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Consuelo Ordóñez, víctima de ETA: "Cuando mataron a mi hermano, nadie me dio el pésame"
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Consuelo Ordóñez, víctima de ETA: "Cuando mataron a mi hermano, nadie me dio el pésame"

Cuando ETA se disolvió, entró a formar parte del pasado. Pero no para sus víctimas. El libro 'La lucha hablada' (Altamarea) recoge la voz de quienes sufrieron su violencia. Publicamos un extracto

Foto: Consuelo Ordoñez, dejando en 2014 flores en la tumba de su hermano Gregorio Ordoñez, asesinado por ETA en 1995. EFE/Juan Herrero.
Consuelo Ordoñez, dejando en 2014 flores en la tumba de su hermano Gregorio Ordoñez, asesinado por ETA en 1995. EFE/Juan Herrero.

Ser víctima de ETA en el País Vasco no era nada fácil cuando traspasabas la frontera de hacerlo público. Cuando mataron a mi hermano acababa de colegiarme de procuradora en Bergara. Me ausenté del juzgado aproximadamente una semana, lo que tardé en llevar a mis padres al pueblo en Valencia (Terrateig) y volver, fue durísimo. Todo el mundo, cuando me vio entrar, sabía que habían matado a mi hermano, pero nadie me dio el pésame, me rehuían. Solo dos personas lo hicieron, una procuradora y un secretario judicial —que era el hermano de una amiga de la cuadrilla de mi hermano—; fueron los únicos que nada más verme acudieron enseguida y me llevaron a tomar algo y hablaron muy seriamente conmigo: "Consuelo, vete de aquí. No ejerzas aquí. Esto es la boca del lobo. Todos son proetarras. Te van a hacer la vida imposible", me decían. Nunca olvidaré sus palabras, así como el apoyo y cariño que recibí de ellos. Les hice caso, me fui a Tolosa y allí estuve mucho mejor, el ambiente entre mis compañeros y los funcionarios no tenía nada que ver. Pero a lo largo de los años comprobé que no me daban trabajo, que mi apellido asustaba a los clientes, me lo decían los amigos abogados que sí estaban dispuestos a trabajar conmigo, pero dependían de los clientes que cuando les proponían mi nombre respondían que preferían otro procurador.

La persecución y la campaña orquestada de amenazas que empecé a sufrir desde aquel septiembre de 1995 en que salté a lo público fueron incesantes; me hicieron de todo...: pintadas, agresiones físicas, insultos, salía en los medios de comunicación de ellos, Egin, Ardibeltza, etcétera, continuamente a modo de señalamiento, salí en la documentación incautada a un comando de ETA, sabían dónde vivía, las matrículas de mi coche y mi moto, hasta decían en esa información que me veían mucho al otro lado de la frontera, y era cierto, me escapaba mucho a Hendaya, San Juan de Luz, Biarritz. Era habitual que en mi portal y mi fachada me encontrara pintadas amenazándome con una diana. Aparecían además pintadas por distintos lugares de San Sebastián; un día de Santo Tomás apareció toda la parte vieja con un montaje que hicieron con imágenes mías y de Savater con una diana.

Lo último y lo más grave que me hicieron fue tirarme siete cócteles molotov en la noche del domingo al lunes 2 de julio del 2000. Esa era la forma de ETA de avisarte de que lo siguiente podía ser ya matarte. De hecho, acababan de asesinar a José Luis López de la Calle, que había sufrido una persecución parecida a la mía, y tardaron pocos días en asesinarlo tras lanzarle cócteles molotov a su casa. Esa noche fue de pánico, escuché unos ruidos como cohetes, me levanté de la cama y corrí hacia el salón, vi que estaba ardiendo todo el balcón, cerré la puerta del salón y menos mal que bajó rápidamente mi vecino de arriba y llamamos a la Ertzaintza. Es paradójico que quién pasó la información de que vivía ahí en ese tercer piso de la calle Baratzategi número 7 fuera mi vecino de abajo, que era un tío de la izquierda abertzale. Tras los cócteles molotov mi vida estaba seriamente en peligro. Sin embargo, fue curioso: no decidieron ponerme escolta a raíz de los cócteles molotov, y eso que el ministro del Interior era Jaime Mayor Oreja; no les preocupó nada el riesgo que estaba corriendo, cada día mi vida estaba amenazada de muerte, lo acabábamos de ver con López de la Calle, hasta el mes de octubre no me pusieron escolta, y lo hicieron por ser portavoz de ¡Basta Ya! al igual que lo hicieron con el resto de portavoces, cuando ninguno de ellos había sufrido nada parecido a la persecución que yo estaba viviendo.

placeholder Portada del libro 'La lucha hablada. Conversaciones con víctimas de ETA'.
Portada del libro 'La lucha hablada. Conversaciones con víctimas de ETA'.

Cuando iba a la Ertzaintza a interponer la denuncia cada vez que sufría un ataque, el ertzaina me preguntaba al redactarla: "¿De dónde eres concejal?". Yo decía: ¿Cómo? Yo no soy concejal de nada. Luego me decían "pero tú estás en Madrid, ¿no?". Madrid significaba que yo estaba colocada por el partido. No, no. A mí el partido no me ayudó en nada. Sabían que yo era procuradora en Tolosa y nadie siquiera fue capaz de correr la voz entre abogados del resto del país que muy a gusto hubieran trabajado conmigo de enterarse que yo estaba de procuradora en Tolosa. Acabé yéndome el 1 de noviembre de 2003, ya no por la locura de vida y por lo que me la condicionaba el llevar escolta desde octubre del 2000, sino porque no me podía permitir el lujo de seguir viviendo en Donosti al carecer ya de recursos con los que vivir. Fue muy triste tomar esa decisión, la más dura de mi vida.

(...)

Aparte está tu activismo diario en redes sociales.

Luego está la labor que más absorbe mi vida y que hago diariamente en mis redes sociales. Recordar a todas las víctimas de todos los terrorismos. A todas les hago un hilo en Twitter en el que cuento quiénes eran, cómo vivieron, cómo las mataron, qué banda terrorista las asesinó, el contexto que rodeó el atentado y, otra información importantísima, en todos ellos informo de si se hizo con ellas justicia o no. ¿Quién hace como yo hago esos hilos a todas las víctimas de todos los terrorismos? Es en lo que más horas invierto de mi vida y lo que más coste emocional tiene para mí. Nadie sabe nada de las víctimas del terrorismo en este país, fue ese el motivo que me llevó a tomar la decisión de llevar a cabo esta labor diaria tan costosa. No somos cifras. Pero la recompensa es ver cómo cada vez tienen más difusión mis hilos. Ver cómo tantas personas me agradecen el enterarse por mis hilos de que esas víctimas existieron y leer sus mensajes es emocionante. He conseguido que algunos hilos de víctimas los hayan visto un millón de personas. No hay mayor regalo cuando las fuerzas me flaquean porque veo que mi vida no me cunde, tengo la sensación de que no hago otra cosa, todos los días invierto tantas horas en hacer esos hilos, porque siempre quiero perfeccionarlos y completar la información de otros años, que hay días que no me puedo dedicar a nada más.

Para mí no hay fiestas de guardar, no hay vacaciones si ese día, que son prácticamente casi todos, hay víctimas. Otro motivo inmenso de recompensa es cuando un familiar de la víctima a la que estoy recordando me contesta y me lo agradece. He ido conociendo a bastantes familiares de víctimas con quienes hoy tengo una muy buena relación. Cuando me dicen "tú sí que me representas" o "gracias por recordar a mi padre", para mí eso lo es todo.

Ser víctima de ETA en el País Vasco no era nada fácil cuando traspasabas la frontera de hacerlo público. Cuando mataron a mi hermano acababa de colegiarme de procuradora en Bergara. Me ausenté del juzgado aproximadamente una semana, lo que tardé en llevar a mis padres al pueblo en Valencia (Terrateig) y volver, fue durísimo. Todo el mundo, cuando me vio entrar, sabía que habían matado a mi hermano, pero nadie me dio el pésame, me rehuían. Solo dos personas lo hicieron, una procuradora y un secretario judicial —que era el hermano de una amiga de la cuadrilla de mi hermano—; fueron los únicos que nada más verme acudieron enseguida y me llevaron a tomar algo y hablaron muy seriamente conmigo: "Consuelo, vete de aquí. No ejerzas aquí. Esto es la boca del lobo. Todos son proetarras. Te van a hacer la vida imposible", me decían. Nunca olvidaré sus palabras, así como el apoyo y cariño que recibí de ellos. Les hice caso, me fui a Tolosa y allí estuve mucho mejor, el ambiente entre mis compañeros y los funcionarios no tenía nada que ver. Pero a lo largo de los años comprobé que no me daban trabajo, que mi apellido asustaba a los clientes, me lo decían los amigos abogados que sí estaban dispuestos a trabajar conmigo, pero dependían de los clientes que cuando les proponían mi nombre respondían que preferían otro procurador.

Ensayo ETA (banda terrorista)