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Crucifixiones en Filipinas: entre el fervor religioso, la fiesta gore y la recaudación
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Crucifixiones en Filipinas: entre el fervor religioso, la fiesta gore y la recaudación

Los turistas llegan en masa a San Fernando, a dos horas en coche desde Manila, para asistir a las escenas de la Pasión de Cristo bajo un sol de justicia

Foto: Un penitente filipino se crucifica durante las celebraciones del Viernes Santo en San Fernando (Filipinas) (Efe)
Un penitente filipino se crucifica durante las celebraciones del Viernes Santo en San Fernando (Filipinas) (Efe)

Los turistas llegan en masa a San Fernando, a dos horas en coche desde Manila, para asistir a las escenas sangrientas de la Pasión de Cristo bajo un sol de justicia. Las unidades móviles de las televisiones, la prensa internacional y los puestos ambulantes de comida rápida y multinacionales de bebidas se preparan para recibir a los crucificados el Viernes Santo en lo alto de una explanada que simula ser el monte Calvario.

Rubén Enaje lleva el pelo largo y teñido de oscuro, buscando parecerse a Jesucristo a pesar de haber cumplido más de medio siglo. Es el héroe de un pueblo casi olvidado el resto del año. Come, nervioso, su último plato de arroz antes de la crucifixión junto a su mujer y rodeado de vecinos y familia en una mezcla de chabola, taller de pintura y patio. Entre el bullicio de curiosos, seis amigos terminan de imprimir 1.500 camisetas temáticas. Es el vigésimo octavo año consecutivo que arrastrará la cruz de 37 kilos por las calles del pueblo para dejar que lo claven de pies y manos y lo cuelguen durante diez minutos en el recinto del monte Burol.

Le observa atenta su nieta de siete años mientras habla para El Confidencial. “Se siente orgullosa y me llama Jesús, pero no me gustaría que ella se crucificase”. Insiste en que la fe es lo único que le mueve para hacer algo así, en agradecimiento a Dios después de caerse en 1996 desde un andamio de un tercer piso. “Trabajo. Trabajo. Solo pido más trabajo”, dice ahora que llega la hora de su última penitencia. Y lo siente como una necesidad. “No puedo dejar de hacerlo de un año para otro, aunque me retiraré a los sesenta”.

Dolor extremo

Aunque resulte inverosímil, la crucifixión es menos dolorosa que la flagelación a la que se someten los cientos de vecinos por las calles del pueblo de la provincia de Pampanga. Las cuerdas de los látigos se atan a palos de bambú y a menudo terminan en afiladas piezas de metal.

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A un lado de la calle se prepara June, un vecino de 40 años, luciendo una de las camisetas de Rubén Enaje. Nos muestra la herramienta que pedirá que utilicen contra él en unas horas: un cepillo de madera con trozos de cristal. “Siento cada uno de los trozos de vidrio cuando me los clavan, pero me gusta hacerlo, es un sacrificio”, sentencia mientras muestra orgulloso su espalda con cicatrices acumuladas de años anteriores. El lugar donde se explica es un puesto ambulante de látigos “más suaves que los que nosotros utilizamos” que se venden a los turistas por poco más de cuatro euros.

Los penitentes reciben golpes de sus propios amigos cada vez que se detienen a descansar. Esos mismos que les guían cuando se acerca un coche son los que les propinan palazos en tronco y extremidades

En el recorrido de las estaciones de penitencia no dejan de verse hombres con la cabeza cubierta con una capucha. Se flagelan –en penitencia por su pecados– con trozos de bambú en los cuales han hecho nudos con cuerdas, lanzando gotas de sangre sobre los espectadores que bordean las calles. Con la respiración entrecortada por el esfuerzo, un penitente acierta a decirnos que lo hace para que su familia goce de buena salud. A escasos dos metros, mientras se arrastra y se fustiga con fuerza, corretea su hijo, a quien salpica la sangre como al resto de curiosos. Los niños del pueblo también le acompañan. No hay muecas de dolor o miedo entre ellos. Melvin Castro, de 10 años, sonríe y dice que le gusta y lo hará de mayor mientras acaricia a un hámster que lleva en las manos.

Rubén Enaje, el Jesucristo de San Fernando, es también el protagonista de un documental que está realizando Rashid Moutiq, un director de cine danés enamorado de las costumbres de este país del sudeste asiático que lleva rodando los últimos catorce días. “Entendiendo cómo es el carácter filipino y cómo viven el catolicismo, solamente así puede explicarse un fenómeno como éste. Desde fuera podría parecer fanatismo, pero desde dentro, con esa inocencia inofensiva, comprendes que han crecido con ello y hasta los niños pueden ayudar en los golpes”.

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Así es. Otros penitentes, con la cruz a cuestas y con capucha para proteger su intimidad y corona de espinas, deambulan y se arrastran por el suelo durante varios kilómetros destrozándose la piel con el asfalto. Reciben golpes de sus propios amigos cada vez que se detienen a descansar. Esos mismos que les guían cuando se acerca un coche son los que les propinan palazos en tronco y extremidades. Utilizan palos de madera maciza de aproximadamente un metro de largo. Alguno fuma y ríe mientras golpea a su amigo penitente mientras la reportera cuenta hasta diez golpes.

“No le duele porque es un sacrificio. Incluso si le das por aquí (señala la zona abdominal)”. El penitente está agotado y tumbado sin poder moverse ante una estación de penitencia. Se respira olor a sangre, polvo y sudor en medio de un calor insoportable. “La recuperación es rápida. En menos de dos semanas puede trabajar y eso no es nada comparado con lo que yo recibo de Dios”, aseguran algunos lugareños.

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Los extranjeros tienen prohibida su participación en las procesiones desde que se descubrió a un cómico australiano crucificándose con un nombre falso y a un japonés que en realidad era un actor al que grababan en secreto como parte de una película pornográfica.

Louis, un turista norteamericano, califica de “sobrecogedora y fantasmagórica” esta forma de vivir la Semana Santa, y añade: “Es como si me hubiesen transportado a la Edad Media” mientras aparca su coche a la entrada del recinto de la crucifixión. Allí, Robbie, camarera de profesión, espera en un stand a que traigan los 400 halo halo (helado típico filipino) que se prevé que consuman los turistas. “A mí esto no me da miedo, al contrario, son clases de historia del catolicismo”.

Aunque los ritos se han convertido en un espectáculo turístico, los participantes aseguran no cobrar. El pueblo, sin embargo, sí se beneficia cada año con la visita de aproximadamente 30.000 personas

Muchas cruces y flagelaciones a la espalda, así como sus niveles de popularidad son los méritos que hacen a un penitente u otro ser la figura principal de Jesucristo en la dramatización de la crucifixión. Junto a Rubén se martirizarán otras decenas de vecinos. Algunos más serán centuriones romanos y clavarán los clavos a los voluntarios que arrastran la madera desde hace kilómetros.

A este héroe de la villa filipina se le amplifica la voz, un año más, y se prepara para repetir las últimas palabras de Jesús en la cruz. Lleva una petaca en la sábana que le envuelve y un micrófono durante el recorrido, que le retiran antes de ser crucificado.

Ajenos a quienes les toman por fanáticos y con el beneplácito de empresas patrocinadoras y el reclamo turístico, la tradición de las crucifixiones reales ha calado en los adolescentes y promete mantener vivo el espectáculo por muchos años.

Las pocas voces críticas sobre el extremismo con el que se vive la Semana Santa se limitan a algunos articulistas que lo tildan de “celebración anual de lo gore y oscuro, circo mediático internacional y bonanza turística”, pero en general genera simpatía.

La Iglesia se lava las manos

Foto: R.CLa Iglesia de Filipinas, el único país católico de Asia, no recomienda la participación en este tipo de actos de Semana Santa en la zona de Pampanga pero tampoco las rechaza categóricamente. “¿Quién soy yo para juzgar la intensidad de la fe de los demás?” se pregunta el reverendo de la primera iglesia del país, Ricardo Valencia, desde Manila.

Los líderes católicos reconocen que las flagelaciones se practican entre las capas sociales más pobres del país. “Deberíamos quizás revisar con ellos cómo se ha entendido el significado de sacrificio durante muchos años porque no es el correcto. No podemos fomentar las autolesiones”. Sin embargo, desvincula la responsabilidad de la fe individual: “creo que hay gente sincera pero también otra que quiere seguir promoviendo la celebración como una atracción turística”.

Aunque los ritos de San Pedro se han convertido en un espectáculo turístico, los participantes aseguran no cobrar dinero y cualquier insinuación al respecto es recibida con indignación. El pueblo, sin embargo, sí se beneficia cada año con la visita de aproximadamente 30.000 personas durante la Semana Santa. Junto a la acreditación para la prensa, los funcionarios del ayuntamiento venden en una mesa portable “un DVD de una película de cine independiente protagonizada por actores locales por cuatro euros”, tal y como indica uno de los organizadores. El ayuntamiento, de San Fernando, sin embargo, no elabora datos sobre el impacto de estas festividades sobre la economía local.

Los turistas llegan en masa a San Fernando, a dos horas en coche desde Manila, para asistir a las escenas sangrientas de la Pasión de Cristo bajo un sol de justicia. Las unidades móviles de las televisiones, la prensa internacional y los puestos ambulantes de comida rápida y multinacionales de bebidas se preparan para recibir a los crucificados el Viernes Santo en lo alto de una explanada que simula ser el monte Calvario.

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