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¿Tailandia sin prostitución? La imposible pretensión de la junta militar
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un tailandés paga 50 euros por dos horas de sexo

¿Tailandia sin prostitución? La imposible pretensión de la junta militar

Se calcula que un 40% de los turistas que viajan al país lo hacen en busca de sexo. Sin embargo, la mayoría de los clientes son nacionales. El sector alimenta una buena parte de la economía tailandesa

Foto: Una prostituta tailandesa en el "Callejón Cowboy" de Bangkok, en mayo de 2010 (Reuters)
Una prostituta tailandesa en el "Callejón Cowboy" de Bangkok, en mayo de 2010 (Reuters)

A cuatro paradas en tren aéreo desde el centro de Bangkok se extiende la avenida de Phra Khanong. Allí, pudientes clases medias tailandesas y muchos extranjeros copan restaurantes y cervecerías. Sin embargo, tras avanzar unos cuantos centenares de metros en la misma avenida, desaparecen los locales de moda y lo que destaca son unos pequeños tugurios con despampanantes neones rosas. Damas en minifaldas extremas y enseñando más que insinuando esperan en la puerta de cada uno de los locales. En algunos de sus letreros se leen las palabras karaoke o arroz hervido. Siempre en neones rosas.

[Lea aquí: "Los turistas muertos de Tailandia que su gobierno silencia"]

Algunos de estos bares con pinta de tugurio rizan el rizo y exhiben nombres de lo más ingenioso. Como el que sin tapujos asegura que las chicas del bar son todas vírgenes, con un símbolo de prohibición para las que no lo sean. U otro bar que, con un neón gigantesco de varios colores, muestra una única palabra: 'Ngeun'. Lo que significa en tailandés significa “dinero”.

Un pasillo decorado con rosas pintadas en las paredes y olor a ambientador barato te reciben al entrar en Ngeun. Dentro del local, unos cuantos sofás y mesas. Música tailandesa a todo trapo y muñecos de nieve de plástico destartalado y otros adornos navideños descoloridos que a alguien se le pasó retirar tras algún 24 de diciembre. Grupos de hombres tailandeses, la mayoría de mediana edad, comparten mesa y bebidas con chicas que se muestran cariñosas.

En estos locales, por tres euros el cliente puede tener a la chica en su mesa durante casi una hora. La cerveza cuesta dos euros

El funcionamiento del local es simple. Cualquier cliente puede dar un vistazo a las chicas que están esperando en grupo y seleccionar a la que quiera o quieran. Y por unos tres euros pueden tenerlas en su mesa durante casi una hora. La cerveza cuesta dos euros y, en ese tiempo, el cliente puede hablar con la joven que elija, tocarla, mimarla o lo que ella se deje. Si él le pide que beba, ella ha de beber. Y durante algo más de 50 minutos, él puede considerarla suya. En caso de que el asunto vaya a más, siempre hay alternativas para que el cliente puede desfogarse, previo pago.

No se ven extranjeros en los bares como Ngeun en Phra Khanong. A veces, algún turista despistado con un par de copas de más se cuela en uno de estos bares. Si tiene la mala fortuna de tocar a la preferida de algún policía fuera de horario de trabajo o de los mafiosos que gustan de estos lugares, quizás regrese a casa con un ojo morado. Porque estos bares se consideran exclusivamente para el público local. En las avenidas paralelas de On Nut, Udom Suk y otras más se repite el mismo modelo de negocio. Y en casi todo el país cuando no hay extranjeros cerca.

Más nacionales que extranjeros

Cuando se habla de prostitución en Tailandia, no obstante, la imagen que suele aparecer en Occidente es la de turistas sexuales paseando con jovencitas. En las zonas de Nana o Soi Cowboy. En las playas de Phuket y Pattaya. Como si fuese un problema del que culpar únicamente a los extranjeros. No se suele decir que la gran mayoría de los clientes no son turistas ni expatriados, sino hombres tailandeses.

De cara a la galería, el estigma lo cargan los turistas. Y es normal si uno se da una vuelta por el mismo centro de Bangkok. En Asok, intersección central, cada noche puedes encontrar mercadillos que venden Viagra falsificada, consoladores rosas y pornografía, todo ello supuestamente prohibido en el país. Y sobre todo aparecen muchas mujeres haciendo la calle, esperando a algún extranjero. Más escandaloso es Nana Plaza, un centro comercial del sexo, al que las jóvenes lo primero que hacen al llegar es rezar ante un altar budista. Luego, se ponen en ropa interior y bailan en barras americanas. Sin tapujos, a la vista de cualquiera. Porque si bien el hombre tailandés no quiere exponerse –muchos tienen mujeres esperando en casa–, al extranjero le da igual.

Desde Occidente, muchos culpan al hombre caucásico de convertir una parte del país en un burdel gigante. Pero la mayoría de los clientes son locales

Esta imagen lleva décadas persiguiendo a Tailandia. La de los neones y los taconazos. Desde Occidente, muchos culpan al hombre caucásico de convertir una parte del país en un burdel gigante. Y también lo critican los propios tailandeses, para quienes el honor y las buenas formas, cuando menos, han de intentarse. Los gobiernos suelen acusar a los turistas de requerir prostitución, como si fuese un problema aislado. Cuando entre la zona de karaokes locales del Ngeun y el epicentro del turismo sexual de la capital se extiende la gigantesca avenida de Petchaburi. Allí todos los carteles relucientes que ven muestran a señoritas en paños menores y muchas habitaciones tapadas con cortinas. Son las casas de baño y masaje, conocidas como aab op nuad. Donde los tailandeses, de forma discreta, pagan unos 50 euros por dos horas de sexo, con la excusa de la ducha y el masaje. Son mucho más grandes que los bares de Nana, pero también muy discretos.

Y sin embargo, aunque la mayoría de consumidores de prostitución en Tailandia sean hombres tailandeses, el turismo sexual es enorme. Las cifras de visitantes se han triplicado en algo más de una década, con casi 30 millones de turistas el pasado año. Y si en 2005 se calculaba que había unos cuatro millones de turistas sexuales –un 40% del total de visitantes–, la experta en tráfico de personas en el mundo Patricia Green no duda de que el número de extranjeros que demandan sexo ha aumentado en Tailandia. Lo que ha disminuido es el porcentaje de visitantes que vienen en busca de calor bajo las luces rojas. Hay más turistas buscando sexo, pero muchísimos más que llegan por las playas, los templos o la gastronomía.

"Los turistas no vienen por el sexo"

El Gobierno militar de Tailandia ha dicho en numerosas ocasiones perseguir la prostitución. Sin embargo, más allá de operaciones cosméticas o de clausurar algún local, todo sigue igual. El énfasis está más en la imagen exterior que en las medidas concretas. Como ha dejado claro este mes la que es la primera ministra de Turismo del país, Kobkarn Wattanavrangkul. En unas declaraciones públicas, afirmó que “los turistas no vienen por algo como el sexo, sino por nuestra hermosa cultura”. Fue más allá y anunció lo que muchos interpretaron como una guerra contra la compraventa de sexo. “Queremos que Tailandia sea un destino turístico de calidad. Queremos acabar con la industria sexual”.

Buenas intenciones ante un problema al que no se da solución. Las autoridades afirman que se está persiguiendo la prostitución, pero no dejan de ser operaciones aisladas. El mes pasado se produjeron redadas en muchas de las grandes casas de masaje e incluso se clausuró una de ellas, Nataree. Allí aparecieron extranjeras, menores de edad y sobre todo pruebas de sobornos a las autoridades locales de Bangkok, a la policía y al departamento de Inmigración. Tras el cierre de Nataree y haber puesto en la cárcel a personas relacionadas con el lugar, nada ha cambiado. Los centenares de locales que se dedican al mismo negocio siguen funcionando sin pudor.

Al contrario que en otros países, como la vecina Camboya, en Tailandia la prostitución no es la única salida. La tasa de paro está cerca de cero

Se preocupan con tanto celo por la imagen pública en estos casos que las autoridades solo luchan contra la prostitución cuando hay escándalos mediáticos. Hace un par de años, la publicación Vice hizo un reportaje sobre Dr BJ, una marca de bares de sexo oral –BJ son las siglas de 'blowjob', el término en inglés– que pasó desapercibido en Tailandia. Hace unas semanas, el artículo fue traducido al tailandés por alguien anónimo y se hizo viral en las redes sociales. Alcanzó tanto eco que llegó a la televisión y, finalmente, las autoridades clausuraron el lugar. El mismo día, el resto de bares de sexo oral seguían –y siguen– abiertos como si nada. Como Lolitas, en pleno centro, donde por menos de 20 euros ofrecen felaciones treintañeras vestidas de colegialas niponas. A la salida del local hay un cartel enorme que dice Please cum again, una poco disimulada broma para decirle al cliente que vuelva otra vez.

Según la mayoría de asociaciones de ayuda a las prostitutas que hay en el país, el negocio está lejos de desaparecer. Más aún con las redes sociales, donde muchas jóvenes pueden ofrecerse sin salir a la calle ni bailar en bares. En un país donde los salarios se han doblado en algo más de una década y donde la tasa de paro está cerca de cero, la prostitución no es la única salida que le queda a muchas mujeres, como suele serlo en países como Camboya. Muchas voces piden a las autoridades mayor información, una mejor educación y ante todo eliminar las corruptelas que hacen posible el negocio. Aunque también son muchos los que creen que, sin la industria de las luces rojas, Tailandia no se habría desarrollado tan rápidamente y lo tendría difícil para competir en un futuro.

Luis Garrido-Julve es autor del libro 'Tailandia en paños menores', donde relata los entresijos del país más popular del Sureste Asiático. Budismo, tradiciones e historia siamesa se combinan con historias sobre sexo, adicciones y las nuevas pasiones tailandesas.

A cuatro paradas en tren aéreo desde el centro de Bangkok se extiende la avenida de Phra Khanong. Allí, pudientes clases medias tailandesas y muchos extranjeros copan restaurantes y cervecerías. Sin embargo, tras avanzar unos cuantos centenares de metros en la misma avenida, desaparecen los locales de moda y lo que destaca son unos pequeños tugurios con despampanantes neones rosas. Damas en minifaldas extremas y enseñando más que insinuando esperan en la puerta de cada uno de los locales. En algunos de sus letreros se leen las palabras karaoke o arroz hervido. Siempre en neones rosas.

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