La historia de Orlando: de dormir en la plaza de Tirso de Molina a facturar un millón al año vendiendo arepas
Es el dueño de los restaurantes Brutal 58, especializados en arepas, cachapas y demás comida callejera venezolana. Este es el relato del hombre que lanzó una moneda al aire y, por suerte, salió cara
La de Orlando es de esas historias a las que uno se aproxima con cuidado. Su caso tenía casi todas las papeletas para acabar en fracaso, pero se agarró a ese último ápice de probabilidad que hoy le permite vivir holgado económicamente. Era tan imposible que este venezolano terminase facturando más de un millón al año tras haber pasado varias noches en el suelo de la Plaza Tirso de Molina, que al final lo hizo. Este es el relato del actual dueño de los restaurantes Brutal 58, especializados en arepas, cachapas y demás comida callejera venezolana. La misma del hombre que lanzó una moneda al aire y, por suerte, salió cara.
La primera vez que Orlando Gavidi puso un pie en el aeropuerto de Barajas apenas llevaba un jerseicito. Era el 17 de abril de 2016, y aunque en España ya era primavera, el chaval sentía frío. Toda temperatura comparada con la de su Venezuela tropical le parecía demasiado baja. A la pregunta de por qué decidió cruzar el charco, la respuesta es dubitativa. "Para buscar una vida mejor, para lanzarme a la aventura, para ver qué pasaba…". Tenía 19 años y la certeza de que el mundo era suyo, como cualquier jovencísimo de esa edad. Sin embargo, sus planes no salieron como él pensaba.
Tras un mes alojado en casas de viejos conocidos de su familia, y con 350 euros en el bolsillo, empezó la intrépida misión de buscar un empleo. "No hay nada que dé más laburo que buscar laburo", decía Ricardo Darín en El mismo amor, la misma lluvia. Gavidi se dio cuenta de esto después de estar varios días mirando en Milanuncios.
Al no tener su documentación en regla, le llamaban multitud de clientes para "ser chico de compañía". No tenía un duro, pero decidió no arriesgarse a entrar en ese círculo. Un día, encontró una oferta que le llamó la atención: se busca niñera venezolana para niña de tres años. Llamó, explicó que no era una mujer, pero sí que era venezolano. "Esa señora dijo la palabra que me cambió la vida. Me explicó que, en mi situación, podía pedir el asilo. Yo no sabía ni qué era eso", relata.
Mientras, aquellos 350 euros con los que llegó en abril iban disminuyendo. Empezó a meterse a garitos de Huertas para ofrecerse como relaciones públicas y llevar clientes a los locales. "Pero yo soy tímido, y para eso hay que ser muy extrovertido", dice. Había noches que sumaba un total de cinco euros, y como no tenía donde dormir, encontró una esquina en la Plaza de Tirso de Molina en la que descansar unas horas hasta que saliera el sol.
Ahora, atiende a este periódico desde ese mismo rincón. Lo hace ocho años después, más mayor, con cierto rechazo a dicha ubicación y recordando lo que fue: "Yo solo lloraba y pensaba en mi madre", señala.
Orlando pidió cita en la oficina de Asilo y Refugio del Ministerio del Interior en la calle Padrillo. Allí conoció a su segunda ángel de la guarda, Nieves. "Me explicó cómo tramitar mi caso y me puso en contacto con la asociación La Merced de Migrantes", señala.
Gracias al apoyo de esa organización, alcanzó la condición de asilo y entró en una primera fase de protección en la que le ofrecían una cama, algo de comida y el pago del bono transporte. La vida empezó a asentarse, al menos un poquito. A los seis meses en España, consiguió su primer trabajo en un McDonald’s de Barcelona. Hace hincapié en lo crucial que fue aquel oficio para empezar y de los primeros 327 que cobró que supieron a los millones de ahora.
Fueron pasando los años, y con ellos, las desdichas. La llegada del 2020 le animó a intentar poner en marcha su propio local. Gracias al dinero ahorrado –en McDonald’s, The Good Burguer, Glovo y un restaurante argentino– y la ayuda de sus compañeros y amigos, consiguió hacerse con un local en Barcelona con cinco mesas. "No tenía ni idea de nada, ni siquiera de lo que era un control de Sanidad. Aprendí a palos", explica. Y con la reapertura de los restaurantes con la pandemia, y esa ansia de la población por salir y consumir, el germen de Brutal 58 tenía colas de espera.
Ese pequeño restaurante de arepas y cachapas lo petó. ¿Qué pasó? Gadivi señala que a veces recurría al recuerdo de Tirso de Molina para no olvidar de dónde venía. También echaba la vista atrás para rememorar al resto de chicos en situaciones complicadas que conoció en La Merced. Entonces se planteó abrir un segundo local. "O me arriesgaba o me moría de éxito". Y también arrasó. Ahora, en 2024, cuenta con seis locales en la península y 33 empleados, todos jóvenes y extranjeros. "No quiero que ninguno tenga que pasar por lo que pasé yo", explica. El cierre del 2023 se prevé favorable: calcula que facturará en torno a un millón y medio en ventas.
Ana Vega, SoyLetrista
La historia de Orlando Gavidi llegó a oídos de David Placer (un periodista y conferenciante afincado en España) cuando se encontraba organizando unas jornadas de formación para emprendedores extranjeros con pocos recursos. El programa De refugiados a emprendedores ganó el premio IVLP Impact Award 2023 otorgado por el departamento de Estado de los Estados Unidos, lo que permitió a Placer organizar un taller de mentorías para orientar a los chavales en términos de organización y fiscalidad en España. Fue ahí cuando contactó con Gadivi, un claro ejemplo de éxito, para que participase como potente en las charlas formativas.
De aquella pesca de talento hay varios casos que, poco a poco, están brillando a la luz. Ana Vega es uno de ellos.
En el restaurante Brutal 58 de Madrid, en Menéndez Pelayo, Orlando, David y Ana charlan entre ellos. La última es una logopeda migrante a la que el talento de la caligrafía llamó por sorpresa. Empezó pasando el rato con sus rotuladores y está consiguiendo llevar este talento a lo más alto. Da clases de lettering (el dibujo de las letras), talleres para niños e incluso ha publicado su propio libro sobre el tema.
En este encuentro informal, los tres venezolanos ponen en común las dificultades de salir de su país de origen. "El migrante emprende porque tiene que buscarse la vida", señala David. Ana, SoyLetrista en redes, es una de las asistentes a las mentorías de su proyecto. Esta joven de 27 años estudió logopedia en Venezuela y, al llegar a España, no le convalidaron sus estudios. Aquello le truncó los planes, pero no contaba con que descubriría un nuevo don.
Mientras pasaba horas preguntándose qué narices hacer para salir del paso, descargaba la ansiedad dibujando con sus rotuladores. De tanto en tanto, compartía sus pequeñas obras de arte con amigos, conocidos, y usuarios de las redes. Y los usuarios de Instagram hicieron el resto. Ahora, David y Orlando le asesoran sobre cómo tirar hacia delante con el proyecto. "Lo bueno es que no necesito, de momento, un espacio físico para enseñar lettering", explica ella.
Gracias, también, a las mentorías y jornadas orientativas, los jóvenes migrantes han creado una red networking donde se aconsejan unos a otros. "Ojalá hubiera tenido yo algo así", asegura Orlando.
La de Orlando es de esas historias a las que uno se aproxima con cuidado. Su caso tenía casi todas las papeletas para acabar en fracaso, pero se agarró a ese último ápice de probabilidad que hoy le permite vivir holgado económicamente. Era tan imposible que este venezolano terminase facturando más de un millón al año tras haber pasado varias noches en el suelo de la Plaza Tirso de Molina, que al final lo hizo. Este es el relato del actual dueño de los restaurantes Brutal 58, especializados en arepas, cachapas y demás comida callejera venezolana. La misma del hombre que lanzó una moneda al aire y, por suerte, salió cara.