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El precioso inconsciente de un crítico de cine
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“LA LAVA EN LOS LABIOS” DE JORDI COSTA

El precioso inconsciente de un crítico de cine

Jordi Costa explora en "La lava en los labios" el subconsciente femenino mientras se pregunta si es posible hacer cine en España

Foto: Eva llorach, como Toni, en plena exploración de su inconsciente.
Eva llorach, como Toni, en plena exploración de su inconsciente.

De entre el amplio repertorio de adjetivos que todo crítico reúne a lo largo de su carrera para manifestar su desaprobación hacia una obra cinematográfica –del condescendiente “mediocre” al gráfico “vomitiva”, pasando por el eufemístico “fallida”–, raramente suele figurar entre ellos el término “racional”. Sin embargo, no hay nada más despectivo que dicho concepto para el crítico cinematográfico Julio Sepúlveda, protagonista ausente de La lava en los labios, segundo largometraje del también crítico Jordi Costa. Si el cine es el mundo de las luz en medio de la oscuridad, de la conexión con lo profundo en las tinieblas de la sala, no hay nada más fallido que una película cartesiana.

Toda una declaración de intenciones que comparten personaje y director, criatura y autor, y sobre la cual se desarrolla la nueva película del histórico crítico de El País y Fotogramas, producida una vez más bajo el paraguas de #littlesecretfilm, esta vez, en colaboración con el canal de televisión Calle 13 de Universal, que ha proporcionado a la película difusión televisiva y un pequeño apoyo económico de 2.000 euros, rentabilizados hasta la última gota, gracias a su reparto exclusivamente femenino y a la ayuda de ilustres colaboradores como Pedro Temboury, director de Kárate a muerte en Torremolinos (2003).

Que un crítico se ponga detrás de la cámara sigue siendo noticia, olvidándonos con demasiada frecuencia de que desde que el grueso de la nouvelle vague pasase por las redacciones de Cahiers du Cinéma o Positif antes de ponerse detrás de la cámara, es una tendencia creciente que en nuestro país tiene buenos ejemplos con Felipe Vega o Ángel Fernández Santos. Pero si hay algo que distingue a Costa es una absoluta coherencia entre su visión crítica y los presupuestos en que ha dado lugar a su obra cinematográfica. Tanto es así que se puede descubrir lo que late en la turbulenta La lava en los labios a partir de los propios escritos que su autor, referencia insoslayable para comprender el cine y la cultura popular españoles de los últimos 20 años, ha destinado a otros cineastas.

1. La semilla del diablo (está entre las piernas)

“En el desenlace de Lord of Salem, la irracionalidad toma las riendas, logrando que la película revierta la tradicional polaridad moral del género”, escribía Costa este mismo año en su crítica de la última obra del controvertido Rob Zombie publicada en El País.“Lo que propone Zombie es, en definitiva, una gozosa, blasfema, irreverente y espectacular celebración del mal”. Cambiando “mal” por “inconsciente”, dichas frases podrían aplicarse perfectamente a la historia que sigue a la psicoanalista Bonita Sepúlveda (María José Gil) en sus pesquisas para descubrir por qué no pudo dejar de llorar durante el visionado de una película dirigida por la gran autora del cine español, Adriana Duval (Ana Bettschen), un camino que le llevará a cruzarse con las actrices Chlöe (Belén Riquelme), Eva la Bailaora (Eva Marciel) o Toni (Eva Llorach, arrasando con todo una vez más).

Rocío León, como la misteriosa María Solana.En La lava en los labios hay novelita de detectives, melodrama, folletín, erotismo tardofranquista, canción italiana, los desvaríos sónicos de Yma Sumac, Jess Franco dándose la mano con Harry Kümel, la silueta oronda de Alfred Hitchcock, el Roberto Rossellini de Strómboli, la fascinación por el afiche de Iván Zulueta y el erotismo naïf de Soledad Miranda, resucitada en esa María Solana a la que da cuerpo Rocío León. También canalillos, folclóricas, mansiones de la Hammer y un poco del último David Lynch, el de la “mujer en apuros” de Inland Empire (2006). Pero esta amplia concatenación de referencias no asfixia el film y no constituye, para Costa, una tradición a la que reverenciar o un motivo para guiñar al ojo del espectador en busca de su complicidad cinéfila sino, más bien, un sugerente magma intergeneracional que sirve de materia prima para apelar al inconsciente colectivo de la platea.

En un momento en el que la ficción audiovisual parece estar amenazada por la crisis de la gran pantalla y el auge de las pequeñas formas de difusión (internet, televisión, pero también móviles o tablets), Costa tiene clara su apuesta, como ha demostrado por activa y por pasiva en sus escritos de los últimos años: frente al realismo y psicologismo de la televisión, representada de forma canónica en las ficciones de la HBO, el cine, ese lugar de la oscuridad y la intimidad, debe volver a hablarnos de nuestros sueños y sacudir nuestro (bello) inconsciente.

2. Mujeres al borde de un complejo de Elektra

El claim de la película reza “me gustaría mucho enseñarte mi inconsciente” y la primera frase que suena en la misma es “tienes un subconsciente precioso”. ¿Vuelve Freud? No corramos tanto: por mucho que Bonita sea una psicoanalista y el inconsciente una de las fijaciones de la obra, nos encontramos lejos de la concepción burguesa que el Hollywood clásico tuvo del Ello, aquí criticada como una grosera manera de poner en imágenes el mundo interior del ser humano. No hay, al contrario que en Recuerda (Spellbound, Alfred Hitchcock), división entre sueños y realidad, sino que la película vive en un estado de duermevela constante que se refleja en su imposible mezcla de registros.

Costa explora el 'ridículo sublime' del que hablaba Slavoj Zizek para referirse al cine de David Lynch

En La lava en los labios predomina el humor (negro), el melodrama (a lo Douglas Sirk), el cine de vampiros setentero, el musical kitsch y, en general, toda aquella filiación cinematográfica que se aparte del realismo. Por compartir ese rechazo a lo verosímil y abrazar el barroquismo narrativo, la sombra de Pedro Almodóvar sobrevuela el largometraje, en ocasiones, de manera muy específica –ese padre/amante autoritario tan recurrente en las últimas producciones del manchego, o la transexualidad como epítome de la modernidad líquida– y en otras, más abstracta, como ocurre con su radical mezcla de tonos o sus ansias por conquistar el “territorio del riesgo”, como el propio Costa dijo de La mala educación, otra de esas películas laberínticas construidas bajo la premisa de traicionar las expectativas del espectador.

Como las propuestas de algunos de los directores citados (Rob Zombie, Almodóvar, pero también Paolo Sorrentino o Takeshi Kitano), el largometraje participa de aquello que Slavoj Zizek denominó el “ridículo sublime”, ese estilo tan propio de Lynch en el que “hay que tomarse en serio las escenas más patéticas y ridículas”. El exceso vuelve a ser el signo de los tiempos, pero a diferencia que en los albores de la posmodernidad cinematográfica, ya no se trata de un juego referencial replgeado sobre sí mismo, sino de una renovada búsqueda estética en la que lo kitsch y el absurdo son parte esencial de la ecuación. Como ocurre con aquellas obras, probablemente sus férreas reglas dejarán fuera a un gran número de espectadores, pero el que consiga entrar en el juego, será recompensado con creces y perdonará las limitaciones de la producción o defectos puntuales, como cierta inclinación hacia los diálogos literarios, la excesiva duración de determinadas secuencias o una desmedida ambición por condensar todo un universo interno en apenas hora y media.

3. El cine ha muerto, ¡viva el cine!

Cuando el manifiesto de #littlesecretfilm fue publicado, la tentación fácil (pero lógica) fue la de establecer paralelismos con aquel Dogma 95 de Lars Von Trier. Tanto en uno como en otro caso, había ciertas afinidades, como es el rodaje de forma clandestina con pequeños equipos técnicos o la apuesta por la improvisación actoral. Sin embargo, el crecimiento del proyecto ha demostrado, precisamente, que no hay nada más opuesto que el Dogma: su cruce con Canal 13 ha obligado a la nueva hornada de realizadores –entre los que se cuentan el director del festival de Sitges Ángel Sala o el creador de uno de los grandes fenómenos en la red, David Sáinz, responsable de Malviviendo– a inclinarse hacia el thriller, uno de los géneros canónicos de Hollywood. Poca vocación documentalista hay en la película de Costa y sin embargo, sí hay ganas de volver a conectar con esa tradición esperpéntica, cómica y sainetesca de nuestro país que abarca de Luis Buñuel a Francisco Regueiro pasando por Lorenzo Llobet-Gràcia.

La película ha tenido 7.000 espectadores en su primer pase en televisión

Pocos directores, en una industria en permanente estado de crisis como es la del cine español, pueden presumir de haber rodado (y difundido) dos películas en un año. Claro que hasta nuevo aviso, Costa vive fuera de los cánones habituales de producción, amparado bajo la etiqueta #littlesecretfilm con la que también alumbró Piccolo Grande Amore. Pero si, como él mismo afirma, el pase de la película en Calle 13 el pasado 25 de noviembre tuvo una audiencia de 7.000 personas, ha logrado en una única noche lo que aquella tardó casi más de medio año en conseguir. La televisión aún está lejos de perder su hegemonía.

¿Qué queda después del ardor de La lava en los labios? Fantasear con las posibilidades que se abren ahora delante de Costa dicen mucho del estado del cine en nuestro país. En un momento en el que la tardanza en la aprobación de la nueva ley de financiación cinematográfica ha dejado colgados un gran número de proyectos y anticipa un escenario completamente nuevo para el cine español en el futuro inmediato, parece que mientras unas puertas se cierran, otras se abren. La duda es si aquellos que pasen por ellas podrán ocupar el lugar de los que se marchan.

Perdón por terminar con una nota tan materialista un texto sobre una película que apuesta por lo irracional, pero el auge de estas miniproducciones plantea preguntas lógicas: ¿es esta una nueva, y más accesible, puerta de acceso a la estructuras tradicionales de producción, como en un pasado fueron los cortometrajes y la realización televisiva? ¿U ofrece la posibilidad de hacer cine al margen de la profesionalización que durante más de un siglo ha exigido el cine? ¿Podría abrirse un nuevo sector del mercado con un público fiel, pequeño pero suficiente para costear estas realizaciones más pequeñas? En definitiva, ¿se puede seguir haciendo cine en España y, sobre todo, en qué condiciones?

De entre el amplio repertorio de adjetivos que todo crítico reúne a lo largo de su carrera para manifestar su desaprobación hacia una obra cinematográfica –del condescendiente “mediocre” al gráfico “vomitiva”, pasando por el eufemístico “fallida”–, raramente suele figurar entre ellos el término “racional”. Sin embargo, no hay nada más despectivo que dicho concepto para el crítico cinematográfico Julio Sepúlveda, protagonista ausente de La lava en los labios, segundo largometraje del también crítico Jordi Costa. Si el cine es el mundo de las luz en medio de la oscuridad, de la conexión con lo profundo en las tinieblas de la sala, no hay nada más fallido que una película cartesiana.

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