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Crónica personal del terremoto de México: el día que se hundió el edificio de al lado
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más de un centenar de muertos

Crónica personal del terremoto de México: el día que se hundió el edificio de al lado

Según avanzaba por la acera, pude observar algunos de los daños. Pero al girar la esquina, descubrí un dantesco panorama: un edificio localizado en la calle Álvaro Obregón se había hundido

Foto: Bomberos mexicanos y rescatistas buscan personas con vida en medio de edificios colapsados en Ciudad de México. (EFE)
Bomberos mexicanos y rescatistas buscan personas con vida en medio de edificios colapsados en Ciudad de México. (EFE)

Posiblemente hayan sido las horas más intensas de mi vida y es que, la verdad, uno no ve todos los días derrumbado el edificio de al lado de su casa. Notar el leve vaivén de mi mesa de trabajo que indicaba el inicio de un terremoto, fue señal suficiente para que mi mirada pasará de la pantalla de mi ordenador a los ojos de mi novia que estaba sentada enfrente de mí. “Catalina, temblor”, fueron las dos palabras que salieron de mi boca para pasar inmediatamente a ponerle la correa al perro y salir corriendo de mi apartamento. Diez segundos después ya estábamos en la calle con muchos de nuestros vecinos. Y durante cincuenta segundos más, el suelo siguió temblando con mayor intensidad, una potente sacudida como nunca antes había sentido.

Una especie de ¡Broom! se oyó del otro lado de la calle, pero en ese momento no le hicimos mucho caso. El terremoto de magnitud 7,1 cesó y lo primero era ver que nosotros estábamos bien. Seguidamente, la gente comenzó a llorar de pánico, varias personas sacaron sus móviles para averiguar qué había pasado y las sirenas de las ambulancias activaron su atronador canto que se convirtió en la banda sonora que me acompañó todo el día. “Ha sido un terremoto en Puebla”, gritaba uno, “no, en Morelos”, decía otro. La confusión reinaba entre los habitantes de la Ciudad de México en los pocos segundos que se contaban después de la sacudida.

Foto: Terremoto en Michoacán (México) en 1985 (United States Geological Survey)

Pasado el terremoto, nadie quería volver a entrar en sus casas. Toda la gente que habita en las céntricas colonias de Condesa y Roma Norte, donde más se sintió el terremoto en la capital mexicana, se echó a la calle a la espera de que hubiera nuevas réplicas. Pero de repente un fuerte tufo a gas inundó mi calle. “¡Hay una fuga de gas, muévanse!” gritó un policía que hacía aspavientos desde el fondo de la calle. Así que comenzamos a seguir los tres un río de gente que huía de la invisible nube de gas, mientras que los mensajes de WhatsApp no paraban de hacer zumbar incesantemente el móvil. “Estamos bien, mamá”, “todo bien, gracias amigo”, “¿Estás bien, Pablo? eran algunos de los mensajes que envié a familiares y amigos en España y México.

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Según avanzaba por la acera, pude observar algunos de los daños de este seísmo como cristales rotos y escombros en el suelo que se habían caído de las fachadas. Pero al girar la esquina descubrí un dantesco panorama al ver cómo un edificio localizado en la calle Álvaro Obregón se había hundido. La parte de en medio estaba aplastada y en el techo ya había efectivos de emergencias que rápidamente habían acudido para comenzar las tareas de evacuación. Paré durante unos segundos, pero la fuerte peste del gas seguía en el ambiente y, de nuevo, un policía me urgió a que no me detuviera: “Sigan, no se paren que hay una fuga”. Y cientos de personas continuaban caminando mientras los heridos se acumulaban sobre la acera.

placeholder Cientos de mexicanos intentan rescatar a personas con vida de los edificios colapsados en Ciudad de México (México). (EFE)
Cientos de mexicanos intentan rescatar a personas con vida de los edificios colapsados en Ciudad de México (México). (EFE)

Lo curioso de este terremoto es que ha ocurrido justo el mismo día -19 de septiembre- en el que tuvo lugar el de 1985, cuando más de 10.000 personas perecieron tras un salvaje movimiento telúrico. Es más, este mismo día se produjo un simulacro que se produce en esta fecha todos los años para que la población actué con celeridad en caso de terremoto. El simulacro ocurrió sobre las 11:00 de la mañana y el de verdad -que obviamente nadie esperaba- tuvo lugar unas dos horas después, sobre la 1 de la tarde, las ocho de España. “Este lo he sentido igual de fuerte que el de 1985”, me comenta María Benítez, una vecina de mi bloque de unos 60 años a quien me encuentro sentada un banco del Parque España, donde ya no se percibía el olor a gas.

“Ha sido muy heavy. Se ha sentido muy cabrón esta vez”, opina Miguel González, un español que vive desde hace 4 años en México y trabaja de arquitecto. Miguel compara con el terremoto de magnitud 8,2 que golpeó el país el pasado 7 de septiembre, hace 12 días, y que aparte del susto, no dejó víctimas en la capital. Sin embargo, sí que provocó alrededor de 100 muertos en el sur del país, debido a que esta región estaba más cerca del epicentro. Y esa ha sido la principal diferencia sobre el impacto que ha tenido en la capital. El de hace dos semanas fue a 1.000 kilómetros de distancia de la Ciudad de México, mientras que el de ayer el epicentro fue a sólo 100 kilómetros.

Foto: Miles de personas participan en un simulacro de terremoto (EFE)

“Este terremoto es de las experiencias más traumáticas que he vivido” comenta Patricio Ortiz, otro español que camina junto con Miguel González, a quien acaba de conocer. “Vivo en un 14 piso y lo que hice fue, primero, ponerme debajo del marco de la puerta y cuando paró ayudé a mi vecina, que tenía la pierna herida, a bajar las escaleras”, añade este madrileño que lleva como un año viviendo en México. Ya van más de 190 muertos en todo el país tras el temblor. Y, por ahora, no se ha reportado ningún español herido de los 130.000 que el Instituto Nacional de Estadística estima que viven en el país norteamericano.

Al terminar la breve conversación con este par de españoles, divisé al fondo de la calle Laredo un montón de gente que se congregaba frente a una amarilla cinta de policía que cerraba el paso. Nos acercamos a ver qué ocurría y vimos un edificio derruido al fondo. Nos aproximamos un poco más y vimos que ese edificio, que hacía esquina entre Laredo y Ámsterdam y que ahora era una pila de escombros, fue en el que viví entre julio y septiembre del año pasado. Se trataba de un bloque de apartamentos antiguo, que debía de tener unas quince viviendas. Nos encantaba vivir ahí y nunca se nos pasó por la cabeza la idea de que pudiera ser destruido por un terremoto. De hecho, nunca pensé que experimentaría un seísmo tan poderoso como el del 19 de septiembre.

Pasadas un par de horas y ante la expectativa de que las réplicas habían parado, decidimos volver a casa. Otra vez pasamos por el edificio derruido de Álvaro Obregón, pero ya habían llegado los efectivos del Ejército mexicano que habían tomado control de la situación. “Traigan cubos, botellas de agua, cuerdas, guantes, palas picos... ayúdennos a sacar a estas personas”, decía a través de un megáfono un militar. Decenas de personas acudían inmediatamente cargando cubos llenos de agua y herramientas para ayudar a las autoridades en las labores de rescate.

Y es que a pesar del desorden que suele reinar esta megalópolis de algo más de 20 millones de personas, la rápida actuación y la solidaridad que han tenido los civiles es lo que más ha sobresalido en las pocas horas posteriores al temblor. En el 32 aniversario del terremoto de 1985, un fuerte movimiento telúrico volvió a visitar la capital como si del Fantasma de las Navidades Pasadas se tratara, sólo que en esta ocasión los mexicanos estaban más preparados para aguantar el golpe. “Ya he vivido dos fuertes terremotos a lo largo de mi vida. Ojalá no tenga que vivir un tercero”, concluye María, la vecina.

Posiblemente hayan sido las horas más intensas de mi vida y es que, la verdad, uno no ve todos los días derrumbado el edificio de al lado de su casa. Notar el leve vaivén de mi mesa de trabajo que indicaba el inicio de un terremoto, fue señal suficiente para que mi mirada pasará de la pantalla de mi ordenador a los ojos de mi novia que estaba sentada enfrente de mí. “Catalina, temblor”, fueron las dos palabras que salieron de mi boca para pasar inmediatamente a ponerle la correa al perro y salir corriendo de mi apartamento. Diez segundos después ya estábamos en la calle con muchos de nuestros vecinos. Y durante cincuenta segundos más, el suelo siguió temblando con mayor intensidad, una potente sacudida como nunca antes había sentido.

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