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"Ninguna ley puede pretender tener éxito si no entusiasma a los profesores"
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ENTREVISTA A GREGORIO LURI

"Ninguna ley puede pretender tener éxito si no entusiasma a los profesores"

Pocos como este filósofo y pedagogo se espantan tanto con el magisterio que invade las escuelas y que se proyecta luego en una sociedad acomodada en su propio victimismo

Foto: Entrevista a Gregorio Luri. (Foto: Iglesia en Valladolid)
Entrevista a Gregorio Luri. (Foto: Iglesia en Valladolid)

Filósofo, pedagogo, ensayista… Hace más de dos décadas, cuando publicó su primer libro, tuvo el 'atrevimiento' de reivindicar la necesidad de Sócrates en la sociedad contemporánea. Como contrapeso a la velocidad, a la ligereza, a este mundo virtual de relaciones digitalizadas. Gregorio Luri Medrano (Azagra, Navarra, 1955) es un pragmático del pensamiento, del conocimiento aprehendido, un defensor del arduo simplismo de no tropezar dos veces en la misma piedra. Y dice cosas como que "las sociedades que mejor superan las crisis son las que no pierden la confianza en sí mismas, porque se saben propietarias de un depósito de confianza en sus propias capacidades". Como si eso fuera fácil en un país como España… Desde 1979, vive en Barcelona. Maestro de profesión, obtuvo la licenciatura en Ciencias de la Educación y el doctorado en Filosofía en la Universidad de Barcelona. Pocos como él se espantan tanto con la pedagogía que invade las escuelas y que se proyecta luego en una sociedad acomodada en su propio victimismo, porque, como sostiene, "el hombre puede evaluarse desde lo más alto o lo más bajo, y nos gusta mirarnos desde nuestra capacidad de sufrimiento".

PREGUNTA. ¿Y cómo le ha afectado una pandemia desconocida como esta a ese espíritu humano victimista?

RESPUESTA. Mire usted, me hace esta pregunta y me dan ganas de comenzar a ladrar, porque hay cosas que me han herido profundamente en estos meses. Hemos pasado de una moral del deber a una moral utilitarista, del sálvese quien pueda en los peores días de la pandemia. Me resulta muy hiriente pensar en cómo nos hemos olvidado de nuestros mayores… ¿Por qué los olvidamos tan pronto? Se suele decir que la moral utilitarista es sacrificial y parece como si hubiésemos optado por el sacrificio de nuestros ancianos. A mí, en medio de esta desgracia, esas escenas de los jóvenes con el botellón mientras se morían los mayores en las residencias me han dejado muy mal… Terrible. La muerte es la gran pornógrafa de nuestro tiempo, la seguimos ocultando. Y en esta pandemia ha ocurrido eso, había que alejar de la gente las imágenes dolorosas de lo que estaba pasando. En fin, ¿no le parece que nos tendríamos que haber escandalizado más cuando la prensa recogía esas dos noticias a la vez, el botellón y la tragedia de las residencias, y las veíamos como si no tuvieran nada que ver entre sí? A mí me asusta esa inmoralidad de base.

"La muerte es la gran pornógrafa de nuestro tiempo, la seguimos ocultando. En esta pandemia, ha ocurrido eso"

P. Hombre, quizá se podría objetar por la simplificación de unir esos dos hechos, porque también durante el estado de alarma, al principio, que fue la fase más dura de contagios en las residencias, la gente no podía salir de sus casas, salía a aplaudir a los balcones… Pero coincido con el intento de esconder la muerte.

R. Los primeros días hubo una reacción muy emotiva ante algo imprevisto y desconocido, eso es cierto, pero cuando la situación se ha prolongado, ese emotivismo moral no ha estado a la altura del deber. Yo recuerdo mi infancia y los muertos formaban parte de la vida, por decirlo así; la gente se moría en su casa, se velaba. Ahora, intentamos librarnos cuanto antes de la presencia de la muerte. Tendríamos que estar afrontando la pandemia con más realismo, porque nos están ocurriendo cosas de una gravedad extrema, y debemos ser conscientes. Y me refiero ya, incluso, a esto de que, como país, estemos viviendo del endeudamiento de las generaciones futuras. Tampoco eso se quiere ver porque, en general, nuestra sociedad no quiere saber nada de aquello que pueda hacerle sentir mal o crearle alguna disonancia cognitiva.

placeholder Imagen: cedida.
Imagen: cedida.

P. Hace unos días, me decía un médico de salud mental que están espantados por el crecimiento de los casos de ansiedad en la sociedad española, y eso que en consumo de antidepresivos y tranquilizantes ya éramos la décima potencia mundial.

R. Tengo escrito que el 'hombre político' de Aristóteles ha sido sustituido en la actualidad por el 'hombre psicológico', que es aquel que confunde con la verdad lo que siente de una forma intensa y emotiva. Es como decir, "si yo lo siento, es verdadero". Pero, claro, esa inflación del sentimiento te lleva a ponerte en manos del terapeuta. Tenemos una sociedad terapéutica que se percibe desde la infancia, por eso hay cada vez más niños medicados.

P. ¿Y tiene eso relación con el hecho de que las 'fake news' tengan tanta difusión, por encima incluso de la verdad?

R. Claro, porque estamos viendo continuamente cómo se potencian en todos los ámbitos las emociones, las experiencias, las vivencias. No nos ofrecen productos, sino experiencias. Hasta en los restaurantes: 'una nueva experiencia culinaria'. Las emociones y las vivencias están subjetivando nuestra visión del mundo. Por eso, aunque después intentamos compensar esta situación con una palabra muy de moda, la 'empatía', en realidad, lo que pedimos es que los demás nos comprendan, no que nos pongamos en lugar del otro.

"En nuestra mentalidad, hay algo sorprendente: una cierta delectación por buscar lo que nos va mal y amplificarlo hasta ocultar lo que nos va bien"

P. Fíjese que le decía antes que la sociedad española es una de las más medicadas del mundo y, sin embargo, cuando se hacen encuestas, resulta que los españoles son los ciudadanos más satisfechos con su vida.

R. Pero es que tenemos elementos objetivos para que eso sea así, desde los paisajes hasta las donaciones de órganos. Pero, en nuestra mentalidad, hay algo sorprendente: una cierta delectación por buscar lo que nos va mal y amplificarlo hasta ocultar lo que nos va bien. España es el único sitio en el que, sin ningún fundamento, se puede oír a un ciudadano decir que le da vergüenza su país, que está harto. Es más, si algunas cosas van mal en nuestro país, más motivo para amarlo. Si no lo amamos, cómo demonios lo vamos a mejorar. Yo reivindico una palabra que, si la dices, enseguida te miran con reticencia: el patriotismo. Los países necesitan su amor propio tanto como las personas. La estima de uno mismo, ya sea un país o una persona, es la condición 'sine qua non' para la mejora. Si no lo aprecias, para qué lo vas a mejorar.

P. El otro día, en el debate de la nueva ley de educación, decía la ministra Isabel Celaá algo interesante para reflexionar: sostiene que hay que crear "una escuela que sirva a la sociedad que actualmente existe".

"La escuela de hoy está más preocupada en dar dos palmadas en la espalda a los niños que en pedirles que se esfuercen"

P. Pero, en otro aspecto, si la sociedad es acomodada, ¿la escuela debe ser igual? ¿Tiene eso que ver con eliminar los suspensos? La ministra cree que “lo peor que puede tener la escuela es que los alumnos salgan con la autoestima por el suelo y piensen que no pueden seguir aprendiendo en la vida”.

R. La autoestima como concepto psicológico apareció en los Estados Unidos en los años sesenta y ya está muy desprestigiada entre los psicólogos e investigadores de vanguardia. El problema es que, como muchas ideas de deshecho, se ha refugiado en la pedagogía. Todos tenemos límites en un campo o en otro. La clave de la vida, y ahí está la verdadera autoestima, está en no dejarte amilanar por esas limitaciones, continuar superándote y salir adelante. La escuela de hoy está más preocupada en dar dos palmadas en la espalda a los niños y decirles, "pobres, cuánto estáis sufriendo, no sufráis tanto", que en pedirles que se esfuercen, que tienen posibilidades para desarrollarse, y animarlos. El problema es que, en esa escuela de la piedad con el alumno que tiene problemas, el niño acaba abandonado en la puerta del centro cuando termina su escolaridad sin los recursos que consigue de la otra forma. Ya nadie habla de una virtud que para mí sigue teniendo un gran valor: el coraje. Esa disposición de energía que hace falta para hacer frente a las situaciones difíciles. El coraje. No entiendo por qué se ha olvidado hoy en nuestras escuelas.

P. También puede pensarse que los distintos gobiernos han encontrado una fórmula eficaz para evitar formalmente el altísimo porcentaje de fracaso escolar y de repeticiones con respecto a la media europea. Se eliminan los suspensos y se acaba el problema.

R. Sí, puede haber algo de eso, pero el problema es más complejo, porque hablamos de la educación en España como si hubiera un sistema escolar único, y eso no existe. Si analizamos el informe PISA, veremos que en el triángulo que se forma entre Madrid, Galicia y Navarra, en toda esa zona, los resultados son buenos, incluso por encima de la media de la OCDE. Más aún: en Soria, han estado obteniendo resultados superiores a Finlandia. Luego está el resto de España, con resultados pobres. ¿Qué está ocurriendo? Pues que los que obtienen mejores resultados son los que están siendo más exigentes, tanto en contenidos como en compromiso de esfuerzo con el alumno. Los peores resultados son los de esa política que usted señala para poder vender mejor su gestión.

"Para que una familia funcione bien, alguien tiene que resignarse a hacer el papel de adulto, que es saber decir no y dar la tabarra a los hijos"

P. Eso es lo que le lleva a usted a reafirmarse en su idea 'tradicionalista', restituir el papel de los padres, los codos, los deberes y los maestros.

R. Es que yo creo que tenemos que querer para nuestros hijos aquello que sabemos, a ciencia cierta, que nos va bien. Usted, como periodista, sabe que un buen artículo o una buena crónica no sale por generación espontánea, que requiere trabajo, esfuerzo y dedicación. Y sabemos, además, que cuando surge un problema hay que enfrentarse a él e intentar resolverlo, que no desaparece. Pues si sabemos que eso es así, que esa es la realidad, por qué vamos a negárselo a nuestros niños. En las familias, también ocurre algo muy elemental: para que una familia funcione medianamente bien, alguien tiene que resignarse a hacer el papel de adulto. Es decir, alguien tiene que saber decir no y tiene que dar la tabarra a los hijos, porque si eso no ocurre, si no hay una figura adulta, se ocasionan costes psicológicos importantes. Los niños necesitan la autoridad de los padres para combatir los monstruos que siempre hay debajo de la cama. Todos hemos sido niños y hemos conocido esos miedos de la infancia, de los que te protegen los brazos de tus padres. En la escuela es igual, el niño necesita la autoridad del profesor, que es la de poder mirar a los padres a la cara y decirles, "tranquilos, que vuestro hijo está en buenas manos". Eso es la autoridad. La autoridad del profesor es decirle a un alumno, "tranquilo, que yo sé cómo ayudarte". Como ante las inseguridades de la vida, que se necesitan aliados fuertes. ¿Y la disciplina? Para mí, la disciplina, en su sentido más puro, es aquello que te permite dominarte a ti mismo, ser dueño de ti, saber llevar las riendas y no dejarte llevar por el primer capricho. Pues bien, en la escuela, la disciplina se muestra en el alumno que es capaz de controlar su atención en la clase. Hoy, en España, parece que solo pueden tener acceso a la disciplina escolar aquellos que pueden pagársela en determinadas escuelas.

P. Este conjunto de ‘nuevos valores’ los ha englobado usted en la ‘pedagogía socialdemócrata’, pero ¿no le parece que ya se ha extendido también hacia la derecha?

R. A ver, yo me refiero a una cultura socialdemócrata a la española. Hay socialdemócratas en Suecia que tienen el cheque escolar, y en Alemania, en Berlín, hay mujeres socialdemócratas que defienden la escuela diferenciada con el argumento de que las chicas pueden trabajar mejor… La socialdemocracia a la española, por tanto, es algo 'sui generis'. Hemos tenido ocho leyes educativas con la democracia y, de esas, solo dos fueron aprobadas por el PP. Pero una de ellas, la primera, la de la ministra Pilar del Castillo, ni siquiera llegó a entrar en funcionamiento porque la suprimió Zapatero nada más llegar, y en la segunda, fue el propio PP el que dio marcha atrás en los aspectos más conflictivos. Con lo cual, si miramos lo ocurrido en su conjunto, veremos que hemos tenido ocho leyes de educación, pero una misma ideología gobernante, la del socialismo con los nacionalismos periféricos. Ese pacto es el que ha hecho las leyes, con lo cual lo que cabe preguntarse es si van a asumir la responsabilidad que les corresponde por la situación de la escuela en España. En Andalucía, por ejemplo, alguna responsabilidad les corresponderá, ¿no?

"¿Quién está entusiasmado con esta Ley de Educación en los centros, en los claustros? Yo no conozco a nadie"

P. Una profesora de instituto andaluza me comentaba hace unos días, desolada, que cada vez tienen más tarea burocrática. Esas fichas que rellenan para decir si el alumno "aprende a aprender", que a mí me parecía de broma cuando lo contó.

R. Ese concepto, además, que es contradictorio, porque si para aprender tienes primero que 'aprender a aprender', para 'aprender a aprender' antes tienes que 'aprender a aprender a aprender'. Con lo cual, se entra en un bucle absurdo. Es verdad, cada vez hay más burocracia en los centros educativos. Una inspectora de Cataluña me decía que primero tuvo que decir a los profesores que evaluar con notas era reaccionario, que mejor 'progresa adecuadamente'. Luego, volvieron las notas otra vez y les dijo que lo de 'progresa adecuadamente' no era suficientemente explicativo. Ahora volvemos a abandonar las notas y sustituirlas por otras palabrejas… ¡Todo eso a los mismos profesores! Mire, lo que pasa con esta ley es que es la octava y muchos maestros la reciben como 'otra ley más provisional'. Entre otras cosas porque, como está formulada de forma tan ambigua, cada autonomía podrá adaptarla a su manera. ¿Cómo quiere usted que la reciba el profesor que está en su clase? Pues eso que le digo, otra ley provisional más. Sabemos quién apoya esta ley en el Parlamento, lo que desconocemos es quién la apoya fuera del Congreso. ¿Quién está entusiasmado con esta ley de educación en los centros, en los claustros? Yo no conozco a nadie.

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Imagen: cedida.

P. Quizá lo que se está ignorando con la ley de educación es que el primer paso debería ser la elaboración de un Libro Blanco del profesorado, como propone usted.

R. Ninguna ley puede pretender tener éxito si no entusiasma a los profesores. Y para que pueda entusiasmarlos, primero debería conocer cuál es su situación real, cuáles son sus problemas. ¿Sabe usted que un profesor en España, como media, dedica en torno a un 20% de la hora de clase a intentar mantener un mínimo de orden que le permita trabajar? Eso, acumulado en una semana, supone que uno de cada cinco días de clase se dedica a intentar mantener el orden entre los alumnos. Si no se encaran los problemas reales, difícilmente se va a conseguir que una nueva ley se tome en serio. Decía Tácito, el historiador romano, que "cuanto más corrupto es el Estado, más leyes tiene", y eso es lo que ocurre con la Educación: cuantas más leyes, peor va el sistema.

"La vida de un joven, sobre todo si eres de clase trabajadora, nunca ha sido tan fácil para no tener que poner nada de su parte"

P. La joven Greta Thunberg, la activista, se preguntaba "de qué sirve aprender si no vamos a tener un futuro". Ella lo decía por el cambio climático, pero la inquietud se puede aplicar al futuro tan incierto y precario que tienen los jóvenes de hoy. Esto que se dice de que, en este tiempo, los hijos saben que no vivirán mejor que sus padres…

R. Pues si hay un futuro incierto, precisamente por eso es necesario aprender: para crear un futuro mejor. Uno no se puede cruzar de brazos esperando que los demás te creen un futuro mejor. Lo que dice usted, en parte, es cierto, pero si observa la hostelería o la construcción, verá que hay una gran cantidad de trabajadores inmigrantes… La vida de un joven, sobre todo si eres de clase trabajadora, nunca ha sido tan fácil como para no tener que poner nada de su parte. Lo sé por experiencia, cuando me vine de Navarra a Barcelona, vivíamos 14 personas en un piso para poder pagarlo. Para poder estudiar, trabajaba; con eso y con las becas, pude hacerlo. Y no se me ocurría echarle la culpa a nadie. Si no hay esfuerzo y no hay coraje, tenemos a las puertas de Europa a millones de jóvenes dispuestos a coger ese trabajo. Este tiempo no es mejor ni peor, eso depende: los hijos de hoy van a vivir distinto que sus padres, y lo saben. Porque también las prioridades son distintas, como ha sido distinta su infancia y su juventud, mejor que la de sus padres. En España, nos falta muchísimo eso que en Estados Unidos llaman 'risk taker', saber asumir riesgos, esa cultura empresarial es fundamental. Nadie va a venir de fuera a asumir un riesgo por ti; eso forma parte de las virtudes del capitalismo, que las tiene, aunque tampoco esto me vaya a generar muchos amigos…

P. Una última cosa, señor Luri: ¿nos sigue haciendo falta Sócrates?

R. Sócrates hace falta siempre, porque más importante que conocer es tener una representación fiable de nuestra ignorancia. Si todos la tuviésemos, las cosas nos irían bastante mejor.

Filósofo, pedagogo, ensayista… Hace más de dos décadas, cuando publicó su primer libro, tuvo el 'atrevimiento' de reivindicar la necesidad de Sócrates en la sociedad contemporánea. Como contrapeso a la velocidad, a la ligereza, a este mundo virtual de relaciones digitalizadas. Gregorio Luri Medrano (Azagra, Navarra, 1955) es un pragmático del pensamiento, del conocimiento aprehendido, un defensor del arduo simplismo de no tropezar dos veces en la misma piedra. Y dice cosas como que "las sociedades que mejor superan las crisis son las que no pierden la confianza en sí mismas, porque se saben propietarias de un depósito de confianza en sus propias capacidades". Como si eso fuera fácil en un país como España… Desde 1979, vive en Barcelona. Maestro de profesión, obtuvo la licenciatura en Ciencias de la Educación y el doctorado en Filosofía en la Universidad de Barcelona. Pocos como él se espantan tanto con la pedagogía que invade las escuelas y que se proyecta luego en una sociedad acomodada en su propio victimismo, porque, como sostiene, "el hombre puede evaluarse desde lo más alto o lo más bajo, y nos gusta mirarnos desde nuestra capacidad de sufrimiento".

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