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Raúl se merece decir adiós en una final y él mismo se encarga de hacerlo realidad
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marcó el gol de la victoria del cosmos

Raúl se merece decir adiós en una final y él mismo se encarga de hacerlo realidad

De ninguna manera Raúl y Senna podían abandonar el fútbol profesional perdiendo una semifinal. Ambos se merecían decir adiós en una final y el '7' se encargó de que el Cosmos se clasificase

David Meyes tenía delante a un mito. Algún día, este chico de Illinois se sentará con su familia y recordará el día en que no sólo se enfrentó a un mito, sino que, además, hizo lo que cualquier portero sueña hacer cuando juega contra alguien legendario: le quitó un gol cantado. El tiempo tergiversará la realidad, y la versión que le llegará a los nietos será que fue una parada antológica, una palomita de postal. En realidad, Meyes no tuvo que moverse de su sitio, porque Raúl González ejemplificó qué es tener 38 años y estar jugando su último partido en un campo de césped artificial pintado para béisbol. No es el de siempre. Este Raúl falla delante del portero. Pero sigue siendo Raúl: falla una vez, no dos.

A la segunda, Raúl marcó. Y marcó porque a Raúl no le apetecía que su último partido y el de su colega Marcos Senna fuera en una triste semifinal, donde caen los que rozan la gloria sin llegar a tocarla con la mano abierta. Y Raúl ha tocado tantas veces la gloria que a su lado es donde se siente más a gusto. El triunfo es el calor de un abrazo en la brisa de otoño para Raúl. La brisa marina que entraba del océano Atlántico desde el MCU Stadium de Brooklyn. Bajo la atenta mirada de las atracciones que miles de niños disfrutan cada año en el 'Luna Park' situado en uno de los costados, el '7' condujo como el chofer de esos autobuses amarillos al Cosmos a otra final, a revivir glorias pasadas con Pelé y Beckenbauer dando sus últimos coletazos.

Este chico que jugó más de 700 partidos en el Real Madrid, que ha vivido todo lo que un futbolista de su clase ha podido vivir, no encuentra diferencias materiales entre jugar un partido de Champions y uno de la North America Soccer League (NASL). Él es el primero al que le carcome por dentro que el árbitro señale una falta que él como jugador considera injusta, y muestra su rabia lanzando violentamente el balón al suelo con las manos. Él es el que va a hablar con el árbitro para hacerle ver que se ha equivocado, para pedirle calma a la hora de sacar las tarjetas, para reclamar un penalti clarísimo que no ha visto o no ha querido ver. Luchar y ganar siempre.

Y como siempre ha hecho a lo largo de sus 21 años de carrera, Raúl apareció cuando más falta hacía. Porque nunca ha sido un jugador de aprovechar los momentos de libertinaje de sus equipos en plena vorágine goleadora, sino que Raúl era el que provocaba ese descontrol. Pero Raúl siempre ha sido un desatascador, un abrelatas, o cualquier mote aplicable al abridor que se nos ocurra. El Cosmos había empezado mal, un gol de PC (sí, el mejor jugador de los Fort Lauderdale Strikers tiene nombre de computadora, es brasileño y tiene bastante desparpajo) puso por delante al rival. Pero un tanto de rebote provocado por un lanzamiento de libre directo de Senna igualó el partido.

Fue entonces cuando apareció en escena el mejor Raúl, el que demuestra que, pese a su edad, esa liga se le queda pequeña. Jugando como '10' ordenaba a su equipo desde la posesión, aparecía creando opciones de pase y rompió a la defensa rival controlando una piedra y ajustando el balón a la base del poste izquierdo de Meyes. Eso fue el comienzo, porque Raúl después se deleitó con regates, pases, y movimientos de una inteligencia creada a base de la experiencia. Así llegó Raúl a la final de la NASL del próximo domingo. El que será su partido 1.016. ¿Y será su 22º título?

David Meyes tenía delante a un mito. Algún día, este chico de Illinois se sentará con su familia y recordará el día en que no sólo se enfrentó a un mito, sino que, además, hizo lo que cualquier portero sueña hacer cuando juega contra alguien legendario: le quitó un gol cantado. El tiempo tergiversará la realidad, y la versión que le llegará a los nietos será que fue una parada antológica, una palomita de postal. En realidad, Meyes no tuvo que moverse de su sitio, porque Raúl González ejemplificó qué es tener 38 años y estar jugando su último partido en un campo de césped artificial pintado para béisbol. No es el de siempre. Este Raúl falla delante del portero. Pero sigue siendo Raúl: falla una vez, no dos.

Raúl González Blanco
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