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¿Por qué beben nuestros hijos?
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¿Por qué beben nuestros hijos?

Quienes trabajan en los servicios de urgencia vienen advirtiéndolo desde hace tiempo: si supiéramos lo que se ve en ellos los fines de semana nos echaríamos

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¿Por qué beben nuestros hijos?

Quienes trabajan en los servicios de urgencia vienen advirtiéndolo desde hace tiempo: si supiéramos lo que se ve en ellos los fines de semana nos echaríamos las manos a la cabeza. Una de las últimas modas en Europa, también importada aquí, es la competición llamada beber hasta el coma, que consiste en ingerir la mayor cantidad de alcohol posible en un duelo de resistencia que suele acabar mal; tampoco es infrecuente que algún incauto acabe ciego sólo para que sus compañeros de noche puedan colgar las pruebas en Youtube; y, en otras ocasiones, simplemente se trata de alguien que ha salido con el propósito de pillar una buena borrachera y ha conseguido con creces su objetivo.

Tales prácticas, que si bien seguidas sólo por una minoría de jóvenes, se insertan en  un contexto donde el consumo de alcohol es visto desde la absoluta normalidad. Hablamos de una sustancia muy presente en el conjunto social y que, en consecuencia, también forma parte habitual del ocio adolescente: el 88% de quienes cuentan entre 12 y los 18 años lo ha probado, el 61% bebe con regularidad y hay un 10% que se emborracha cada 15 días.

El sociólogo Francesc Xavier Altarriba, quien ha realizado un estudio que comprende 23.000 entrevistas a jóvenes de toda España, núcleo de ¿Por qué beben? Adolescentes y alcohol, (Editorial Ceac), advierte que, aún sin caer en el alarmismo, estamos ante un problema real. Y con múltiples vertientes: el alcohol es fuente de accidentes, de reyertas entre jóvenes y de conflictos con los vecinos de aquellos barrios en que se ubican los locales de ocio; también incide en la delincuencia (en Alemania, el 39,3 de los delincuentes juveniles tiene una estrecha relación con el alcohol); y es causa de muchas situaciones en las que se pone en riesgo la salud, desde ingresos en urgencia por coma etílico hasta futuras adicciones.

Y toda posible solución pasa, según los expertos, por entender el problema,  identificando correctamente las causas que llevan a socializarse en torno a la botella. Según Altarriba, los adolescentes beben por tres razones. En primer lugar, para evadirse, “en tanto hablamos de una edad en la que, por muchas razones, no se está satisfecho de la propia biografía”; en segundo,  por imitación, “para intentar ser como aquellas personas que  admiran, para intentar ser adulto, para adquirir un rol maduro”; y, por último, para desinhibirse”. Guillermo Kozameh, médico psicoanalista y profesor de la Universidad Pontificia de Comillas, subraya que, junto con esas motivaciones, también aparecen otras mucho más ligadas a la ansiedad, caso de “las preocupaciones de futuro laboral y afectivo o las crisis de identidad sexual y profesional: la bebida también es un anestésico a mano para calmar la angustia”.

Sin embargo, este conjunto de causas, aun cuando estén operativas, no son las que explicarían las especificidades de nuestro tiempo, según el experto en adicciones Xavier Sánchez Carbonell, profesor en la facultad psicología Ramón Llul. Así, más que atribuir las novedades a un conjunto de disposiciones juveniles que han venido manifestándose desde que tenemos memoria, deberíamos reparar en lo mucho que se ha extendido el consumo de drogas, y el alcohol entre ellas, como efecto de una comercialización creciente. “La influencia de la publicidad; la capacidad de globalizar bebidas y tipos de consumo; o la facilidad para exportar productos legales (antes, en el Mediterráneo no se consumían bebidas destiladas, ahora son habituales) e ilegales tienen una notoria importancia a la hora de explicar los nuevos comportamientos”. Para Sánchez Carbonell hay dos factores decisivos. Uno es el económico: “las compañías que comercian con el alcohol son cada vez más grandes y tienen mayor incidencia en nuestras costumbres”; el otro es la disponibilidad: “el alcohol no es caro, resulta accesible y está socialmente bien visto”.

En ese sentido, cree que tampoco debemos caer en un alarmismo inútil cuando hablamos de los adolescentes, en la medida en se trata de hábitos que siempre han existido y que, en todo caso, son menos preocupantes que los de los adultos, quienes beben mucho más sin que la sociedad los señale con tanta insistencia. “Lo que hoy se dice respecto de los jóvenes ya se decía respecto de mi generación y de las que vinieron después”, asegura Sánchez Carbonell.

Graves actitudes, peores consecuencias

En el otro lado están quienes señalan que las cosas sí están cambiando. Que, por un lado, han surgido comportamientos diferentes, como es el consumo masivo en pandilla en lugares públicos, eso que se ha dado en llamar botellón. Y que, por otro, estamos ante nuevas actitudes, claramente ligadas a la transgresión, de las que cabe esperar graves consecuencias. Entre ellas, como apunta Guillermo Kozameh, la de  vomitar para seguir bebiendo, “una manera de medirse en la resistencia y un desafío que a veces terminan en una guardia médica nocturna de manera trágica”.

Pero la novedad más señalada no tiene que ver con lo que se hace sino con las causas. Muchos expertos tienden a señalar la actitud parental como la clave para explicar la relación entre adolescentes y alcohol. Según Kozameh “parece que desde la mitad última del siglo XX en Occidente hay una decadencia de la autoridad, de esos valores y normas que pueden ayudar a configurar ideales”. Así, asegura Altarriba, nos encontramos ante chicos que “han sido criados en la cultura del no al no, que  han tenido dinero en el bolsillo y a los que, si bien se les ha dado muchos caprichos (tienen móvil, videoconsola y ordenador), les ha faltado lo esencial”. Son niños que ya no cuentan con la atención de los padres y con normas socialmente convalidadas como fuente primera de educación, habiendo cambiado aquellas por la interacción con las máquinas: “Es la primera vez en la historia que los jóvenes se relacionan con los demás a través de aparatos electrónicos en lugar de hacerlo cara a cara. Los adolescentes actuales emplean dos horas diarias en actividades relacionadas con el móvil, además del tiempo que emplean en el Messenger”. 

Y como se sustituye lo real por lo virtual, también a la hora de educar, acaba forjándose, según Altarriba, una juventud dada al botellón, a los excesos, al incivismo.  Lo que se agrava porque los jóvenes crecen percibiendo de primera mano las contradicciones del mundo adulto. Y en la medida en que desconfían de éste, tienden a carecer de creencias e ideales. "Se convierten en amorales, lo que es bastante más peligroso que la inmoralidad; ésta hace lo contrario de lo que prescribe la norma social; a aquélla no le importa nada". Por eso mismo, señala Komazeh, han aumentado los actos transgresores. Y es que, "si bien estos siempre han sido esperables en la adolescencia", ahora se están transformando en delictivos para encontrar así los límites que no les pusieron. Esos actos vandálicos o rompedores no serían otra cosa que "una llamada a las reglas que no se establecieron previamente".     

Quienes trabajan en los servicios de urgencia vienen advirtiéndolo desde hace tiempo: si supiéramos lo que se ve en ellos los fines de semana nos echaríamos las manos a la cabeza. Una de las últimas modas en Europa, también importada aquí, es la competición llamada beber hasta el coma, que consiste en ingerir la mayor cantidad de alcohol posible en un duelo de resistencia que suele acabar mal; tampoco es infrecuente que algún incauto acabe ciego sólo para que sus compañeros de noche puedan colgar las pruebas en Youtube; y, en otras ocasiones, simplemente se trata de alguien que ha salido con el propósito de pillar una buena borrachera y ha conseguido con creces su objetivo.

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