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Abogados de Barrio Sésamo
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Abogados de Barrio Sésamo

Iván Granados Peña es un niño grande. Su padre, Manuel, acude día tras día al juicio del 11-M y se sienta entre el público. Siempre vigilante.

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Abogados de Barrio Sésamo

Iván Granados Peña es un niño grande. Su padre, Manuel, acude día tras día al juicio del 11-M y se sienta entre el público. Siempre vigilante. Siempre temeroso de que su hijo vuelva a meter la pata, como lo hizo a comienzos de 2004 y por lo que ahora está sentado en el banquillo de los acusados. Se juntó con malas compañías -léase Emilio Suárez Trashorras- y ahora la Fiscalía le acusa de asociación ilícita y de suministrar explosivos a los terroristas, por lo que pide para él cuatro años de cárcel. Durante las cincuenta y cinco sesiones de la vista, Iván ha mantenido siempre una actitud infantil, a pesar de su considerable tamaño y de tener ya cumplidos 24 años de edad. De hecho, su rostro ha alternado durante todas estas jornadas el gesto de sorpresa, de quien no termina de entender qué ha hecho para estar allí rodeado de supuestos terroristas islámicos, y el de aburrimiento, porque no alcanza a comprender lo que dicen unos y otros delante de sus narices.

En la sesión de esta mañana este niño grande ha vuelto a ser el centro de atención. Su abogado, Miguel García Pajuelo, ha expuesto ante el Tribunal su alegato de defensa y, cómo no, la inmadurez intelectual de su cliente ha sido su principal argumento. Le ha calificado de bondadoso, confiado, introvertido, vulnerable, con complejo de inferioridad, tan gregario que es incapaz de decidir o decirle a los demás qué piensa, y tan influenciable que era un pelele en manos del maquiavélico Suárez Trashorras... y de los policías que le interrogaron, que se aprovecharon de su escaso paladar gastronómico para conseguir que declarara lo que ellos querían a cambio de ¡¡¡una pizza!!!

El esfuerzo de este abogado por mostrar a su cliente como alguien incapaz de distinguir entre bueno y malo, entre arriba y abajo, no es nada original. Otros letrados se han refugiado en esta táctica de Barrio Sésamo para intentar sacar las castañas del fuego a sus clientes. El miércoles lo hizo la de Carmen Toro, la ex mujer de Trashorras, quien presentó a la joven como una auténtica mosquita muerta, tan dócil que ni se enteró cuando su marido le puso los cuernos. Lo hizo ayer la abogada de Iván Reis, uno de los mochileros que bajó cargado de explosivos desde Asturias, para quien su cliente es un chaval “sin cultura, sin estudios, que apenas sabe escribir”. Y lo ha hecho también hoy el defensor de Mahmoud Slimane, un libanés acusado de falsificar documentación para Jamal Ahmidan, El Chino, y que, según su abogado, es medio analfabeto y ni sabe escribir en árabe correctamente, ni, mucho menos, en castellano. Por no saber, ni siquiera es capaz de situar en el mapa donde está Asturias, ha dicho.

Los defendidos, alertados de que esta retahíla de insultos es por su bien, han asentido, cuando no sonreído. Una absolución bien vale el mal trago de ser mostrados como los más tontos de la clase en estos alegatos epiblasianos que, entre los acusados de la pecera han provocado más bostezos que otra cosa. Emilio Suárez Trashorras, por ejemplo, ha preferido seguir investigado sus orificios corporales. Tras agotar aparentemente la veta de su nariz, hoy le ha tocado a sus oídos sufrir las acometidas de su dedo. Está claro que el ex minero se perdió el día en el que en Barrio Sésamo explicaron las normas de urbanidad.

Iván Granados Peña es un niño grande. Su padre, Manuel, acude día tras día al juicio del 11-M y se sienta entre el público. Siempre vigilante. Siempre temeroso de que su hijo vuelva a meter la pata, como lo hizo a comienzos de 2004 y por lo que ahora está sentado en el banquillo de los acusados. Se juntó con malas compañías -léase Emilio Suárez Trashorras- y ahora la Fiscalía le acusa de asociación ilícita y de suministrar explosivos a los terroristas, por lo que pide para él cuatro años de cárcel. Durante las cincuenta y cinco sesiones de la vista, Iván ha mantenido siempre una actitud infantil, a pesar de su considerable tamaño y de tener ya cumplidos 24 años de edad. De hecho, su rostro ha alternado durante todas estas jornadas el gesto de sorpresa, de quien no termina de entender qué ha hecho para estar allí rodeado de supuestos terroristas islámicos, y el de aburrimiento, porque no alcanza a comprender lo que dicen unos y otros delante de sus narices.