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La isla donde las armas modernas han transformado las luchas tribales en masacres
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De las peleas entre tribus a la guerra

La isla donde las armas modernas han transformado las luchas tribales en masacres

Papúa Nueva Guinea vive una espiral de violencia tribal en zonas rurales y pobres tras la llegada del armamento de fuego de gran calibre

Foto: Bailarines de las tierras altas del sur de Papúa Nueva Guinea esperan la llegada del presidente chino, Xi Jinping, durante una cumbre en la capital, Port Moresby, en 2018. (Reuters/David Gray)
Bailarines de las tierras altas del sur de Papúa Nueva Guinea esperan la llegada del presidente chino, Xi Jinping, durante una cumbre en la capital, Port Moresby, en 2018. (Reuters/David Gray)
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En las Tierras Altas de Papúa Nueva Guinea, las tribus se llevan matando desde hace década. Pero, recientemente, gracias a que hasta esa isla perdida del océano Índico ha llegado también el "progreso", lo hacen de forma mucho más efectiva. El pasado domingo 18 de febrero, decenas de cadáveres —las cifras todavía no quedan claras y varían entre diversas fuentes, pero superan el medio centenar— aparecieron desparramados a los lados de la carretera en las inmediaciones de la ciudad de Wabag, a unos 600 kilómetros de la capital, Puerto Moresby. La policía encontró los cuerpos semidesnudos, mutilados a machetazos, quemados y con heridas de balas. Ese último detalle es el que marca la diferencia entre lo que pasaba antes y lo que sucede hoy. Ahora llegaron las armas de gran calibre a esta esquina del mundo y los hombres son mucho más productivos asesinándose entre ellos.

El estallido de esta nueva ola de violencia tribal, en uno de los países que de por sí cuenta con la segunda mayor tasa de criminalidad del mundo —solo por detrás de Venezuela—, es difuso. En este caso, según afirma el periódico local The National, se ha tratado de una emboscada conjunta que las tribus Sikin y Kaekin habían preparado a la tribu rival de los Ambulin. Estos últimos se enteraron de los planes de sus enemigos y estaban esperando a los “guerrilleros” con un armamento militar que pilló desprevenidos a los supuestos agresores. Las crudas fotos que han circulado por redes sociales muestran una matanza llena de odio y saña. El jefe de la Policía Local, George Kakas, explicó que las víctimas eran en su mayoría hombres armados, aunque también hay mujeres y niños, y calificó los hechos de “un vergonzoso acto de barbarie”. Por su parte, el primer ministro, James Marape, sobrepasado por una ola de violencia que afecta a toda la nación, ha calificado los hechos de “terrorismo doméstico”.

En esta isla llena de recursos que parece no poder salir de una espiral de violencia y desencuentros entre los numerosos grupos tribales que allí habitan, los analistas hablan de una epidemia de asesinatos desencadenados por un interminable ojo por ojo. “Tan pronto como una persona muere, todo lo demás se convierte en venganza y venganza”, ejemplifica Oliver Nobetau, investigador del think tank australiano Lowy Institute, a Nikkei Asia. "La razón por la que esta vez ha habido un volumen tan alto de muertes es que recientemente se han realizado informes sobre el comercio de armas ilegales de gran calibre que existe en la región de las Tierras Altas", agrega.

“En las Tierras Altas de Papúa Nueva Guinea, las luchas tribales, desencadenadas por disputas por tierras, recursos y otros agravios, provocan decenas de muertes y miles de desplazamientos cada año”, afirma un reciente informe de la Cruz Roja. La institución sanitaria también apunta a la llegada de armamento sofisticado como causa del empeoramiento de un escenario ya suficientemente podrido. “Una afluencia de armas y una ruptura general de las reglas tradicionales que rigen la guerra están amplificando los efectos de la violencia. Hoy nadie se libra de la ferocidad de una lucha. Niños, madres, pastores, trabajadores de la salud: todos se han convertido en objetivos”, señala la Cruz Roja.

Ese nuevo equipamiento para matar más eficientemente llega desde la lejana capital, donde hombres de negocios de cada tribu han empezado a comprar armamento militar que suministran a los suyos. Hay investigaciones policiales ya abiertas en curso y se han hecho algunas detenciones en Puerto Moresby para intentar detener ese flujo de armas hasta esas zonas remotas y poco desarrolladas. “Hay gente educada y élites de ambos lados envueltos en esa entrega de armamento. Debemos detener ese proceso en los juzgados”, ha declarado Kakas.

El problema es que la policía tiene pocos recursos y las Tierras Altas son una especie de área tribal incontrolable por agentes de policía mal pagados y con pocos recursos materiales que se ven sobrepasados por grupos guerrilleros. “Todos los líderes que están relacionados con los conflictos tribales deben agachar la cabeza y ayudar a la Policía en la zona de Enga (foco principal de los problemas) para acabar con esta violencia tribal de una vez”, ha exigido Samson Kua, jefe policial rural de la parte occidental de las Tierras Altas, en el periódico local Postcourier.

Pero todo esto son palabras en medio de un incendio que ha vivido un pico de extrema violencia que muchos creen que debe servir para cambiar todo.

Una espiral de violencia fuera de control

El conflicto se reactivó con fuerza por una reclamación de tierras de unas tribus a otras y, además de llevarse cientos de vidas por delante durante estos años, ha provocado más de 30.000 desplazados y la destrucción de numerosas tierras y propiedades. Sin embargo, no es algo nuevo, dado pasaba ya a finales del siglo pasado. “Fuimos a inaugurar un pequeño complejo de cabañas que había pagado la cooperación europea en las Tierras Altas. En medio de la ceremonia, aparecieron miembros de una tribu rival próxima y atacaron la ceremonia. El ataque era con arco y flechas y solo agredían a los miembros de la otra tribu, al resto no nos tocaban. Era un ataque por envidia, entre ellos son muy envidiosos, y no asumían que los de la tribu rival tuvieran algo que no tenían ellos. Destrozaron todo y quemaron las cabañas”, explica a El Confidencial Juan Carlos Rey, que fuera embajador de la UE en Papúa Nueva Guinea entre los años 1996 y 2000.

¿Se heredan esos recelos? “Lo entienden de una manera diversa. Ellos tienen reuniones en las que hablan durante horas. Luego de los ataques, si había habido víctimas mortales o se habían destruido propiedades, se pactaban las indemnizaciones. Se pagaba con cerdos normalmente. Se sacrificaban luego otros para un banquete y tras eso todo volvía a la normalidad. Se pasaba página hasta que hubiera otro desencuentro, quizá con otro grupo, por un asunto de tierras o cosechas”, explica Rey.

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El problema en la isla ahora es más urbano y político. La elección de Marape como primer ministro en 2022 sirvió para avivar de nuevo las llamas, como suele suceder tras cada elección. Las acusaciones de fraude de los opositores hicieron que la violencia se desatara por todo el país y, como siempre, llegara a las Tierras Altas. En septiembre pasado, la situación llegó a tal punto que la policía decidió imponer una especie de confinamiento general en esas montañas para intentar contener el conflicto. “Estamos sobrepasados. Esperamos que las tribus se calmen”, reconocía hace cinco meses el comandante de la policía rural, Richard Koki, en un reportaje en la Australian Broadcasting Corporation (ABC).

Entonces, se hablaba de que la mecha la prendió un funeral. Seguir el rastro de la violencia, como explicaba Nobetau, es seguir una enloquecida sucesión de venganzas. “Un hombre fue encontrado muerto en el río Lai, que baja de la montaña a través de Wabag y las aldeas circundantes. Su tribu culpó a los suegros del hombre, de otra aldea. En su funeral en mayo, los atacantes mataron a cinco personas con cuchillos y hachas. En los meses siguientes, las represalias se salieron de control y, a medida que más tribus se involucraron, muchas aldeas fueron asaltadas e incendiadas”, explica el medio australiano.

Dese ahí, hasta esta última masacre, hay un reguero de víctimas entre grupos tribales que se van a atacando unos a otros entre nuevas alianzas y enemistades en ese todos contra todos que también está generando una oleada de desplazado. Han quemados sus casas, vehículos, pertenencias, y se van moviendo entre las montañas buscando refugio. “No tenemos comida, ni dinero, ni pertenencias. Lo hemos perdido todo”, decía Lucy Sendol, una profesora refugiada ahora en la villa de Birip.

Foto: Los restos de los 18 cuerpos fueron mezclados, envueltos en redes y abandonados en la carretera (Foto: Reuters)

Las ONG están intentando contener esta hemorragia o, al menos, que se respeten las reglas de la guerra en las que la población civil debería quedar al margen. “La Cruz Roja también trabaja con actores locales para montar representaciones teatrales comunitarias que alienten a los combatientes tribales a respetar los principios humanitarios básicos en tiempos de guerra. Se espera que estas y otras iniciativas ayuden a fomentar un entorno en el que los niños, los que no participan en los combates y la infraestructura pública se salven de los peores efectos del conflicto, y brinden algo de alivio a las comunidades que están sufriendo décadas de violencia”.
No parece fácil conseguir detener este ciclo de destrucción. La propia organización médica internacional hacía un llamamiento en marzo de 2022 alertando de las matanzas encubiertas, invisibles en un mundo político, mediático y social que con dificultad colocaría a Papúa Nueva Guinea en un mapa. ¿A alguien le importan los muertos de una isla perdida en el océano Índico?

“Las peleas tribales son brutales. El objetivo es simple: destruir al enemigo, mental y físicamente. Las peleas generalmente tienen lugar en aldeas remotas o sus alrededores, sin acceso a asistencia médica ni a las fuerzas del orden. Al apoderarse del territorio enemigo, la parte ocupante está mejor posicionada durante futuras negociaciones de paz y compensación. Lamentablemente, los civiles que no participan en los combates son los que soportan la peor parte de la violencia. Muchos resultan heridos o muertos durante estas intensas batallas. El acceso limitado de las Tierras Altas a la atención médica solo aumenta la angustia. Lamentablemente, en ocasiones se produce violencia sexual durante estas peleas. Además de las necesidades inmediatas, el impacto de la violencia persiste incluso después de que los combates han cesado: los aldeanos que huyen a menudo quedan desplazados durante meses o incluso años”. Hace dos años, la Cruz Roja denunciaba eso. ¿Resultado? Los más de 50 cadáveres masacrados junto a una carretera.

En las Tierras Altas de Papúa Nueva Guinea, las tribus se llevan matando desde hace década. Pero, recientemente, gracias a que hasta esa isla perdida del océano Índico ha llegado también el "progreso", lo hacen de forma mucho más efectiva. El pasado domingo 18 de febrero, decenas de cadáveres —las cifras todavía no quedan claras y varían entre diversas fuentes, pero superan el medio centenar— aparecieron desparramados a los lados de la carretera en las inmediaciones de la ciudad de Wabag, a unos 600 kilómetros de la capital, Puerto Moresby. La policía encontró los cuerpos semidesnudos, mutilados a machetazos, quemados y con heridas de balas. Ese último detalle es el que marca la diferencia entre lo que pasaba antes y lo que sucede hoy. Ahora llegaron las armas de gran calibre a esta esquina del mundo y los hombres son mucho más productivos asesinándose entre ellos.

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