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Propaganda racista yanki dirigida por un iraní
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crítica de 'Objetivo: londres'

Propaganda racista yanki dirigida por un iraní

El 'blockbuster' de Babak Najafi es una de las peores películas de acción estrenadas en bastante tiempo

Foto: 'Objetivo Londres'
'Objetivo Londres'

Hace tres años, hubo dos películas muy similares que se estrenaron a la vez. En una, 'Asalto al poder', Channing Tatum salvaba al presidente de Estados Unidos de un atentado. Era una idiotez, pero lo sabía y eso hacía de ella una película inteligente -más o menos-. En la otra, 'Objetivo: la Casa Blanca', Gerard Butler salvaba al presidente de Estados Unidos de lo mismo. Era una película orgullosa de su idiotez, y también patriotera y chulesca y racista. Adivine usted cuál logró el éxito suficiente para generar una secuela.

'Objetivo: la Casa Blanca', ojo, ya era de por sí algo parecido a una secuela, en concreto de 'La jungla de cristal'. En realidad, buena parte de las películas de acción posteriores a 1988 son copias de 'La jungla'. Y muchas de ellas tuvieron continuaciones aún más chapuceras, la mayoría de ellas estrenadas directamente en vídeo y protagonizadas por 'doppelgangers' de Lorenzo Lamas.

Calaña de infracine

A esa calaña de infracine pertenece también 'Objetivo: Londres', imitación de una imitación en la que el asedio no sucede en un espacio cerrado sino en una ciudad entera: el pánico terrorista se apodera de las calles y el sistema de metro, y algunos edificios vuelan por los aires. Es, para entendernos, una gigantesca versión de los atentados de París diseñada para el entretenimiento masivo. Esta vez, Mike Banning (Butler) y su colega el presidente Benjamin Asher (Aaron Eckhart) vuelan a la capital británica para asistir a un funeral de Estado que resulta ser una trampa urdida de forma algo confusa por unos villanos indeterminadamente árabes cuyo objetivo es secuestrar al presi y emitir su ejecución en directo en YouTube.

Sobre el tal Banning conviene saber varias cosas. De entrada, es un agente del Servicio Secreto malísimo: por segunda vez en tres años, el hombre al que protege es capturado por unos terroristas -quizá porque tanto él como Asher saben lo embarazoso que el asunto resulta, no hacen ni una sola mención a lo que pasó en la primera película-. Asegura estar hecho de “burbon y malas decisiones”, aunque ni le vemos dar un solo trago a la petaca ni en ningún momento hay dudas de que hará solo lo correcto para salvar a Asher. Además, es un macarra. Él no está sediento; él está “jodidamente sediento”. Y cada vez que Asher le dice algo como: “Por Dios, Mike, ¿era necesario matar a ese tipo?”, él responde que no aunque lo que en realidad quiere decir es: “Fuck, Yeah”.

Butler vuelve a demostrar su alarmante déficit de carisma. Es casi inevitable hacer una lista de los siete u ocho actores que estarían mejor en el papel

En el papel, Butler vuelve a demostrar su alarmante déficit de carisma. Mientras lo vemos en pantalla, es casi inevitable hacer una lista mental de los siete u ocho actores que estarían mejor en el papel -aunque posiblemente jamás aceptarían interpretarlo-. De hecho, en 'Objetivo: Londres' no hay un solo intérprete que se salve. Actores secundarios de la categoría de Morgan Freeman y Melissa Leo se pasan la película sentados, mirando a una pantalla y explicando en voz alta el argumento mientras piensan en cómo gastarse el pastizal que cobrarán por un trabajo tan fácil.

Disparar y apuñalar con deleite

En un momento de la película, Banning ofrece un apasionado discurso en el que defiende la necesidad de rectitud moral y condena las atroces acciones de los terroristas, solo unos minutos antes de matar a un buen puñado de gente en las siguientes escenas. De hecho, Banning mata gente sin parar: docenas, centenares, tal vez miles de personas. Los dispara y los apuñala con deleite, y justo después hace un chiste a costa de los gays. “Vosotros, cabrones, lleváis mucho tiempo queriendo matarnos”, gruñe en otro lance a uno de los malos. “Pero dentro de 1.000 años seguiremos aquí”. Sin duda, Banning debería haber vivido en los ochenta, cuando las películas podían ser tan fachas y xenófobas como quisieran.

Y es que, según la lógica de 'Objetivo: Londres', todos los musulmanes son fanáticos extremistas que no soportan nuestro modo de vida. La película, en efecto, traza una línea entre nosotros y ellos. Nosotros somos buenos; ellos son malos. Es más: son tan malos que ni siquiera merecen ser identificados. Los terroristas, por ejemplo, parecen ser a ratos árabes y a ratos paquistaníes. Nunca, decíamos, llegamos a saber su verdadera procedencia, más que nada porque a la película no le importa: todo cuanto debemos saber es que son demonios barbudos. Los Estados Unidos, en cambio, son retratados como una tierra santa con un historial intachable de grandeza, lo que la convierte en víctima de la ruindad ajena. Por eso, es legítimo defender el país a toda costa y aniquilar a todo aquel que no comulgue con el modo de vida americano o, por si acaso, a todo el que no sea americano.

En 'Objetivo: Londres', todos los musulmanes son fanáticos extremistas que no soportan nuestro modo de vida. Nosotros somos buenos; ellos son malos

Dicho de otro modo, la película nos pide que celebremos el modo en que el ataque de unos drones arrasa un barrio yemení, y que al mismo tiempo nos sintamos horrorizados cuando los damnificados por ese ataque se toman su revancha en suelo occidental. En resumen, 'Objetivo: Londres' es como 'Team America' (2004) pero sin los chistes. Aunque, también es cierto, es imposible no partirse la caja al contemplar cómo Asher recita su juramento presidencial mientras un terrorista le golpea en la cabeza justo antes de ejecutarlo.

En realidad, no haría falta señalar que una película así es una insensatez, y que lo es siempre, pero especialmente ahora que el país más poderoso del mundo está considerando seriamente elegir como su presidente a un tarado islamófobo y que en el resto del mundo hay un atentado con coartada religiosa día sí y día también. Y que tamaña propaganda proyanqui esté protagonizada por un actor escocés y dirigida por un iraní, Babak Najafi, que en su día llegó a Suecia en calidad de refugiado, no hace más que añadir absurdo al absurdo. También es cierto que la ideología de 'Objetivo: Londres' tendría más delito si la película al mismo tiempo no fuera tan inepta; si no fuera, de hecho, una de las peores películas de acción estrenadas en bastante tiempo.

¿Es posible lograr que un tiroteo rodado en un solo plano-secuencia resulte incomprensible? Najafi demuestra que sí, al tiempo que rellena el metraje de tantos boquetes argumentales y tantas ideas ridículas que llega a convertir toda crítica en algo fuera de lugar. ¿O es que le reprocharíamos a una niña su falta de rigor al jugar con sus muñecas? En última instancia, probablemente esta película no espera ser tomada en serio, porque de otro modo la encontraríamos repulsiva. Por supuesto que habrá quienes sí la tomarán en serio, pero es el tipo de gente con la que uno preferiría no tener que toparse jamás.

Hace tres años, hubo dos películas muy similares que se estrenaron a la vez. En una, 'Asalto al poder', Channing Tatum salvaba al presidente de Estados Unidos de un atentado. Era una idiotez, pero lo sabía y eso hacía de ella una película inteligente -más o menos-. En la otra, 'Objetivo: la Casa Blanca', Gerard Butler salvaba al presidente de Estados Unidos de lo mismo. Era una película orgullosa de su idiotez, y también patriotera y chulesca y racista. Adivine usted cuál logró el éxito suficiente para generar una secuela.

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