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Apoteosis francesa: amantes, guerras e intelectuales de izquierdas
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estreno de 'crónicas diplomáticas'

Apoteosis francesa: amantes, guerras e intelectuales de izquierdas

Bertrand Tavernier parodia a la diplomacia francesa en un filme con doble dosis de morbo: los chistes sobre Villepin y la presencia de Julie Gayet, presunta amante de Hollande

Foto: Thierry Lhermitte y Julie Gayet en una escena del filme
Thierry Lhermitte y Julie Gayet en una escena del filme

Semanas previas a la invasión del país. 14 de febrero de 2003. El ministro de Asuntos Exteriores francés, Dominique de Villepin, alcanza fama planetaria al oponerse a la invasión bélica en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Consiguiendo así el más difícil todavía: un político conservador, miembro del Gobierno Chirac y futuro primer ministro de la derecha francesa, convertido en icono progre global. Villepin, para colmo, también escribía libros, reuniendo así dos de las características más singulares de los políticos franceses: su ingente capacidad para parecer intelectuales de izquierdas lo sean o no. Territorio ideal, si lo piensan, para una comedia política. Y en esas llegó el director Betrand Tavernier e hizo una película: Crónicas diplomáticas, que se estrena hoy tras pasar por el festival de San Sebastián, donde ganó el premio al mejor guion.

El título original del filme es Quai D`Orsay, nombre de unmuelle parisinoen la orilla izquierda del Sena, pero tambiéntérmino con el que se conoce al Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, al que quizás deberíamos llamar a partir de ahora La Casa del Vodevil. En Quai d'Orsay, la película, Tavernier recupera el pulso perdido con una demolición cómica de la diplomacia francesa. Más concretamente, una sátira de Dominique de Villepin, al que no se menciona por su nombre.

La actriz Julie Gayet, presunta amante del presidente Hollande, es una de las reinas de la función, en el papel de asesora ministerial maquiavélica y sexy

Por si todo esto no fuera ya suficientemente morboso políticamente, escuchen esto otro:La actrizJulie Gayet, presunta amante del presidente francésFrançoisHollande, es aquí una de las reinas de la función, en el papelde asesora ministerialmaquiavélica y sexy. Gayet actuaestupendamente, por cierto.

La película adapta el cómic homónimo (publicado por Norma en España) de Christophe Blain y Abel Lanzac, seudónimo de un antiguo miembro del gabinete del ministro. Es decir, se trata de una historia contada desde dentro, sobre la fontanería del poder, que saca a la luz lo que el votante no ve: todo el proceso que llevó a Villepin a dar su célebre discurso anti bélico. Y lo hace en clave de vodevil, de puertas que se abren y que se cierran, de diplomacia convertida en cuchufleta. Crónicas diplomáticasvendría a ser la respuesta francesa a In the Loop (Armando Iannucci, 2009), sólo que desde el otro lado de la barricada, ya que la película británica parodiaba la fontanería anglosajona (Reino Unido/EEUU) durante la guerra de Irak.

La cinta francesa sigue las andanzas de un joven contratado para escribir los discursos de Villepin. Con un estreno a lo grande: escribir el texto que leerá en Naciones Unidas para oponerse a la guerra de Irak (aunque en el filme se nombre a un país inventado). Una tarea homérica dada la volatilidad, los cambios de humory las ínfulas intelectuales del ministro.

Nuestro héroe deberá entender primero las complejas formas ministeriales de trabajar. Luego tratar de complacer a su jefe, que más que un político es un huracán; literalmente: cada vez que Villepin entra en un despacho, lo hace en tromba y todos los folios de la habitación salen despedidos, en un gag convertido en marca del filme. Como se pueden imaginar, el muchacho se verá obligado a reescribir el discurso unas 300 veces durante los siguientes 3 meses. O la arbitrariedad de los poderosos elevada a su máxima potencia oficinista.

placeholder Viñeta del cómic original

Villepin le dice de entrada que el discurso que ha escrito es una mierda (tras dedicar cinco segundos a leer un texto de 10 páginas). Luego empezará a hacerle sugerencias absurdas que, una vez incluidas en el texto, serán calificadas de disparatadas por el propio Villepin. Treinta versiones después, el ministro decide que el discurso debe estar asesorado por un poeta laureado, primero, y por un novelista aspirante al Gongourt, después. Pero lo peor, lo más espantoso de todo, ocurre cuando el propio Villepin decide personalmente arreglar el texto. Aquí es cuando Tavernier se ceba presentando a un político cuyas desenfrenadas aspiracionesintelectuales contrastan con una mente que solo parece preparadaparasoltar aforismos de Heráclito sin orden ni concierto.

placeholder Imagen de Quai d'Orsay

O al menos esto es lo que uno interpreta del filme. Porque, contra todo pronóstico, Tavernier negó en el Festival de San Sebastiánque la película se burle excesivamente de Villepin. El director aseguróque el discurso de Villepin fue “el más bello pronunciado nunca en Naciones Unidas” y cargó contra la política “criminal” de Bush y Blair durante la guerra. “La película no se burla ni de las acciones ni de las ideas de Villepin, más bien del caos que generaba a su alrededor en el ministerio. Estaba tan obsesionado con una idea que no se daba cuenta de cómo su comportamiento afectaba a los que trabajan a su alrededor, pero no es un cínico como Tony Blair. Me merece más respeto Villepin que Blair”, aclaró. Nadie lo diría viendo la película...

Tavernier tampoco vio mucho problema en los continuos cambios de opinión de Villepin, al que el filme presenta como una persona volátil hasta el chiste. “Cambiar de opinión no tiene que ser malo necesariamente. Hay políticos que nunca cambiaron de opinión en su vida; por ejemplo, Hitler, y eso no le hizo precisamente más humano”, zanjó.

Semanas previas a la invasión del país. 14 de febrero de 2003. El ministro de Asuntos Exteriores francés, Dominique de Villepin, alcanza fama planetaria al oponerse a la invasión bélica en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Consiguiendo así el más difícil todavía: un político conservador, miembro del Gobierno Chirac y futuro primer ministro de la derecha francesa, convertido en icono progre global. Villepin, para colmo, también escribía libros, reuniendo así dos de las características más singulares de los políticos franceses: su ingente capacidad para parecer intelectuales de izquierdas lo sean o no. Territorio ideal, si lo piensan, para una comedia política. Y en esas llegó el director Betrand Tavernier e hizo una película: Crónicas diplomáticas, que se estrena hoy tras pasar por el festival de San Sebastián, donde ganó el premio al mejor guion.

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