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'El Niño' amenaza con una rabieta global
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¿2015, EL AÑO MÁS CALIENTE DE LA HISTORIA?

'El Niño' amenaza con una rabieta global

Tras una siesta de años, El Niño se agita inquieto en el Pacífico. Amenaza con una pataleta global que puede convertir 2015 en el más caliente de la Historia

Foto: Un hombre camina junto a su barca en el lago Las Canoas, a 59 kilómetros de Managua, en plena sequía causada por El Niño en 2010 (Reuters/Archivo).
Un hombre camina junto a su barca en el lago Las Canoas, a 59 kilómetros de Managua, en plena sequía causada por El Niño en 2010 (Reuters/Archivo).

Tras una siesta de cuatro años, El Niño se agita inquieto en el Pacífico tropical. Nadie sabe de qué humor despertará la criatura, pero amenaza con una pataleta global que puede convertir 2015 en el año más caliente de la Historia.

Con una frecuencia de entre dos y siete años y una intensidad muy irregular, este evento erráticamente cíclico tiene el potencial para hacer saltar por los aires los patrones climáticos del Sudeste Asiático, África, Australia y Latinoamérica, dejando a su paso inundaciones, sequías e incendios de proporciones bíblicas. Pero si en los próximos meses se espabila, no sólo veremos su catastrófico reguero de víctimas, refugiados y pérdidas, sino que podría marcar el debate político y científico de los próximos tiempos.

La espectacular escalera ascendente de las temperaturas desde los 70 a finales del siglo XX, que le valió al exvicepresidente norteamericano Al Gore un Nobel de la Paz, dibuja ahora un inesperado rellano que ya se prolonga tres lustros. “El apocalipsis, quizás un poco más tarde”, resumía The Economist en marzo de 2013.

Durante años, los adictos al calentamiento global han estado buscando una explicación elegante y coherente de por qué todas sus proyecciones han fallado bochornosamente los tres últimos lustros, alimentando una nueva oleada de escepticismo sobre la influencia del hombre en el devenir climático del planeta. Según las simulaciones, se esperaba un alza de 0,25 grados en la última década. Pero tan sólo fue de apenas 0,06 grados. ¿Dónde fue a parar todo ese calor teórico?, preguntan ahora con sorna los descreídos. Puede que El Niño tenga la respuesta.

‘La Niña’ refrigerante

Todas las señales siguen apuntando en dirección a la calamidad. La concentración de dióxido de carbono en la atmósfera llegó este año niveles inéditos, los glaciares se derriten a paso de vencedores y las temperaturas en las latitudes altas están en máximos de 4.000 años. El clima extremo se ha vuelto la norma. Pero nada de esto se ha reflejado en el mercurio planetario, sanctasanctórum del cambio climático.

Hay dos explicaciones posibles. La más desafiante es que se haya sobrevalorado el efecto de los gases, especialmente del CO2, en el ascenso de las temperaturas superficiales de la Tierra. La otra es que los modelos de proyección hayan subestimado las fluctuaciones naturales del clima, que explicarían este hiato en las temperaturas promedio del planeta debido a las erupciones volcánicas, el efecto refrigerante de los aerosoles en la capa alta de la atmósfera o la intensidad del ciclo solar. Pero una teoría se ha erigido por encima de todas como principal sospechosa: el vaivén pendular calentamiento/enfriamiento del Pacífico producido por El Niño.

“Nuestros resultados demuestran que el actual intervalo está asociado específicamente a un enfriamiento, La Niña, (que ha durado) una década”, concluyó un estudio del Instituto Screipps de Oceanografía, publicado en la revista Nature en septiembre del año pasado.

Experimentación oceánica

Esta hipótesis sostiene que el exceso de calor ha sido represado en las profundidades marinas gracias al efecto refrigerante de La Niña, némesis fría de El Niño, que ha predominado en los tres últimos lustros.

“Estamos experimentando al poner todo ese calor en el océano sin saber muy bien cómo va a salir ni cómo va a afectar al clima”, advertían meses después los responsables de otro estudio publicado en la revista Science, donde aseguraron que las temperaturas en las profundidades medias del Pacífico han subido 15 veces más rápido en los últimos 60 años que en los 10.000 previos.

En 1998 se batieron todos los registros de desgracias. En total, se contabilizaron más de 700 desastres naturales que se cobraron 50.000 vidas y 90.000 millones de dólares en pérdidas. Trescientos millones de personas resultaron afectadas

Es decir, el océano actuaría como un radiador planetario que está absorbiendo el exceso de calor. Pero los expertos no creen que sea sostenible y menos cuando La Niña se marche acosada por el díscolo infante climático, que volverá a hacer hervir las aguas liberando a la atmósfera la energía almacenada durante su letargo.

“Puede comprarnos algún tiempo”, avisaba en 2013 Yair Rosenthal, climatólogo de la Universidad de Rutgers y líder de la investigación. “¿Cuánto tiempo? Realmente, no lo sé. Pero no va a parar el cambio climático”.

Debut mundialista

No se preocupen por Ronaldo. Vigilen a El Niño”. Con este sugerente titular, la Universidad de Reading pronosticaba un difícil Mundial para la selección de Inglaterra debido a que sus primeros efectos podrían dejarse sentir en el este de Brasil generando condiciones adversas para el juego: calor asfixiante, muy seco y con escasa cobertura de nubes.

Y parece que va a llegar. La probabilidad de que se produzca un fenómeno El Niño/Oscilación Sur (ENSO) es del 70% durante el verano del Hemisferio Norte y aumenta al 80% en el otoño e invierno, según el último reporte del Centro de Predicción Climática de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (Noaa) de Estados Unidos.

Hace tres meses, las posibilidades no llegaban al 50%. Pero desde entonces, los satélites y las boyas desperdigadas en la corriente Humboldt han detectado un aumento en la frecuencia de las ondas Kelvin, grandes masas de agua cálida que se desplazan en caravana desde Australia a las costas latinoamericanas debido a un debilitamiento de los vientos Alisios. Es un patrón que los climatólogos conocen bien, heraldo de que el chaval se mece intranquilo en la cuna caliente del océano tropical.

Los expertos todavía no pueden aseverar si el evento finalmente se materializará, ni con qué fuerza se manifestaría de hacerlo. “Pero se ha formado un modelo de alturas (del mar) y temperaturas en la superficie que me recuerda a cómo se veía el Pacífico en la primavera de 1997”, dijo el mes pasado Bill Patzert, climatólogo del Laboratorio de Propulsión a Chorro de la Nasa. Y ese año no llegó El Niño, sino su madre.

El 98 de la calamidad

En 1998 se batieron todos los registros de desgracias. Los huracanes Georges y Mitch alfombraron de cadáveres Centroamérica y el Caribe, llegando a percutir con saña a Estados Unidos. Un devastador terremoto hizo más pobre al paupérrimo Afganistán, un tsunami apaleó a Papúa Nueva Guinea y los tornados hicieron estragos en India. En total, se contabilizaron más de 700 desastres naturales que se cobraron 50.000 vidas y 90.000 millones de dólares en pérdidas, según la aseguradora alemana Munich Re, más del doble que 1997. Trescientos millones de personas resultaron afectadas, calculó la Cruz Roja en su momento.

El triste protagonista de ese aciago año fue un El Niño, que se superó a sí mismo generando inundaciones en 41 países y sequías en 22. Las riadas en China y Bangladesh se entremezclaban en los titulares con los voraces incendios en Indonesia y la anómala ausencia de lluvias en el norte de Australia y en África Oriental.

Hace tres meses, las posibilidades no llegaban al 50%. Pero desde entonces, los satélites y las boyas desperdigadas en la corriente Humboldt han detectado un aumento en la frecuencia de las ondas Kelvin. Es un patrón que los climatólogos conocen bien, heraldo de que el chaval se mece intranquilo en la cuna caliente del océano tropical

En América Latina, el evento climático se convirtió en el hombre orquesta de la plaga egipcia. Causó 24.000 víctimas, seis millones de desplazados y 110 millones de afectados, con pérdidas directas en la región que superaron los 34.000 millones de dólares, según Naciones Unidas. Lluvias torrenciales castigaron Ecuador y Perú con pérdidas que supusieron un 15% y un 5% de sus PIB, respectivamente. Las inundaciones causaron penurias en Paraguay, Uruguay y Chile, y anegaron el litoral argentino. Mientras en el sur de Brasil achicaban agua, el nordeste combatía la sequía y el fuego, que devoró más de 55.000 kilómetros cuadrados de bosque amazónico. La sed y los incendios se cebaron con Colombia, América Central y México. No hubo rincón de esta tierra en el que no hiciera destrozo.

Desde entonces, el párvulo ha visitado varias veces la región. En ocasiones se ha asomado a la actualidad por su especial incidencia en un país o sector en concreto. Pero nunca sus efectos se combinaron de tal manera como ese fatídico 1998, en el que rubricó su rabieta despidiendo tal cantidad de calor a la atmósfera que la fiebre del planeta subió a cotas hasta hoy inigualables.

‘El Niño’ en su mesa

El tema también aporta nuevas preocupaciones para la economía global. Aunque no existe evidencia de que El Niño afecte al clima más alejado de su área de influencia, como Europa y el Norte de Estados Unidos, sin duda un evento de magnitud daría un zarpazo fatal a la alicaída recuperación económica del Hemisferio Norte.

Su devastador efecto sobre la agricultura, al multiplicar las inundaciones, alargar las sequías y favorecer las plagas, pone en jaque las cosechas de arroz, trigo, café, cacao y azúcar. También atormenta a la ganadería, afectada por el ahogamiento, sed o enfermedad de cientos de miles animales, mientras el cambio en las corrientes marinas produce migraciones anómalas de los bancos de pesca.

El precio de los alimentos podría subir hasta un récord del 15% por la amenaza climática El Niño, según un reciente informe del Banco Mundial, que meses antes esperaba que se mantuvieran estables. Por el momento, los principales rubros ya subieron un 4% entre enero y abril de este año, poniendo fin a la tendencia descendente observada desde hace casi dos años.

El suministro de minerales, como el oro, el níquel, el estaño, el cobre y el carbón, se ve amenazado por el derrumbe o inundación de minas, déficit de electricidad y problemas logísticos por la destrucción de carreteras, puentes y líneas férreas. Sus efectos colaterales sobre la salud pública son monstruosos, con la proliferación de enfermedades como el dengue, la malaria y el paludismo, y la destrucción de viviendas, sistemas de agua potable y sembradíos genera masivas migraciones de las áreas rurales que engrosan los cinturones de miseria urbana.

El colofón a este zipizape medioambiental es un malestar generalizado. Los episodios más duros de El Niño han precedido al 30% de las guerras civiles en el centenar de países bajo su influjo, según un estudio del Instituto para la Tierra de la Universidad de Columbia tras analizar 234 conflictos mundiales entre 1950 a 2004. "Si ya hay desigualdad social, pobreza y tensiones subyacentes, es posible que el clima pueda dar el golpe de gracia", aseguró Solomon Hsiang, director de la investigación.

La última batalla

Nada nuevo bajo el sol. Pese a que el fenómeno nació con el Pacífico y la humanidad lleva milenios conviviendo con él, poco se ha hecho para prevenir sus riesgos. El Niño es sospechoso habitual en la desaparición de civilizaciones e imperios desde hace centurias, como los mayas, los huari y los tihuanacotas. Y la última guerra en la que va a participar el colérico muchacho es la del clima.

Pero, pese a más de un siglo de estudios y registros fiables desde 1950, todavía es imposible predecir con seguridad su llegada o su intensidad, y aunque se ha analizado exhaustivamente el mecanismo que activa su ira, no se sabe exactamente por qué se produce

Este fenómeno es uno de los favoritos de los escépticos del calentamiento antropogénico ya que muestra como ninguno los límites de nuestro conocimiento sobre el clima. Bautizado por los pescadores peruanos en el siglo XIX porque su llegada coincidía con las Navidades, sus efectos están documentados en América Latina desde al menos el año 1525 y existen evidencias geológicas de su impacto en las comunidades del litoral Pacífico desde hace 13.000 años.

Pero, pese a más de un siglo de estudios y registros fiables desde 1950, todavía es imposible predecir con seguridad su llegada o su intensidad, y aunque se ha analizado exhaustivamente el mecanismo que activa su ira, no se sabe exactamente por qué se produce.

Por eso, los climatólogos son todavía cautos. Los observatorios se inclinan a pensar que, de producirse, sería un evento débil o moderado. Pero más allá de su saña, El Niño que se avecina supondría un cambio en el cliclo natural del Pacífico que lo hará más frecuente e intenso en la próxima década, liberando cada vez más grados a la atmósfera y poniendo de nuevo el calentamiento global en el pedestal mediático que perdió hace años.

Más si los profetas del desastre resultan estar en lo cierto. “El mar está caliente y la llegada del invierno no será suficiente para enfriar las aguas”, aseguró el mes pasado Luis Icochea, expresidente del instituto meteorológico peruano. “Están dadas las condiciones para la presencia de un evento extraordinario en el próximo verano (del Hemisferio Sur). Este podría ser El Niño más severo y de más impacto del milenio”.

Tras una siesta de cuatro años, El Niño se agita inquieto en el Pacífico tropical. Nadie sabe de qué humor despertará la criatura, pero amenaza con una pataleta global que puede convertir 2015 en el año más caliente de la Historia.

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