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Arbustos, cámaras, manuscritos... Así liberó la Guardia Civil a Ortega Lara
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20 años de la liberación del funcionario

Arbustos, cámaras, manuscritos... Así liberó la Guardia Civil a Ortega Lara

La actuación de medio millar de efectivos del instituto armado acabó con el calvario del funcionario de prisiones, que estuvo secuestrado durante 532 días en un zulo en Mondragón

Foto: Liberación de Ortega Lara.
Liberación de Ortega Lara.

El funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara abandonó el centro penitenciario de Logroño tras una intensa jornada laboral. El etarra Javier Ugarte, que estaba haciendo guardia en la puerta de la cárcel, avisó al resto de miembros del comando Bellotxa de que el objetivo iba en camino. Como cada día, Ortega Lara se dirigía a su casa en Burgos con su mujer y su hijo pequeño. Sin embargo, aquel 17 de enero de 1996 su vida daría un vuelco para siempre. Cuando estaba accediendo al garaje de su vivienda, los terroristas José Luis Eróstegui y Josu Uribetxeberria Bolinaga le agarraron por el cuello y le metieron a la fuerza en el maletero del vehículo del funcionario de prisiones mientras un tercer miembro de la organización armada, José Miguel Gaztelu, vigilaba.

"Uno me puso una pistola en la cabeza, me dijo 'necesitamos tu coche, huimos de la Policía', yo le di un empujón y le dije 'déjame en paz, me volvió a apuntar, le di otro empujon, volvieron otra vez y yo ya no reaccioné, me ataron las manos a la espalda, me amordazaron, me taparon los ojos y me metieron en el maletero de mi coche; ahí empezó la pesadilla", relató el propio Ortega Lara en una entrevista publicada en El Mundo en 2014.

Luego le trasladaron a una caja móvil que se manipulaba con un sistema hidráulico que los etarras habían colocado dentro de un camión. Ahí dentro, le llevaron a una amplia nave industrial de Mondragón, donde los etarras habían construido el agujero en el que el hombre pasaría los siguientes 532 días. Era un refugio de tres metros de largo por 2,5 de ancho y 1,8 de alto al que se accedía a través de una apertura de 56 centímetros de diámetro abierta en el suelo. El orificio estaba taponado por un anillo de metal relleno de hormigón integrado en un torno revólver que disimulaba la existencia de la ratonera.

Una vez superada la entrada, se accedía al primero de los tres compartimentos que conformaban el zulo. Varios cerrojos apuntalaban la puerta que separaba el primero del segundo compartimento y dos nuevos pestillos aseguraban la entrada al tercero, que es el que 'alojó' a Ortega Lara durante un año y medio. No había ventanas, estaba insonorizado y recubierto de numerosos aislantes que, sin embargo, no impedían el acceso de la humedad, dado que el agujero estaba "enterrado a escasos metros de Deva, como recalcó la sentencia de la Audiencia Nacional que condenó a los secuestradores en 1998.

Tras tener conocimiento del secuestro, la Guardia Civil comenzó a trabajar pero con pocas pistas. Tras seis meses de investigación, apareció la primera luz. El 23 de julio de 1996, una operación de los Servicios de Información del instituto armado en Francia permitió incautar un papel al miembro de ETA Daniel Derguy en el que se podía leer "Bol Ortega, 5k". Los agentes que intervinieron en el operativo derivaron el escrito a la Dirección General, que a su vez lo remitió a la Comandancia de Guipúzcoa, que rápidamente concluyeron que alguien -vinculado con las siglas Bol- había suministrado cinco millones de pesetas a los secuestradores para mantener encerrado al funcionario de prisiones.

[Muere el etarra Bolinaga, uno de los secuestradores de Ortega Lara]

Mientras tanto, Ortega Lara malvivía en el zulo junto a dos ollas proporcionadas por los etarras, una con agua para que se aseara y otra vacía para que hiciera sus necesidades. El agujero había sido 'amueblado' con una tumbona, una mesa y una silla plegables, una percha y un estante colgados en la pared. Además, los terroristas le habían dado un walkman y varios libros para entretenerse y el periódico, que se lo daban solo los días que se portaba bien y que podía leer durante las horas que se encontraba encendida la bombilla, que no eran demasiadas. Al principio, el funcionario conversaba cordialmente con sus captores. Al final, apenas si los saludaba. "Ya no tenía muchas ganas de seguir hablando, porque acabábamos discutiendo y entonces me dejaban sin periódico y sin luz", confesó en 2007 en una entrevista con Fernando Sánchez Dragó, donde incluso reveló que hasta llegó a preparar su suicidio dentro del cuarto. "Elaboré unas bolsas con basura trenzadas con un pequeño mecanismo de seguridad para no fallar", admitió.

En paralelo, las pesquisas de la Guardia Civil, con base en el mencionado papel encontrado en Francia, apuntaron a Mondragón. Los agentes descubrieron que en la localidad guipuzcoana permanecía un comando 'dormido'. "Allí había habido dos asesinatos sin resolver", recuerda el sargento que participó en el operativo Javier Sureda, quien se refiere al acribillamiento del agente Mario Leal el 6 de diciembre de 1985 cuando éste se encontraba en su Renault 11 y al tiroteo contra el cabo Antonio Ramos seis meses después, el 8 de junio de 1986, también cuando estaba dentro de su coche. En ambos casos, el modus operandi fue calcado. Según informes posteriores del Servicio de Información, los dos funcionarios iban por la calle con una mujer cuando fueron vistos por Josu Uribetxeberria Bolinaga, quien corrió supuestamente a por una pistola y a avisar al resto de miembros del entonces comando Bellotxa para perpetrar los crímenes.

Los investigadores que andaban detrás de Ortega Lara creyeron inicialmente que la chica que acompañó a los agentes, que fue la misma en los dos asesinatos, era una chivata, pero descartaron pronto la hipótesis. Varias explosiones con artefactos que tuvieron lugar en la zona les hicieron centrarse en Bolinaga, aunque no tanto por las mencionadas siglas 'Bol' encontradas en el papel de Francia. "Tras seguirle, vimos que de vez en cuando acudía a una nave junto a otros amigos suyos", relata Sureda, quien no olvidará el duro operativo que tuvo lugar antes de la liberación. Las vigilancias eran muy difíciles de realizar, ya que el único lugar desde el que se podía vislumbrar la entrada de la nave eran unos arbustos cercanos. Sin embargo, solo se podía acceder a ellos de noche, porque estaban muy visibles.

placeholder Ortega Lara junto a uno de los guardias civiles que le rescataron, el sargento Javier Sureda. (EC)
Ortega Lara junto a uno de los guardias civiles que le rescataron, el sargento Javier Sureda. (EC)

Los relevos se hacían, por ello, únicamente una vez al día. Durante 12 horas, por lo tanto, los guardias civiles a los que les tocaba el turno debían permanecer casi inmóviles entre los matojos. "Los que conformábamos el operativo tuvimos varios bajones, porque había dudas de que los que estaban en la nave fueran los del secuestro, pero los suboficiales insistieron en que había que seguir por esta vía", recuerda Sureda. Fue entonces cuando los vigilantes vieron cómo Bolinaga y sus compinches entraban con comida y salían sin ella. Pusieron cámaras con tubos para ver si podían captar imágenes del interior, pero éstas no revelaron nada, dado que la nave era muy grande. También dejaron caer polvos en la entrada con el fin de seguir luego las pisadas, pero tampoco esta iniciativa sirvió. "Había tantas pisadas que no sacamos nada", afirma Sureda.

En el interior del zulo, mientras, Ortega Lara se quedaba cada vez más delgado a pesar de que seguía recibiendo tres comidas diarias y algunas medicinas para paliar los problemas digestivos y de hongos que sufría con frecuencia debido a la humedad. El daño psicológico era percibido incluso por los secuestradores, que -aunque apenas le dirigían la palabra- decidieron darle una carta de su esposa con el fin de que recobrara el ánimo. Había perdido más de 20 kilos desde que fue encerrado además de masa muscular e incluso ósea. Sufría trastornos de sueño y crisis depresivas, como diagnosticaron los servicios sanitarios tras su liberación y quedó reflejado en la sentencia.

Sus últimas dos semanas fueron un infierno. "La insalubridad del compartimento había alcanzado gravísimos extremos debido a lo reducídismo de sus medidas, al olor de las defecaciones y a la humedad en las paredes", relata la resolución judicial dictada por la Sección Primera de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional. "Me aferré a tres cosas: a mi familia, hablando todos los días en voz alta con mi mujer, a la oración y al sentido del método que me enseñaron los Salesianos; todos los días igual: te levantas, te aseas, haces los estiramientos, lees, rezas, limpias el habitáculo; aunque tuviera el alma dolorida y el cuerpo destrozado, nunca abandoné ese método", afirmó Ortega Lara en la citada entrevista con El Mundo.

placeholder Bolinaga, condenado por el secuestro de Ortega Lara, pasó sus últimos días de vida en libertad. (EFE)
Bolinaga, condenado por el secuestro de Ortega Lara, pasó sus últimos días de vida en libertad. (EFE)

Aunque no había evidencias de que el funcionario de prisiones se encontraba dentro de la nave, el entonces juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón dio el visto bueno para acceder a la misma el 1 de julio de 1997. Todo se coordinaba desde el cuartel de Éibar y los 60 guardias civiles implicados en las diligencias estaban listos para actuar cuando, de repente, tienen noticia de que la banda terrorista había liberado a Cosme Delclaux en Elorrio, precisamente cerca de donde organizaban la entrada en la nave de Mondragón. La familia había pagado más de mil millones de pesetas y los etarras decidieron poner fin a los 232 días de cautiverio que llevaba el empresario en sus espaldas.

placeholder [Pulse aquí para ver ampliada la diligencia]
[Pulse aquí para ver ampliada la diligencia]

La liberación de Delclaux, de hecho, hizo que se tambaleara la operación de entrada en la nave de Mondragón, dado que los investigadores pensaban que en ella podían estar tanto el empresario vasco como el funcionario de prisiones. "Creíamos que los dos estaban dentro de la nave", asegura Sureda, quien también ejerció como secretario policial de las diligencias aquel día. El operativo, además, conllevaba la detención de Bolinaga y el resto de miembros del comando, con lo que no podía haber errores. De ahí que, a pesar de la noticia sobre Delclaux, los agentes decidieran seguir adelante tal y como estaba previsto: había etarras a los que detener y aún quedaba una persona por liberar.

A las 23 horas del 30 de junio, los agentes se concentraron en el cuartel de Éibar. A las doce de la noche llegó el jefe de la Comandancia de Inchaurrondo, el teniente coronel José Ignacio Laguna, con el juez Garzón y el resto de miembros del Juzgado número 5 de la Audiencia Nacional para dirigir la operación desde el terreno. "La entrada en el domicilio de Bolinaga y luego en la nave estaba prevista para las 2 horas, pero llegó el imprevisto de Delclaux la retrasó; nos llamaron a varios miembros del Servicio de Información para comunicarnos que los que habían retenido al empresario eran de otro comando diferente al de la nave de Mondragón; la operación seguía adelante y el juez Garzón puso las 3 horas como comienzo de la misma", asegura Sureda. Sin embargo, poco antes de empezar, volvió a haber un retraso, debido en esta ocasión a que uno de los secuestradores tenía aún luz en su habitación.

A las 3.30 horas, los componentes del Grupo Antiterrorista Rural (GAR) avanzaron en columna hasta la casa de Bolinaga, situada en las inmediaciones de la nave, entraron en bloque y detuvieron al jefe del comando. Sureda se quedó a cargo del registro y la toma de declaración del arrestado mientras el resto de compañeros fue a la nave para desarrollar la operación de liberación. "Al padre del detenido le dio un amago de infarto, era carlista y no se podía creer que su hijo fuese miembro de ETA", subraya el sargento, que tras concluir el registro se llevó a Bolinaga hasta la nave para que éste dijera dónde estaba el agujero, cosa que se negó a hacer en todo momento.

Foto: Santiago Abascal, uno de los promotores del nuevo partido. (EFE)

El más de medio centenar de guardias civiles estuvo durante más de dos horas buscando el zulo sin éxito. "¿Capitán, está usted seguro de que se encuentra en esta nave?", llegó a preguntarle el juez Garzón al jefe del Servicio de Información de Inchaurrondo, Juan Salom Cloquet. "Seguro, señoría, seguro; le puedo asegurar que está aquí dentro", respondió este último. "Bueno, pues prepare todo lo que haya que preparar porque así no se puede seguir, tendremos que levantar con máquinas todo el suelo", añadió el magistrado. "Habían pasado varias horas, pero no observé el desánimo que cuentan algunos medios que se produjo en ese momento histórico; al revés, los mandos ordenaban mover las máquinas y seguir buscando", rememora Sureda.

Precisamente mientras el sargento trataba de que Bolinaga 'cantara', llegó el momento esperado. "Pude oír varios gritos", afirma hoy el suboficial. "Nos acercamos a una de las máquinas que había sido movida y observamos un poco de luz; nos ordenaron retirarnos y se acercó Garzón con el capitán Salom; los del GAR movieron un poco más la máquina y alguien gritó 'armas, armas', con lo que retrocedimos todos al tiempo que conteníamos la respiración", relata Sureda, quien asegura que fue entonces cuando Bolinaga, después de que un agente le preguntara que quién había ahí dentro, "se desplomó" y confesó que efectivamente ahí estaba Ortega Lara y que se encontraba solo.

"Los jefes pedían silencio mientras los uniformados apuntaban con sus armas al agujero, dado que podía ser una trampa", recuerda el sargento, que añade que sus compañeros retiraron por fin toda la máquina y dejaron libre el acceso al zulo. Un miembro de la Unidad Especial de Intervención sujeto por otros compañeros por la cintura se introdujo cabeza abajo pistola en mano. "Limpio, una puerta de acceso", gritó una vez dentro. Tras unos segundos de enorme silencio, llegó la noticia. "Está José Antonio, está bien, está solo, pero no quiere salir, está asustado, dejadme unos minutos para relajarle", dijo el funcionario. "Nuestra alegría se veía en nuestros ojos, pero no podíamos exteriorizarla", recuerda Sureda.

Un miembro de la Unidad Especial entra al zulo de Mondragón.Minutos después, Garzón insistió para que subiera, pero el agente que entró primero y otro que bajó a ayudarle insistían. "Está asustado, no se cree que somos la Guardia Civil, se ha agachado al final del cuarto y no quiere salir", le explicaron al magistrado, que acto seguido se agachó en el acceso al zulo. "Soy el juez Garzón, estás a salvo, tranquilo, te vamos a subir", le gritó. "Por fin pudimos ver la cabeza de José Antonio, que se tapó rápidamente los ojos, pues le hacían daño la luz de la nave y los flashes de las cámaras que llevabamos, y se volvió a meter dentro; Garzón comenzó a gritar que se apagaran las cámaras, que no quería fotos incontroladas por ahí y que no se podían publicar; fue otro momento tenso", describe el sargento, quien añade que una vez tranquilizado el secuestrado de nuevo, volvió a salir.

"Era un esqueleto con piel, tenía la mirada perdida; de inmediato, varios guardias lo agarraron y lo sacaron en volandas, lo pusieron en una camilla y mientras el juez le hablaba al oído; el teniente coronel Laguna se quitó el abrigo y me pidió que se lo pusiera encima, se lo puse y le acompañamos en comitiva hasta la ambulancia; no recuerdo bien con cuántos compañeros me abracé y lloré de alegría; fue uno de los momentos de mi vida en los que di gracias a la providencia por haberme permitido ser guardia civil", afirma Sureda, a quien la felicidad sin embargo no le duró demasiado. Una semana después, ETA secuestró y asesino al concejal de Ermua Miguel Ángel Blanco.

La sentencia de la Audiencia Nacional -que condenó a Ugarte, Eróstegui, Bolinaga y Gaztelu a 32 años de prisión por secuestro y asesinato en grado de conspiración con el agravante de ensañamiento- describió el aspecto "cuasi cadáver" que presentaba Ortega Lara en el momento de la liberación y consideró probado que sus captores estaban dispuestos a dejarle morir si el estado no asumía sus reivindicaciones, que no eran otras que la liberación de los presos etarras. El funcionario de prisión, que aceptó la jubilación anticipada que le ofreció el Ministerio del Interior como víctima del terrorismo, se mostró posteriormente contrario a la negociación con ETA y le confesó al entonces ministro Jaime Mayor Oreja que estaba de acuerdo en que no había que ceder a los chantajes de la banda.

El funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara abandonó el centro penitenciario de Logroño tras una intensa jornada laboral. El etarra Javier Ugarte, que estaba haciendo guardia en la puerta de la cárcel, avisó al resto de miembros del comando Bellotxa de que el objetivo iba en camino. Como cada día, Ortega Lara se dirigía a su casa en Burgos con su mujer y su hijo pequeño. Sin embargo, aquel 17 de enero de 1996 su vida daría un vuelco para siempre. Cuando estaba accediendo al garaje de su vivienda, los terroristas José Luis Eróstegui y Josu Uribetxeberria Bolinaga le agarraron por el cuello y le metieron a la fuerza en el maletero del vehículo del funcionario de prisiones mientras un tercer miembro de la organización armada, José Miguel Gaztelu, vigilaba.

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