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Así viven (y mueren) los percebeiros gallegos
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INDIGNACIÓN POR LA MUERTE DE MERCEDES VEIGA

Así viven (y mueren) los percebeiros gallegos

La parroquia de Viladesuso, una aldea del sur pontevedrés, se llenó el viernes durante el funeral de Mercedes Veiga, la percebeira que se ahogó el miércoles

Foto: Así viven (y mueren) los percebeiros gallegos
Así viven (y mueren) los percebeiros gallegos

La parroquia de Viladesuso, una aldea del sur pontevedrés, se llenó el viernes durante el funeral de Mercedes Veiga, la percebeira que se ahogó el miércoles mientras faenaba. Decenas de paraguas ennegrecían la fachada de la iglesia: gente que no había podido entrar. También había bastantes periodistas. Los periódicos gallegos siempre prestan una atención ritual a las muertes en el mar. La muerte en el mar no es un accidente laboral más. Eso lo saben todos los pueblos pescadores. El océano, para ellos, es un modo de vida y, al mismo tiempo, un inmenso panteón.

Pero esta vez, además, no era solo una cosa entre un marinero y el mar: la política se ha metido de por medio. En el pueblo están bastante indignados. El helicóptero de salvamento tardó más de 40 minutos en llegar a la zona. La empresa no había establecido guardias presenciales en el aeropuerto de Peinador (Vigo). Es decir, el piloto tuvo que ser localizado, se tuvo que trasladar al aeropuerto y sobrevolar menos de 30 kilómetros de litoral. Los vecinos de Mercedes creen que si el piloto hubiera estado de guardia presencial en el aeropuerto y hubiera tardado diez minutos menos, ella seguiría hoy con vida.

¿Por qué el piloto no estaba en el aeropuerto? La Xunta admite que la empresa concesionaria del servicio, Inaer, lleva desde el 28 de noviembre de forma "transitoria" trabajando con un régimen de guardias localizadas debido a una "incidencia puntual" relativa al periodo de preparación del personal. Esas guardias, dice la Xunta, fueron dispuestas "en base a una resolución transitoria de incidencia puntual de la ejecución del contrato del servicio por parte de la empresa" y "ante una causa de fuerza mayor que impide" a la compañía "desarrollar el servicio en las condiciones habituales".

Ni en la iglesia ni en el cementerio hubo alboroto. Tampoco cuando la conselleira de Pesca de la Xunta, Rosa Quintana, acudió al tanatorio a dar el pésame al marido y a la hija de la fallecida. Indignación, sí. Pero una indignación muy resignada. Muy gallega. Muy mariñeira.

Sin saber nadar y sin anclajes

La zona en la que se ahogó Mercedes Veiga, de 58 años, es conocida como As Orelludas (Las Orejudas) por el relieve que hacen las rocas en el mapa. Ese día no había mar brava. Las olas alcanzaban un máximo de dos metros. En los días malos, como ayer, pueden superar los siete metros. “Hoy el mar aquí está increíble. Tenías que verlo”, le dice al periodista por teléfono el percebeiro Xabi Garrido, amigo de Veiga.

Xabi estaba con Mercedes Veiga arrancando percebes cuando el golpe de mar se la llevó. Doce percebeiros faenaban en las proximidades. Van solos, sin atar, y se colocan a una distancia de entre cinco y diez metros uno de otro. De esta forma, si una ola derriba y arrastra a uno, cosa bastante frecuente, los compañeros se encuentran a una distancia perfecta para arrojar la cuerda al hombre al agua.

Mercedes Veiga no tuvo esa suerte. Cuando los compañeros la vieron entre las olas, la resaca la había alejado demasiados metros. Le lanzaron la cuerda, pero no consiguieron alcanzarla. Nadie se lanzó al agua: “Era inútil”, cuenta Xabi. “Lo primero, porque casi ningún percebeiro sabe nadar. Deberían obligar a acudir a cursos para dar los carnés de percebeiro. Yo soy de los pocos que saben. Mercedes no sabía, creo. Yo pensé en saltar. Pero conocemos el mar. Era imposible alcanzarla. A Mercedes la ola la había alejado, pero el mar venía contra nosotros. Ni el mejor nadador del mundo hubiera conseguido llegar hasta ella. El mar te lleva donde quiere, no donde tú quieres. Ni el mismo Mark Spitz habría llegado”, alude al mítico nadador heptamedallista norteamericano.

El Confidencial se puso este sábado en contacto con la familia de la fallecida. No quieren hacer declaraciones. En la aldea de Viladesuso comentan que están sopesando demandar a la Consellería de Pesca o a la concesionaria de salvamento por negligencia o dejación de funciones. “Algo he oído”, señala Xabi. “Pero no lo sé cierto. Yo lo haría. Los demandaría. Si hubieran llegado diez minutos antes, seguramente habrían podido rescatarla”. ¿Cuánto tiempo tuvieron a la vista sus compañeros a Mercedes? “Yo no podría decírtelo. De verdad que no podría decírtelo. Lo siento. Algunos dicen que la vieron durante 30 minutos. Pero yo no soy capaz de calcularlo. De verdad que no soy capaz. Lo siento”, insiste.

El periodista se disculpa por la crueldad de la pregunta. Pero es necesaria. Si Mercedes estuvo a flote durante tanto tiempo, se habría salvado de haber cumplido el helicóptero los plazos de respuesta para estas emergencias: el contrato con Inaer, concesionaria privada del servicio de salvamento, establece un tiempo máximo de respuesta de 10 minutos los 365 días del año.

Trabajar hasta los 65

Mercedes tenía 58 años. Quizá una edad excesiva para realizar un trabajo que requiere enorme fuerza física y agilidad. Los percebeiros pescan en la roca, sometidos a los constantes golpes de las olas. “Es una locura que nos hagan trabajar hasta los 65 años”, denuncia Xabi. “A los de marina mercante los jubilan a los 55. Aquí hay compañeras que siguen en el mar con 63 años. No es justo eso”.

La parroquia de Viladesuso, una aldea del sur pontevedrés, se llenó el viernes durante el funeral de Mercedes Veiga, la percebeira que se ahogó el miércoles mientras faenaba. Decenas de paraguas ennegrecían la fachada de la iglesia: gente que no había podido entrar. También había bastantes periodistas. Los periódicos gallegos siempre prestan una atención ritual a las muertes en el mar. La muerte en el mar no es un accidente laboral más. Eso lo saben todos los pueblos pescadores. El océano, para ellos, es un modo de vida y, al mismo tiempo, un inmenso panteón.