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La pequeña Shanghái de Murcia: un sueño libertario e ilegal sobre barracas flotantes
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AMENAZADO DE DERRIBO

La pequeña Shanghái de Murcia: un sueño libertario e ilegal sobre barracas flotantes

La Algameca Chica, en Cartagena, vive al margen del Estado como hace 50 años. No hay escrituras y sus 100 familias se organizan. Para evitar el derribo buscan una difícil protección

Foto: Unas 100 barracas forman la Algameca chica. (Fotografías: Rafa Méndez)
Unas 100 barracas forman la Algameca chica. (Fotografías: Rafa Méndez)

"La Algameca Chica es una máquina del tiempo. Es como entrar en los años 40. Es un lugar fascinante y repelente. O te encanta o lo odias". José Ibarra Bastida, que ha estudiado la historia del lugar, advierte de camino a este asentamiento ilegal junto aCartagena que el paisaje es distinto a cualquier otro sitio. El poblado es, en efecto, un lugar extraño. Hay barracas -no les gusta que lo llamen chabolas- literalmente sobre el mar, están pintadas de colores y casi cada una tiene su barquito amarrado en la puerta. No hay agua corriente y la luz la proporciona un generador que comparten los vecinos. Pero la sensación mayoritaria no es de exclusión y pobreza. Para unos es solo una aberración urbanística más, pero sus vecinos pugnan por conseguir una protección que les salve del derribo.

A las afueras de Cartagena está el astillero de Navantia, uno de los pocos de Europa capaz de construir submarinos (aunque el penúltimo que empezó, el S-80, salió rana y se hundía). Siguiendo por la rambla de Benipila, de aguas sospechosamente turbias tras las recientes lluvias, está la Algameca Chica. Es un amasijo de casas de madera y cemento coronadas por tejados de uralita. Están unas pegadas a otras a ambos lados de la rambla. "Los del lado derecho dicen que los del lado izquierdo son más señoritos, pero es que ellos son más individualistas", explica José Manuel de Haro, presidente de la asociación de vecinos. Él nació en la margen derecha pero se casó y se mudó a la izquierda. Cruzan andando través de un pequeño puente de cemento que los vecinos reconstruyen cada vez que una riada se lo lleva. El lado derecho era conocido como Triana y el izquierdo, Sevilla. Como si la modesta Rambla de Benipila fuese el Guadalquivir. Guasa no falta.

placeholder 'La Algameca es como una máquina del tiempo'. R. M.
'La Algameca es como una máquina del tiempo'. R. M.

La Algameca está en la desembocadura de la rambla, ya casi en el mar pero resguardada. Así que muchas de las barracas tienen su barquito y desde allí salen a pescar al curricán o a dar un paseo. Las casas están construidas casi sobre el agua, como si fuera Shanghái o Hanói. Al poco uno se da cuenta de que no es un poblado chabolista normal. Hay una pista de fútbol, una tasca, carteles sobre un reciente festival de poesía y un tablón de anuncios con un censo en el que de los 100 vecinos solo 13 salen como señalados como que no están al corriente de pago de la cuota de la asociación, que les pide 20 euros al año, cinco de los cuales van para el alumbrado de las calles.

"El generador lo compartimos entre todos. Por 90 euros tienes luz garantizada en verano", explica De Haro. Cada vecino trae sus cubas de agua y una canalización la lleva hasta los depósitos en lo alto de sus casas: "Este año en mi casa hemos batido el récord. Con 4.000 litros hemos pasado el verano". Con placas solares y baterías de camión han hecho el resto. Hay quien ya tiene hasta WiFi. Sidi, un marroquí que lleva 32 años en España ha construido una espectacular barraca azul y roja sobre la rambla. Está coronada por una bandera de España, como muchas otras.

"En 1881 había cinco viviendas y una taberna. ¿Cómo va a ser ilegal un poblado con dos siglos?"

Las casas no están inscritas en ningún sitio. "Se traspasan con un apretón de manos, como antiguamente. El año pasado esta se vendió por 7.000 euros", cuentan. Es una que está cuidada. Otras se pueden conseguir por 2.000. "Tienes el riesgo de que lo tiren pero calcula cuánto pagas por alquilar para veranear en otro sitio y cuánto te cuesta aquí", les razona de Haro. Muchas casas tienen un azulejo en la puerta con el nombre. "Villa Pepita", "Villa Pili y sus dos sagales. 1961", "Villa mis nietos"...

El ambiente es familiar, como del siglo pasado. La gente va sin camiseta, con caña de pescar y se saluda. Las puertas se dejan abiertas. Los coches se quedan a la entrada. Unas escalerillas al final de la rambla permiten el baño en el mar. En invierno solo un puñado de familias se queda. Mucha gente tiene casa en Cartagena y vive entre los dos sitios.

"Aquí hay cinco administraciones implicadas: Defensa, porque el terreno es suyo, el Ayuntamiento, la comunidad autónoma, Costas y la Confederación del Segura, del ministerio de Medio Ambiente, pero ninguna llega aquí. El único servicio que tienen es la recogida de basuras. El resto es autogestionado", cuenta paseando por allí Ibarra Bastida, autor del libro 'Los inicios del poblamiento contemporáneo en el paraje de la Algameca Chica'. Lo más parecido al sueño de un liberal o de un anarquista.

placeholder Las casas originales son de madera. Las pequeñas barcas y las banderas de España abundan. R. M.
Las casas originales son de madera. Las pequeñas barcas y las banderas de España abundan. R. M.

Durante años, las distintas administraciones han mirado para otro lado. Solo de vez en cuando alguien intentaba hacer valer la autoridad. "En los años 90 llegó un mando al tercio de Levante de la Armada que cerró esto. Solo podíamos pasar con un carné. Luego se relajó la cosa pero vivimos con el temor de que algún día alguien decida tirarlo", explica de Haro. Ibarra cree haber encontrado la fórmula, conseguir que lo declaren Bien de Interés Cultural. "No digo que sea bello en el sentido clásico, pero sí que tiene valor etnográfico. Ahora que todo el mundo busca lo auténtico no hay nada más auténtico que esto". Es curioso que muchos de los hijos de la Algameca dejaron caerse las barracas y son los nietos los que han vuelto a rehabilitarlas (o al menos a utilizarlas).

Ibarra, trabajador de Navantia y licenciado, en historia buceó en los archivos de Cartagena en busca de los orígenes del asentamiento. Él lo conocía porque aquí venía a bañarse de joven cuando se fumaba alguna clase. Luego quedó fascinado pro sus casas de colores, por ese "caos organizado". Estudiando, encontró que la primera referencia al poblamiento es de 1778. "En 1881 había cinco viviendas y una taberna. ¿Cómo va a ser ilegal un poblado con dos siglos de historia?", se pregunta. La barraca en la que está la tasca tiene 96 años, según le calcula su dueño, José Ángel, un gigante que pasó casi toda su vida trabajando fuera y que ahora ha vuelto con su mujer.

placeholder José MAnuel de Haro y José Ibarra, en la Algameca. R. M.
José MAnuel de Haro y José Ibarra, en la Algameca. R. M.

En el Ayuntamiento de Cartagena y en la Región de Murcia hay quien no ve más que un poblado ilegal -otro más-, un vestigio del pasado con menos papeles que una liebre y que está condenado a desaparecer tarde o temprano. La Confederación Hidrográfica del Segura no puede legalmente consentir que se ocupe el dominio público junto a la rambla y Defensa tiene un poblado en sus terrenos. Con la ley en la mano, la Algameca es inviable. Declararlo Bien de Interés Cultural no solo es altamente complicado sino que traería restricciones de uso a un lugar acosumbrado a vivir bajo sus propias reglas.

Un problema añadido es que el poblado no deja de crecer. Aunque hay quien querría limitarlo no pueden evitar que aquella familia del fondo se esté construyendo una barraca en un hueco en la montaña. "La Algameca no resiste el más mínimo análisis legal. Solo queremos que se haga una excepción porque es previo a la ley", según admite Ibarra. "Si hay que cumplir la Ley de Costas, vale, pero entonces hay que tirar la mitad de La Manga también. Pero por ahí no empiezan. Empiezan por los pobres de la Algameca".

"La Algameca Chica es una máquina del tiempo. Es como entrar en los años 40. Es un lugar fascinante y repelente. O te encanta o lo odias". José Ibarra Bastida, que ha estudiado la historia del lugar, advierte de camino a este asentamiento ilegal junto aCartagena que el paisaje es distinto a cualquier otro sitio. El poblado es, en efecto, un lugar extraño. Hay barracas -no les gusta que lo llamen chabolas- literalmente sobre el mar, están pintadas de colores y casi cada una tiene su barquito amarrado en la puerta. No hay agua corriente y la luz la proporciona un generador que comparten los vecinos. Pero la sensación mayoritaria no es de exclusión y pobreza. Para unos es solo una aberración urbanística más, pero sus vecinos pugnan por conseguir una protección que les salve del derribo.

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