La madre coraje de una niña ciega que lucha por la accesibilidad
La familia de Xabela, invidente de ocho años tras un repentino tumor cerebral, reúne 110.000 firmas para que aceras y semáforos se adapten a los invidentes
“No ver implica una lucha diaria que nadie que no lo haya padecido de cerca se puede imaginar”. La reflexión es de la viguesa Olalla Freiría, una mujer que, hasta hace un año, tampoco podría figurarse el tamaño de esa jungla de paraguas, mesas, sillas, toldos y coches, sobre todo coches, a la que se tienen que enfrentar los invidentes de forma rutinaria. Pero desde que un tumor cerebral irrumpió en la vida de su hija Xabela, de ocho años, esa y otras muchas circunstancias que dificultan la existencia de los que no ven ocupan buena parte de su tiempo. Son, de hecho, una de sus principales preocupaciones desde que el 11 de julio de 2016 la niña perdió la vista pero ganó la vida sobre la camilla de un quirófano. El tumor fue extirpado, y para Xabela y su familia comenzó una nueva andadura.
A lo largo de este año, la niña ha aprendido braille, ha hecho nuevas amigas y se luce con unas notas sobresalientes. Entre comprensibles altibajos emocionales, se acostumbra a su condición de invidente. Lo que no podía imaginar su madre es que ese trayecto de apenas un kilómetro que separa su casa, cerca del estadio del estadio de Balaídos, del colegio público Illas Cíes se convertiría en una enorme dificultad. Algo tan sencillo como ir a clase es una de las claves para la felicidad de la pequeña. De momento lo hace acompañada, pero algún día deberá ir sola, “es la llave de su autosuficiencia”. Hace unos meses, una amiga de Olalla le sugirió que se pusiese en contacto con la plataforma de campañas solidarias change.org. Lo hizo en junio, y lleva ya 110.000 firmas de apoyo.
La campaña va dirigida al alcalde de Vigo, Abel Caballero, que recibió a la familia este verano y se comprometió a adaptar semáforos, pasos de peatones y aceras en el trayecto diario de Xabela. La madre coraje aguarda ver esas promesas hechas realidad, aunque reconoce que será solo el comienzo. “Lo que pedimos es lo que a nosotros nos afecta en nuestra vida diaria, pero está claro que es una lucha por los invidentes de toda la ciudad y por los de de todas las ciudades”, precisa.
“Nunca imaginé que iba conseguir tantas firmas, tanto cariño y tanta repercusión. Está siendo brutal”, confiesa Olalla algo abrumada. “Es el sentimiento de la gente, gente que ve que es algo que le puede pasar a cualquiera, y a la que le duele especialmente que a una niña de entonces siete años como mi hija le suceda algo como lo que le ha sucedido”, razona. Ella misma reconoce que jamás se planteó la importancia de algo tan sencillo como aparcar bien el coche. “Ni te lo planteas, vas con prisa y lo dejas de cualquier manera sin pensar en el problema que le puedes causar a un invidente”.
Salir a la calle para una persona que no ve es lo más parecido a una lucha diaria. “Es pensar: a ver qué me voy a encontrar hoy, que nuevas barreras arquitectónicas nos vamos a encontrar, con quién vamos a tropezar…”. Tropezar, sí, porque en los últimos años los teléfonos móviles han convertido a muchos de sus usuarios en un ejército de proyectiles humanos mezclados entre los peatones. Tampoco en ese peligro había reparado Olalla antes de que Xabela perdiera la vista. “Son tantas cosas que se me cae el mundo a los pies. Como esas terrazas de los bares que no dejan espacio en las aceras, o los toldos de los establecimientos, que los llevan tan abajo que impactan en la cara de cualquier persona mínimamente alta”.
Es pensar: a ver qué me voy a encontrar hoy, que nuevas barreras arquitectónicas nos vamos a encontrar, con quién vamos a tropezar…
La lista de actuaciones que harían la vida mucho más sencilla a los invidentes no parece una quimera, aunque en la práctica lo sea. Piden semáforos que suenen para atravesar la calzada sin depender de nadie. Existe una tecnología Bluetooth, desarrollada gracias a un proyecto de la ONCE, que acciona las señales acústicas a su paso, pero pocas ciudades la han implantado. Los cruces deben estar marcados en la acera para ser reconocidos con el bastón, pero ni siempre lo están ni todos los señalizados cumplen la normativa. Las terrazas de bares y cafeterías no deben conquistar las aceras, pero lo hacen. Los toldos deben situarse a una altura mínima, pero no todos lo están. Y por supuesto, que se impida que los coches aparcados bloqueen pasos de peatones. “Con esas pocas cosas, para un invidente salir a la calle dejaría de ser una desagradable aventura”, asevera Olalla.
Si la madre de Xabela es un ejemplo de tenacidad en sus demandas, la hija lo es de capacidad de superación. Merece un capítulo aparte la fortaleza de una niña que apenas un año después de perder la vista exhibe su sonrisa y contagia su optimismo a todos los que la rodean. Muy especialmente en el colegio, donde sus compañeros se han conjurado para arroparla. Han adaptado sus juegos, se preocupan de que no se aísle en los recreos –uno de los momentos más delicados para los alumnos invidentes— y hasta han experimentado vendándose los ojos para conocer un poco mejor cómo se siente Xabela.
“Es una pasada, nos está dando una lección a todos. Estudia, hace actividades, siempre se la ve contenta…”, relata la madre, que da por superados los “bajones” anímicos de la niña durante los primeros meses, aunque advierte: “Ella nunca puede desconectar de su realidad, y nosotros no podemos saber todo lo que está pasando por su cabecita” .
Con todo, se felicita porque la pequeña está trabajando mucho más tranquila. “Y además, ha hecho una amiga también ciega más o menos de su edad y eso la está ayudando muchísimo”. La superación de aquellos bajones los atribuye su madre a que la propia niña se va dando cuenta de que la invidencia le permitirá seguir haciendo cosas, muchas más de las que ella creía, pero con todo es consciente del dolor que tal vez Xabela oculte a menudo a sus padres para no transmitírselo.
“Si tenemos fortaleza es porque ella la tiene y nos da ánimos. Nos ha demostrado que ha sido capaz de seguir el ritmo y acabar el curso porque ella se empeña. Estamos llenos de orgullo”, presume. Esa mejoría es una gran ayuda para la familia, con el fin de seguir luchando por hacer que la vida de Xabela sea cada vez más fácil, un objetivo que no se merece obstáculos tan absurdos como un paso de peatones mal señalizado.
“No ver implica una lucha diaria que nadie que no lo haya padecido de cerca se puede imaginar”. La reflexión es de la viguesa Olalla Freiría, una mujer que, hasta hace un año, tampoco podría figurarse el tamaño de esa jungla de paraguas, mesas, sillas, toldos y coches, sobre todo coches, a la que se tienen que enfrentar los invidentes de forma rutinaria. Pero desde que un tumor cerebral irrumpió en la vida de su hija Xabela, de ocho años, esa y otras muchas circunstancias que dificultan la existencia de los que no ven ocupan buena parte de su tiempo. Son, de hecho, una de sus principales preocupaciones desde que el 11 de julio de 2016 la niña perdió la vista pero ganó la vida sobre la camilla de un quirófano. El tumor fue extirpado, y para Xabela y su familia comenzó una nueva andadura.