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estreno de 'mil veces buenas noches'

Periodismo de guerra sensiblero

Juliette Binoche interpreta en su nuevo filme a una fotoperiodista bélica incapaz de adaptarse a la rutina familiar

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"¿Por qué empezaste a tomar fotos en guerras?", le pregunta la adolescente Steph (Lauryn Canny) a su madre en un momento de Mil veces buenas noches. La respuesta de Rebecca (Juliette Binoche), "por rabia juvenil", resulta poco satisfactoria. Sobre todo en una película sobre las dificultades del personaje, una mujer de mediana edad con esposo y dos hijas, para conciliar su trabajo como fotoperiodista en zonas de conflicto con su vida familiar.

Mil veces buenas noches arranca con Rebecca en pleno furor laboral. Se encuentra fotografiando a un grupo de mujeres afganas que preparan a una joven en lo que parece un ritual de purificación previo a una ceremonia religiosa. Entre lloros y rezos, las señoras visten a la muchacha con un chaleco cargado de explosivos antes de cubrirla con el chador. Rebecca decide seguir a la terrorista suicida hasta su objetivo. Pero una serie de incidentes provocan que la dinamita estalle antes de lo previsto...

Rebecca se despierta en el hospital ante la mirada preocupada de su marido Marcus (Nikolaj Coster-Waldau, Jaime Lannister en Juego de tronos), que se la lleva de vuelta a su hogar en Irlanda. Este "accidente" es la gota que colma el vaso de la tensión familiar. El marido y las hijas de Rebecca deciden darle un ultimátum: debe escoger entre un oficio que pone en constante peligro su vida o su familia.

A primera vista, el elemento diferenciador entre Mil veces buenas noches y otros dramas sobre periodismo de guerra es el sexo del personaje principal. El director Erik Poppe, que trabajo como fotoperiodista de guerra al inicio de su carrera, ha encargado un papel que se inspira parcialmente en su vida a una actriz.

Sin embargo, el hecho de que la protagonista sea una mujer no provoca ninguna variación especial en la trama de la película: nadie le exige a Rebecca ninguna responsabilidad que no se reclamaría también a un padre y marido. Ni tampoco parece sufrir más inconvenientes de los que tendría un hombre en sus mismas circunstancias. Poppe invierte los roles tradicionales sin que ello tenga la más mínima trascendencia. Lo mismo sucede con el personaje de Marcus. La única diferencia entre su papel y el rol estereotipado de esposa ejemplar, atractiva, comprensiva y cariñosa que un día acaba perdiendo la paciencia ante el cónyuge que pone en peligro la unidad familiar es que Marcus es un hombre. Quizá el director sintió que para un filme como este, donde pesa más el melodrama familiar que la acción bélica, resultaba más adecuado contar con una protagonista femenina.

Todo en Mil veces buenas noches se apoya demasiado en el cliché. También el contraste entre las dos vidas que lleva Rebecca. Por un lado, la adrenalina de seguir a una terrorista suicida en la polvorienta, ruidosa y agitada Afganistán. Por el otro, la soporífera tranquilidad de una vida familiar armoniosa en una Irlanda donde, inesperadamente, siempre brilla el sol. Erik Poppe insiste en dibujar la postal de familia perfecta: el atractivo marido, la espavilada hija adolescente, la supuestamente encantadora hija pequeña... Incluso encuadra unas instantáneas de felicidad conyugal que no escapan del tópico robado al imaginario de la publicidad: la pareja paseando por la playa a la luz del crepúsculo. El segmento irlandés del filme adolece además de una terrible falta de pulso narrativo a la hora de captar el dilema interior de Rebecca, atormentada por no estar a la altura de esta familia perfecta por culpa de la pasión irracional que le despierta su trabajo.

El cineasta noruego también desaprovecha la posibilidad de desarrollar algunos elementos interesantes. La idea de la guerra o el peligro como adicción está mucho mejor plasmada en otras películas como En tierra hostil (Kathryn Bigelow, 2008), por ejemplo. Y los problemas y responsabilidades éticas respecto a este tipo de fotografía apenas se esbozan. Aunque queda claro que en algún momento la protagonista se plantea hasta qué punto su papel en los eventos que cubre es realmente el de una testigo externa que mantiene la distancia o si su presencia allí implica algún tipo de responsabilidad e incide, para bien o para mal, en el devenir de los hechos. Si la presencia de una fotoperiodista afecta, por ejemplo, en que una terrorista suicida detone los explosivos antes de lo previsto. O en que acabe llegando la ayuda internacional a un campo de refugiados africano.

Mucho más superficial y tópica de lo que aparenta por su planteamiento de base, Mil veces buenas noches responde a cierta idea de cine de calidad europeo que recurre a unos intérpretes de prestigio (Juliette Binoche aguanta muy bien los constantes primeros planos de su rostro compungido) y se envuelve de una estética pulida (la dirección de fotografía es preciosista donde las haya) y una banda sonora elegantemente sensiblera para darse importancia y cubrir sus evidentes carencias narrativas.

"¿Por qué empezaste a tomar fotos en guerras?", le pregunta la adolescente Steph (Lauryn Canny) a su madre en un momento de Mil veces buenas noches. La respuesta de Rebecca (Juliette Binoche), "por rabia juvenil", resulta poco satisfactoria. Sobre todo en una película sobre las dificultades del personaje, una mujer de mediana edad con esposo y dos hijas, para conciliar su trabajo como fotoperiodista en zonas de conflicto con su vida familiar.

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