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El joyero que sufrió once atracos y pidió la jubilación
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El joyero que sufrió once atracos y pidió la jubilación

Lo encañonaron a punta de pistola cuatro veces; sufrió once atracos (sin contar los cientos de hurtos) y no ha podido cuantificar el dinero que le

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El joyero que sufrió once atracos y pidió la jubilación

Lo encañonaron a punta de pistola cuatro veces; sufrió once atracos (sin contar los cientos de hurtos) y no ha podido cuantificar el dinero que le han robado en forma de pulseras, sobre todo de oro. Agapito Cantero se jubiló el año pasado porque su familia ya no aguantaba la agonía de pensar qué pasaría el día en que uno de los atracadores apretase el gatillo. “¿Oye su voz? Él no habla así. Se quedó ronco de los auxilios que gritó en el último atraco”, recalca Angelita, su mujer. Habla del 14 de febrero de 2009, el mismo día que Agapito celebraba 43 años detrás del mostrador de la minúscula joyería-relojería Ros-May que compró en los años cincuenta por poco más de mil euros. Tenía 68 años, pero aún no pensaba en la retirada. No concibe la vida sin arreglar relojes porque “mamó” la profesión de su padre, que lo crió con el jornal que se sacaba arreglando los relojes estropeados de su pueblo de Cuenca.

Hoy, ya jubilado, Agapito recibe a El Confidencial en el patio en el que guarda medio centenar de relojes con carillón y desde el que arregla los aparatos que vendió y dejan de funcionar. “Cuando un cliente me ve por la calle y me pide un arreglito, yo se lo hago encantado. Si se lo vendí yo, servidor lo arregla”.

Agapito echa en falta más mano dura contra los delincuentes. “Si cuando los pillaran les hicieran pagar peseta a peseta lo que han robado… Otro gallo cantaría”. No hay un perfil definido de atracador: "Hasta gente bien vestida ha metido la mano y se ha llevado unas cuantas pulseras". El gremio de joyeros, plateros y relojeros lleva años suplicando endurecer la Ley de Enjuiciamiento Criminal (LEC) para frenar la multirreincidencia.

Así resolverían parte de los problemas reales que padecen continuamente los joyeros. Más pronunciados en tiempos de crisis. “Nos hablan de terrorismo, de extranjería, de organizaciones criminales. Parece que los millones de delitos y faltas anuales que sufrimos no necesitan enmienda”. Agapito y los joyeros madrileños consideran que el Código Penal no va a resolver sus problemas, pero sí podría solventarlos una Ley de Enjuiciamiento Criminal. “Yo me refiero a que se prevengan delitos con medidas cautelares”, reclama Agapito, harto de ver por su barrio a criminales reincidentes.

Los joyeros, relojeros y plateros exigen que se apruebe en el menor tiempo posible y para proteger a los ciudadanos “y no a los delincuentes” la tan ansiada LEC. Los propios joyeros madrileños lo avisan en su web: “Ya conocéis el lema: en caliente no se debe legislar; mientras, se enfría la situación y cierran establecimientos por causa de robo, seguiréis burlados por los malhechores y por la Ley que se lo permite, esa ley que el Partido Socialista se niega a modificar y que debe exigir con urgencia el Partido Popular y los demás grupos parlamentarios si francamente pretenden atender las necesidades sociales. Hasta la fecha les hemos escuchado poco o nada”.

Agapito asiente con la cabeza. Él sabe lo que es vivir con el alma en vilo durante 43 años. “El primer robo fue en 1981. Me quitaron joyas por un valor de 25 millones de las antiguas pesetas. No tenía seguro, pues no me alcanzaba para pagar el millón al año. Ese robo me dejó en la más absoluta ruina y tuve que trabajar 16 horas al día para remontar. Con el dinero que se llevaron podría haberme comprado tres pisos como el que vivo actualmente, valorado en 600.000 euros”. A partir de ese día, el seguro se encargaba, siempre tarde, de devolverle el valor del coste de los diez robos que estarían por llegar. “Nunca calculas el 100% de lo que se han llevado. Más o menos cincuenta pulseras, pero a lo mejor eran 58. ¡Quién sabe!". El seguro cubre el precio de coste del robo; el IVA lo costean los joyeros atracados.

El último mazazo del que su voz todavía se resiente fue el que colgó el cartel de cerrado. “Mi familia casi me dio a elegir entre la tienda o ellos”. No hubo opción a réplica. Desde entonces, pasa sus ratos libres en el patio donde almacena los relojes que no vendió. Refugiado, sigue arreglando aparatos sin prisa y sin miedo. “Sobre todo sin miedo”. Su último mérito fue conseguir darle cuerda a un reloj  de bolsillo de 1753. “Dos años he tardado en hacerlo andar”. Por más que sus hijos se empeñen, Agapito nunca podrá dejar de ser relojero. Sigue, sin darse cuenta, la estela de su difunto padre Rosito, un relojero de los de antes, el que le enseñó a limpiar los relojes con gasolina y una brocha a los siete años.

Lo encañonaron a punta de pistola cuatro veces; sufrió once atracos (sin contar los cientos de hurtos) y no ha podido cuantificar el dinero que le han robado en forma de pulseras, sobre todo de oro. Agapito Cantero se jubiló el año pasado porque su familia ya no aguantaba la agonía de pensar qué pasaría el día en que uno de los atracadores apretase el gatillo. “¿Oye su voz? Él no habla así. Se quedó ronco de los auxilios que gritó en el último atraco”, recalca Angelita, su mujer. Habla del 14 de febrero de 2009, el mismo día que Agapito celebraba 43 años detrás del mostrador de la minúscula joyería-relojería Ros-May que compró en los años cincuenta por poco más de mil euros. Tenía 68 años, pero aún no pensaba en la retirada. No concibe la vida sin arreglar relojes porque “mamó” la profesión de su padre, que lo crió con el jornal que se sacaba arreglando los relojes estropeados de su pueblo de Cuenca.