Julio César, el primer político moderno: hoy sería 'influencer' y tuitearía la guerra de las Galias
Francisco Uría analiza en su nuevo libro, 'Julio César, el arte de la política', lo muy actual que resulta la forma de alcanzar y ejercer el poder de la que hizo gala el líder romano
Julio César siempre estuvo profundamente preocupado por su aspecto físico. "Conocía los más mínimos detalles del tocador, cuidando con esmero de sus cabellos, barba y de sus trajes", dejó escrito el historiador Theodor Mommsen de él.
Se sabe que comenzó a perder el cabello a temprana edad y que, angustiado por ello, se peinaba hacia delante, tratando de tapar así sus entradas. Se sabe que era tal la importancia que daba a su aspecto físico que, ante una muerte, la manera en la que demostraba dolor (ya fuera real o fingido) era descuidando precisamente su apariencia y no afeitándose durante un tiempo.
Estaba asimismo muy atento al modo de vestir. Llevaba toga, pero la vestía de un modo muy personal, a su manera: con cinturón, pero bastante holgada, con la manga larga en lugar de la habitual manga corta y en llamativos colores.
"Llegó a marcar tendencia. Algunas de sus singularidades estéticas llegaron a convertirse en auténtica moda, especialmente entre los jóvenes. César fue, de alguna manera, un influencer", asegura Francisco Uría, autor de
"A César no le preocupaba solo su buena imagen, sino que aspiraba a ser diferente, único", añade Uría. Ese afán por distinguirse es el mismo que se hizo presente durante uno de los debates televisados en 1963 entre Richard Nixon y John F. Kennedy y al que este último, para diferenciarse netamente de su antagonista, acudió con una camisa color azul claro en lugar de la tradicional camisa blanca.
Pero la obsesión de Julio César por su apariencia externa es solo una de las numerosas características que hacen de él un dirigente profundamente moderno, probablemente, el primer político moderno de la historia. Para empezar, y como le sucede a muchos políticos actuales, César era la ambición personificada, la ambición sin límites, la ambición en primera persona.
"Lo demostró al cruzar el Rubicón. La historia de César es la historia de un enorme talento personal puesto al servicio de una ambición que le motivó siempre a tratar de ir más allá. Pero también es la historia del fracaso de las instituciones que hubieran debido frenar esa desbordante ambición o, al menos, encauzarla", subraya Uría, quien anteriormente ya se ocupó de Julio César junto a José Luis Hernández Garvi en su libro
Controlar el relato
Uno de los ejemplos más descarnados de la fijación de Julio César por controlar el relato es su
Es cierto que su única opción para lograr el éxito político y el poder en Roma pasaba muy probablemente por ganarse el apoyo del pueblo romano. Julio César así lo entendió y, desde muy pronto, todas sus acciones estuvieron orientadas a lograr ese respaldo a cualquier precio. Para obtener el favor de las masas no dudó en recurrir a su capacidad de oratoria y a su demagogia, pero también sufragó la organización de muy costosos espectáculos con fieras y gladiadores y la realización de importantes obras públicas.
Julio César fue uno de los primeros políticos en la historia en necesitar financiación. Sin dinero era difícil escalar en la escala republicana
Todo eso, sumado a los sobornos y otros métodos para ganarse la voluntad de los romanos, costaba dinero, mucho dinero. Julio César fue uno de los primeros políticos en la historia en necesitar financiación, porque sin recursos económicos era francamente difícil alcanzar las más altas magistraturas de la república romana y su familia no era rica. El dinero no lo quería para enriquecimiento personal (llevaba además una vida bastante austera) sino para alcanzar el poder, el dinero para él era un medio. "Y eso le acerca sin duda al fenómeno de las campañas electorales estadounidenses", señala Uría.
También está claro que César fue siempre un político populista. "Quizás el primero de la historia", opina Francisco Uría. Trump, Bolsonaro o Putin también han emprendido en la actualidad ese camino y, al igual que César, se escudaron en que actuaban en legítima defensa ante una agresión externa anterior. En descargo de Julio César cabe decir que, aunque recurrió al populismo para llegar al poder, cuando alcanzó este lo dejó de lado y llevó a cabo políticas racionales, reformas administrativas, grandes obras públicas….
"César es seguramente el primer político moderno de la historia, pero no precisamente por sus virtudes o los aspectos de su personalidad que, retrospectivamente, podemos enjuiciar de modo más favorable. No es moderno por su altura intelectual, su brillantez como orador, sus dotes literarias o su genio militar. La modernidad de César como político radica precisamente en los aspectos menos admirables: su ambición despiadada, su preocupación por la apariencia, su obsesión por el relato, su populismo o su necesidad de conseguir dinero para financiar su carrera política", destaca Uría.
"Ser moderno no significa en el caso de Julio César ser digno de imitación", subraya en el prólogo del libro el filósofo Javier Gomá. "Lo moderno es más bien su relación realista con el poder, la de experto conocedor de las leyes que lo regulan, así como el uso magistral de todos los medios disponibles para alcanzarlo, que tanto recuerdan los de ahora. La política de hoy sería semejante a la que practicó un César absolutamente genial, pero sin su genialidad".
Resulta muy fácil vislumbrar rasgos de Julio César en muchos políticos españoles actuales, aunque Francisco Uría se resiste a realizar esa comparación. "Dejo que sean los lectores los que hagan ese ejercicio".
Julio César siempre estuvo profundamente preocupado por su aspecto físico. "Conocía los más mínimos detalles del tocador, cuidando con esmero de sus cabellos, barba y de sus trajes", dejó escrito el historiador Theodor Mommsen de él.
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