora fotográfica Auto-Awesome había realizado algunos cambios, aunque no especificaba cuáles. Él también lo había notado.

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