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estreno de la nueva parte de la saga

Terminator ya es abuelo

Ni la presencia de Arnold Schwarzenneger, un guiño en sí mismo, salva a la nueva entrega de la serie iniciada por James Cameron del tedio

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“Soy viejo, no obsoleto”, insiste el T-800 al que vuelve a dar vida, a sus 67 años, Arnold Schwarzenegger, a lo largo de esta quinta entrega de Terminator. Génesis recupera a la máquina de matar reprogramada para proteger a Sarah Connor en un film que quiere ser a la vez un reboot, un remake, un homenaje y una secuela de la saga que crearon a principios de los ochenta el tándem formado por el director y guionista James Cameron junto a la productora y también guionista Gale Anne Hurd. Pero Terminator Génesis no acaba siendo más que un engendro plomizo que ilustra a la perfección los peligros de sobreexplotar una serie a la espera de que sus personajes, inscritos ya en el imaginario popular de buena parte de la población, funcionen por ellos mismos.

En Terminator la acción futurista se da la mano con los entresijos de los viajes en el tiempo. Génesis adopta lo peor de este subgénero: transmite la confusión narrativa de las paradojas cuánticas sin aprovechar sus posibilidades dramáticas. Para los guionistas del film Laeta Kalogridis y Patrick Lussier, las diferentes líneas temporales representan una excusa perfecta para entroncar la película con el resto de la saga desde diferentes ramificaciones, de la precuela al personaje recurrente que cambia de rol.

Las farragosas explicaciones que necesitan ofrecer sobre el argumento denotan lo forzado del producto. Los responsables del film quieren que Genesis resulte novedosa y al mismo tiempo se identifique con la saga creada por Cameron y Hurd. Y acaban cayendo en una contradicción lampedusiana: aunque lo cambian casi todo, queda la sensación de que no son capaces de añadir nada realmente novedoso o atractivo.

Desde el título, este film dirigido por Alan Taylor (un cineasta forjado en la nueva ficción televisiva que también dirigió la anodina secuela de Thor) pone de manifiesto su intención de reiniciar la serie. El argumento está impregnado de cierta simbología bíblica. En el arranque del film, situado en 2029, John Connor (Jason Clarke) se presenta como una figura mesiánica que envía a un joven protegido, Kyle (Jai Courtney), al pasado para proteger a su madre Sarah (Emilia Clarke) de la amenaza de un T-800. Kyle viaja primero a 1984 y después a 2017, el año en que Skynet ha urdido acabar con la humanidad a través de un sistema operativo, Génesis, implantado en los dispositivos móviles que todo el mundo tiene siempre a mano.

T-800, el viejo Arnie, ejerce más que nunca de ángel de la guarda de Sarah Connor. Ella y el padre de John se muestran en un momento de la trama como unos Adán y Eva a punto de dar inicio a una nueva humanidad. Y las idas y venidas en el tiempo permiten presentar a Arnold Schwarzenneger con la pinta de diferentes épocas, hasta que explica que el tejido que le recubre también envejece y por ello ya parece un abuelo.

Como la anterior Terminator: salvación, la película conserva a los personajes principales pero renueva a todo el elenco, excepto a Schwarzenegger, con un grupo de intérpretes que no desprenden el carisma de Linda Hamilton o Edward Furlong. El único actor que añade un poco de chispa a la película es el infalible J.K. Simmons (el profesor sádico de Whiplash), aquí en el típico papel de investigador sobre el que pesa la maldición de Casandra: avisa de la amenaza oculta que suponen los terminator pero todos lo toman por loco... hasta que es demasiado tarde.

Tras el largo paréntesis que representó en su carrera su cargo de Gobernador de California, Terminator Génesis también podría haber supuesto para Arnold Schwarzenegger ese film crepuscular que se autoregalan los intérpretes de cine de acción llegados a cierta edad. Un autohomenaje bien merecido. Jean-Claude Van Damme protagonizó esa estimable autoficción paródica titulada JCVD (Mabrouk El Mechri). Sylvester Stallone no escondía sus achaques en la muy digna Rocky Balboa, dirigida por él mismo en 2006. Incluso Jason Statham se burla de sí mismo en la reciente Espías. Pero, a pesar de su latiguillo recurrente sobre la vejez y la obsolescencia, no hay en el personaje de T-800 atisbo de reflexión o ironía sobre la decadencia del personaje.

El veterano Terminator se ha convertido en un abuelete forzudo que provoca alguna sonrisa con su actitud y voz rígidas. En la película se palpa el dilema entre querer funcionar más allá de Arnie y la consciencia de que el público identifica la saga con el actor de origen austríaco. Su papel, sin embargo, queda reducido a unos cuantos guiños simpáticos que subrayan que Génesis se alimenta más de la nostalgia del pasado que de la autonomía del presente. Además, como blockbuster de acción veraniego Terminator Génesis resulta sosa, poco imaginativa y todavía menos excitante. Un film, en resumen, plúmbeo y vacío que vive de los réditos de las títulos anteriores.

“Soy viejo, no obsoleto”, insiste el T-800 al que vuelve a dar vida, a sus 67 años, Arnold Schwarzenegger, a lo largo de esta quinta entrega de Terminator. Génesis recupera a la máquina de matar reprogramada para proteger a Sarah Connor en un film que quiere ser a la vez un reboot, un remake, un homenaje y una secuela de la saga que crearon a principios de los ochenta el tándem formado por el director y guionista James Cameron junto a la productora y también guionista Gale Anne Hurd. Pero Terminator Génesis no acaba siendo más que un engendro plomizo que ilustra a la perfección los peligros de sobreexplotar una serie a la espera de que sus personajes, inscritos ya en el imaginario popular de buena parte de la población, funcionen por ellos mismos.

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