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Por qué Sánchez imita mal a Churchill con el coronavirus (contado por Boris)
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Lo que esconde la retórica del mito

Por qué Sánchez imita mal a Churchill con el coronavirus (contado por Boris)

¡Sánchez no es Churchill!, gritamos cada vez que da un discurso sobre el coronavirus. Y es verdad. Suena impostado, pero quizá no por los motivos que creemos. Lo explica Boris en un libro

Foto: Todos quieren hablar como Churchill. (Montaje: L. Martín)
Todos quieren hablar como Churchill. (Montaje: L. Martín)

Me van a permitir arrancar con un pequeño discurso para subir los ánimos en estos tiempos difíciles para nuestra gran nación:

"Grandes extensiones del mundo han caído en las garras del coronavirus, pero no vamos a languidecer. Llegaremos hasta el final, defenderemos nuestra sanidad pública, cualquiera que sea el precio, lucharemos en las playas, lucharemos en los hospitales y en las calles, lucharemos en las colinas, ¡nunca nos rendiremos!".

He aquí uno de los célebres discursos bélicos de Winston Churchill, primer ministro británico durante la II Guerra Mundial, con ligeras variaciones adaptadas al coronavirus. O el momento Churchill que todos los líderes, de Sánchez a Boris, tratan de repetir ahora... sin mucho éxito, al margen de que Boris tiene una oratoria muy superior a la de Sánchez (vean su discurso a la nación cuando empezó a tomarse en serio el virus, convicción absoluta y ni una palabra de más).

Dicen que Sánchez ha calcado discursos de Churchill en discursos, como cuando dijo: "Aunque nos abrumen las cifras de contagio, resistiremos. Aunque nos preocupe el impacto económico, que nos preocupa y ocupa, resistiremos. Aunque nos cueste mantener la moral en pie. Unidos resistiremos los golpes de la pandemia. Jamás nos rendiremos y venceremos". Pero muchos creen que Sánchez suena impostado cuando lo intenta. Que no hay emoción detrás de la retórica.

¿Por qué no suele funcionar imitar a Churchill? Para saberlo, hay que fijarse bien en sus palabras, pero también en el contexto y en las debilidades del ahora reverenciado personaje. Para entender el poderío de los discursos de Churchill, hay que entender primero sus contradicciones.

La hora más oscura

Churchill, el político que unió al país en la hora más oscura. No hay día que no se publique un artículo sobre esto, es ya un subgénero periodístico carbonizado, cada vez que un líder habla del Covid-19, se le compara con Churchill... y sale trasquilado. ¡Sánchez no es Churchill! ¡Boris no es Churchill! Y no lo son, pero la cantinela del "cualquier tiempo político pasado fue mejor", también tiene trampas.

Dice el mantra que los políticos de ahora no son cómo los de antes: 1) No tienen un ideario político claro. 2) Dicen muchas tonterías. 3) Se arriman al sol que más calienta con tal de sobrevivir. 4) Solo les interesa el poder por el poder. 5) No suenan sinceros cuando hablan.

Bien, tengo malas noticias para ustedes: Churchill práctico esas cinco cosas con gran obstinación a lo largo de su carrera.

placeholder Boris Johnson firma copias de su libro 'El factor Churchill' durante su presentación. (EFE)
Boris Johnson firma copias de su libro 'El factor Churchill' durante su presentación. (EFE)

Vale, pero Churchill sí era coherente y fiel a unos ideales. Pues tampoco. Tenía varias cualidades, pero esas dos no estaban entre ellas, según cuenta Boris Johnson en su biografía sobre Churchill. 'El factor Churchill' es el libro de un fan embelesado, pero como el periodista agitador que una vez fue, Boris se reserva un capítulo para buscarle las cosquillas a la leyenda.

Churchill se convirtió en primer ministro ('tory') tras la dimisión de Neville Chamberlain en mayo de 1940, "por mediación de un golpe palaciego", según Boris. Aunque llevó a Inglaterra a luchar contra Alemania en lugar de rendirse, como querían otros políticos británicos, Churchill fue recibido de uñas por su propio partido. Era visto como un chaquetero por haber cambiado de partido varias veces. No suena grave, pero piensen en el recochineo que hay en España cuando alguien cambia de partido. Veletas, no son de fiar, van dónde está la paguita... Pues esto es lo que pensaban muchos de Churchill en 1940.

Cientos de 'tories' consideraban a Churchill un oportunista, chaquetero, fanfarrón, egotista, bribón, cateto, granuja y borracho de solemnidad

Escribe Boris:

1) "Para acaudillar a su pueblo en guerra, Churchill tuvo que controlar... a cientos de 'tories' que lo consideraran un oportunista, chaquetero, fanfarrón, egotista, bribón, cateto, granuja y, en varias ocasiones bien documentadas, borracho de solemnidad. Ya hemos visto cómo vitorearon a Chamberlain y cómo se limitarán a bisbisear a Churchill cuando hizo su entrada en el Parlamento por primera vez (un suceso que lo dejó bastante afectado: 'No voy a durar mucho', dijo aquel día al abandonar la Cámara). Porfiaron en su hostilidad... Durante los dos meses siguientes a la toma de posesión de Churchill, la crónica de Paul Einzig ('Financial News') nos dice que la bancada 'tory' mantenía un 'hosco silencio' cuando se levantaba a hablar, incluso al terminar uno de sus discursos históricos. Mientras la bancada laborista lo vitoreaba, los 'tories' seguían buscando el modo de deshacerse de él".

2) "De esa época es una carta de Nancy Dugdale, mujer de un parlamentario pro Chamberlain, en que se recoge bien el talante de escrupuloso horror. Dirigiéndose a su marido, que ya estaba sirviendo en el ejército, le escribe: 'Miran a Churchill con total desconfianza, como bien sabes, y odian sus fantochadas radiofónicas. Churchill es en realidad el homólogo de Goering en Inglaterra, ansioso de sangre, de Blitzkrieg, hinchado de ego y del mucho comer, con la misma alevosía circulándole por las venas, a fuerza de cantos heroicos y palabrería. No sé cómo explicarte lo deprimida que me tiene esto'". Y eso que Nancy era de los suyos.

Churchill es el homólogo de Goering en Inglaterra, ansioso de sangre, de Blitzkrieg, hinchado de ego y del mucho comer, con la misma alevosía circulándole por las venas, a fuerza de cantos heroicos y palabrería

3) "'La límpida tradición de la política inglesa se ha vendido al mayor aventurero de la Historia política moderna', se oyó comentar al ministro júnior Raba Butler. 'Ponernos en manos de Winston y su pandilla fue un desastre innecesario', que supuso 'la entrega del futuro de este país a un tipo que es medio norteamericano y a quien solo apoyaba un grupo de gente ineficaz y parlanchina'".

¿A qué se debía tanta hostilidad? Boris lideró al país para ganar la guerra, pero hasta entonces había hecho la guerra por su cuenta. "¿Cómo explicar esta reacción histérica ante nuestro mayor héroe del siglo XX? Desde un punto de vista estrictamente 'tory', me temo que resulta de lo más comprensible. En el transcurso de sus 40 años de carrera parlamentaria Churchill no dio muestra de la menor fidelidad política, en general, por no decir fidelidad al partido 'tory'. Desde el momento mismo de su entrada en el Parlamento, en 1900, con la reina Victoria aún en el trono, aquel joven de veinticinco años petulante y pelirrojo hizo de la deslealtad su lema y su estrategia de promoción personal", cuenta Boris.

Foto: Allegra Mostyn-Owen, primera pareja de Boris Johnson, en Oxford en 1987


En 1904, Churchill cambió de chaqueta (se pasó de los conservadores a los liberales) para seguir ascendiendo. "No era lo que se llama un hombre de principios; era un resultadista en busca de gloria, sin freno alguno", según Boris. "Soy un liberal inglés. Odio al partido 'tory', a sus hombres y sus métodos'", resumió Churchill. Pero más tarde, pegó otro volantazo. "Como era de esperar, volvió a mudarse de bando —cuando el caballo liberal ya se le había muerto debajo, prácticamente—, en el más espectacular y circense cambio de montura jamás visto en el parlamento. Y durante la mayor parte de los años treinta se mantuvo a la altura de su reputación, apaleando a los líderes de su propio partido con el primer bastón que se le ponía a mano, en un desvergonzado intento de servir a su propia causa. No es de extrañar que hubiera escepticismo... Sus enemigos percibían en él un egotismo titánico, el deseo de subirse a todas las olas, por pequeñas que fueran... Cuando los enemigos de Churchill lo oían despotricar portentosamente contra Hitler y los peligros del rearme alemán, estaban oyendo a un hombre que había despotricado antes y que volvería a hacerlo", escribe Boris.

¿La ideología de Churchill? Una confusa mezcla de imperialismo romántico, idealismo y obrerismo. "Oportunismo, más que ninguna otra cosa", resume Boris.

La Gestapo roja

Otro detalle no menor sobre las contradicciones del personaje: Churchill perdió las elecciones en 1945. Si tan contentos estaban los británicos con Churchill, ¿por qué dieron la patada al héroe de guerra en plena celebración de la victoria?

Quizá porque la Inglaterra (y la Europa) que salió de la guerra era muy diferente a la que entró en la guerra. Había llegado la hora de las reconstrucciones nacionales, el keynesianismo y el laborismo.

Quizá porque el momento Churchill ya había pasado, era un hombre con una misión, ganar la guerra. Dicho y hecho. Todo lo de después sería melancolía decadente, como el Elvis de Las Vegas o el Suárez del CDS.

placeholder Portada de la rajada de Churchill sobre los laboristas.
Portada de la rajada de Churchill sobre los laboristas.

Quizá porque Churchill cometió errores de bulto en la campaña electoral, como comparar a los laboristas con la Gestapo (acuérdense de esto cada vez que Rafael Hernando suelte alguna burrada en el Congreso, y la prensa parlamentaria diga: ¡Qué barbaridad, qué banalización de la política, esto con Churchill no pasaba!). Pues sí, esto con Churchill sí pasaba, y cosas peores, Churchill dijo que un triunfo laborista sería igual que un triunfo de la Gestapo. Enfadó a muchísima gente al banalizar así la guerra. Bocachancla hay que decirlo más.

Pero veamos como describe Boris la gran escena: Churchill dándose cuenta de que el pueblo le había dado la espalda:

"En la tarde del 25 de junio Churchill abandonó la Conferencia de Potsdam en Berlín dejando a Truman y Stalin totalmente convencidos de que regresaría en triunfo, tras haber sido reelegido primer ministro de Gran Bretaña. A la mañana siguiente, con el recuento de votos casi terminado, se despertó antes del alba con 'una fuerte punzada de dolor casi físico'... Los laboristas habían ganado con una colosal ventaja de 146 escaños. Churchill y los conservadores habían sido derrotados. El mundo exterior quedó muy sorprendido, y a la gente, aún hoy, le cuesta trabajo entender que Churchill pudiera ser objeto de semejante rechazo. La verdad es que no hay de qué sorprenderse. Las elecciones no se ganan sobre la base de los logros políticos, sino por lo que se promete para el futuro... En su propio momento triunfal, Churchill pagó un alto precio por su condición única, su condición de figura nacional situada por encima de los partidos. A fin de cuentas, era un hombre tan seguro de sí mismo que no había tenido inconveniente en cambiar de chaqueta varias veces. No se le identificaba completamente con los conservadores y, por consiguiente, sus méritos no beneficiaron al partido. 'Aclama a Churchill. Vota laborista' era el eslogan del Partido Laborista. Funcionó".

Y atentos a la reacción deportiva de Churchill: "Cuando otra persona habló de 'ingratitud' por parte del electorado, Churchill dijo: 'Yo no diría eso. Lo han pasado muy mal'. A esto me refiero cuando hablo de su grandeza espiritual".

Piquito de oro

¿Pero entonces? ¿En que se sustenta el mito Churchill? En gran parte en su piquito de oro. Fue el gran orador de su generación, aunque tuvo que llegar la guerra para que sus discursos —que escribía él— pasaran de mero ejercicio de estilo a dinamizar una nación en armas.

Halló, en plena guerra, las palabras que hablaban directamente al corazón de la gente —de un modo que quizá no le había salido bien en momentos anteriores de su carrera—

Antes de que llegara el gran momento, su retórica fue criticada duramente. El propio Churchill reconoció que le gustaba más el sonido de sus palabras que su contenido. "Sí, las pirotecnias verbales se le daban muy bien, pero ¿dónde estaba el sentimiento, dónde la verdad, dónde la autenticidad? Lloyd George dijo en 1936 que Churchill era 'un retórico, no un orador. Solo pensaba en cómo sonaría una frase, y no en el impacto que podía tener en las multitudes'. En 1909 Edwin Montagu, parlamentario liberal, escribió: 'Winston aún no es primer ministro, y si llegara a serlo su pólvora estaría mojada. Puede agradar, deleitar, incluso entusiasmar al público al que se dirige, pero todo el mundo se olvida de lo que ha dicho'. Hasta sus más fervientes admiradores percibieron este fallo en su montaje. Lord Beaverbrook observó en 1936 que 'le falta la nota correcta de sinceridad que el país quiere escuchar'. Churchill era consciente de que se dejaba llevar por las palabras, y lo reconocía. 'No me preocupo tanto por los principios que defiendo como por la impresión que mis palabras producen', dijo. Es así quizá como podría recordársele ahora: como un mercader ampuloso, pasado de moda e hiperbólico... Podríamos considerarlo un hombre mucho más inclinado a la palabra frondosa que al sentido común, un hombre a quien faltaba la nota vital de la sinceridad —y que, por consiguiente, carecía de la capacidad final de convencer".

¿Qué pasó para que lo que antes sonaba ampuloso sonara después a música celestial? Pasó el histrionismo de la guerra. "Todo esto cambió en 1940 porque los propios acontecimientos alcanzaron sus tonos máximos de exageración. La crisis a que se enfrentaba Gran Bretaña alcanzó el nivel exaltado de los discursos de Churchill. Este, de pronto, dejó de parecer exagerado o arcaico en su modo de expresarse: lo que se le pedía era que despertase viejos instintos —el profundo deseo de los isleños de rechazar al invasor—; y el peligro era tan intenso y tan evidente que nadie podía poner en duda la sinceridad del orador. Churchill respondió a la Historia con varios de los discursos más sublimes jamás pronunciados... Halló, en plena guerra, las palabras que hablaban directamente al corazón de la gente —de un modo que quizá no le había salido bien en momentos anteriores de su carrera—".

placeholder Esculturas de Stalin, Roosevelt y Churchill en Yalta. (Reuters)
Esculturas de Stalin, Roosevelt y Churchill en Yalta. (Reuters)

Duelo de titanes

Pese a todo, los discursos bélicos de Churchill "no fueron necesariamente obras maestras de la oratoria teatral", cuenta Boris, que dedica varias páginas a comparar los estilos de Churchill y Hitler: "En lo tocante a pura potencia demagógica, el nazi ganaba por varios largos".

Los poderes de Hitler según Boris: "Es verdad que Hitler utilizaba a Goebbels como telonero de precalentamiento, llevando al público a un frenesí antijudío; y que recurría a trucos de puesta en escena: focos, música, antorchas, todo ello destinado a intensificar la comunicación. Pero ahí no estaba el secreto. Obsérvelo el lector, si puede soportarlo, y aprecie su fuerza hipnótica. Primero, antes de ponerse a hablar, una larga y atroz pausa; luego vemos cómo va arrancando con toda suavidad, con los brazos cruzados, para irlos separando según alza la voz; y luego la fluidez, tremendamente impactante, de sus gestos, sincronizados a la perfección con los crescendos del discurso. Tiene papeles delante, encima de la mesa, pero no suele recurrir a ellos. Parece estar hablando enteramente sin notas. Obsérvese el efecto en el público: las sonrisas beatíficas de las chicas, los gritos de los hombres y el modo en que los brazos se alzan para saludar al orador, como las escamas de una gigantesca criatura submarina. El modo en que lleva al público hasta el clímax colectivo: mediante frases cortas, sin verbo, carentes de significado gramatical, pero pletóricas de capacidad de sugestión. Es una técnica que ejercerá gran influencia a lo largo del tiempo, copiada, entre otros, por Tony Blair".

Hitler nos hizo ver el daño que puede causar el arte de la retórica. Churchill, en cambio, nos enseñó que con él se puede salvar a la humanidad

Los poderes de Churchill según Boris: "Observemos ahora a nuestro viejo amigo Churchill. Ahí está, con sus notas en la mano... Sus gestos parecen acartonados, por comparación, y ligeramente mal sincronizados: de vez en cuando, una mano se lanza hacia delante cuando no corresponde... En YouTube tenemos un discurso de Hitler que puede parecernos inquietantemente similar —por el tema y por la estructura— al de Churchill sobre el combate en las playas. 'Nunca aflojaremos, nunca nos cansaremos, nunca perderemos la fe', etcétera. Y, sin embargo, basta con hacer la comparación para ver cómo se desmorona. ¿Qué quiere Hitler? Conquista y venganza. ¿Qué emociones suscita su discurso? Paranoia y odio. ¿Qué quiere Churchill? Ahí tenemos una buena pregunta —porque, dejando aparte la supervivencia, hay una maravillosa vaguedad en su teleología, a pesar de lo vigorizante que resulta. Quiere 'paisajes más vastos y días mejores', o 'a vastas tierras altas alumbradas por el sol'. Le complace la idea de un 'periodo definitivamente más amplio'. ¿Un periodo más amplio? ¿Qué es eso? ¿Algo que ver con la obesidad? Y ¿a qué se refiere con lo de 'paisajes más vastos'? ¿A Norfolk? A mí me parece que en realidad no sabe lo que quiere (problema que se agudizaría políticamente una vez terminada la guerra), dejando aparte una idea general de benevolencia y felicidad y paz, unidas a la preservación del mundo en que él se crio. Las emociones que sus discursos provocaban eran, en cambio, totalmente saludables. Sí, hubo una buena cantidad de escépticos. Pero para millones de personas —refinadas y no tan refinadas—, el despliegue de su talento retórico sirvió para insuflarles valor y convencerlas de que podían enfrentarse a la mayor amenaza que habían conocido nunca".

Conclusión de la comparativa: "Hitler nos hizo ver el daño que puede causar el arte de la retórica. Churchill, en cambio, nos enseñó que con él se puede salvar a la humanidad. Se ha dicho que la diferencia entre los discursos de Hitler y los discursos de Churchill era que Hitler convencía a sus oyentes de que él, Hitler, podía hacer cualquier cosa, y Churchill los convencía de que eran ellos los que podían hacer cualquier cosa".

Moraleja: Ahora que todo el mundo compara los discursos de los líderes europeos con los de Churchill, y que los asesores de comunicación buscan a toda costa el momento Churchill, una advertencia. Imitar la retórica bélica de Churchill y sonar impostado es muy fácil, porque él mismo sonaba impostado muchas veces, así que imagínense sus imitadores. Cuando uno no es capaz de insuflar de emoción a la palabrería hueca, quizá es mejor que se limite a dar el parte. Que no es poco en estas circunstancias.

Me van a permitir arrancar con un pequeño discurso para subir los ánimos en estos tiempos difíciles para nuestra gran nación: