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El último cacique toca su último trombón
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XOSÉ LUIS BALTAR, EXPRESIDENTE DE LA DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE OURENSE

El último cacique toca su último trombón

“Está obsesionado conmigo y yo no soy candidato. No me presento. Ni siquiera soy mujer, que entonces entendería que me tuviera ganas. Si tiene obsesión por

Foto: El último cacique toca su último trombón
El último cacique toca su último trombón

“Está obsesionado conmigo y yo no soy candidato. No me presento. Ni siquiera soy mujer, que entonces entendería que me tuviera ganas. Si tiene obsesión por mí, es que va a ser maricón”.

Estas palabras fueron pronunciadas en Melón (Ourense), el 26 de febrero de 2009. Durante un mitin político. No en la barra ebria de un bar. En aquel mitin, al que asistían varios cientos de mujeres, y seguramente algún gay, aplaudió y rió todo el mundo la ocurrencia. Quizá el único que puso cara de poema fue el elegante y flemático Alberto Ruiz Gallardón, entonces alcalde de Madrid, que acababa de cerrar su civilizado discurso y recogía bártulos camino de otro mitin en O Carballiño.

“Si tiene obsesión por mí, es que va a ser maricón”. Estas palabras las estaba pronunciando desde un estrado, para que todo el mundo las oyera y los periodistas las consignaran, el presidente cuasi eterno de la Diputación Provincial de Ourense, Xosé Luis Baltar. E iban dirigidas al entonces conselleiro de Medio Ambiente y hoy secretario general de los socialistas gallegos, Pachi Vázquez.

Este estilo de hacer política, este lenguaje político, parece hoy en decadencia, pues hasta la Fiscalía Anticorrupción ha registrado ahora una denuncia contra Baltar, que desde enero vive jubilado. Se le acusa de concesión de empleos fraudulentos a cambio de fidelidades políticas, manipulación de oposiciones y del propio censo del PP, y concesión de subvenciones y obras a dedo, en resumen. “Que tiren duro. Ya nos veremos”, ha contestado el cacique ourensano.

“Yo soy un cacique, vale, pero un cacique bueno”

Porque Baltar es un cacique. Y él mismo lo ha reconocido en público y en privado decenas o cientos de veces: “Yo soy un cacique, vale, pero un cacique bueno”.

Su última cacicada bondadosa fue la de colocar a su hijo Xosé Manuel como su sucesor al frente del PP de Ourense. A pesar de la oposición de los presidentes español y gallego. El candidato de Mariano Rajoy y Alberto Núñez Feijoo, Juan Manuel Jiménez Morán, fue devorado por las huestes de Baltar en un congreso provincial celebrado el 30 de enero de 2010. El hijo del buen cacique arrasó con un 60% de los votos.

Pero quizá hubo juego sucio. Anticorrupción, gracias a tres dossieres anónimos, investiga ahora la incorporación de nuevos afiliados el PP el 7 de enero, pocos días antes de la votación. A las siete y media de aquella tarde, una oficina de Caixanova abrió sus puertas expresamente para recibir 400 euros de 22 afiliados que querían regularizar su situación para poder votar al hijo del patrón. Muchos de estos nuevos afiliados acababan de ser contratados por la Diputación de Ourense, según la denuncia. Cosas que pasan con los Baltar.

El hijo de pobres que se atrevió con Fraga

Baltar es hijo del minifundio, de la tierra dura y de la miseria. Nació en 1940 en la aldea de Esgos, tierra de lobos, y para pagarse la carrera de maestro se dedicó a la venta de piensos y gaseosas de aldea en aldea, y a ejercer como ocasional revisor en los autobuses que surcaban, dando vuelcos, las corredoiras de esta comarca sin asfaltos.

Consiguió plaza en la escuela de Luíntra, en Nogueira de Ramuín, pero su destino político ya se había escrito en su pasado como distribuidor de piensos.

En aquella Galicia honda, incomunicada, analfabeta y dispersa en cientos de pequeñas aldeas sin luz, transporte ni teléfono, el distribuidor de piensos era el mejor agente electoral que podrían soñar los dirigentes de los futuros partidos de la naciente democracia. Sabía el nombre de cada agricultor y ganadero, les había fiado pagos, había compartido su vino, les había llevado al médico en la furgoneta y era uno de los escasos contactos que aquellos aldeanos tenían con el mundo exterior.

Eulogio Gómez Franqueira, el empresario orensano más poderoso de la época, gerente de Coren, una cooperativa avícola y ganadera que hasta manejaba capital americano, se había fijado en aquel exrepartidor de piensos, lúcido, chascarrillero, divertido, muy popular, con cultura de maestro y que tocaba el trombón. Y Xosé Luis Baltar se convirtió en alcalde de Nogueira de Ramuín en 1977.

De la mano de Franqueira, que en 1980 ahuyentó con solo un pijama y una pistola a un comando etarra que lo quería secuestrar en su casa de Razamonde, Baltar participó en la fundación de UCD, se integró después en Centristas de Galicia y acabó en el Partido Popular en 1991. Entonces Franqueira ya había muerto y Baltar volaba solo. Presidente de la diputación desde 1987, sin el apoyo de sus centristas el PP de Manuel Fraga nunca hubiera alcanzado la mayoría absoluta en las autonómicas gallegas del 89 (le aportó cuatro escaños).

Baltar era tan poderoso que se permitió lanzarle varios órdagos públicos de escisión al mismísimo Fraga, ya presidente gallego, que en casi todas las ocasiones acabó cediendo a las presiones del gran recaudador de votos de Galicia.

Pero el poder no cambió nunca al antiguo repartidor de piensos. Seguía tocando el trombón en bodas y bautizos de votantes del PP. Y asistiendo a infinidad de entierros de electores populares en remotas aldeas. Y siempre sabía el nombre de cada uno de los deudos del finado. Y siempre, antes de marcharse y echándose la mano al bolsillo, susurraba aquello de “si necesitáis cualquier cousa…”. Y era verdad, porque siempre les cogía el teléfono en la Diputación. Si eran votantes del PP.

En campaña electoral, los periodistas extranjeros o poco conocedores del rural gallego se asombraban cuando los invitaba a tabernas incógnitas, y pagaba todas las consumiciones con enormes fajos de billetes sucios de barro y campo, como aun pagan en las aldeas los tratantes de ganado o los asiduos a ferias caballares. Porque Baltar era uno más. Había nacido pueblo y no necesitaba mimetizarse. “Si necesitáis cualquier cousa…”.

Uno de los grandes enemigos internos de Aznar

En 2003, junto al barón popular pontevedrés José Cuiña, Baltar ideó la manera de ser crucificado políticamente por la dirección nacional de Génova: la romería popular al Monte Faro. Este otero del centro meridional gallego se encuentra a una altitud de 1.187 metros y, desde él, la vista alcanza tierras de las cuatro provincias gallegas, según el mito.

A la cima no llegan los coches, y hasta allí tuvieron que ascender a pie José María Aznar y Rajoy, trajeados y engominados y con sus zapatos nuevos, entre gaitas, tábanos, paisanas besuconas, y polvo, mucho polvo, para escuchar en la cima cómo los barones gallegos se les quejaban, micrófono en mano y ante unos 10.000 militantes, de “los olvidos del centralismo”. El rostro de Aznar era un poema cuando Cuiña, apoyado por las sonrisas de Baltar y Fraga, definió al Partido Popular de Galicia como “un partido galleguista comprometido con su tierra”. Allí se dio la primera confrontación entre los dirigentes del PP gallego de la boina (ruralistas y casi nacionalistas) y del birrete (urbanos, universitarios y centralistas).

Y cada año, a primeros de julio, había que subir a Monte Faro con traje, corbata y zapatos nuevos a escuchar gaiteiros, a comer pulpo y carne á feira, a beber vino local en taza y a dar besos, muchos besos, porque cada beso significaba un voto, y hay momentos (políticos) en los que un voto vale más que un beso.

La romería del 7 de septiembre de 1997 fue la última que visitó el ya entonces presidente Aznar. Aquel día hacía un calor colérico, los tábanos estaban rabiosos y una nube de periodistas –gallegos, nacionales y algún extranjero- rodeaba, ya de retirada, al aventajado inquilino de Moncloa y a su mentor Fraga.

Tras la seca polvareda que levantaba la multitud descendiendo el monte, metros abajo, la pachanga de una chirigota se confundía con las gaitas, los aturuxos, los viva Fraga y los viva Aznar.

Los fotógrafos locales fueron los primeros que se percataron y echaron a correr hacia la chirigota. Al frente de los desentonados músicos, Xosé Luis Baltar, trombón en boca, bailaba rítmica pero elegantemente al son de la melodía, con la camisa sudada, descorbatado, y con las mejillas rojas del romero.

Aznar intentaba desviar el corpachón tambaleante de Fraga para evitar aquella foto, aquel encuentro. Fraga debía pensar que los tropezones del presidente se debían a que su pupilo no estaba acostumbrado a los desiguales caminos rurales, y corregía la dirección del descolocado Aznar con cada tambaleo diestro.

Milagrosamente, Aznar consiguió eludir aquella foto. Baltar era uno de sus grandes enemigos internos. El presidente había acudido a aquella cita, a contracorazón, para socavar los rumores sobre la posible escisión del PP gallego entre boinas y birretes. Pero una foto del presidente de un gobierno serio con un cacique de 56 años pegado a un trombón y tocando pachanga era excesiva.

Aznar se fue. Fraga y Cuiña fallecieron. Y el birrete Mariano Rajoy, que al año siguiente se negó a volver a Monte Faro para público enfado de Baltar, es hoy presidente del Gobierno. Pero Baltar sigue ahí, como el dinosaurio de Monterroso. Eternizado en un hijo, al que otorgó su baronía al frente del PP orensano y su Diputación Provincial.

Ahora Baltar vive acosado por la Fiscalía y su heredero político, Xosé Manuel, nunca ha sido distribuidor de piensos ni hay noticia de que sepa tocar el trombón. Y aquella Galicia que el “cacique bueno” recorría casa a casa, funeral a funeral, casamiento a casamiento y voto a voto, va  dejando de existir. Quizá va dejando de existir. Despacio. Con la cadencia lenta de un trombón abandonado en el monte y solo soplado por un viento viejo.

“Está obsesionado conmigo y yo no soy candidato. No me presento. Ni siquiera soy mujer, que entonces entendería que me tuviera ganas. Si tiene obsesión por mí, es que va a ser maricón”.