Valencia reivindica a los Borgia: la saga familiar más allá de la leyenda negra
Los papas valencianos, Calixto III y Alejandro VI, viven un renacimiento editorial al calor de su atractivo, pero también de su relación no resuelta con su territorio de origen
Hay pocas sagas con una leyenda negra tan pesada, amarrada a sus tobillos, como la de los Borgia. Un lastre reputacional que ha guiado su herencia cultural allá donde ha llegado su nombre. En ese tiempo -desde que su paso por Roma provocara un auténtico revolcón en el siglo XV y XVI-, su tierra natal, la Valencia de Xàtiva, de Gandía o de Canals, ha ido reivindicando con voz baja su legado.
Un rebrote en la literatura valenciana apunta a una necesidad de resignificación en el binomio Borgia-Valencia. Por el filón que representan -pocas familias con tal explosividad cultural, con tanto talento ante el clickbait- pero también por la oportunidad de unos cuantos municipios para ofrecer todo lo que no se vio en su ascensión al poder.
Como indica el escritor Juanjo Braulio, los Borgia, más que malvados, depravados o maquiavélicos, más que criminales, “solo fueron políticos”. Ejercer el poder a lo grande tenía consecuencias. Junto a Braulio -que está a punto de publicar En el nombre del poder-, las autoras Isabel Barceló o Verònica Zaragoza han escrito trabajos relevantes. Las mujeres Borja. Historias de poder y protagonismo oculto, en el caso de Zaragoza, y Lucrecia Borja. Bajo una nueva luz, en el de Barceló.
Poder, poder y poder es el término que más se repite en la nube que rodea a los Borgia. “Era una deuda que tenía pendiente conmigo mismo desde que, con 16 años y en una clase de valenciano en el instituto, el profesor mencionó de pasada que había habido dos papas de Canals y Xàtiva (Calixto III y Alejandro VI respectivamente) y que, por tanto, el valenciano había sido utilizado en la corte vaticana de los siglos XV y XVI”, justifica Braulio. “Después, durante todos los años de mi formación (siempre en Humanidades) nadie me habló de ellos nunca más”.
Le ocurrió parecido a Isabel Barceló: “Lucrecia Borgia despertó mi curiosidad cuando yo era casi una adolescente. Leí una novela sobre ella y me pareció que la historia que contaba no cuadraba en absoluto. (…) Lucrecia fue una mujer solar, sorprendente, muy próxima y humana, radicalmente diferente del estereotipo de cartón-piedra que perdura en el imaginario popular”.
La búsqueda por conceder una cierta nobleza reputacional a la saga se debe, considera Braulio, a un acto de justicia. “En el ámbito de la ficción histórica todo es mala literatura que hace hincapié en los tópicos del incesto, el veneno y la depravación pese a que está más que demostrado que fueron infamias usadas por sus enemigos. Todo eso no quiere decir que los Borgia fueran hermanitas de la Caridad -que no lo eran- pero no fueron peores que otras familias de su tiempo y circunstancias como los Médici, los Sforza o los Della Rovere, que han pasado a la Historia como mecenas mientras que los Borgia lo han hecho como criminales”.
El profesor de Historia Medieval de la Universitat de València, Frederic Aparisi, incide en uno de los aspectos menos iluminados: su origen. “Como historiadores, lo que más nos interesa son los procesos de cambio. En ese sentido, los Borgia son un muy buen ejemplo, el mejor quizás, del proceso de ascenso social de algunos sectores del campesinado. Porque lo que muy poca gente sabe es que los Borgia procedían de una familia de campesinos. El padre de Alfons de Borja, futuro Calixto III, era un llaurador rico, miembro de élite rural del entorno de Canals, poseedor (que no propietario) de una alquería con una torre -la Torre de Canals- y las tierras adyacentes, y que se dedicaba al arrendamientos de impuestos. Tras tomar los hábitos, Alfons fue enviado por su padre a estudiar a la Universitat de Lleida -la única en la Corona de Aragón en ese momento- lo que le abrió las puertas para entrar en la diplomacia y en la carrera eclesiástica”.
Esa formación y persistencia académica, repasa Aparisi, fue clave en su ascenso. “Descansaba en la formación universitaria de Alfons de Borja, primero. Pero su sobrino, Rodrigo, futuro Alejandro VI, también estudió en la universidad, en su caso, en la de Bolonia. Obviamente, el hecho de ser sobrino del Papa le abrió numerosas puertas, pero Rodrigo era un experto en derecho eclesiástico y derecho civil. Ello le permitió seguir formando parte de la alta jerarquía de la Iglesia hasta que finalmente fue elegido Papa el 11 de agosto de 1492. Pero además de la competencia profesional y los contactos era necesario persistir. Cuando Calixto III agonizaba no fueron pocos los que abandonaron Roma ante la persecución dei Catalani por las familias de la Curia romana. Los propios sobrinos de Calixto III dejaron la ciudad, todos menos Rodrigo, que estuvo acompañando hasta el final su tío y luego supervisó los funerales. Permanecer en Roma facilitó su prevalencia dentro de los círculos del papado”.
Barceló añade un detalle, el de su propia cohesión y conciencia de saga: “Tuvieron otra virtud singular: estaban unidos como una piña. Esa unión, aunque no estuvo exenta de tensiones y conflictos, no se rompió jamás y contribuyó a potenciarlos a todos. No es casualidad que hablemos de los Borgia: es imposible hablar de uno solo de ellos sin tener en cuenta a los demás”.
¿Por qué, entonces, ha sido su vileza la que ha quedado como principal signo identitario?, ¿por qué Valencia -más allá de los esfuerzos en Xàtiva y Gandía- apenas los ha incorporado a su narrativa?
“No han encajado nunca”, desenfunda Braulio. “Primero fueron usados por los protestantes para desprestigiar al papado y de ahí su leyenda negra. Luego, la Contrarreforma los quiso olvidar precisamente por la misma razón y, más recientemente, el nacionalcatolicismo franquista –lo cual es irónico- no podía presumir de papas españoles debido a su reputación. Pese a que hubo intentos como el de Vicente Blasco Ibáñez (con su novela A los pies de Venus) de reivindicarlos, en la ficción se ha caído constantemente en lo escabroso. Pienso que los Borgia encarnan, en mi opinión, lo más significativo de lo valenciano: grande, aparatoso, espectacular, tremendo… y efímero”.
“Tengo la impresión -no cuento con datos objetivos- de que en la actualidad, y exceptuando al santo, a los lugares estrechamente vinculados con los Borgia y al ámbito académico, la memoria histórica de esta familia se ha debilitado. Probablemente estén más integrados en el relato de lo valenciano entre los ciudadanos valenciano-parlantes que entre el resto”, apunta Barceló.
Para Aparisi “la relación de la sociedad valenciana con los Borgia es el reflejo de la relación con su pasado. En ese sentido, es cierto que la sociedad valenciana siente como propios los Borgia, pese a la leyenda negra. Forman parte de nuestro Siglo de Oro como promotores del desarrollo económico y cultural del país. En particular, Rodrigo de Borja resultó fundamental para la introducción del Renacimiento en Valencia y, por extensión, en la península Ibérica. (…) En tanto que miembros de la Iglesia, sus intereses pasaban por defender la institución, de eso no hay ninguna duda. Pero su referencia territorial, su país de origen, fue Valencia y, por extensión la Corona de Aragón. Los Borgia eran valencianos, los únicos papas valencianos de la historia, nada más y nada menos”.
Hay pocas sagas con una leyenda negra tan pesada, amarrada a sus tobillos, como la de los Borgia. Un lastre reputacional que ha guiado su herencia cultural allá donde ha llegado su nombre. En ese tiempo -desde que su paso por Roma provocara un auténtico revolcón en el siglo XV y XVI-, su tierra natal, la Valencia de Xàtiva, de Gandía o de Canals, ha ido reivindicando con voz baja su legado.