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"Nos obligaron a convertirnos al islam antes de violarnos": las esclavas sexuales del ISIS
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hay unas 25.000 prisioneras, la mayoría yazidíes

"Nos obligaron a convertirnos al islam antes de violarnos": las esclavas sexuales del ISIS

A Busra se le quiebra la voz cuando relata su calvario en manos de los yihadistas. Ella y su amiga lograron huir aprovechando un descuido del guardia, pero miles de mujeres siguen cautivas

Foto: Dos hermanas yazidíes que escaparon del Estado Islámico se sientan en una tienda de un campo de refugiados en Dohuk, en julio de 2015 (Reuters)
Dos hermanas yazidíes que escaparon del Estado Islámico se sientan en una tienda de un campo de refugiados en Dohuk, en julio de 2015 (Reuters)

Su rostro aniñado y su frágil figura engañan. Busra, yazidi de 16 años, es una valiente, con la fuerza y el coraje de escaparse de las garras de sus captores, después sufrir durante un año todo tipo de tropelías físicas y sexuales. El 11 de septiembre de 2015 es una fecha que ha quedado grabada para siempre en su memoria. A las cinco de la tarde de ese mismo día ella y su compañera Fria, también yazidi, sacaron de sus entrañas el valor suficiente para huir de aquella casa, convertida en una cárcel para ellas, donde servían como criadas y esclavas sexuales.

Busra clava su mirada en el infinito y tras un largo silencio comienza a narrar. La adolescente ha aprendido a combatir su trauma, pero siente dolor cada vez que recuerda aquella terrible experiencia.

Su pesadilla comenzó el 13 de agosto de 2014, cuando los yihadistas del Estado Islámico tomaron Kosho, cerca de la ciudad de Sinjar. La familia escapó en tres vehículos pero fueron capturaron en un control del Estado Islámico en Rambusi a unos kilómetros de Sinjar. “Allí mismo nos obligaron a convertirnos al Islam, si queríamos salvar nuestras vidas. Después separaron a los hombres de las mujeres y los niños. Nos llevaron a mí, a mi madre y mis cinco hermanos pequeños a Baash. De mi padre no sé nada desde aquel día. Lo capturaron y se lo llevaron”, explica Busra.

En Baash estuvieron con otras familias en una escuela durante quince días y después les volvieron a separar: “A mi madre y mis hermanos los llevaron a Tel Afar y desde allí a Raqqa -'capital' del ISIS en Siria-. donde reclutaron a mis hermanos en un campo de entrenamiento del ISIS”.

A Busra se la llevaron a una vivienda con otras seis chicas. En aquel lugar tuvo su primera experiencia sexual traumática. “Nos taparon los ojos para que no pudiéramos ver. Solo oíamos voces de hombres. Teníamos mucho miedo. Uno de ellos nos obligó a quitarnos toda la ropa. Desnudas nos llevaron a otra habitación para que nos fueran eligiendo. El hombre que me escogió me llevó a otra habitación. Primero me lavó y me obligó a rezar el Corán y después abusó de mi”, rememora Busra, que apenas puede continuar narrando.

Fuga rocambolesca

Su voz se quiebra por unos instante, pero rápidamente se recompone: “A Fria y a mi nos llevaron después a Sinjar a una casa con varios hombres. Teníamos que limpiar, cocinar, hacer todo lo que nos pidieran y se acostaban con nosotras cuando ellos querían”.

Transcurrió más de un año hasta que un día, por azar, pudieron fugarse. “Los hombres se fueron a rezar a la mezquita y nos dejaron solas con un guarda. Aprovechamos que el guarda estaba ocupado limpiando su arma en el jardín y no nos estaba vigilando. Así que corrimos al baño y nos escapamos por una pequeña ventana”, explica Busra. La vivienda de enfrente estaba vacía y las dos jóvenes se ocultaron allí hasta que cayó la noche. “Nos escondimos debajo de una cama y podíamos oír los gritos de los hombres que nos buscaban por todos lados. Tuvimos suerte de que no entraran a aquella casa”, continúa la adolescente.

Entrada la noche las dos chicas comenzaron a andar para huir de Sinjar y buscar refugio en las montañas. Durante dos días caminaron sin comer ni beber hasta que fueron rescatadas por unos peshmerga que las llevaron a Dohuk, en el Kurdistán iraquí. Busra vive en el campo de refugiados de Khanki con la familia de su tío y su madre, que estuvo cautiva en Raqqa y fue liberada hace dos meses en un intercambio con prisioneros del Estado Islámico.

Busra no quiere volver nunca a Sinjar. “He sufrido mucho. No quiero volver. incluso, aunque no quede ni un solo combatiente del ISIS regresaría allí. Me gustaría marcharme con mi madre de Irak a cualquier otro país donde podamos sentirnos seguras”, anhela la adolescente.

Gracias a la ayuda del grupo de terapistas de la ONG internacional Yazda, Busra se ha ido recuperando de aquella traumática experiencia. El centro de mujeres de Yazda atiende a 500 supervivientes yazidíes, obligadas a ser esclavas sexuales del EI. Aunque se desconoce la cifra exacta se calcula que unas 25.000 mujeres, la mayoria yazidíes, capturadas por el EI han sido vendidas como esclavas sexuales.

placeholder Una mujer yazidí, refugiada con su familia en un edificio abandonado en las afueras de Dohuk, en agosto de 2014 (Reuters)
Una mujer yazidí, refugiada con su familia en un edificio abandonado en las afueras de Dohuk, en agosto de 2014 (Reuters)

Reintegradas por la comunidad

“Las mujeres yazidíes no son estigmatizadas por sus miembros y rápidamente son reinsertadas en la comunidad, lo que ayuda a su recuperación”, explica Heather Barahmand , coordinadora del centro. No obstante, “el entorno al que regresan después de haber huido no es su hogar sino una tienda en un campo de refugiados, muchas de ellas están solas sin su familia, por lo que vuelven a sentirse encerradas”.

“Estas mujeres han vivido unas experiencias muy traumáticas y son extremadamente vulnerables. A veces están con un hombre dos semanas y luego son vendidas por 200 o 300 dólares a otro combatiente”, señala la coordinadora. Barahmand indica que el Islam prohíbe a un musulmán tener relaciones con una mujer que está embarazada de otro musulmán, por lo que usan métodos anticonceptivos para prevenir embarazos.

“La mayoría de nuestras pacientes no sabían que estaban tomando la píldora anticonceptiva. Los captores les obligaban a tomarse la pastilla pero ellas desconocían por qué se la daban”, agrega.

Muchas veces, explica la coordinadora, las mujeres se ven obligadas a pagar a traficantes porque es la única forma de poder escapar. Estos mafiosos sin escrúpulos cobran entre 20.000 y 40.000 dólares por persona, por lo que si se trata de una madre con sus hijos es una suma imposible de pagar. Y Barahmand menciona el caso de una mujer que fue vendida con sus 3 hijos a un combatiente del EI. Según su relato, la mujer pagó un precio muy alto por su libertad. La desesperación la llevó a envenenar a sus tres hijos para poderse escapar.

Su rostro aniñado y su frágil figura engañan. Busra, yazidi de 16 años, es una valiente, con la fuerza y el coraje de escaparse de las garras de sus captores, después sufrir durante un año todo tipo de tropelías físicas y sexuales. El 11 de septiembre de 2015 es una fecha que ha quedado grabada para siempre en su memoria. A las cinco de la tarde de ese mismo día ella y su compañera Fria, también yazidi, sacaron de sus entrañas el valor suficiente para huir de aquella casa, convertida en una cárcel para ellas, donde servían como criadas y esclavas sexuales.

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