No, la NASA no inventó ninguno de estos seis objetos cotidianos
La ciencia espacial, tan lejos de nuestro día a día, ha dado como resultado objetos que todos usamos. Estos seis inventos, sin embargo, no nacieron para el espacio
Cristales a prueba de rayajos que se crearon pensando en ajetreados vuelos espaciales y que terminamos encontrando en nuestras gafas de sol, o comida enriquecida que pasó de alimentar a los astronautas a los alimentos para bebé de cualquier supermercado. Muchos de los materiales e inventos que ha creado la agencia espacial estadounidense en las últimas décadas han encontrado el camino de la experimentación a la producción industrial y han terminado en nuestra vida cotidiana, lejos de dónde fueron ideados pero solucionando problemas del día a día. Toda una defensa práctica de la inversión en investigación espacial y básica.
Pero en torno a la NASA y a sus investigaciones hay tanta realidad como confusión e incluso leyenda y no son pocos los que confunden el origen de otros inventos, atribuyéndolos a esta institución sin que sea realmente ésta la que tiene el mérito. En algunos casos, la confusión proviene de que la NASA modificó o utilizó el objeto, dándolo a conocer. En otros, de que por su cuenta trabajó en desarrollos parecidos, aunque no dieran como resultado el objeto final.
1. El bolígrafo espacial
Es quizá el caso más conocido, seguramente porque se incluyó en el guion de un capítulo de la popular serie El Ala Oeste de la Casa Blanca y porque se ha contado en radio y televisión incontables veces: advertidos durante la carrera especial de que los bolígrafos tradicionales necesitan de la gravedad para funcionar y de que por tanto no funcionan en el espacio, la NASA invirtió cientos de miles de dólares para desarrollar un boli que escribiese sin gravedad. Los soviéticos, mientras tanto, decidieron utilizar lápices.
Esto no es exactamente verdad. De hecho, los primeros vuelos tripulados de la NASA también llevaban lápices como material de escritura. Unos lápices mecánicos que, como cuenta el bolg Microsiervos, encargaron a la empresa Tycam Engineering Manufacturing al elevado precio de 128,89 dólares la unidad. Al cambio de hoy, unos 900 dólares por lápiz. Ante el desmesurado gasto en papelería, pronto dieron marcha atrás y comenzaron a utilizar lápices normales.
Pero los lápices no eran una solución perfecta. Una punta rota o el polvo de grafito de las minas podían dañar los equipos, la madera del lápiz es inflamable y la calidad de los documentos escritos así era deficiente. Así que hacía falta una solución mejor. La NASA sí que comenzó a investigar cómo crear un boli espacial, pero el presupuesto se disparó y el proyecto quedó abandonado.
Más o menos por aquella época Paul C. Fisher, que no recibió ningún encargo de la agencia espacial ni fondos públicos, desarrolló un bolígrafo que funcionaba en condiciones de ingravidez, bajo el agua y en un rango de temperaturas de entre -45 y 205 grados. Fisher Pen, su compañía, invirtió en ello aproximadamente un millón de dólares. Tras probarlo y comercializarlo, lo ofreció a la NASA, que terminó encargando 400 unidades en 1969. Esta vez, a 6 dólares la unidad.
2. Tang, bebida de naranja en polvo
La versión original era de sabor naranja, y era una forma perfecta de llevar el zumo (o algo así) al espacio: en polvo. El Tang se hizo mundialmente famoso cuando en 1962 el astronauta John Glenn realizó una serie de experimentos en torno a la alimentación en el espacio. Pero tampoco fue un invento de la NASA.
Fue obra de un químico, William A. Mitchell, que trabajaba en la compañía General Foods Corporation, autor de hasta 70 patentes durante toda su carrera. El Tang (el nombre proviene de la palabra tangerina) fue comercializado por primera vez en 1959.
Pero las ventas eran muy bajas hasta que la NASA entró en escena, llevando al espacio el producto. Y eso que en aquel primer viaje espacial, el Tang no iba empaquetado con su logo y los colores de la marca, sino en sobres marcados simplemente con el sabor. Aun así, formar parte del programa espacial disparó su popularidad y sus ventas, y de hecho desde hace décadas forma parte del Salón de la Fama de los Alimentos de la NASA (sí, existe, y puede consultarse aquí).
3. Las herramientas inalámbricas
En este caso, no es tanto una cuestión de verdad o de mentira, sino más bien de matices. Lo cierto es que las primeras herramientas de bricolaje inalámbricas, impulsadas por pilas y no por la corriente eléctrica, llegaron al mercado de la mano de Black&Decker en 1961, de forma que no sontécnicamente, mérito de la NASA.
Pero a mediados de los 60, Black&Decker sí diseñó, bajo encargo de la agencia espacial, una taladradora inalámbrica para la misión Apolo, que se utilizaría para perforar la superficie lunar y traer muestras a la Tierra. Tenía que funcionar en condiciones extremas y sin gravedad, así que se probó antes en simuladores de gravedad cero: bajo el agua y en aviones que alcanzaban toda la altitud posible y luego se lanzaban en picado hacia abajo.
Como resultado del proceso de desarrollo, Black&Decker logró perfeccionar su funcionamiento, unos conocimientos que aplicó más adelante a muchos otros de sus productos, herramientas que profesionales y aficionados utilizan hoy en día.
4. Los códigos de barras
Están por todas partes, en cualquier cosa que queramos comprar. Y hay quien cree que fue un invento de la NASA, pero esto tampoco es verdad. De hecho, fue resultado del trabajo de varios inventores a lo largo de unos cuantos años en los que diseñaron y perfeccionaron una forma de identificación de productos que nació pensando en una cadena de alimentación local y terminó utilizándose en la industria del ferrocarril para clasificar los vagones según las locomotoras a las que podían engancharse.
La NASA, como decimos, no inventó los códigos de barras, pero sí que los utilizó. Desarrolló un tipo especial de código para identificar las miles de piezas que había que crear y poner en funcionamiento para crear las naves, satélites, módulos y estaciones espaciales. Era más fácil consignar así la información que tener que recordar todo de memoria.
En 1966 los códigos de barras llegan al público al ser impresos en paquetes de chicle, como una forma más rápida y eficaz de gestionar inventarios, cobrar mercancías y hacer estadísticas comerciales.
5. El teflón
El politetrafluoroetileno es un polímero parecido al polietileno en el que los átomos de hidrógeno se cambian por átomos de flúor. Todos nos hemos topado con él, aunque lo conocemos por el nombre de teflón. Es lo que recubre nuestras sartenes y evita que se pegue la comida a ellas.
Pero sus propiedades lo hacen también muy interesante para la ciencia espacial: es muy impermeable, no reacciona con otras sustancias químicas, es aislante eléctrico, no se altera con la luz y soporta un enorme rango de temperaturas. Esta última la hace especialmente adecuada para el revestimiento de aviones y cohetes, que soportan tanto temperaturas muy altas como muy bajas.
De nuevo, el teflón no es obra de la NASA, sino del químico Roy Plunkett que trabajaba para la empresa DuPont, actualmente propietaria de la marca comercial. En 1938, Plunkett trabajaba en el desarrollo de sustancias refrigerantes, y en el transcurso de un experimento creó, por casualidad, un polímero inerte a todos los disolventes, ácidos y bases disponibles.
6. El velcro
En 1948, el ingeniero suido George de Mestral desarrolló el velcro, un sistema de adherencia basado en dos tiras, una de pequeños ganchos de plástico y otra de fibras sintéticas, que al juntarse quedaban unidas pero que se despegaban simplemente tirando de ellas.
La inspiración no tuvo nada que ver con el espacio: la idea se le ocurrió al observar cómo las semillas de algunas plantas se enganchaban al pelo de su perro y a los bajos de sus pantalones al caminar por el campo.
Sin embargo, la NASA ha utilizado el velcro en numerosas ocasiones en el equipamiento de los astronautas, puesto que la falta de gravedad en nada afecta a su funcionamiento y es un sistema fácil y cómo de manejar sin tener que prestarle demasiada atención. De nuevo, esto supuso un despegue en la popularidad de este invento, que hoy podemos encontrar sobre todo en la ropa y el calzado creado para niños.
Cristales a prueba de rayajos que se crearon pensando en ajetreados vuelos espaciales y que terminamos encontrando en nuestras gafas de sol, o comida enriquecida que pasó de alimentar a los astronautas a los alimentos para bebé de cualquier supermercado. Muchos de los materiales e inventos que ha creado la agencia espacial estadounidense en las últimas décadas han encontrado el camino de la experimentación a la producción industrial y han terminado en nuestra vida cotidiana, lejos de dónde fueron ideados pero solucionando problemas del día a día. Toda una defensa práctica de la inversión en investigación espacial y básica.
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