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Alex Pella, un 'diable español' que busca la gloria como un pirata en la Ruta del Ron
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marcha líder en la mítica regata sin escalas

Alex Pella, un 'diable español' que busca la gloria como un pirata en la Ruta del Ron

Una gaviota se posó en lo más alto del mástil bajo la mirada entretenida del patrón del barco. Alex estaba con las dos manos en la

Foto: Álex Pella trabajando en la vela mayor de su barco.
Álex Pella trabajando en la vela mayor de su barco.

Una gaviota se posó en lo más alto del mástil bajo la mirada entretenida del patrón del barco. Alex estaba con las dos manos en la rueda del timón, impidiendo que el navío se perdiese en la grandeza del Atlántico. Si había una gaviota, además de comida tenía que haber tierra cerca. Estaba pasando a bastantes nudos de la isla del Hierro, pero lo suficientemente cerca para que la gaviota pudiese regresar a su nido. El pájaro cogería su comida y volaría varias decenas de kilómetros hasta encontrarse con sus crías. Alex Pella la vería alejarse sin oportunidad de seguirla, de ver si iba hacia el Hierro o La Palma, de saber si se encontraría con alguna tormenta por el largo camino. No podía, porque Alex se dirigía al lugar de donde los franceses sacaban el ron para el jolgorio de Pepe Botella.

El rostro de Pella está casi siempre rojo, como si le hubiesen sacado las vergüenzas y estuvieran contándolas a discreción. Su piel es clara y su cabello tan rubio con los rayos del sol, por lo que podría pasar perfectamente por un noruego afincado en medio del océano o por un Targaryen intentando cruzar el Mar Angosto con una horda de dothrakis. Cuando la amplitud del mar se extiende hacia todas las direcciones que señala la rosa de los vientos, el sol no encuentra a su paso ningún impedimento para dorar todo con lo que tropiece, y el rostro de Pella suele estar inmerso en aventuras pelágicas, como la Ruta del Ron que espera ganar dentro de unos cuantos días.

Hace algo menos de once días, su barco de la categoría Class40 partió de la costa bretona, más en concreto del puerto de Saint-Malo, localidad famosa por su majestuoso palacio que da nombre a la villa. El descubrimiento de América supuso varios siglos de prosperidad a una ciudad que siempre clamó por su independencia tanto de Bretaña como de Francia. Entre los muchos metales preciosos, semillas de frutas desconocidas y esclavos que llegaban del nuevo mundo, la civilización actual recuerda más Saint-Malo por su relación con la importación de ron americano. La Route du Rhum se traslada a nuestros días en forma de fastuosa regata sin la más mínima escala, hasta llegar a lo que un día fue el origen, Guadalupe, en las Antillas francesas.

Allí, al otro lado del mar que Colón creía que llevaba a las Indias, es donde quiere llegar el primero Alex Pella, el único que no tiene ninguna pegatina en su barco, es decir, no tiene ningún patrocinador, todo se lo paga de su bolsillo. Un marinero de cuna en cuyo caso esta expresión tiene más sentido que nunca, puesto que desde que tiene uso de razón ha estado a las manos de un timón, atando cabos y levando anclas. Aprendió antes a diferenciar entre babor y estribor que entre izquierda y derecha. Cualquier persona que se encuentre en medio de un oleaje en un velero tendería a marearse, a encontrarse mal. Es bastante probable que donde Pella se maree sea en tierra firme, donde nada se mueve, todo está tan quieto como una vela sin viento. Esa estabilidad no es propia de un lobo de mar, que conoce las diferencias entre las olas del Pacífico y las del Índico, entre las nubes del Atlántico Norte y las del Sur.

Esa experiencia acumulada, esa suma incesante de millas náuticas navegadas a sus espaldas, son una fuente de sabiduría única y necesaria hasta el extremo para la aventura que ahora mismo, mientras lee este texto, está realizando Alex Pella. Está solo, sin más compañía que la música que pueda hacer sonar en su barco y los sonidos de las olas rompiendo contra el casco y los gemidos de los pájaros que vuelan hambrientos. Solo ante un velero que requiere de una vigilancia constante y sin tregua. Una lucha hombre y barco contra el mar y sus condiciones con el objetivo no ya de sobrevivir, eso son memeces, sino de ganar. De ser el más rápido en alcanzar el puerto de Guadalupe y poder tomarse una copita del ron que da nombre a la regata. Todas las previsiones adquiridas en Francia son pocas, toda la preparación será indispensable cuando una tormenta se cruce en el camino de su Tales 2 Santander. Y eso, sin patrocinadores.

Una gaviota se posó en lo más alto del mástil bajo la mirada entretenida del patrón del barco. Alex estaba con las dos manos en la rueda del timón, impidiendo que el navío se perdiese en la grandeza del Atlántico. Si había una gaviota, además de comida tenía que haber tierra cerca. Estaba pasando a bastantes nudos de la isla del Hierro, pero lo suficientemente cerca para que la gaviota pudiese regresar a su nido. El pájaro cogería su comida y volaría varias decenas de kilómetros hasta encontrarse con sus crías. Alex Pella la vería alejarse sin oportunidad de seguirla, de ver si iba hacia el Hierro o La Palma, de saber si se encontraría con alguna tormenta por el largo camino. No podía, porque Alex se dirigía al lugar de donde los franceses sacaban el ron para el jolgorio de Pepe Botella.

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