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La castaña callejera de Madrid: "El dueño tiene cámaras con micrófono en el puesto"
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La castaña callejera de Madrid: "El dueño tiene cámaras con micrófono en el puesto"

Los quioscos que venden este 'snack' a pie de calle son tan típicos en la capital como desconocidas las personas que están detrás de ellos. Estos son algunos de los protagonistas

Foto: Alfredo Sanguino atiende su puesto de castañas desde hace 17 años. (G.M)
Alfredo Sanguino atiende su puesto de castañas desde hace 17 años. (G.M)

A veces como premio, otras por costumbre, las que menos por vicio, la mayoría como capricho. El cucurucho de castañas asadas ha vuelto por el advenimiento de la Navidad. Tenderos y dependientes que soportan décadas de castañas callejeras en sus manos vuelven a poblar las esquinas de las plazas más concurridas, allá donde no estorben a ningún glamuroso escaparate lleno de luces, bolas, papanoeles y ropa, mucha ropa. La artificiosidad se mide en experiencia, aquí también, aunque cada vez son menos los propios dueños de los tenderetes que atienden a los compradores ávidos de calor en sus manos. Cuidado con hablar muy alto, alguno de estos propietarios ha instalado cámaras con micrófono dentro de los pequeños habitáculos.

Chencho Martínez nació en una churrería. Su madre le trajo al mundo entre los aromas de la feria y la verbena, diversión a tutiplén en unos tiempos en los que aún se celebraban los santos como Dios mandaba, es decir, venerando el verbo, pero no la carne. Eso es lo que se desgrana de las palabras de este castañero que, sentado en un taburete, se fuma un cigarro mientras su ayudante despacha a los transeúntes. "Mi abuela ya era castañera, de ahí mi madre, y ahora estoy yo", relata a sus 60 años. Más de medio siglo en un hombre algo cansado de las luces, tanto de las bombillitas que alumbran las fiestas patronales como las de Navidad: "Estar aquí me causa cierta nostalgia, claro que sí, pero la ilusión se va apagando. La edad te va poniendo en su sitio", relata.

A lo que se refiere Martínez es al infarto que le dio hace un par de años, por eso ahora no regenta él solo el puesto que mantiene en la calle del Carmen, a escasos metros de la Puerta del Sol. Como tantos otros, la modernización ha llegado a su negocio en forma de algodón de azúcar y manzanas bañadas en caramelo. "Para ver si salimos a flote, porque estos dos años han sido muy muy muy malos, ni ferias ni nada", explica. Le gusta ver al "madrileño de siempre", aunque admite que los "turistas curiosos" no se quedan atrás a la hora de comer castañas.

placeholder Chencho Martínez sirviendo un cucurucho de castañas calentitas. (Guillermo Martínez)
Chencho Martínez sirviendo un cucurucho de castañas calentitas. (Guillermo Martínez)

10 años en ese sitio más otros 25 en la plaza de Callao convierten a este castañero en uno de los más experimentados en la capital. En el centro de la ciudad, más de 10 compañeros se afanan en cumplir con los deseos de los viandantes frioleros mientras muchos otros están repartidos por los diferentes distritos de Madrid. "Las personas mayores, que te conocen, a veces se acercan solo para charlar", agrega algo compungido. "Eso es lo que me gusta a mí, aunque se está perdiendo".

Mal armazón para tan buena castaña

Las infraestructuras de estos momentáneos comercios es la misma para todos ellos. Una regularización por parte del Consistorio, que no les ha cobrado las tasas ni el año pasado ni este 2021, les obligó a comprarla: "Los de antes eran mucho mejor, estos no son funcionales. Nos dijeron que, o comprábamos los nuevos puestos a una empresa de Oviedo con la que trabaja el Ayuntamiento, o no podíamos seguir vendiendo. Nos costaron más de un millón de pelas y, aunque la licencia iba a ser anual, finalmente, fue de seis meses", critica Martínez. La concesión fue a 25 años, y cada uno de ellos paga algo más de 1.000 euros por el semestre, informa el propio castañero.

Ellos son los encargados de colocar y retirar el quiosco antes del inicio y después de la temporada de castañas, algo que algunos realizan con recelo y picardía. Según ha afirmado uno de estos profesionales de la castaña, hasta que el Ayuntamiento no les avisa de que tienen que retirar la infraestructura de la vía pública, no lo hacen, pese a llevar cerrada meses. Pero eso es al final, entre enero y febrero, según la temporada. Antes, en noviembre, todos ellos se afanan en ofrecer el mejor género posible.

La castaña es la fruta más cara que hay: "¡Mercamadrid nos fríe!"

Según este madrileño, la castaña es la fruta más cara que hay: "Mercamadrid nos fríe. Podemos pagar hasta cinco euros el kilo, pero son buenas, eso sí", señala. Esta afirmación entronca con la decepción habitual que cualquier comprador ha podido experimentar: el fenómeno de la castaña pocha, una situación en la que ni comerciante ni cliente tienen la culpa. "Aquí cada uno sabe las castañas que compra y su calidad, por eso yo siempre pongo 12 exactas, porque sé que van a salir buenas", incide este vendedor.

El horario habitual de apertura abarca desde las 11 de la mañana hasta las 23 horas. "Es mucho trabajo, por eso nos turnamos, y a veces mucho frío también. Además, tenemos que aguantar el mal humor de algunas personas. La gente no es como antes, quizá sea yo el raro, pero está todo el mundo como cabreado, no sé si será por el Gobierno, ¡y los que no están cabreados es porque no son de aquí y viven mejor que en su país!", opina el veterano castañero.

Precios similares, control presente

En la acera de los últimos números pares de la calle Atocha se encuentra Herminia Natividad. Lleva 10 años vendiendo castañas, aunque no en el mismo lugar. Durante ocho estuvo en Villa de Vallecas, donde las cosas eran diferentes: "Aquí la gente pasa y sin más, van a lo suyo, nadie habla. Aquello era un barrio". A sus 52 años, la tendera, que no dueña del puesto, se afana en que huela a castañas a su alrededor, bien sabedora de que se come antes por el olfato que por el estómago. Por eso, de vez en cuando, echa algunas castañas al barril asador, para esparcir el aroma.

Martínez, además del producto estrella, vendía boniatos y mazorcas de maíz. En este caso, Natividad cambia los primeros por batata. "Media docena de castañas son un euro y medio y una docena, tres, igual que lo demás. El algodón de azúcar cuesta cuatro euros, eso sí", explicita como si hablara por el resto de sus compañeros. En realidad, los precios son iguales de un lugar a otro, y apenas cambia nada excepto la persona que vende el producto.

placeholder Herminia Natividad posa en su puesto cerca de Atocha (G. M)
Herminia Natividad posa en su puesto cerca de Atocha (G. M)

La persona y el control, claro. Uno de los vendedores con los que ha hablado este medio y que prefiere mantenerse en el anonimato, preguntado por si suele echar una castañita de más a los clientes, señala que mejor hablar en voz baja de eso. "El dueño tiene cámaras con micrófono, y ve y escucha todo lo que hago y ocurre aquí, aunque a quien es amiguete sí que le doy alguna más", concede.

Un cuchillo modificado ha terminado convirtiéndose en la herramienta con la que Natividad abre el fruto, "para que luego no exploten", apunta. Y advierte: "A veces, las castañas más pequeñas son mejores que las grandes. Ojo que engañan". Ella también trabaja unas 12 horas diarias y afirma que la caja puede rondar entre los 100 o 150 euros, aunque esa sea una cuestión que se le escape: "Yo no me dedico a contar el dinero, solo sirvo a la gente", recalca.

placeholder Herminia Natividad muestra su cuchillo modificado (G. M)
Herminia Natividad muestra su cuchillo modificado (G. M)

Debido a su ubicación, no pocas personas se acercan a su puesto para preguntar por una calle, se queja. Además, no ha tenido una buena tarde: "Pasan cientos de personas y apenas compran", declara cuando echa más carbón al asador. Aquí, aunque la modernidad se mida en algodón de azúcar y bolsas de chucherías, no se puede pagar con tarjeta.

Servir castañas a famosos sin saberlo

Cerca de ella se encuentra Alfredo Sanguino, quien atiende al público en la plaza Emperador Carlos V, pero tampoco es dueño del negocio. En su haber, 17 años asando castañas, desde que llegó a España procedente de su Bolivia natal. A sus 55 años, también se dedica a la feria, como los demás entrevistados. "Por aquí han pasado muchos famosos. El de 'Torrente', un torero y otros que no sé muy bien quiénes son", dice el castañero en referencia a Santiago Segura y otras personalidades que no conoce, pero sí reconoce.

"Este año no va mal la cosa, quizás al 80 por ciento de como estábamos antes de la pandemia", en sus propias palabras. Los lugares en los que se ubican estos quioscos llevan siendo estratégicos durante décadas, primero pensados para los autóctonos y ahora para los turistas. Plazas concurridas, salidas del metro, calles anchas, todas buenas opciones para poner ahí el puesto, como este, ubicado a escasos metros de la entrada al Museo Reina Sofía, aunque Sanguino también se queja de los actuales: "Son muy malos. No tenemos espacio para nada y, cuando llueve, nos entra agua por todas partes", relata.

placeholder Sanguino tiene el puesto en los alrededores del Reina Sofía (G. M)
Sanguino tiene el puesto en los alrededores del Reina Sofía (G. M)

15 minutos antes de las 22 horas pone el candado a la infraestructura que tanto desagrado ha levantado entre los comerciantes. Así, todas las noches, un autobús le devuelve a Guadalix de la Sierra, donde vive con su mujer. Se termina otra jornada más de cucuruchos y preguntas insustanciales, de intentos de regateos que no siempre fructifican. La chapa, movida hacia abajo, clausura el quiosco. Para ellos, mañana será otro invierno más.

A veces como premio, otras por costumbre, las que menos por vicio, la mayoría como capricho. El cucurucho de castañas asadas ha vuelto por el advenimiento de la Navidad. Tenderos y dependientes que soportan décadas de castañas callejeras en sus manos vuelven a poblar las esquinas de las plazas más concurridas, allá donde no estorben a ningún glamuroso escaparate lleno de luces, bolas, papanoeles y ropa, mucha ropa. La artificiosidad se mide en experiencia, aquí también, aunque cada vez son menos los propios dueños de los tenderetes que atienden a los compradores ávidos de calor en sus manos. Cuidado con hablar muy alto, alguno de estos propietarios ha instalado cámaras con micrófono dentro de los pequeños habitáculos.

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