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La última de Brufau y el cuento de la lechera del dividendo
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EL PRESIDENTE DE REPSOL ESCENIFICA LA ÚLTIMA FARSA

La última de Brufau y el cuento de la lechera del dividendo

Es de dominio público que las juntas generales de accionistas no valen para casi nada, salvo para aprobar siempre lo que propone el consejo de administración

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La última de Brufau y el cuento de la lechera del dividendo

Es de dominio público que las juntas generales de accionistas no valen para casi nada, salvo para aprobar siempre lo que propone el consejo de administración y permitir que unos minoritarios tengan sus cinco minutos de gloria. Si se pasan en su alocución, se les corta por las bravas, como suele hacer Emilio Botín cuando algún inversor se atreve a cuestionar su gestión. Y si a los trabajadores amenazan con reventar el acto, se llama a los GEOS -como Telefónica- para aplacar lo que los presidentes llaman en su discurso el “mayor valor de la empresa”.

La que celebró el pasado viernes Repsol tuvo también su parte de farsa. Antonio Brufau, preguntado por Felipe Izquierdo, un abogado que se ha convertido en el Robin Hood de los accionistas particulares -ya le buscó las cosquillas a Enrique Bañuelos y a Luís del Rivero- sobre la presencia del presidente de Sacyr en el capital de la petrolera, resolvió el engorro diciendo que “el consejo está unido”. El de Mollerusa se atrevió a decir que “no tenemos que hacer caso a lo que sale por ahí. Todos estamos trabajando en la misma dirección".

O lo que es lo mismo. Que la batalla por el control de su grupo se la ha inventado la prensa y que todos los grandes accionistas de la petrolera están alineados. Como si nadie supera que Isidro Fainé, presidente de La Caixa, que tiene el 14%, se comunica mal con Brufau y que el prime ejecutivo de Repsol evitará por lo civil o por lo criminal que Del Rivero se siente en su sillón.

Para eso queda apenas un año, el tiempo que falta para que entre en vigor la supresión de los blindajes en las empresas. Será el momento en el que Sacyr votará por su 20% y el empresario murciano, si la salud se lo permite, tome la corona y mande a galeras al catalán. Sin embargo, esos doce meses pueden ser mucho tiempo si la situación financiera de la constructora no mejora. Es cierto que no debe pagar los 5.000 millones que debe por ese 20% de Repsol hasta finales de 2011, pero en la banca ya suena que la compañía necesita más pronto que tarde una ampliación de capital. Y la acción la tiene por los suelos, con Juan Abelló, su gran inversor de confianza, con pérdidas latentes.

La promesa de Brufau de elevar un 10% el dividendo es tan insignificante desde el punto de vista financiero como la bajada del 19% que aplicó en 2009. Pecata minuta de 30 millones de euros para una constructora que adeuda más de 11.000 y que este año no va a retribuir a sus accionistas por falta de dinero. La tregua entre ambos no pasa por ahí entre otras cosas porque no se tragan pese a las últimas representaciones públicas y privadas.

La batalla volverá a emerger cuando a unos y a otros -incluida La Caixa- les aprieten los zapatos. Habrá otro intento de estocada a lo largo del año. El último lo ganó Brufau, que obligó a retratarse a todo el consejo, empezando por Fainé. Alguno salió escaldado por lo que se presume que para la próxima punzada los cuchillos estarán más afilados. Sacyr tiene un par de balas en el cajón, relacionadas con Venezuela y Argentina, mientras Brufau enarbola la bandera de Brasil -gran trabajo que habrá que ver cómo se financia- para exhibir el giro de la empresa.

Al catalán, de 62 años, con el precio del petróleo a su favor, le esperan sus nietos para una jubilación que ahora quiere retrasar. Como el PSOE y el PP, confía en que el tiempo -tiene un año- lo arregle todo. Es decir, sean muchos meses para una Sacyr agobiada por las deudas. A los dos partidos la fórmula les va de pena y a España y a sus empresas, peor. Puede que la del viernes fuera su última junta. O no.

Es de dominio público que las juntas generales de accionistas no valen para casi nada, salvo para aprobar siempre lo que propone el consejo de administración y permitir que unos minoritarios tengan sus cinco minutos de gloria. Si se pasan en su alocución, se les corta por las bravas, como suele hacer Emilio Botín cuando algún inversor se atreve a cuestionar su gestión. Y si a los trabajadores amenazan con reventar el acto, se llama a los GEOS -como Telefónica- para aplacar lo que los presidentes llaman en su discurso el “mayor valor de la empresa”.

Antonio Brufau Luis del Rivero