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"No tenemos miedo": así se ha fraguado la mayor protesta en Cuba desde la Revolución
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el castrismo, en horas bajas

"No tenemos miedo": así se ha fraguado la mayor protesta en Cuba desde la Revolución

Las imágenes de las protestas, difundidas en directo en las redes sociales por algunos asistentes, alcanzaron gran repercusión, lo que provocó un efecto imitación con llamamientos a movilizarse en otras ciudades

Foto: Un integrante de las brigadas especiales, durante las protestas. (EFE)
Un integrante de las brigadas especiales, durante las protestas. (EFE)

En sus seis décadas de existencia, la única ocasión en la que el régimen cubano vio su existencia amenazada desde el interior ocurrió en 1994, cuando el malestar generado por la escasez tras la desaparición de la URSS —hasta poco antes, la principal benefactora de la isla— derivó en un breve levantamiento popular conocido como el Maleconazo, una serie de disturbios y saqueos en La Habana en los que por fortuna no hubo ningún muerto. Aquello lo atajó el propio Fidel Castro en persona plantándose en la zona de los incidentes, donde logró que los ánimos se calmaran y la gente se volviese a sus casas. Desde entonces, el evitar otro estallido semejante ha sido una de las principales obsesiones de las autoridades cubanas. En 2016, la subdirectora del diario oficialista 'Granma', Karina Marrón, causó cierto revuelo al advertir de que Cuba “no aguanta otro 93, otro 94” y que ya “no hay un Fidel para salir al Malecón”.

Marrón se refería al riesgo de protestas masivas ante los cortes eléctricos que acababa de decretar el Gobierno castrista, en un intento de paliar la reducción del suministro de combustible desde Venezuela. Pero en estos últimos años la situación económica en Cuba no ha hecho más que empeorar, y es posible que se haya llegado al punto que pronosticaba la periodista: este domingo, miles de cubanos se echaron a las calles en varios puntos de toda la isla, desde Santiago hasta Pinar del Río y, de forma aún más simbólica, en el mismo Malecón de La Habana. Y a diferencia de movilizaciones anteriores —menos masivas y más enfocadas en demandas concretas—, no cabe dudar del carácter político de estas protestas: en los vídeos que circulan en las redes sociales, los cánticos de “abajo la dictadura” y “no tenemos miedo” están entre los que más se repiten.

Aún es pronto para reconstruir algunos detalles, y no está del todo claro cómo empezó la cosa. Lo que sabemos es que ayer por la mañana tuvieron lugar las primeras manifestaciones en San Antonio de los Baños, una localidad cercana a La Habana, y en Palma Soriano, en la provincia de Santiago. Las imágenes de las protestas, difundidas en directo en las redes sociales por algunos asistentes, alcanzaron gran repercusión, lo que provocó un efecto imitación con llamamientos a movilizarse en otras ciudades. A primera hora de la tarde, ya había concentraciones convocadas en otros lugares como Matanzas, Santa Clara, Camagüey, Cienfuegos, Artemisa, Bauta o la capital. El Gobierno cubano optó por cortar el acceso a internet, pero para entonces las llamadas ya corrían de boca en boca.

Foto: El presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, durante las protestas. (EFE)

La prueba de lo extendido del malestar está en que en varios de estos lugares los policías se han negado a intervenir en contra de los manifestantes. Esto, paradójicamente, incrementa el riesgo de que la situación se torne violenta: en algunos puntos, el encargo de hacer frente a los manifestantes ha recaído en cuerpos especializados como los boinas negras. En Palma Soriano, se produjeron choques entre los manifestantes y las fuerzas de seguridad, mientras en La Habana tenían lugar los primeros saqueos.

A las cuatro de la tarde, el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, compareció en directo en televisión. Aseguró que los líderes cubanos habían sido “honestos” con el pueblo sobre la situación, de la que culpó a “las medidas que adoptó la Administración Trump de los Estados Unidos con el objetivo de asfixiar la economía del país, para provocar un estallido masivo y llamar a una intervención humanitaria”, e introdujo un elemento inquietante: “La orden de combate está dada, a la calle los revolucionarios", arengó. Las condiciones para un enfrentamiento en las calles están dadas.

Un colapso a cámara cada vez menos lenta

¿Cómo se ha llegado a esta situación? Cuba es víctima de una tormenta perfecta, en la que se mezclan el endurecimiento de las medidas estadounidenses, el desplome económico y la pandemia del coronavirus. Una situación que, en muchos casos, recuerda al llamado periodo especial, decretado por las autoridades cubanas en los años noventa tras el desplome de la URSS, que muchos cubanos recuerdan como el más complicado de sus vidas y que parecía haber quedado atrás definitivamente. Durante las dos últimas décadas, los suministros petrolíferos provenientes de Venezuela han permitido cierta bonanza en la isla, que incluso refinaba crudo venezolano y lo vendía en el mercado internacional, ayudando así a equilibrar su balanza de pagos. Iniciativas como la tímida liberalización del 'cuentapropismo' (los negocios por cuenta propia o privados), el retorno de la inversión a manos de cubanos en el extranjero e incluso la reciente unificación de las diferentes divisas cubanas llamaban a un relativo optimismo. La apertura iniciada por la Administración Obama en 2014 generó una atmósfera muy positiva, respaldada por la llegada masiva de turistas estadounidenses y sus dólares.

Esos días han quedado definitivamente atrás. El colapso de los subsidios venezolanos, sumado a las nuevas restricciones impuestas por el Gobierno de Donald Trump, puso la isla en una complicadísima situación económica, a la que el covid-19 ha terminado de dar la puntilla.

Díaz-Canel tiene razón en una cosa: las medidas de la Administración Trump han conseguido arrasar las finanzas de Cuba. El entonces mandatario estadounidense no solo revirtió todas las medidas de acercamiento iniciadas por su predecesor, sino que redujo las relaciones diplomáticas al mínimo e impuso nuevas y amplísimas restricciones, llegando incluso a hacer casi imposible el envío de remesas desde EEUU. En un país cuya principal fuente de ingresos —por delante incluso del turismo— es el dinero enviado por sus emigrantes, y que tiene al 10% de su población en Estados Unidos, el resultado ha sido devastador.

placeholder Manifestantes portando palos durante una marcha. (Reuters)
Manifestantes portando palos durante una marcha. (Reuters)

Pero muchos cubanos culpan también a la inoperancia de su Gobierno. “Han sido muy estúpidos. Lo han fiado todo a que ganase Joe Biden y se volviese a la situación anterior con Obama, sin darse cuenta de que el mundo ha cambiado en estos cuatro años. Y, sobre todo, Florida ya no es la misma que en 2014”, explicaba hace unas semanas un periodista cubano recién emigrado a España. Tiene razón: a diferencia de Obama, Biden carece de incentivos para retomar el acercamiento a Cuba. En contraste con el anterior presidente demócrata, que hizo de la distensión con regímenes autoritarios como Myanmar o Rusia una de sus banderas en política exterior, el actual inquilino de la Casa Blanca tiene prioridades más urgentes. Y mostrarse blando con Cuba solo le acarrearía complicaciones en Florida, un estado bisagra que Biden perdió en 2020 y se está convirtiendo a pasos agigantados en un bastión trumpista. Allí, hacer concesiones al 'socialismo' es anatema.

El periodista del que hablamos es un representante destacado de la nueva hornada de informadores independientes que hace media década parecían a punto de comerse el mundo, o al menos la isla. Bien posicionado, con una situación profesional envidiable en un momento clave, es de los que jamás pensaron en abandonar Cuba. Pero la situación económica le ha obligado a hacer las maletas junto a su pareja. “Allí ya no se puede vivir”, me decía, describiendo un panorama desolador: desde la ausencia total de medicinas hasta la imposibilidad de conseguir un cristal para las gafas si se te rompen, a no ser que un conocido te lo trajese desde el extranjero. “En algunos sentidos, es peor que en el periodo especial, aunque en otros es diferente”, explicaba. “Por ejemplo, hasta ahora no ha habido apagones”.

Evitar los cortes de luz ha sido el gran caballo de batalla de las autoridades cubanas, debido a la gran carga psicológica que arrastran para todos los cubanos mayores de 20 años (a eso, de hecho, se refería Karina Marrón en la alocución citada al principio de este artículo). Pero apenas dos semanas después de esta conversación, empezaron los apagones en diversos puntos de Cuba.

Un coronavirus de efecto retardado

Todo ello ha coincidido con la consolidación del llamado Movimiento San Isidro, una ola de activismo artístico de corte político que denuncia la persecución de las expresiones artísticas disidentes, ante el que el régimen ha reaccionado con el hostigamiento y, en algunos casos, como el del rapero Denis Solís, con la cárcel. El movimiento ha tenido bastante repercusión dentro de la propia Cuba, especialmente entre muchos de sus intelectuales, incluso entre aquellos que no comulgan con sus planteamientos ideológicos pero defienden que la libertad de expresión es necesaria.

Hace apenas unos meses, el espíritu de San Isidro acabó eclosionando en la canción 'Patria y vida', que supone un rechazo frontal al tradicional eslogan revolucionario de 'Patria o muerte'. La tonada, en la que participan músicos tan destacados como los miembros de Gente de Zona (conocidos por el 'superhit' mundial 'La gozadera'), Descemer Bueno (el letrista de Enrique Iglesias, autor de 'Bailando') o el miembro de los Orishas Yotuel Romero, hace un llamamiento a pasar página por encima de la polarización y la ideología, y hace una crítica frontal al régimen cubano, sin mencionarlo. La canción conectó con la sensibilidad de buena parte de la ciudadanía cubana, y fue objeto de una dura campaña de descrédito por parte de la propaganda oficialista y sus mecanismos de amplificación. No sirvió de mucho: durante las protestas de este domingo, algunos manifestantes coreaban 'Patria y vida' a modo de eslogan. Algunos de los miembros más destacados del Movimiento San Isidro, como el artista Luis Manuel Otero Alcántara, están llamando a sumarse a las movilizaciones.

A todo lo anterior ha venido a sumarse la pandemia del coronavirus, que en Cuba ha llegado con efecto retardado. El país consiguió evitar las dos primeras olas mediante restricciones radicales, que incluían el aislamiento obligatorio de los pacientes y todos sus familiares o la suspensión del transporte público, así como el cierre total al turismo. Como consecuencia, la economía se ha resentido hasta niveles casi insostenibles. Debido a esto, las autoridades cubanas han decidido reabrir la isla justo cuando la variante delta empezaba a hacer estragos en todo el mundo. El resultado ha sido una tercera ola mucho más mortal que las anteriores y el desborde del sistema sanitario. Quizá lo que mejor resume la situación de Cuba es que el país ha sido capaz de crear dos vacunas efectivas contra el coronavirus, la Abdala y la Soberana 2, pero carece de jeringuillas para llevar a cabo un programa de vacunación urgente.

La gota que ha colmado el vaso parece haber sido una campaña de recogida de ayuda humanitaria llamada #SOSCuba, a la que se han sumado músicos latinoamericanos como Daddy Yankee, Kanny García y Ricardo Montaner, que pedía la creación de un corredor humanitario para entregar los suministros. Pero la respuesta del Gobierno cubano ha sido de rechazo frontal: “Algunos de manera intencionada y manipulada aducen la necesidad de implementación de corredores humanitarios, de intervención humanitaria”, declaró este fin de semana el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba. “Son conceptos y términos relacionados con situaciones de conflictos armados, graves violaciones del derecho internacional humanitario, que para nada y de ninguna manera tienen que ver con lo que está sucediendo hoy en nuestro país”, indicó la institución en un comunicado. El canciller Bruno Rodríguez lo calificó de “oportunismo mediático”, y otros funcionarios aseguran que el objetivo es “presentar la imagen de Cuba como un caos total” que no se corresponde con la situación real.

Pero esa no parece ser la percepción de muchos cubanos de a pie, cuyo hartazgo se expresa ahora en las calles. “Ya no es una cuestión de libertad de expresión, es una cuestión de hambre”, dice el director teatral habanero Adonis Milán en declaraciones al 'New York Times'. “La gente está echándose a las calles. Piden el fin de este Gobierno, de este sistema de partido único, de la represión y la miseria en la que han vivido durante 60 años”, indica.

Ahora todo dependerá de la reacción del Gobierno, pero las primeras informaciones no llaman al optimismo. La agencia AFP difunde fotografías de un manifestante con la cara ensangrentada frente al Capitolio de La Habana. El propio Milán indica que varios de sus compañeros, que exigían espacio en televisión para leer un comunicado, han sido arrestados, aunque él ha conseguido escapar. En Cárdenas, en la provincia de Matanzas, las imágenes muestran cómo los que protestan vuelcan el coche del primer secretario del Partido en la provincia. Cuba tiene por delante unas horas, probablemente jornadas, realmente críticas. El Maleconazo se queda corto.

En sus seis décadas de existencia, la única ocasión en la que el régimen cubano vio su existencia amenazada desde el interior ocurrió en 1994, cuando el malestar generado por la escasez tras la desaparición de la URSS —hasta poco antes, la principal benefactora de la isla— derivó en un breve levantamiento popular conocido como el Maleconazo, una serie de disturbios y saqueos en La Habana en los que por fortuna no hubo ningún muerto. Aquello lo atajó el propio Fidel Castro en persona plantándose en la zona de los incidentes, donde logró que los ánimos se calmaran y la gente se volviese a sus casas. Desde entonces, el evitar otro estallido semejante ha sido una de las principales obsesiones de las autoridades cubanas. En 2016, la subdirectora del diario oficialista 'Granma', Karina Marrón, causó cierto revuelo al advertir de que Cuba “no aguanta otro 93, otro 94” y que ya “no hay un Fidel para salir al Malecón”.

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