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"¡Niños, quemad al judío!": la tradición del siglo XVIII que ha revivido en Polonia
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"Los polacos maman el antisemitismo"

"¡Niños, quemad al judío!": la tradición del siglo XVIII que ha revivido en Polonia

El "juicio a Judas", una tradición antisemita del siglo XVIII, fue suspendido por orden de la Iglesia pero un pequeño pueblo ha decidido rescatarla desatando una crisis diplomática

Foto: Niños de Pruchnik, un pueblo del sur de Polonia, golpean un muñeco que representa a un judío. (Fuente: Screenshot)
Niños de Pruchnik, un pueblo del sur de Polonia, golpean un muñeco que representa a un judío. (Fuente: Screenshot)

El pasado viernes santo alguien encendió una cerilla en Pruchnik, un pequeño pueblo del sur de Polonia, para quemar un monigote.

Si los símbolos significan algo, lo que ocurrió en Pruchnik el pasado viernes santo estaba cargado de significado. Eran las tres de la tarde cuando, en la calle Juan Pablo II, permanecía colgado un monigote de unos dos metros, hecho a base de sacos rellenos de paja y ropa vieja. La cara del muñeco no dejaba lugar a dudas: tirabuzones de pelo negro, una kipá —sombrero típico judío— y, por si no quedaba suficientemente claro, un cartel con el nombre "Judas".

En poco tiempo se congregó un nutrido grupo de vecinos alrededor del "Judas" para golpearle por turnos 30 veces —tantas como monedas recibió Judas por vender a Cristo— y, a sugerencia de alguien, "cinco más porque los judíos quieren el dinero de Polonia". Es una referencia a la reivindicación de reparaciones económicas por los saqueos sufridos por los judíos en la Segunda Guerra Mundial. Los niños son incitados a patear al judío —"no en la cabeza, solo en el estómago"— y después de arrastrarlo hasta la plaza de la iglesia del pueblo, se le corta la cabeza, se le prende fuego y se arrojan sus restos al río.

Una vecina se lamenta de que este año el caudal sea escaso, porque eso hace menos vistosa la escena. El monigote descabezado flota a duras penas y cuando se aleja, los asistentes, alcalde incluido, continúan con la celebración asando salchichas en una pradera. En los días siguientes, las fotos de este acto inundan la prensa internacional, provocan problemas diplomáticos, desentierran oscuros capítulos de la Historia, generan referencias a Donald Trump e incluso dan pábulo a teorías conspiracionistas: hace poco han ardido Notre Dame y la mezquita de Al-Aqsa. Solo faltaba un fuego que atentase contra los judíos para completar la trilogía, aventuran algunos.

El "juicio a Judas", una tradición que data del siglo XVIII, fue suspendida por orden de la Iglesia hace muchos años, pero por alguna razón alguien decidió rescatarla de nuevo hace unos días. Según muestran las fotos de la prensa local, lo que ocurrió en Pruchnik, cerca de la frontera con Ucrania, no fue una mera celebración folclórica, sino una escenificación "puesta al día" con inequívocas referencias antisemitas, tan burdas como la confección del monigote en cuestión.

De manera significativa, las reacciones surgieron primero fuera de Polonia. El Congreso Judío Mundial lo calificó de “recordatorio de conductas medievales que condujeron a un sufrimiento inimaginable” y la prensa internacional reprodujo la noticia en el contexto de otras manifestaciones antisemitas ocurridas en este país en los últimos años. Por su parte, el Gobierno polaco esperó a que la Iglesia se manifestase al respecto: el ministro de Interior se limitó a retuitear la condena de la Iglesia polaca y más tarde a comentarla, diciendo que se trataba de una "idiota, pseudo religiosa 'chutzpah'", empleando la palabra hebrea que significa bravuconada o atrevimiento. Un exministro de Exteriores fue más allá y demostró también cierto 'chutzpah' asegurando que en realidad se trata de una campaña internacional de desprestigio a Polonia para que no se construya "Fort Trump" (la base militar estadounidense en suelo polaco propuesta por el presidente Andrzej Duda).

En medio de esta tormenta de declaraciones, acusaciones y cuestionables interpretaciones, se sigue echando en falta una excusa que aún nadie ha pronunciado: el alcalde de Pruchnik, escudándose en el carácter tradicional del "juicio a Judas", advertía que no se debía utilizar para dañar la imagen internacional de Polonia y recordaba que mucha gente del pueblo ayudó a judíos durante la ocupación nazi. Días después, el informativo de la televisión estatal daba cuenta de los hechos bajo el titular de "falsas acusaciones de antisemitismo" y recordaba que en Francia y Alemania se registran más ataques contra los judíos que en Polonia, añadiendo así más leña al fuego que empezó una simple cerilla.

Foto: Ronnie Barkan, Stavit Sinai y Majed Abusalama, los activistas acusados. (A. Jerez)

La lista de desencuentros entre el actual Gobierno polaco y la comunidad judía es larga y no ha parado de crecer en los últimos años. El año pasado, unas grabaciones secretas llevadas a cabo en un restaurante de Varsovia incluían palabras del actual primer ministro Morawiecki refiriéndose a "los codiciosos judíos" que iban a terminar obligando a los polacos a "trabajar por un cuenco de arroz". Pero si hubiese que marcar un punto de inflexión, sería a comienzos del año pasado, justo en la víspera del "Día del Recuerdo del Holocausto", cuando se aprobó la ley que penaba con hasta tres años de cárcel decir o dar a entender que Polonia participó en el exterminio judío.

Meses después se rebajó el tono y alcance de esta ley, pero el Gobierno dijo haber conseguido el efecto deseado: hacer saber a todo el mundo que no se iba a permitir "ensuciar el buen nombre de Polonia" con alusiones, por ejemplo, a "campos de concentración polacos" en vez de "alemanes" o "nazis". Por su parte, el ministro de Exteriores israelí Ysrael Katz, diciendo en varios medios que "los polacos maman el antisemitismo de la leche de sus madres", provocó la ausencia de Polonia en foros internacionales a celebrar en Israel o relacionados con aquel país.

Como era de prever, han sido las voces más radicales y los actos más violentos los que han definido los altibajos en las relaciones entre Varsovia y Tel Aviv. Para ambos países, resulta difícil emprender un diálogo sin tener presente la larga ristra de desencuentros que ha trufado su historia común. Al mismo tiempo, no se otorga el suficiente relieve a las voces de ambas partes que simbolizan el hermanamiento y apoyo mutuo que en el pasado han mostrado polacos y judíos: Polonia fue el único país que cayó bajo el régimen nazi y cuyo Gobierno jamás colaboró con los alemanes, al contrario de lo que publicó un editorial del diario hebreo 'Haaretz' (un texto que también culpaba a la Inquisición española del Holocausto). La ignorancia, la inquina, el racismo y los estereotipos negativos han llegado a ser usados como evidencias históricas o argumentos políticos más de una vez en uno y otro lado, y siempre para justificarse o atacar al otro.

Las imágenes de niños pateando un monigote caracterizado como un judío ortodoxo mientras el alcalde del pueblo les jalea, reavivan los fantasmas más tenebrosos de la historia polaca y europea. No se puede achacar simplemente a la ignorancia un acto estúpido y agresivo escudándose en la tradición, cuando esta se usa para hacer política (el alcalde de Pruchnik pertenece a la coalición del gobierno y es asistente personal de un senador del PiS) aunque sea a través de símbolos cargados de significado.

Testigos presenciales confirman que no todos vecinos de ese pueblo participaron en el "juicio a Judas" y que a muchos de ellos no les gustó lo que vieron. Si algo demuestran las imágenes del pasado viernes es que, cuando se crea el contexto adecuado, resulta alarmantemente fácil sacar lo peor de las personas y convertirlas en gente. El Gobierno polaco ha permitido declaraciones de ministros, propaganda de la televisión estatal y manifestaciones de grupos inequívocamente antisemitas. Se ha creado un clima tan altamente inflamable que basta una simple cerilla en un pequeño pueblo para que se desate un incendio.

El pasado viernes santo alguien encendió una cerilla en Pruchnik, un pequeño pueblo del sur de Polonia, para quemar un monigote.

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