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Jacinta, escritora y analfabeta: "Mi madre me decía que las mujeres no debíamos leer"
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su última obra habla sobre el covid

Jacinta, escritora y analfabeta: "Mi madre me decía que las mujeres no debíamos leer"

Esta agricultora jubilada, viuda desde los 32 años y madre de cinco hijos, ha publicado tres libros al dictado después de toda una vida dedicada al campo

Foto: Jacinta posa para El Confidencial. (Fernando Ruso)
Jacinta posa para El Confidencial. (Fernando Ruso)

“Mi madre me decía que las mujeres no debíamos aprender a leer porque le escribíamos a los novios”, explica a sus 81 años Jacinta, de oficio agricultora y poetisa de afición. “Las mujeres no podíamos saber, no nos dejaban y en aquellos años —en plena posguerra— no se podía ni rechistar”, lamenta la autora de tres libros, dos de ellos al dictado.

Hace pocos meses que ha publicado su último libro, el primero que escribe de puño y letra, porque Jacinta aprendió a leer y escribir cuando dejó de bregar en el campo, hace pocos años. Se titula ‘Cuentos y fábulas’, una autoedición que dedica a los niños de su pueblo.

Durante el confinamiento ha vencido a la soledad escribiendo uno sobre el coronavirus, “un invento de las farmacéuticas para ahorrar en pensiones”. “No sé si este libro lo publicaré, porque o me muero por el virus o me matan cuando lo lean”, narra la octogenaria entre risas.

Jacinta aprendió a leer y escribir cuando dejó de bregar en el campo, hace pocos años

A Jacinta pocos la conocen por su nombre en Huétor Tájar, su pueblo. De joven, cuando sus amigas recibieron las invitaciones de boda, todas se llevaron las manos a la cabeza al ver a Salvador, su novio de toda la vida, casándose con alguien que no era ella. “¡Qué sinvergüenzas son los hombres, la de años que ha sido novio tuyo y ahora se casa con una tal Jacinta!”, le decían las más próximas para consolarla. Ni siquiera ellas sabían que ‘La Tilli’, el nombre por el que la conocían, se llamaba Jacinta.

Todavía hoy, cuando Jacinta tiene cumplidos 81 años, hay quien no la relaciona con su nombre. “Tú pregunta por ‘La Tilli’ en el pueblo y te llevarán a mi casa, pero no digas nada de Jacinta, porque la gente no sabe ni como me llamo”, comenta la anciana al hablar a gritos por teléfono para concertar la cita con los periodistas. Está un poco sorda, tiene cogidos los pulmones, pero su ánimo es envidiable. “Dejé de trabajar en el campo a los 68 años porque no me lo permitían para poder cobrar la pensión —explica—, pero yo hubiese seguido sin pensármelo”.

placeholder Jacinta lee uno de sus libros. (Fernando Ruso)
Jacinta lee uno de sus libros. (Fernando Ruso)

Hay dos pasiones en la vida de ‘La Tilli’, el campo y la poesía. La primera ha sido su forma de vida desde los seis años, cuando empezó a guardar el ganado para aportar un jornal a la maltrecha economía familiar en los primeros años la posguerra; la segunda ha sido el vehículo para salir de la angostura cultural consecuencia de la primera. “Yo quería aprender, pero mi madre nunca me lo consintió”, recuerda entre risas de disculpa. Eran otros tiempos. Por eso Jacinta está dedicando su jubilación a cultivar su afición a la lectura y despertar en quienes les rodean el hábito de leer.

Los meses de confinamiento, Jacinta ha estado encerrada en su casa. Sola, leyendo y escribiendo, y sin poder pisar su campo. “El gobierno ha conseguido que me quede en casa”, bromea ‘la Tilli’, una mujer con un carácter jovial, resuelta, que se mueve a todas partes en su pequeño Mercedes de color rojo. “Todos los chiquillos vienen a mí, soy muy conocida en el pueblo y les gusta saludarme; yo les digo que aprendan a leer, que es muy triste llegar a mi edad sin saber”, confiesa la hueteña, que le da nombre a la biblioteca del colegio Padre Manjón, o Bibliotilli, como la han bautizado.

Recuerda como, ante la ausencia de su padre, sus hermanos mayores se emplearon a conciencia para hacer cumplir la palabra de su madre

Jacinta nació en 1939, recién acabada la Guerra Civil. Por poco no conoció a su padre, Francisco, que murió con 28 años de cáncer de pulmón. Su madre, Isabel, tuvo que sacar adelante a cinco hijos, tres varones y dos mujeres. Ella es la menor de todos. Recuerda como, ante la ausencia de su padre, sus hermanos mayores se emplearon a conciencia para hacer cumplir la palabra de su madre. La Tilli, el apelativo cariñoso que uno de ellos le puso, no aprendería a leer.

Isabel y los suyos no pasaron hambre. El campo les ofrecía trigo para hacer el pan y las olivas para conseguir aceite. “Ella misma amasaba el pan con mucha maña”, recuerda la menor de los cinco hijos. “Tenía dos vestidos: el de verano y el de invierno; lo teníamos que lavar y secarlo de noche para poder ponérmelo”, sigue. “No pasamos hambre —insiste—, salvo en el 1946, que hubo mucha falta de todo en el campo”.

Una vida bregando con el machismo

De vez en cuando iba hasta el cortijillo en el que vivían un maestro ambulante que enseñaba a los varones a leer. Ella se acercaba para tratar de aprender, pero se la quitaban de encima de malos modos. Jacinta todavía recuerda las pataletas que ella y su hermana, empecinadas ambas en “querer saber”, tuvieron con los hombres de la casa. “Eran más machistas que mi madre”, asegura.

"Cuando enviudé, ¿de qué iba a tener miedo? ¿Crees que tenía tiempo de tener miedo? Yo lo que tenía es que trabajar sin límite"

“Una vez, estando a la vera de uno de mis hermanos, el maestro le dio un guantazo y le dijo: ‘Delante de b y p, siempre m’. Y eso lo aprendí bien. El tortazo se lo dieron a él, pero quien lo aprendí fui yo. Hoy, cuando voy a la escuela de adultos, me acuerdo de que antes de b y p, siempre va la m”, relata Jacinta, que cogió los libros hace tres años. “En el campo no hace falta la letra, y sí mucho puño”, justifica Jacinta, que enviudó joven, como su madre. Su marido, Salvador, murió trece años después de casarse y poco después de que Jacinta diese a luz a su quinto hijo. “Un cáncer de intestino”, detalla. “Yo pensé en mi madre, en que enviudó con 28 años, en sus cinco hijos, en la vida que tuvimos… Y ahora era yo la que estaba en esa situación”, narra la hueteña.

Cuenta Jacinta que durmió poco cuando falleció su marido. De día echaba en el campo largas peonadas, de noche cosía para arreglarle la ropa a sus cinco hijos. Un día sí y otro también. “Cuando enviudé, ¿de qué iba a tener miedo? ¿Crees que tenía tiempo de tener miedo? Yo lo que tenía es que trabajar sin límite. Trabajar, coser, dormir y trabajar…”, relata la Tilli.

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Pero el campo siempre se le dio bien. Asegura que sabe hacer cualquier cosa que le ponga por delante. Que es allí donde disfruta. “Me pongo a hacer la faena y parece que me dan vida”, garantiza Jacinta. Como agricultora ha dirigido cuadrillas de hasta 30 jornaleros. Su experiencia le decía quien trabajaba bien y quien escurría el bulto. Llegó a llevar hasta 44 fanegas —la quinta parte de una hectárea— arrendadas y otras tantas suyas. “Yo sabía el que valía y el que no, y eso no les gustaba a los hombres”.

Según la última encuesta —año 2016— del Instituto Nacional de Estadística (INE) sobre la estructura de las explotaciones agrícolas, el 67,58% de los titulares de una explotación eran hombres frente a un 32,42 de mujeres. El 41 por ciento de quienes trabaja en el campo son, según el Ministerio de Empleo, mujeres. A ellas se dedican subvenciones específicas que fomenten su participación en la economía rural.

placeholder 'La campesina', uno de los libros de Jacinta. (F. Ruso)
'La campesina', uno de los libros de Jacinta. (F. Ruso)

Jacinta mira con envidia a las nuevas generaciones. “De buena gana volvería al campo”, confirma la hueteña, que siempre que se acerca a las explotaciones que hoy llevan sus hijos para ofrecerles consejo. “El campo ha sido mi pasión”, insiste. Tanto que toda esa experiencia acumulada en décadas de trabajo inspiró su primer libro ‘La campesina’ (Editorial Dauro, 2013), una obra en la que Jacinta hace repaso de toda su vida como agricultora. “Es un libro de poemas que se me vienen a la cabeza, yo los memorizo y luego se los recito a una persona que me los escribe”, explica.

Dice Jacinta que aprendió a rimar por los ‘treboleros’ que iban cantando sus composiciones de pueblo en pueblo. “Me sale de forma natural, escribo de lo que sea, me vienen muchas cosas a la cabeza”, asegura.

Libretas y libretas repletas de textos

Así ha publicado dos, ambos con la editorial Dauro. El segundo se titula ‘La campesina y el marqués’ y en él relata su romance con un adinerado marqués que conoció en un encuentro de poetas organizado en Granada. “Era un militar de valencia, más joven que yo, estuvimos ocho meses hablándonos y llegamos a vernos tres veces, pero me trató con muy malos modos”, explica ‘La Tilli’. “Le dije que escribiría sobre nuestra relación, que eso de la campesina y el marqués sonaba muy bien, pero cuando acabé el libro ya estábamos disgustados”, zanja.

Volver al campo ha sido para ella un bálsamo. Allí, al aire libre, se ha reunido ya con los suyos

Confiesa Jacinta que con esto del coronavirus ha sentido cierto miedo. Que sus hijos han estado advirtiéndole que la situación es más seria de lo que ella cree. Por eso ha pasado el confinamiento sin verse con nadie. Solo a través de una ventana por la que sus hijos y nietos le han ido pasando la compra.

La soledad es mala —confirma ‘la Tilli’—, si hubiese tenido un compañero…”. “Pero quién se iba a imaginar que llegaríamos a esto, porque jamás he vivido algo igual. Si me llega a pillar con 30 años habría sido distinto, pero a mi edad qué iba a hacer”, se pregunta.

Cumplidora a rajatabla con la mascarilla, le cuesta habituarse a ella. “Tengo calcio en las válvulas del corazón y me cuesta respirar”, asegura Jacinta, población de riesgo por la covid-19. En su pueblo, ninguna de sus amistades se ha visto afectada por el virus, que se ha cobrado la vida de una amiga de Venta Nueva, un municipio cercano.

Volver al campo ha sido para ella un bálsamo. Allí, al aire libre, se ha reunido ya con los suyos. Y son tal las ansias que tenía por volver al tajo que ya participa en la siega y en la recogida de los garbanzos.

placeholder Son tal las ansias que tenía por volver al tajo que ya participa en la siega.
Son tal las ansias que tenía por volver al tajo que ya participa en la siega.

Jacinta es una mujer moderna. Hace videollamadas con un hijo que vive lejos, publica en Facebook sus poesías y conduce un pequeño Mercedes rojo con la misma soltura que agarra un rastrillo para quitar los ramarajos que surgen del vareo de la aceituna. Le gusta maquillarse para salir a la calle y presume de amoríos. “Me gustan los jóvenes”, apunta. Sola ha ido a encuentros de poetas por toda España. Sus hijos nunca se inmiscuyeron en sus relaciones. Aunque al conocerla se entiende que tampoco lo hubiese permitido. Es de carácter fuerte, amable pero tajante. Y muy voluntariosa.

En su salón, junto al par de fotos que conserva de su Salvador, ha instalado un viejo ordenador de sobremesa. De momento no lo ha usado, pero lo mira de reojo como retándolo. Dice ‘La Tilli’ que en sus muchos ratos libres desde que se jubiló va al centro Guadalinfo de su pueblo, un espacio que la Junta de Andalucía habilita en los municipios para que las personas puedan conectarse a Internet y aprender informática. Ese es su siguiente desafío.

placeholder  Cuaderno de Jacinta con correcciones.
Cuaderno de Jacinta con correcciones.

Junto al ordenador hay libretas y libretas de tamaño cuartilla. De las de anillas y dos renglones. Desde que Jacinta sabe escribir las llena con largos textos. Hay libros completos esperando a ser publicados. Le gustaría que el próximo que viese la luz fuese el de ‘Amores traicioneros’, el que dedica a la que ha sido la gran relación de su vida. “Él era más joven que yo, nos conocimos cuando enviudé. Era un hombre de dinero, pero su madre le dijo que ni se le ocurriese verse con una viuda con cinco hijos, que de lo contrario se suicidaría. Pero seguimos viéndonos”, apunta la hueteña mientras que enseña la libreta que contiene la historia.

Algunas páginas están plagadas de erratas corregidas. “Las tildes las estoy empezando a controlar ahora”, asegura en su descargo la octogenaria, que además de en papel, escribe todos los días un poema en su perfil de Facebook. “¿Qué cuántos amigos tengo? Ni idea, no sé cómo se saca esa cuenta”, pregunta entre risas.

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Leer le ha brindado no solo la posibilidad de relacionarse con escritores de otros puntos de España, también la de acceder al mundo de las redes sociales. Y escribir, mucho y desoyendo el veto de su madre, acerca de sus amoríos.

“Ahora quiero escribir del coronavirus. Yo no sé de política ni quiero saber, pero esto es un invento de las farmacéuticas para ahorrarle al gobierno el dinero de las pensiones”, sostiene Jacinta. “¿Por qué el virus no afecta a los niños y solo a las personas mayores?”, se pregunta. “Yo le estoy dando muchas vueltas a esto. No me lo quito de la cabeza —zanja—; no señalo a nadie, pero esto es una guerra sin armas”.

“Mi madre me decía que las mujeres no debíamos aprender a leer porque le escribíamos a los novios”, explica a sus 81 años Jacinta, de oficio agricultora y poetisa de afición. “Las mujeres no podíamos saber, no nos dejaban y en aquellos años —en plena posguerra— no se podía ni rechistar”, lamenta la autora de tres libros, dos de ellos al dictado.

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