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Adolescentes en celo más allá del río Kwai
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'club sandwich' llega a san sebastián

Adolescentes en celo más allá del río Kwai

Fernando Eimbcke completa su trilogía de la pubertad con ‘Club Sándwich’. 'Un largo viaje' hace aguas en su intento por convertirse en un gran melodrama histórico

Foto: Presentación de 'Club Sandwich' en San Sebastián (EFE)
Presentación de 'Club Sandwich' en San Sebastián (EFE)

El reloj se inventó para medir el paso del tiempo. Pero es un instrumento fallido: uno mira las manecillas y está lejos de comprender la putada de ser un segundo mayor que hace un segundo. Hay que mirar a cierto tipo de personas, las que están a punto de dar un salto evolutivo, para sentir en toda su aflicción el paso del tiempo. Ese bebé que deja de ser tu bebé cuando empieza a hablar. O ese niño que deja de ser tu niño cuando le sale bigotito.

Club Sándwich, del mexicano Fernando Eimbcke, es una película del subgénero bigotito. Con todo lo que ello supone. La cinta, presentada hoy en la Sección Oficial, habla de ese momento en que tu cuerpo cambia y la hormona masturbatoria se dispara. El niño, encantado. La madre, no tanto. Tras quince años viviendo con tu pequeñín resulta que ahora se ha convertido en otra persona. Y ya no eres la mujer de su vida. Drama.

Paloma y su hijo Héctor se llevan de cine y pasan sus vacaciones en un hotel en la costa en temporada baja. Están más solos que la una y no parece importarles. Largas sesiones de sol en la piscina y conversaciones intrascendentes. Todo a ese ritmo entre pausado, minimalista y desganado que ha convertido a Eimbcke en una evolución mexicana de cierto indie estadounidense, ese que va de Jim Jarmusch a Sofia Coppola. Eimbcke es un pequeño maestro del arte de rodar películas en las que no pasa nada (sólo el sonido de las manecillas de un reloj) hasta que pasa (Héctor descubre en el hotel el primer amor; es decir, sufre un cambio evolutivo brutal). Entonces surgen los celos de una madre y se activan de golpe todos los resortes característicos del cine de Eimbcke: fogonazos entre agridulces, hilarantes y emotivos. La actriz que interpreta a la madre, María Renée Prudencio, explicó en rueda de prensa cómo logró meterse en el papel: "Tengo una hija de ocho años que está pasando por una pubertad súper acelerada. Todos los días ganas algo y pierdes algo de tus hijos. La maternidad vive en perpetuo estado de nostalgia prematura". Fernando Eimbcke añadió lo siguiente: “Yo también tengo hijos. Todos sentimos ese miedo de ir perdiéndoles poco a poco”.

placeholder 'Club Sandwich' de Fernando Eimbcke

En Club Sándwich, Eimbcke completa una encantadora trilogía adolescente que empezó con su ópera prima, Temporada de patos (2004), y siguió con Lake Tahoe (2008). No obstante, el director matizó esta visión: quizás Club Sándwich no sea una película sobre pubertones sino sobre maduritos: “Empezó siendo una historia sobre el despertar sexual de un adolescente. Hasta que me di cuenta de que el conflicto gordo era el de la madre, que también tiene algo de adolescente y se enfrenta a su propio problema de maduración".

Fuera como fuese, Eimbcke ya es el autor de tres películas de apariencia pequeña que, sin aspavientos, consiguen atrapar en imágenes la tragicomedia del paso del tiempo, que se dice pronto.

Regreso al ferrocarril de la muerte

Más sección oficial a concurso. Un largo viaje, producción Reino Unido/Australia dirigida por el australiano Jonathan Teplitzky, es una de esas cintas que grita a los cuatro vientos lo de basada-en-un-caso-real. Nada extraño dada la descomunal peripecia que trata de recrear.

Pongámonos en situación histórica: Un soldado británico llamado Eric Lomax en medio de la II Guerra Mundial. Capturado por los japoneses tras la caída de Singapur en 1942, Lomax se convirtió en uno de los constructores de una de las obras públicas más sangrientas de todos los tiempos: el ferrocarril Tailandia-Birmania. Popularmente conocido como el ferrocarril de la muerte. Construido por el Imperio japonés para apoyar a sus tropas en la campaña de Birmania, la obra requirió de un ejército de presos formado por 180.000 asiáticos (indonesios en su mayoría) y 60.000 soldados del ejército aliado. Se calcula que durante su construcción murieron 90.000 asiáticos y 16.000 aliados, un ratio de muerte cercano al 50% de los trabajadores. En efecto, si les pilla un inspector de riesgos laborales, se les cae el pelo a los japoneses.

Quizás esta historia no les suene familiar, pero en realidad debería: la parte más célebre del ferrocarril era el Puente número 277, bautizado como el puente sobre el río Kwai, título de una de las películas bélicas más legendarias de todos los tiempos (dirigida por David Lean en 1957).

placeholder Colin Firth en 'Un largo viaje'

El filme de Teplitzky, protagonizado por Colin Firth y Nicole Kidman, que no visitarán el festival, es un viaje de ida y vuelta a los horrores de la guerra. Resulta que Lomax acabó reencontrándose décadas después con uno de sus torturadores japoneses, el intérprete Takashi Nagasse, que acabada la guerra levantó un templo budista junto al puente sobre el río Kwai. El encuentro entre los dos hombres fue filmado en el documental Enemy, My friend (1995), utilizado como ejemplo de reconciliación pos conflicto, aunque la ficción Un largo viaje comienza siendo una historia de venganza.

La cinta esconde tres películas en su interior. Los problemas de adaptación de un maduro Lomax (Colin Firth), incapaz de olvidar los horrores de la guerra y de relacionarse de un modo normal con su mujer (Nicole Kidman). Los flashbacks bélicos en los que se recrea la infernal construcción del ferrocarril. Y el regreso de Lomax al lugar del crimen para enfrentarse a su verdugo como única vía para superar su trauma.

Y ahora empieza la penosa tarea de comparar El puente sobre el río Kwai con Un largo viaje. En su día se criticó que la película de David Lean no reflejaba en todo su horror la construcción del ferrocarril, aunque su ambigüedad era justo su punto fuerte: ese alto mando inglés dispuesto a colaborar con los japoneses en la construcción para demostrar que nadie podía ganar al Imperio británico en eficacia. Un largo viaje parece querer cubrir el franco de los horrores del ferrocarril con una sucesión de escenas de torturas a la soldadesca occidental. Por lo demás, una es un clásico del cine; la otra, hace aguas en su intento por convertirse en el gran melodrama histórico de calidad de esta temporada.

Un largo viaje juega a entrar en el club de esas películas más grandes que la vida, con un poco de guerra y un poco de romanticismo, de Memorias de África a El paciente inglés, pero no lo logra. Hace falta algo más que tres brochazos para plasmar un asunto tan delicado como la sutil línea que separa la venganza de la reconciliación.

El reloj se inventó para medir el paso del tiempo. Pero es un instrumento fallido: uno mira las manecillas y está lejos de comprender la putada de ser un segundo mayor que hace un segundo. Hay que mirar a cierto tipo de personas, las que están a punto de dar un salto evolutivo, para sentir en toda su aflicción el paso del tiempo. Ese bebé que deja de ser tu bebé cuando empieza a hablar. O ese niño que deja de ser tu niño cuando le sale bigotito.

Nicole Kidman
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