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Puñalada trapera de Cuba al hijo de Chávez
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Puñalada trapera de Cuba al hijo de Chávez

Si Maduro conocía las conversaciones, su estrategia de acusar a EEUU como excusa a la situación económica sonará disparatada incluso entre sus seguidores

Foto: El mandatario cubano Raúl Castro (i) junto al líder venezolano Nicolás Maduro en la ceremonia de bienvenida de la cumbre del G77 en Bolivia (Reuters).
El mandatario cubano Raúl Castro (i) junto al líder venezolano Nicolás Maduro en la ceremonia de bienvenida de la cumbre del G77 en Bolivia (Reuters).

"Hay que reconocer el gesto del presidente Barack Obama, un gesto de valentía y necesario en la historia”, atinó a decir Nicolás Maduro cuando se enteró del inesperado acercamiento entre su más íntimo aliado y su más feroz enemigo. “Es quizás el paso más importante de su presidencia”, insistía con cara de póquer el presidente venezolano, consciente de que probablemente también sea el momento más bochornoso de la suya.

El día después del histórico deshielo de relaciones entre Estados Unidos y Cuba, Obama hizo otro “gesto”. El presidente norteamericano firmó el jueves un paquete de sanciones (que congelan cuentas bancarias y anulan visados de viaje) contra 56 altos funcionarios y militares venezolanos acusados de violar los Derechos Humanos en las protestas opositoras contra Maduro que dejaron 43 muertos a comienzos de año.

El sucesor de Hugo Chávez se había pasado los últimos días despotricando sin parar de los “gringos” por la medida anunciada. En apenas 72 horas, amenazó con romper relaciones con Washington, denunció desde la mismísima Habana un complot imperial para asesinarlo con un sicario a sueldo y clamó a grito pelado por las calles de Caracas: “yanquis insolentes, métanse sus visas por donde les quepan”.

Por eso, cuando el miércoles glosaba la “victoria moral”, “la ética de la resistencia” y “la lealtad a los valores del pueblo cubano", no pudo evitar que al final, el discurso sonara a envainada: “Seguiremos buscando los mejores caminos para que las relaciones con el gigante del norte tomen el rumbo que tiene que tomar”. Hasta hace poco, tan solo había un gigante en el léxico de la revolución.

“El escenario internacional se le mueve al presidente Maduro”, valoró el politólogo Nícmer Evans, militante de una corriente crítica del chavismo. “¿Sería consultada esta jugada cubana con el Gobierno venezolano en el marco del Alba (Alternativa Bolivariana)?”, se preguntó.

En el nombre del padre

No hay respuesta satisfactoria para Maduro. Si estaba al tanto de las negociaciones, la “guerra económica” de la Casa Blanca como excusa perenne a la catastrófica situación del país petrolero suena ahora más ridícula que nunca. Si no sabía nada, entonces la supuesta hermandad revolucionaria Cuba-Venezuela resultaría una triste farsa.

El hecho de que Chávez considerara un padre a Fidel y un hijo a Maduro hace que la maniobra política ejecutada por Raúl Castro tenga visos de tragedia griega: apuñalado ideológicamente por su tío abuelo confabulado con el peor enemigo de su padre. Otros lo ven más propio del típico affaire enrevesado de culebrón sudamericano, en el que la chica humilde enamora al galán cuando se hace rico y lo abandona cuando se arruina, cambiándolo por el abusón del barrio que llevaba años acosándola. “Parece que Raúl está engañando a Nicolás”, remató sardónico el líder opositor Henrique Capriles en una entrevista.

El trasfondo es mucho más desafiante. A nadie le resulta una coincidencia que el acercamiento tras 53 años de silencio se produjera hace 18 meses, durante los primeros compases del chavismo sin Chávez. Justo el tiempo que lleva destiñiéndose la memoria del Comandante encerrada en los mármoles del Cuartel de la Montaña mientras su sucesor ha metido a Venezuela en una espiral ideológica suicida alegando, paradójicamente, mantener “su legado”. Y mientras, Cuba, ¿hablando con el enemigo?

La opinión de La Habana fue clave para que Maduro fuera el elegido en la atropellada sucesión venezolana, según los analistas, pero la estrecha y controvertida victoria del delfín de Chávez en los comicios de abril tras su pésimo desempeño en la campaña puede que hiciera saltar las alarmas definitivas en la isla. El dato, al menos, revela una preocupante falta de fe en el nuevo líder bolivariano. “Los Castro ya entendieron lo que nosotros hemos afirmado: la transición en Venezuela ya comenzó”, sentenció la exdiputada opositora María Corina Machado.

“Carisma y petróleo”. Esa fue la fórmula ganadora de Chávez para mantenerse en el poder. Si el inicio de las reuniones entre los archienemigos hemisféricos comenzó cuando la muerte del militar venezolano dejó al chavismo sin su political-appeal, el acuerdo final se ha rubricado cuando el crudo acumula una caída de más del 40% en los últimos seis meses que pilla a la nación sudamericana en su peor momento económico y político de los últimos 15 años.

Venezuela sufre todos los males macro imaginables: una brutal recesión (que podría ser de hasta el 4% este año), unos precios a punto de entrar en modo híperinflación y una escasez de libreta de racionamiento que se traga cada vez más alimentos, medicinas y repuestos de todo tipo. El bolívar fuerte, la divisa local, ha perdido el 65% de su valor frente al dólar, el déficit se dispara y la deuda se hunde. Por si fuera poco, los arbitrajes internacionales sembrados en una década de nacionalizaciones florecen estos días como multimillonarias indemnizaciones para las vapuleadas arcas venezolanas.

La situación ha llevado el riesgo país a máximos (con una creciente amenaza de default) y la popularidad de su presidente a mínimos históricos del chavismo (24,5%). Desde que se declaró ganador de las elecciones en abril pese a las denuncias de fraude de sus adversarios, el mandatario venezolano ha dilapidado el enorme respaldo que le dejó en herencia Chávez para dirigir la revolución. Nueve de cada 10 venezolanos ven negativa la situación del país, pese a que desde hace meses el Banco Central se afana, inconstitucionalmente, en ocultar los indicadores clave. Pero es muy difícil tapar con un dedo los anaqueles vacíos y las morgues llenas.

¿Voy bien, Raúl?

Maduro se dirige hacia una cascada en un barco de papel, mientras Raúl Castro, con un sombrero de Mickey Mouse, salta del barco ayudado por Obama. ¡Dale, que vas bien!, le grita el anciano dirigente cubano. La viñeta del caricaturista Edo sintetiza el fin de una época.

En 1994, cuando Cuba digería los peores años del período especial, el propio Fidel Castro recibió al joven Hugo Chávez recién salido de la cárcel al pie de la escalerilla del avión, como si ya fuera un jefe de Estado. El barbudo había detectado al histriónico paracaidista como un fichaje estrella para su causa y no se equivocó. En 2003, ambos países rubricaron un acuerdo por el que Venezuela envía 100.000 barriles de crudo diarios a la isla a cambio del trabajo de 40.000 médicos, entrenadores deportivos y asesores en los programas sociales estrella del chavismo.

Durante años, Chávez pagó todas las cuentas. La cooperación llegó a suponer casi el 18% del sostén económico de la isla y el 60% de su consumo energético. Incluso, Venezuela llegó a tender un cable submarino para mejorar la costosa conexión satelital cubana que, tras varios escándalos de corrupción, entró en operaciones el año pasado y permitió a los cubanos dar el primer gran salto de los cubanos a la era digital. Ahora que Cuba permitirá nuevos proveedores de telecomunicaciones e internet en virtud del acuerdo con Estados Unidos, Venezuela habrá tirado, literalmente, 70 millones de dólares al mar.

Pero con la tormenta económica, los envíos petroleros comenzaron ya a declinar el año pasado y no se sabe a ciencia cierta hasta qué punto seguirán siendo sostenibles en el futuro. Por eso, las oportunidades al otro lado del estrecho de Florida parecen ahora más halagüeñas que al sur del Caribe. Entre las mejoras, Estados Unidos permitirá un aumento del 250% a las remesas familiares hacia la isla, más turismo estadounidense con más facilidades para comprar y pagar, flexibilización de importaciones, telecomunicaciones y negocios a través de terceros

“La situación de Venezuela es importante para el gobierno de Cuba“, dijo el jueves un alto funcionario estadounidense a periodistas en Washington. “Pero no surgió en nuestras conversaciones (para restablecer relaciones diplomáticas)”, agregó. Como si hiciera falta.

El 15 de diciembre, Maduro empuñaba la espada del Libertador en un mitin en Caracas ante miles de seguidores para hacer uno de esos juramentos improvisados que a Chávez tanto le gustaban para conmemorar cualquier cosa. En este caso, la efeméride de la Constitución bolivariana. Con el chandal tricolor de la bandera venezolana y unos guantes de terciopelo rojo, el mandatario blandió la hoja en alto y entonó con tono épico “Bolívar, Bolívar, Bolívar”, arrastrando las erres como tantas veces vio hacer a su jefe.

“Aquí vamos en el transcurrir de los tiempos, aquí vamos, con la espada hecha pueblo, con el amor desbordado en nuestra alma de que esta vez si va a haber patria, sí va a haber historia, sí va a haber herencia al pueblo niño”, trató de declamar, a ratos confuso, a ratos a trompicones ante la menguada concurrencia. Pero no es lo mismo. El agravio comparativo no tiene límites.

Maduro no ha podido (ni siquiera lo ha intentado) construir un liderazgo propio y diferenciado de Chávez. Pese a los tibios devaneos de diálogo con la oposición y los empresarios en sus primeras semanas en Miraflores, finalmente se dejó caer en manos de los radicales confiado en que el discurso aguerrido y el verbo incendiario suplirían su falta de toque personal con las masas. Intentó ser el presidente obrero, pero acabó con un gobierno de militares.

Así las cosas, puede que el pragmatismo cubano sea una llamada de atención para Maduro, quien debe despojarse de todo complejo ideológico para tomar urgentes medidas económicas si quiere evitar un colapso total del país con mayores reservas petroleras del mundo.

Si insiste en no ceder, le puede pasar lo que advertía el veterano comunista francés Maurice Thorez: “Hay ponerse por delante de las masas, pero no demasiado adelante, o uno se arriesga a quedarse solo y gesticulando”.

"Hay que reconocer el gesto del presidente Barack Obama, un gesto de valentía y necesario en la historia”, atinó a decir Nicolás Maduro cuando se enteró del inesperado acercamiento entre su más íntimo aliado y su más feroz enemigo. “Es quizás el paso más importante de su presidencia”, insistía con cara de póquer el presidente venezolano, consciente de que probablemente también sea el momento más bochornoso de la suya.

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