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China, un año después del ‘airpocalypse’
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ASÍ ES VIVIR BAJO UN MANTO DE CONTAMINACIÓN

China, un año después del ‘airpocalypse’

En Pekín, no importa el dinero que tengas, cuando caminas por la calle todo el mundo siente lo mismo: el problema medioambiental ya no es algo remoto

Foto: Un grupo de personas distribuye máscaras a los transeúntes en el centro de Shangái (Reuters).
Un grupo de personas distribuye máscaras a los transeúntes en el centro de Shangái (Reuters).

Cuando elige su vestuario por las mañanas, Yu Tingting se hace una pregunta bastante inusual: “¿Qué máscara me pongo hoy?”. En función de la calidad del aire, esta joven escoge entre la azul o la gris. La primera está pensada para los días despejados;la segunda, para las situaciones de emergencia. Y es que la contaminación en las ciudades del norte de China ya no es una cuestión de gráficos y cifras, sino un problema al que los ciudadanos se enfrentan a diario.

“En el móvil tengo una aplicación en la que aparece el Índice de Calidad del Aire”, explica a El Confidencial Yu Tingting, “la miro todos los días”. Dependiendo de esa cifra, que ha pasado a formar parte de la vida pequinesa, esta joven organiza su día a día. Algunas actividades frecuentes en otras ciudades, como salir a correr por el parque, ni siquiera se le pasan por la cabeza. “¿Hacer ejercicio al aire libre? Por supuesto que no, no quiero suicidarme”.

En Pekín, todas las alarmas saltaron hace un año, cuando los niveles de contaminación se salieron de las gráficas (literalmente). Según el índice internacional, el aire es “bueno” por debajo de 50, mientras que a partir de 300 se considera “peligroso”. En la capital china, la cifra pasó de 800 durante varios días en enero. El pánico que se vivió fue la gota que colmó el vaso. Al fenómeno, todavía hoy, se le recuerda en inglés con el nombre del airpocalypse.

Según el índice internacional, el aire es bueno por debajo de 50, mientras que a partir de 300 se considera peligroso. En la capital china, la cifra pasó de 800 durante varios días de enero. El pánico que se vivió fue la gota que colmó el vaso. Todavía hoy se recuerda el fenómeno con el nombre del airpocalypse

“Desde entonces, tengo una nueva regla”, explica Yu Tingting. “Cuando el índice pasa de 200, si puedo no salir de casa, entonces no lo hago”. Además de eso, esta joven decidió entonces hacerse con un purificador de aire, un producto hasta hace poco desconocido pero cada vez más popular entre las clases medias y altas. Los purificadores se encargan de filtrar y limpiar el aire en las habitaciones, algo muy importante tanto para las empresas como para las familias, ya que las personas pasamos hasta un 90% de nuestras vidas en espacios interiores. “Puedes ver su utilidad muy claramente, porque el filtro del purificador se vuelve negro”.

Pekín no es la única ciudad afectada: en otras regiones del norte del país, como Mongolia Interior, Shaanxi, Shanxi o Hebei los ciudadanos respiran aire de peor calidad. A finales de octubre, con la llegada del invierno y el encendido de la calefacción, en la ciudad de Haerbin se tuvo que cerrar el aeropuerto y cancelar las clases en las escuelas. “Mi abuelo me dijo que había vivido 94 años en el noreste de China y que nunca antes había visto una contaminación tan grave”, explica Yu Tingting, originaria de Haerbin. “Estoy muy preocupada, tengo miedo de que esto se vaya a convertir en el estado habitual”.

Huir de la capital

La calidad del aire en Pekín se ha convertido en otro motivo para abandonar la ciudad. Algunos chinos han decidido mudarse a regiones más tranquilas del país, como la popular provincia de Yunnan. Las embajadas y empresas internacionales han notado, especialmente desde el airpocalypse, que los extranjeros cada vez tienen más reticencias para mudarse a la capital china. Para otros, el problema más grave se presenta cuando se quiere formar una familia. “Cuando la contaminación es grave y veo a mujeres embarazadas por la calle, tengo mucho miedo”, explica Yu Tingting. “Si tuviera un hijo, entonces sí pensaría en mudarme a otro sitio”.

placeholder Vehículos circulando por la Jianguo Road en la capital china, Pekín (Reuters).

Para que eso no pase, el Colegio Internacional Dulwich se ha tomado la lucha contra la contaminación muy en serio. El edificio, donde estudian 1.450 alumnos de más de 40 países, cuenta con un sistema de ventilación propio y filtros de aire. Cuando la contaminación es muy grave (por encima de 250), se prohíbe que todos los estudiantes salgan al patio. En estos casos, en las puertas de la escuela se colocan carteles rojos para advertir a los estudiantes: “Los niveles de contaminación son muy altos, quédate dentro”, explican.

Las medidas no siempre son tan drásticas. Desde el año 2010, este elitista centro internacional, en el que hay que pagar entre 21.000 y 27.000 euros al año por alumno, ha diseñado un complejo plan de respuesta ante la contaminación. En función de la edad de los niños, la gravedad de la contaminación y la actividad deportiva, el colegio limita la exposición de los pequeños. “En un nivel determinado, podemos dejar que salgan fuera y corran durante diez minutos, pero no que practiquen un deporte intenso durante dos horas”, explica Cynthia Maclean, jefe de relaciones exteriores del colegio.

En un centro de estas características, todas estas medidas no fueron suficientes. El Colegio Internacional Dulwich quería asegurarse de que los niños contaban con un espacio saludable para llevar a cabo las actividades deportivas más importantes. El resultado es una espectacular cúpula hinchable que se levanta sobre un espacio similar al de dos amplias canchas de baloncesto. El edificio fue inaugurado en el otoño de 2010 y cuenta con una sola entrada de aire. Junto a ella, en el exterior, se puede ver una enorme máquina de unos dos metros de alto que se encarga del filtrado. “Es un ambiente muy controlado y podemos mantener los niveles de contaminación muy bajos”, explica Cynthia Maclean. “Cuando entras en la cúpula, el aire sale hacia el exterior, no estás introduciendo contigo ninguna partícula de fuera”.

La calidad del aire en Pekín se ha convertido en otro motivo para abandonar la ciudad. Algunos chinos han decidido mudarse a regiones más tranquilas del país. Las embajadas y empresas internacionales han notado que los extranjeros cada vez tienen más reticencias para mudarse a la capital

La construcción de esta cúpula hinchable, como el resto de medidas de esta escuela, se explica fundamentalmente por una razón: la preocupación de los padres. Antes de inscribir a sus hijos en el colegio, sus progenitores suelen hacer una visita a las instalaciones del colegio, incluida la famosa cúpula. “Es muy importante para los padres, y por eso nos estamos asegurando de que nuestros sistemas son buenos para los niños”, dice Cynthia Maclean.

Los padres tienen razón al preocuparse por la salud de los más pequeños. Aunque la contaminación del aire afecta a todo el mundo (en octubre de este año fue confirmado por la OMS como agente cancerígeno), los niños son los más vulnerables. “Sus pulmones todavía se están desarrollando, así que esa exposición a la contaminación podría ser permanente”, explica el doctor Richard Saint Cyr, conocido por sus artículos sobre máscaras, purificadores y salud en China.

“¿Para qué preocuparse? Si hay humanidad, habrá contaminación”

A pesar del riesgo colectivo, este médico considera importante poner en perspectiva el problema. “A nivel individual, el riesgo real es probablemente menor de lo que piensas, al menos comparado con otros problemas como tener sobrepeso, no hacer ejercicio o tener una dieta muy mala”, explica Richard Saint Cyr. Según los análisis de este doctor, basados en recientes investigaciones del mundo académico, cada día respirando el aire de Pekín equivale de media a fumar la sexta parte de un cigarrillo. “Lo mires por donde lo mires, fumar es mucho peor”, afirma.

A pie de calle es fácil encontrar a pequineses para quienes la contaminación se ha convertido en un compañero más. Los “laobaixing”, como se conoce en China a las personas normales y corrientes (peluqueros, barrenderos, camareros...), siguen sin tomar demasiadas precauciones. “A mí no me preocupa la contaminación”, dice a El Confidencial el señor Xu, un taxista de 58 años. “¿Para qué te vas a preocupar? Es algo que no se puede controlar, mientras haya humanidad, habrá contaminación”, dice entre risas.

Este taxista todavía recuerda los cielos limpios de los que disfrutó en la década de los 60, cuando ver un coche por las calles se consideraba toda una atracción. Era una época de hambre, pobreza y campañas políticas, cuando más del 80% de la población china todavía vivía en el campo. Ahora, el desarrollo económico ha llegado al país, y con él la contaminación. “No puedes controlar la contaminación”, explica el señor Xu. “La contaminación, ¿no se debe a que hay muchos coches? Si no hubiera fábricas, ¿podrías vivir? Si fuera así, la sociedad no podría progresar”, concluye.

placeholder Ciclistas circulando por una calle de Daqing, en la provincia china de Heilongjang (Reuters).

El señor Xu puede que no tenga mucha conciencia medioambiental, pero señala dos de los principales factores que afectan a la contaminación: el tráfico y la industria. Según el China Greentech Iniciative, el 30% de las partículas contaminantes que se pueden encontrar en el aire de Pekín proviene de las emisiones de los vehículos. En este caso, sin embargo, los principales responsables no son los coches que protagonizan los atascos en la capital china, sino los grandes camiones de mercancías que mantienen abastecida a la ciudad y a las regiones cercanas.

Todos los ingredientes para una catástrofe

Junto a esto, el otro gran sector contaminante es la industria pesada. “Si tuviera que señalar un sector, ese sería el industrial, especialmente la industria del acero, el cemento y la química”, explica a este diario Julian Schwabe, investigador de la plataforma China Greentech Iniciative. “Hay unos seis grandes sectores industriales que consumen cerca del 50% del total de la energía primaria del país”. Según los análisis hechos en torno al aire de Pekín, un 40% de las partículas contaminantes emana de estas industrias, muy comunes en la cercana provincia de Hebei, de 70 millones de habitantes.

Lo cierto es que en el gigante asiático se unen todos los ingredientes para una catástrofe medioambiental. China es la segunda economía del mundo, pero cuenta con escasos recursos propios y bajos niveles de eficiencia energética. En diciembre de 2012, el 67% de la energía se generó a partir del carbón, uno de los fósiles más contaminantes. Su Producto Interior Bruto (PIB) ha crecido a medias anuales del 10%, entre otras cosas gracias a grandes proyectos de infraestructuras, a la urbanización del país y a la industria manufacturera. Si a esto se unen los incentivos con los que cuentan los cuadros locales para impulsar el crecimiento económico y las dificultades para implementar las leyes medioambientales, la combinación resulta explosiva.

Las energías renovables están creciendo en China más rápido que en ningún otro lugar del mundo, pero es difícil mantener el ritmo del crecimiento de consumo de carbón

El Gobierno chino es consciente del problema y ha tomado decenas de medidas para aliviar la situación. El país está intentando reducir la dependencia del carbón impulsando el resto de energías conocidas, desde la eólica hasta la solar, pasando por la hidráulica, el gas o la energía nuclear. “Las energías renovables están creciendo en China más rápido que en ningún otro lugar del mundo, pero es difícil mantener el ritmo del crecimiento de consumo de carbón”, dice Julian Schwabe. En Pekín, por ejemplo, el carbón está comenzando a ser sustituido por el gas. “Esto es sin duda parte de la solución, pero, como el resto de iniciativas, no es ningún remedio mágico que vaya a solucionar de repente todos los problemas”.

Por suerte, cada vez más familias chinas están intentando aportar su granito de arena. Entre ellas están la señora Zhou Xiaofei y su marido Ou Yang, quienes un mes después del airpocalypse se apuntaron a un programa de la ONG Amigos de la Naturaleza para reducir sus emisiones de carbono. “Antes la gente se preocupaba por la contaminación y todo el mundo criticaba a los demás, pero nadie se preguntaba qué era lo que podían hacer ellos”, dice Ou Yang.

Las familias reducen el consumo de energía

Su casa es un buen ejemplo de lo “sencillo” que puede resultar reducir el consumo de energía. Como pasa en la mayoría de viviendas del norte del país, esta familia no podía controlar la temperatura de su calefacción, que es común a todo el edificio. Se daba la paradoja de que mientras los cielos estaban contaminados por el consumo de carbón, está familia tenía que abrir las ventanas para soportar el calor de las estufas. “Cada vez que llegaba el invierno, era un quebradero de cabeza, no sabíamos qué hacer”, explica Ou Yang.

placeholder Un agente de tráfico hace señales a los conductores en Harbin, provincia de Heilongjiang (Reuters).

Después de varios meses de instrucción por parte de Amigos de la Naturaleza, esta familia realizó entre julio y agosto la reforma de su casa. Cambiaron toda la iluminación por bombillas LED y de bajo consumo. Decidieron cortar por lo sano y renunciar por completo a la calefacción de gas. Al mismo tiempo, instalaron en la parte superior de las ventanas tres placas solares para generar energía. En la actualidad, después de unos 540 euros de inversión, prácticamente toda su casa se mueve al ritmo de las placas solares. Según sus cálculos, sólo en calefacción ahorran en energía más de 600 euros al año.

Esta familia de algo más de 40 años no está sola. El programa de reducción de emisiones de carbono lo puso en marcha en 2011 Amigos de la Naturaleza, quien pretende extender el programa hasta 100 familias en 2015. Cada vivienda intenta adaptarse a sus propias circunstancias para ahorrar energía: en algunos casos puede ser el agua, en otros el gas y en otros la electricidad. En ocasiones, basta con mejorar el aislamiento de las puertas y ventanas para reducir considerablemente el uso de la calefacción. El objetivo de esta ONG es que cada familia pueda reducir entre un 30% y un 50% sus emisiones de carbono. “Si todo el mundo utilizara este mismo modelo, entonces toda la sociedad podría ahorrar mucha energía”, dice Zhou Xiaofei.

En Pekín, no importa el dinero que tengas, cuando caminas por la calle todo el mundo siente lo mismo. Todo el mundo tiene la misma sensación: que el problema medioambiental no es algo remoto, sino que ya ha llegado a las puertas de nuestras casas

Amigos de la Naturaleza sabe que 100 familias no van a reducir el problema de la contaminación en China, pero tal vez la movilización ciudadana sí. En casi todos los programas que pone en marcha, uno de los ingredientes más importante es la sensibilización. “Utilizamos la educación medioambiental para cambiar la conciencia de la gente, para crear una unión entre el hombre y la naturaleza”, explica Guo Jinghui, directora de comunicación de esta ONG. Muchos de sus proyectos están pensados precisamente para que las familias acudan juntas y puedan educar a los niños. “Cambiar la mentalidad de los niños es muy importante, porque su cambio de actitud ante la naturaleza influirá en su comportamiento cuando sean mayores”.

Amigos de la Naturaleza, que en 1994 se convirtió oficialmente en la primera ONG medioambiental de China, muestra muy bien la transformación que ha vivido el país en los últimos años. Si al principio la mayoría de sus proyectos se centraban en la conservación de plantas y animales en las regiones del oeste del país, en la actualidad muchas de sus iniciativas giran en torno a la ciudad. En 2012, Amigos de la Naturaleza contó con 21.000 voluntarios, mientras que por todo el país han surgido hasta 3.000 ONGs que se ocupan de temas medioambientales.

En China, el movimiento verde se ha convertido en uno de los fenómenos sociales más importantes de los últimos años. En Xiamen, Dalian, Shifang o Kunming cientos de miles de personas han salido a las calles para protestar por la instalación de fábricas industriales cerca de sus ciudades. En Pekín, el apocalipsis de hace un año ha conseguido que los medios de comunicación hablen todos los días del problema. La lucha contra la contaminación podría convertirse en el mayor elemento de protesta entre todas capas de la sociedad china. “En Pekín, no importa el dinero que tengas, cuando caminas por la calle todo el mundo siente lo mismo”, dice Guo Jinghui. “Todo el mundo tiene la misma sensación: que el problema medioambiental no es algo remoto, sino que ya ha llegado a las puertas de nuestras casas”.

Cuando elige su vestuario por las mañanas, Yu Tingting se hace una pregunta bastante inusual: “¿Qué máscara me pongo hoy?”. En función de la calidad del aire, esta joven escoge entre la azul o la gris. La primera está pensada para los días despejados;la segunda, para las situaciones de emergencia. Y es que la contaminación en las ciudades del norte de China ya no es una cuestión de gráficos y cifras, sino un problema al que los ciudadanos se enfrentan a diario.

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